Mariana Rosas Giacomán, becaria de la Fundación para las Letras Mexicanas en el área de narrativa, escribe sobre el significado de las dedicatorias y la amistad.
Becarios de la Fundación para las Letras Mexicanas: Sobre el arte de borrar dedicatorias
Mariana Rosas Giacomán, becaria de la Fundación para las Letras Mexicanas en el área de narrativa, escribe sobre el significado de las dedicatorias y la amistad.
Texto de Mariana Rosas Giacomán 24/11/22
Una noche, la noche en la que supe que la amistad había terminado, lloré tanto que me deshidraté. En realidad el origen del llanto era otro, estaba viendo The Shawshank Redemption por primera vez y la escena del preso que después de pasar toda su vida en la cárcel es liberado y no encuentra su lugar en el mundo me pareció extremadamente triste. Empecé a lagrimear al ver al personaje, un hombre mayor, asustado por el paso de los automóviles. Fue como si hubiera abierto la llave del lavabo, porque aunque la escena ya había concluido, el llanto solo incrementaba. Tanto, que entendí que había otra cosa dentro de mí que estaba lastimándome. Entonces me pareció obvio, era la ruptura con mis mejores amigas unos días antes. La pelea muda por la que no me había permitido entristecerme. Al mirarme en el espejo no me reconocí en aquel llanto: no se parecía al de mis episodios de tristeza adulta —y pasajera—, sino más bien al berrinche infantil. Ese llanto inconfundible que asfixia, enrojece la cara y transforma las expresiones en las de un niño hambriento, adolorido, incómodo. Llorar me apena. Si lo hago, prefiero que sea en mi habitación o en la regadera, quizás el lugar universal de los soliloquios tristes. Pero esa vez, también como una niña, le pedí a mi papá que me abrazara y se quedara conmigo hasta que me tranquilizara. Me tomé la mitad de un tafil, en una solución adulta a mi llanto regresivo. Al despertar mi mente se sentía como una nube, la neblina flotando alrededor de toda la lista de cosas que quería decir, que quería escuchar pero nunca lo hice. Pero como toda nube, terminó por convertirse en agua. Las lágrimas fueron una constante en los siguientes meses. A veces llegaban como un pequeño aguacero cuando escuchaba alguna canción que me recordara a ellas, mis antes mejores amigas, y otras veces se asemejaba más a un huracán que por las noches arrasaba con una ciudad construida sobre recuerdos. Cuando el llanto finalmente cedió y se transformó en otras cosas —enojo, lecciones y cambios— llegó a mi mente la pregunta fundamental ¿ahora qué iba a hacer con la novela que les dediqué?
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En el poema Respuesta, de María Rivera, originalmente había una dedicatoria. Por lo tanto se leía de la siguiente forma: Respuesta [a Luigi Amara]. Tras una irreconciliable pelea entre ambos —que no me consta, me la platicó un amigo de la misma forma que nos platicamos otros chismes literarios— el poema fue reeditado y se convirtió en Respuesta. ¿Pierde el poema el sentido sin la línea inicial de la dedicatoria? No lo creo. Sin embargo la dedicatoria agregaba un elemento al imaginario del lector. No se trataba de una Respuesta sino la respuesta a alguien, a una conversación entre amigos donde se hace una profunda confesión, como las que solo se tienen hablando con amigos en la noche, sentados en la cocina con un café, un cigarro a punto de apagarse.
“Es triste, lo sé.
Pero no tengo corazón para las cosas
felices en este mundo”
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A veces pienso en John Lennon y Paul McCartney. No en su amistad sino en su agria separación. En How do you sleep?, canción de su segundo álbum como solista, Lennon escribió versos furiosos para su antiguo mejor amigo. Those freaks were right when they said you were dead / Los raros tenían razón cuando dijeron que estabas muerto, haciendo alusión a la famosa teoría sobre una supuesta muerte secreta de McCartney. Since you’re gone, you’re just another day / Desde que no estás, eres solo un día más. Antoher Day, como la canción del álbum solista RAM, que Paul McCartney lanzó en 1971 cuando la ruptura con los Beatles aún era una herida fresca. Lennon no tuvo que escribir To Paul en la letra ni en la portada del disco para que sus fanáticos comprendieran a quién iba dirigida la pista.
Me pregunto por qué se odiaron tanto. ¿Exceso de convivencia, quizás? Por más de diez años estuvieron unidos por la música como dos siameses. Tal vez el hartazgo era inevitable. Recordemos, también, que se conocieron a las edades de 16 (John) y 15 (Paul). Eran dos adolescentes, con afición por el rock n’ roll, ganas de crear algo significativo y una tragedia compartida: la muerte prematura de sus madres. Pero entre los 15 y la llegada de los 30s, atravesando la fama en la esquizofrénica década de los sesenta, era difícil que no crecieran hasta ser irreconocibles para sus versiones de 1957, cuando tocaron juntos por primera vez.
