Twitter, la patria. De los coloquios de las almas contenciosas

Espacio de encendidos-emocionales-egocéntricos-evanescentes debates, en Twitter se traban las más sensacionales prácticas comunicativas que se hayan estudiado en siglos. En este ensayo, Jesús Suaste Cherizola nos comparte un pedacito de lo que ha observado en ese gran ruedo digital.

Texto de 03/09/24

Espacio de encendidos-emocionales-egocéntricos-evanescentes debates, en Twitter se traban las más sensacionales prácticas comunicativas que se hayan estudiado en siglos. En este ensayo, Jesús Suaste Cherizola nos comparte un pedacito de lo que ha observado en ese gran ruedo digital.

Tiempo de lectura: 10 minutos
Hablando nadie se entiende. Nos entendemos a favor o en contra, 
como manadas de perros que atacan o repelen un circunstancial enemigo.
Adolfo Bioy Casares, Diario de la guerra del cerdo

En guardia, viajero: has llegado a la región más incandescente del ciberespacio. A la tierra de las aseveraciones que sólo y siempre ganan por nocaut; de la altivez que alecciona y la supresión de la duda a golpe de adjetivos fulgurantes e intrepidez que siempre sabe. Declaraciones que son relámpago y sentencia. Ágora a patadas voladoras.

Twitter recibe a los usuarios con una urgente invitación a tomar la palabra: ¡¿Qué está pasando?! La pregunta es halago, interrogación filosófica, incitación (los signos admirativos rayan en el abuso emocional) y cortesía dirigida al amor propio porque no es poca cosa, a estas alturas del abandono de los dioses, que algo o alguien se tome la molestia de tomarnos el parecer. Acaso conmovido, el internauta se arremanga y comienza su disertación. Verá usted…

Mundus novus. Cartas de relación

¿Qué fue primero? ¿La avidez de glosar en tiempo real los eventos de la vida cotidiana o la tecnología que puso a nuestro alcance los medios para hacerlo? ¿La fascinación por las escaramuzas verbales o el medio que las dota de audiencia? ¿Conocíamos al ser humano antes de que Twitter desatara toda su potencia locuaz? ¿Antes de que Instagram pusiera al descubierto todo ese deseo de verse circular en tantas imágenes?

Las redes sociales son tierra recién descubierta, con la peculiaridad de que las tribus nativas son el conjunto de costumbres que nos brotaron cuando comenzamos a usarlas, y es de nuestras versiones cibernéticas que nos preguntamos si poseen alma y raciocinio. Su ambivalencia es fascinante: son un medio para la democratización del debate público (confieren voz y poder de réplica a quienes hasta hace poco eran una audiencia pasiva), y para la desacralización de tribunas hasta hace poco reverenciadas (ya nadie puede aspirar a ser Intelectual porque una ardorosa gayola digital se apresura a rebautizarlo como sabelotodo). Son la apertura a nuevas formas de diálogo y construcción del conocimiento, pero son también un portal al inframundo de los vituperios a mansalva, el llamado urgente a elevar los niveles de comprensión lectora, la Babel del imposible entendimiento en medio de uno y el mismo idioma. Son la promesa de una sociedad de sujetos informados y son una pesada carga de incitaciones y presiones psíquicas (si la idea de un Dios metido en la conciencia le parecía asfixiante, intente enfrentarse a mil millones de internautas con complejo de Juicio Final; si alguna vez lo aterró la indiferencia del espacio sideral, intente reponerse a la experiencia de hacer una publicación que no recibe un solo like). Y son un puente hacia una multitud de perspectivas heterogéneas, pero también la constitución de burbujas de información que ratifican puntos de vista semejantes y, en los peores casos, propician el florecimiento de teorías conspirativas, extremismos políticos y fenómenos de secta —las tristes cantinas virtuales donde misóginos, racistas, incels y xenófobos departen sobre la falta de bondad de nuestro tiempo—.

¿Quién permanecerá indiferente ante semejante democratización de la oportunidad de juzgar y ser juzgado?

