¿Quiénes somos frente a los dispositivos que usamos todos los días? Daniela Tarazona ensaya alrededor de los reflejos que dejamos en las cámaras móviles.
Tinta negra
¿Quiénes somos frente a los dispositivos que usamos todos los días? Daniela Tarazona ensaya alrededor de los reflejos que dejamos en las cámaras móviles.
Texto de Daniela Tarazona 03/12/21
El otro día, después de rascar mi pantallita para ver las redes sociales y pescar el video del presidente balando de manera consecutiva como un borrego, decidí que estaba bien no hacer nada. Entonces, me instalé en el sofá para ver la televisión con José. Le dije que había presenciado una conversación sobre la serie coreana El juego del calamar en la que no había podido participar por no haberla visto. Lo invité a que rascara el control remoto para dar un par de clicks y verla esa noche de ocio. Atravesé el primer capítulo con cierta sensación de asco. No llegaré al segundo porque soy mala para no hacer nada y ver, mientras tanto, los ojos desviados y cristalinos de la muñeca gigante.
Recordé los juegos infantiles o juveniles. Había uno que se llamaba “encantados americanos” y se parecía al juego de la muñeca gigante, aunque claro que no había metralletas insertadas en ningún muro. No sé por qué eran “americanos” ¿eran de origen gringo?; la cosa consistía en correr y quedarse quieto, había un integrante del juego que te tocaba si te movías y entonces el encantado eras tú y tenías el poder de encantar a los demás. No recuerdo los detalles, por desgracia. Me aburría.
Además de este juego de poco riesgo, estaba el resorte. Yo era fanática y tenía un talento especial, para ser franca. Brincaba y hacía combinaciones con agilidad y me salía muy bien el “talache”, que era caer con un pie primero que el otro después del brinco. El juego se complicaba conforme avanzaba y tenía niveles: el resorte iba subiendo por las piernas de las dos personas que lo sujetaban. El nivel más alto se llamaba “nubes” y había que atraparlo con los brazos. Era la parte desafiante para mí, dada mi baja estatura, pero en aquel entonces los recreos eran una gozadera de competencias múltiples y nadie moría por ello.
En los tiempos que corren parecería imprescindible moverse y también quedarse quieto para no morir. Trabajar sin tregua y ver series televisivas durante horas para no morir. Moverse es trabajar, pero tomarse una selfie es trabajar también. El capitalismo no tiene piedad. Tal vez eso pueden significar los ojos de la muñeca gigante: la abstracción de todas las lentes, de todas las cámaras. Te veremos moverte y quedarte quieto. Te veremos morir. Y ¿morir de qué? De tedio, de desesperación, de soledad, de cansancio. Las metralletas insertadas en las paredes terminan con la vida que desobedece las reglas o con las vidas que no se congelan bajo las lentes. Ser fotografiado es morir un poco. No salir en la foto se parece a estar agonizando.
Cuando la muñeca gigante tiene la cabeza girada hacia el árbol y no ve lo que ocurre en el juego tiene lugar la oportunidad, aunque dure un instante. El desplazamiento ocurre motivado por conseguir la gran suma de dinero y, para muchos integrantes del juego, ganar la suma significaría saldar sus deudas millonarias. El riesgo de muerte aparece cuando ella voltea y mira con sus ojos censores.
Hace unas semanas, Kim Kardashian apareció en una gala con el cuerpo entero cubierto de tela negra. Era el no-vestido más inquietante que he visto. Me decía Gina Jaramillo, durante una conversación fabulosa, que consideraba el acto de la Kardashian como una afrenta: ella desafiaba así la propia venta de su existencia, de su intimidad, de sus movimientos y su pasmo, de su belleza plastificada, envasada y distribuida por el planeta entero, anulando su identidad comercializada bajo la tela negra. Agradezco a Gina el haberme compartido esta imagen y sus observaciones.
Como en el resorte, los juegos inclementes de la exposición de la vida personal, de nuestros rostros, acciones, dolores o traumas, festejos y reuniones, tienen niveles. Hay quienes juegan de manera magistral a las “nubes”. El otro día me sumergí en el universo de los reels y quedé alucinando. Entonces, se me aparecía el cuerpo y el rostro de Kim cubiertos de tela negra. El trabajo no tiene tregua. Somos la máquina más fiel de nosotros mismos, nuestras pantallas y las cámaras de nuestros dispositivos lo saben.EP