McCartney también lanzó indirectas para Lennon en algunas de sus canciones como solista. El ejemplo más claro es quizás Too Many People, donde canta too many people preaching practices, don’t let them tell you what you wanna be / Demasiada gente predicando prácticas, no les permitas decirte lo que quieres ser, apuntando hacia el activismo característico de la relación entre Lennon y su pareja Yoko Ono.
La indirecta es quizás el opuesto perfecto a la dedicatoria. El destinatario no es nombrado, a pesar de haber inspirado las palabras. Además, el autor de la indirecta procura colocarla cerca del blanco, con la intención de que éste la vea, la descifre y responda [con otra indirecta]. Nombrar sin nombrar, hablar sin el interlocutor pero esperando a que este escuche. Un juego de squash.
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Lo bueno: ese viaje a la playa en la que me la pasé con ganas de llorar por lo feliz que me sentía. Era mi primera vez saliendo de viaje después del encierro ocasionado por la pandemia. Como quien pasó por un proceso de anestesiamiento, el mundo exterior me pareció más grande, más hermoso que nunca.
Las cuatrimotos tenían una etiqueta en el costado con la leyenda: no subir más de dos personas, usar casco, no subir bajo los efectos de alcohol. El preludio a la ruptura de las tres reglas —que, en mi defensa, el alcohol fue una cerveza— fue la voz del niño que atendía el negocio. Nomás aguas, que no tenemos seguro. Y la moto se abrió paso sobre la arena de una playa vacía, casi desierta, cuyo cielo resplandecía en todos los tonos de rosa que podían existir. La moto se detuvo varios kilómetros adelante, donde lo que se veía como una jungla empezaba a comerse la orilla del mar. Había anochecido, el vehículo no arrancaba y una manada de perros merodeaba a nuestro alrededor. Moríamos de risa a pesar de lo que pudiera pasar y, casi sin que nos diéramos cuenta, llegó un pequeño grupo a rescatarnos. Me quedé dormida en el taxi de regreso al hotel, mientras escuchaba una conversación sobre el romance entre Ana Gabriel y Verónica Castro.
Lo malo: mi ausencia como el primer augurio del final. ¿Por qué ya no salgo en sus fotos? pensé, al mirarlas sonrientes en mi pantalla abrazando a alguien más. El video de una fiesta sin mi nombre entre los invitados. La fotografía en un restaurante, y después en otro, un café, un museo, un viaje como los que solíamos hacer. Una carcajada. Después, como una canción de Lennon, la indirecta.
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Cuando hablé de mi dilema con un grupo de nuevos amistades, una de ellas me hizo consciente acerca de los pocos retratos existentes en torno a las rupturas de una amistad. Existen tantas películas, tantos libros y artículos para superar el fin de una relación romántica, me dijo, y para la pérdida de familiares e incluso mascotas. Pero nada sobre perder amigas. Intento pensar en un ejemplo, pero no se me ocurre ninguno. Es cierto. ¿Pero a qué se debe esta exclusión de un tema universal dentro de la cultura pop? Quizás, me respondió ella misma, porque cuando empezamos una relación de noviazgo sabemos que puede terminar. Sabemos que nuestros familiares algún día, ojalá lejano, van a morir. A las amistades las damos por hecho. Dicho de una forma más romántica, pensamos que una amistad profunda será para siempre. En muchos casos lo es, tengo amigas a las que conozco desde los 3 años. A las que más quiero las conocí en primero de secundaria, hace exactamente once años. Una breve eternidad. Pero no pensamos en que este lazo pueda terminar, más bien sabemos que puede enfriarse durante etapas, tener periodos de alejamiento y poco contacto. Sin embargo no finalizan, eventualmente regresan y se mantiene implícita la promesa del para siempre. El para siemprees el deseo, pero no la regla. Al escribir la dedicatoria de mi novela y enunciar dos nombres, estaba pensando en la permanencia de la tinta como una permanencia de su compañía. Era a mi manera la manifestación del deseo por ese para siempre.
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Liam Gallagher, ex-vocalista de Oasis, ha construido la mayor parte de su carrera como solista a partir de indirectas para su hermano Noel, quien fue guitarrista y compositor de la misma banda. Las letras de sus canciones inauguran en mi biblioteca musical el género desamor para un hermano que no responde. Y en la voz de Liam —desgarrada por la edad pero aún con la actitud que la caracterizó en los noventa— las disculpas, los reclamos y los deseos de reconciliación son lanzados como mensajes en una botella. El hermano mayor no reaccionó hasta que, por fin, después de tantas indirectas, tomó una contundente decisión: bloquear las canciones de Oasis para que no pudieran aparecer en el soundtrack del documental que Liam está por lanzar. Lo notable es que en todos estos actos no se ha pronunciado una sola palabra entre ellos.