A estas características generales Twitter suma una peculiaridad como fenómeno anímico colectivo: afila los rasgos hostiles de los participantes, espolea sus disposiciones pendencieras. Por una parte, la virtualidad es una protección que desinhibe a los interlocutores. Por otra, Twitter coloca al usuario ante una diversidad de opiniones que lleva al límite (y avasalla fácilmente) los mecanismos internos de la tolerancia. Y al exponer los comentarios personales a la mirada del público, convierte la intimidad de los dispositivos digitales en escaparate y ruedo. ¿Quién permanecerá indiferente ante semejante democratización de la oportunidad de juzgar y ser juzgado? ¿Quién le negará a sus apetitos litigiosos la palpitante experiencia de echar bravatas ante la mirada de una audiencia tan sedienta de batallas campales, tan enamoradiza de los espíritus facinerosos? ¿Quién no ha soñado con ser el centro de un universo escindido en fans y haters? Atención, mundo: alguien lanza el guante que concerta mil duelos simultáneos, pues la vida es demasiado corta como para no pasar suficiente tiempo discutiendo en internet:

Acabo de abrir los mensajes para todos, para que ya puedan enviarme sus frustraciones y ataques que desde luego no tienen los güebos de decirme las cosas en mis tweets. Ojo. No los voy a arrobar… no esperen los arrobe, no les voy a dar publicidad ¡Ja!

Es cierto: Twitter es también el espacio de cuentas con gran valor informativo, divulgadores de primer nivel, aforistas precisos, manifestaciones colectivas de solidaridad y debates constructivos. Pero pocas esferas de la sociedad son tan propicias para que la colectividad se nos presente como una aglomeración de seres malencarados. En el scrollear por Twitter —versión moderna del flâneurlos otros son el espectáculo de su riña interminable. Y la patria es el desfile de oradores (¿saben qué me choca…?) entregados al oficio de enumerar sus inconformidades con el estado actual del Cosmos.

Canta, oh Twitter, la cólera de @AquilesVoy

¡Aber baboso ignorante! 
(De la cuenta @pedroferriz3)

Cada red social engendra sus personajes endémicos: como el instagramero compulsivo, quien a punta de hashtags conmovedores convierte la fotografía de su capuchino en lección de vida difundible (#Life, #CarpeDiem); como el youtuber que a falta de habilidades propias se graba reaccionando a otros videos; como la experta en criptomonedas que tres meses después mejor abre su Only Fans (o su variante trágica: quien abre su Only Fans y tres meses después mejor prueba suerte en las criptomonedas).

En Twitter, es el comentarista querelloso quien mantiene el clima de encono característico de la plataforma. La ubicuidad y persistencia del personaje permiten discernir algunos rasgos típicos de su comportamiento:

El tuitero querelloso se presenta con mensajes que a nadie dejan indiferente (ver el epígrafe de esta sección) y sólo necesita un mensaje de su adversario para detectar todas sus carencias intelectuales y morales (luego luego se nota que eres… te falta leer a…) En un día despejado, su mirada distingue perfiles psicológicos colectivos (“¿Qué tan miserable es la vida de un chairo? Te lo explico en un par de twitts*) y biografías enteras: “Me imagino que fue esa alumna que pudo acceder a un alto nivel escolar, siempre acomplejada porque era ‘la becada’. Exuda resentimiento en todo lo que escribe. Me da una profunda pena”.*

El tuitero querelloso dicta o anticipa la reacción de los adversarios (sigan llorando… Ya sé que me van a odiar pero…)Le causa enojo no encontrar contendientes a su altura (¡no sabes nada!), o se conduele de la ignorancia ajena porque la condescendencia es un desprecio con valor pedagógico (Esta pobre mujer no parece entender…*).

El tuitero querelloso se encuentra graciosísimo (según una arraigada creencia, añadir un artículo posesivo es truco que garantiza la comicidad: “a ver esos mis chairos…”) y por las dudas mejor anexa los íconos y jajajás que dan fe.

El tuitero querelloso debe dejarle claro al adversario que discutir con él le es irrelevante (tarea complicada: ¿cómo hacerlo creíble cuando son las dos de la mañana y llevo cuatro horas contestándole?). Y resulta particularmente difícil dar por terminada una discusión: ¿Si le dejo de responder creerá que me di por vencido? ¿Si mi rival se hace la misma pregunta significa que nuestra contienda se prolongará hasta el infinito?

Cada tanto, los empeños del tuitero querelloso son premiados con la notificación de haber sido bloqueado por un adversario, lo que en la simbología nativa equivale a la rendición. El tuitero exhibe ante el pueblo la captura de pantalla que certifica su victoria —cabellera arrancada al enemigo— y declara el epitafio del vencido: no pudo, no supo, no aguantó.

“Psicólogo instantáneo, erudito por intuición, el tuitero querelloso empuña sus adjetivos de tener la razón y sale en busca de la nueva víctima de su timeline”

El tuitero querelloso deja tras de sí un campo de molinos de viento malheridos, mas no tiene tiempo de dormirse en los laureles porque otros debates reclaman el concurso de su presencia instructiva. Psicólogo instantáneo, erudito por intuición, el tuitero querelloso empuña sus adjetivos de tener la razón y sale en busca de la nueva víctima de su timeline, el invicto paredón de sus fusilamientos verbales.