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Lo bueno: ¿Cómo llegamos aquí? pregunté, o creo que pregunté. No recuerdo, fue como un sueño. Eran las cuatro de la mañana, habíamos seguido a un clan de desconocidos amistosos hacia un bar que aún no había cerrado. Las mesas estaban en un pequeño balcón interno, debajo el hielo seco flotaba sobre lo que parecía ser un espejo. Escuché gritos, ¿qué haces, qué haces? y una de ellas, completamente sobria y consciente de sus actos, se lanzó al precipicio. Cuando creí que mi corazón iba a salir por mi garganta, su cara risueña emergió del agua de una alberca.
Lo terrible: el silencio, la tensión suspendida se alargó por semanas. La amistad, como una delgada capa de hielo, una noche se rompió con el filo de unas palabras. Mis palabras. Nadie tiene la intención de ceder. Ojalá nos salga natural algún día.
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Alguna vez leí que hay más ficción que realidad dentro de los recuerdos. La psicóloga estadounidense Elizabeth Loftus ha trabajado a lo largo de su carrera el tema de la memoria y los falsos recuerdos. En un videoensayo para El País (2017), Loftus explica que los recuerdos no son un libro al que podamos volver y encontrar las palabras intactas. Son, en realidad, como una página de Wikipedia que podemos editar de manera constante.
De mis viejas amistades me quedan solo los recuerdos, y la idea de que podría estar (ficcionalizándolos) de pronto me hace sentir terrible. Siento un dolor repentino en la cabeza, un llanto a punto de ocurrir. Me pongo de pie y, sin que nadie me vea, me voy de mi escritorio para caminar por la calle un rato. El ruido constante de la colonia Juárez me distrae de mi tristeza. Un hombre vende frutas con un altavoz: fresas, kiwis, fresas, kiwis, y su eco suena en un radio de tres o cuatro cuadras. Escucho conversaciones indistintas en chilango y en inglés, niños riendo mientras corren alrededor de la tétrica estatua de Giordano Bruno. Cuando por fin he dejado de pensar en ellas, en los Gallagher y las peleas de los Beatles, leo una pinta en la pared y se siente como una respuesta del cosmos. La pintura rosa está desgastada por la lluvia y el polvo, incluso algunas de sus letras se han borrado. Pero el mensaje está ahí, y yo lo veo y es como si hubiera sido escrito solo para mis ojos: «Ya no te dedico mi canción».
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Si bien Lennon y McCartney se reconciliaron antes del asesinato del primero, la relación no volvió a ser tan cercana ni frecuente como alguna vez lo fue. Sobre la reconciliación de los hermanos Gallagher se ha especulado mucho, tanto que hasta los más fieles seguidores de Oasis han dejado de esperar a que suceda. El tiempo lo dirá, pero quizás, al igual que Lennon y McCartney, su lazo no estaba predestinado a durar para siempre, sino limitarse a unos años de lucidez e irrepetible magia.
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Lo hermoso: sonreían desde la primera fila del público. Después de la introducción de la editora, pasaron a leer un fragmento del libro. Mi libro, que en realidad era su libro. Tuve que salir un momento al balcón: el vestido comenzaba a incomodarme, el calor hacía arder mis mejillas. Me temblaban las piernas y las manos y quizás los ojos. Me asomé a mirar la cara del público. Mi mamá, mi suegra, amigos de amigos escuchaban mis diálogos plagados de palabras altisonantes y confesiones. Quería que me tragara un abismo. A lo lejos escuchaba sus voces leyendo orgullosas y de pronto, sentí el corazón iluminado por un rayo de luz.
Lo que duele: los nuevos amigos preguntan de qué trata mi novela. Sobre mis amigas, hubiera contestado antes, si los hubiera conocido entonces. Sobre mis amigas y las noches en las que nos desvelábamos, nuestras tristezas compartidas y la música que nos gustaba escuchar. Sobre el bar con alberca a la que una se lanzó. ¿De qué trata? preguntan y no quiero contestar. La pregunta me arde, me da comezón. ¿Qué hacer, finalmente, con la maldita dedicatoria?
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Mi canción favorita de Liam Gallagher, entre muchas otras escritas a su hoy lejano hermano, es Once. En el video aparece un rey (interpretado por el futbolista Eric Cantona) caminando solo por su castillo. El comedor está repleto de copas, pero no hay nadie más que aquel monarca que no luce solemne, sino destrozado. Como si fuera el único despierto después de una fiesta de la que todos se fueron. Liam canta when the dawn came out you felt so inspired to do it again, but it turns out you only get to do it once / cuando amaneció te sentiste tan inspirado para volver a hacerlo, pero resulta que sólo puedes hacerlo una vez. Yo también lo creo, como escribió Scott Fitzgerald en The Sensible Thing, que existen distintos tipos de amor pero nunca el mismo amor dos veces.
Para la reimpresión de Hay mucho humo en mi habitación decidí borrar la dedicatoria, y con ello reemplazo la promesa de un para siempre por la certeza de que fue un instante, un instante extraordinario. EP
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