Twitter, fábrica de consignas

Es conocida la opinión de que Twitter atenta contra la calidad del debate público: la reducción de la comunicación a mensajes cortos impediría el desarrollo de los argumentos complejos. Y al incentivar a los usuarios a maximizar el número de interacciones, favorecería desproporcionadamente la difusión de mensajes orientados a azuzar pasiones y consolidar prejuicios.

A contracorriente de esta lectura decadentista, considero más fructífero pensar en Twitter como una radiografía de la comunicación social reducida a sus mecanismos esenciales. Con Twitter sucede como en la teoría de la comunicación de Deleuze y Guattari: “Lo primero es la redundancia de la consigna; la información sólo es la condición mínima para la transmisión de las consignas”1 . Si reemplazamos “consignas” por “hashtags”, obtenemos una afortunada descripción de Twitter: las consignas son anclas que ordenan la comunicación en oposiciones simples y fijan los conjuntos de discursos a una praxis con efectos tangibles (¿con o contra nosotros, voto o no voto, huelga sí o huelga no?). Al limitar el número de caracteres de los comentarios, Twitter obliga a las comunicaciones a presentarse bajo la forma más cercana posible a una consigna, despojándolas del envoltorio retórico que suele acompañarlas. Más allá de la consigna, las palabras sólo son una ocasión para multiplicar malentendidos.

Esto es particularmente evidente en la relativa monotonía de los trending topics relacionados con la política, vórtice que concentra un gran número de comunicaciones apasionadas. Cada día, la comunidad elige un puñado de palabras clave que sirven para que los mismos equipos a favor y en contra se convoquen. Así reunidos, los mensajes importan no por su contenido, sino porque suman a la visibilidad del hashtag al que se adscriben; y es esta adscripción la condición de su relevancia como mensaje. Sucede como en la cita de Bioy Casares: Twitter es un eficiente organizador de las comunicaciones porque dota a la comunidad de las consignas que le permiten conformar manadas repentinas y combatir a los circunstanciales enemigos. Al disponer a la comunidad de esta manera, se hace patente que el debate público es menos la confrontación racional entre los argumentos mejor construidos que la polarización afectiva en torno a las consignas más redundantes. Si hablando no nos entendemos, lo importante no es saber qué decimos sino reconocer contra quién lo hacemos.

Hombría y terraplanismo

En colaboración con la socióloga Teresa Rodríguez de la Vega, desde hace dos años participo en la construcción de El Terraplanista2, un archivo que compendia diversas manifestaciones del infortunio declarativo (analogías temerarias, lapsus, atentados silogísticos, dinamitaciones del sentido de la proporción, utilización de la historia como trapeador). Mayoritariamente, al archivo lo abastecen el descuido o las argucias del humor involuntario. Pero también recoge, de manera subterránea, un conjunto de hábitos o cualidades que degradan la conversación colectiva: aversión a la complejidad, necesidad desesperada de reconocimiento, voluntad de endosarle a la comunidad la renuencia a ir a terapia, atribución a las groserías de virtudes epistemológicas, vínculos muy distantes con la lucidez (¡échele eufemismo!), dilapidación de oportunidades para guardar silencio.

Una característica notable de nuestro archivo es que sus contribuyentes son por abrumadora mayoría hombres. Esta constatación no apela a esencialismo alguno, sino a la hipótesis (socialmente determinada) de que los mecanismos civilizantes tienen una eficiencia muy dispar en razón de la diferencia de sexos, siendo los hombres los más propensos a rehuir de los compromisos que exige un diálogo más o menos sensato, aproximadamente racional. El dogma de fe: no hay tema tan sensible o complejo como para que su solución no esté al alcance de una declaración tan poco meditada como sea posible. Considérense algunos ejemplos:

  • A ver, chairos arrastrados sin memoria y sin dignidad […] han estado jode y jode durante décadas con casos como los 43 rufianes de Ayotzinapa. Ahora, AGUÁNTENSE.*
  • Jajajaja! Con la novedad de que en México pasamos de 30 millones de pendejos, en 2018, a 33 millones en 2024.*
  • Y de nuevo la resentida cromasables de la australopithecus no evolucionada… Inmamable, insoportable, ignorante y arrastrada. Siempre con su pose castrosa…*
  • Si el machismo es malo, ¿por qué es bueno el feminismo?*
  • Primero aprende a leer pendejo, sólitos (sic) se chingan, la única neurona qué (sic) tienen les sirve para no cagarse en las marchas de Mugreña a las que van.*
  • A la mujer promiscua se le dice puta. Al hombre promiscuo se le aplaude. Eso NO es machismo. Para que un hombre sea promiscuo necesita tener buen cuerpo, estatus o dinero. Y para eso se necesita trabajo duro, disciplina y constancia. Meritocracia pura.*

O considérense aquellas cuentas fundadas sobre la repulsión a la posibilidad de formular una idea. Digamos, Vicente Fox (“Nor hemos convertido en el haz me reir”). O bien, Ricardo Salinas Pliego (¿una especie de Kim Kardashian vuelta community manager de Pedro Páramo? ¿Lord Farquaad o María Antonieta sometidos al problema de exhibir su don de gente?): “Aquí todos sabemos que a tu eres el que tiene obsesión con los plátanos, […] ¿Te hice enojar por decirte la verdad, muerde almohadas?” O bien: “todos sabemos que a usted le gusta que le empujen los frijoles, que tiene obsesiones homosexuales… ”. O bien, “Yo nada más clavo a tu mamá”. Incapacitado para el humor, se refugia en algo que acaso cree cercano (lo altisonante), y cuando formula lo que cree que son ideas (frases a la altura de un “el agua moja” pero que igual pone entre comillas) uno entiende que se atrinchere en lo de prodigar injurias.

“Si algo podemos lamentar de la expansión de las redes sociales es la visibilidad que otorga a quienes […] se suman al debate como generadores de ruido.”

Si algo podemos lamentar de la expansión de las redes sociales es la visibilidad que otorga a quienes, fascinados por la posibilidad de hacerse oír, se suman al debate como generadores de ruido. No se trata aquí de una mera dificultad para entender, sino de una activa voluntad de incomprensión que se vuelca contra la comunidad bajo la forma de una ignorancia airada y jactanciosa: es un enfado ante la complejidad del mundo percibida como agravio; y es la revancha de la impotencia: conjura de pequeños delirios de grandeza autoconvocados a celebrar el fracaso del pensamiento.

La libertad de expresión es un derecho irrenunciable, pero sería deseable que su ejercicio estuviera equilibrado por una actitud más consciente de las muchas oportunidades que la inteligencia ofrece. El que esa virtud, hoy en día, se ausente con más frecuencia en los internautas de sexo masculino, convierte al terraplanismo en asunto de hombrecitos.

Epílogo por la renovación de la esperanza

Poco territorio del Mundus Novus pudo cubrir esta reseña. Casi nada se dijo de esos otros continentes llamados TikTok, Facebook o Youtube. Y muy escueta ha sido en lo concerniente a las formas virtuosas de la convivencia en Twitter: las muchas prácticas que certifican que la nueva tierra es abundante en vida inteligente y costumbres dichosas. Si aún es lícito tener fe en el progreso, podemos creer que estamos en pleno proceso civilizatorio, y que acaso un día nuestras costumbres menos encomiables serán recordadas como los vestigios de una era todavía encandilada por las posibilidades expresivas que, de golpe, un día la tecnología puso en sus manos. Por hoy, somos los alebrestados homínidos de Stanley Kubrick gruñendo alrededor de ese monolito gigante que es el smartphone.

A la espera de que este progreso se complete (o comience), Twitter retendrá su adictiva atmósfera de taberna ubicua, de hábito de mano en el revólver, de vocación pleitera como acto de comunión social (buenos días, ¿hoy a quién estamos insultando?), de batalla inminente y riña a la menor provocación —ex tóxico hecho red social—. Una cosa es segura: Twitter es relevante no como tergiversación, no como la presunta decadencia respecto de un pasado más comprometido con la verdad, sino como un acervo de prácticas que revela algo nuevo de nuestro ser individual y colectivo. ¿Te preciarás de saber quién eres si no te has visto interactuar en Twitter? ¿Cómo conocerás tu capacidad de odiar al prójimo si no has revisado a qué cuentas le dio like?

Pide, viajero, que tu periplo por esta tierra sea abundante en combates y aventuras que acrecienten tu fama, y que cuando el atrevimiento de gigantes y villanos te requiera al campo de batalla, el eco de tu grito se prenda a la memoria de las eras: aber babosos ignorantes, es un solo tuitero quien os acomete… EP

* Comentarios obtenidos de las cuentas: @pedroferriz3, @IrvingGatell, @RicardoAlemanMx, @ManoloNajera, @clubdeviernes, @ccamacho88, @RicardoBSalinas, @VicenteFoxQue.

  1. Véase el capítulo “Postulados de la lingüística” en Mil Mesetas. “La unidad primordial del lenguaje es la consigna”, p.84 []
  2. La sección aparece en la edición mensual de El Chamuco. La colección completa de la recopilación puede encontrarse aquí []
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