Estos poemas pertenecen al libro Otro agosto habita el aire, ganador del Premio Estatal de Poesía Ciudad de La Paz 2019, próximo a publicarse por el Instituto Sudcaliforniano de Cultura.
“Retrato de la abuela” y otros poemas
Estos poemas pertenecen al libro Otro agosto habita el aire, ganador del Premio Estatal de Poesía Ciudad de La Paz 2019, próximo a publicarse por el Instituto Sudcaliforniano de Cultura.
Texto de Yaroslabi Bañuelos 28/08/20
Retrato de la abuela (I)
La abuela cargaba vasijas de viento sobre su espalda torcida
y aquellos pasos hacían temblar el cascabel del desierto.
Todas las mañanas la abuela clavaba la tristeza junto al sol
y arrastraba sus talones hacia el pozo de agua.
Los cencerros de las chivas reclamaban el follaje y la espera,
la abuela ordeñaba y la leche caía fresca entre las hojas
como miel que se escurre del panal.
Después venían a la mesa los quesos envueltos en manta
y la algarabía de la cena; gracias a la abuela
comimos cuando las cacerolas resecaban sus migajas.
Ella invitó a nuestros estómagos
las acelgas y los chícharos, las tortillas de harina, el requesón.
Sobre su espalda ensortijada la abuela acarreaba
la soledad de un desierto inmenso,
el hambre atrasada de sus hijos, el voraz apetito de los nietos.
Retrato de la abuela (II)
La abuela amó el sabor risueño de las mandarinas,
las telenovelas empalagosas como un sorbo de arroz con leche,
y el camino azul que corre hacia el mar.
Amó el café de las cinco, el alboroto de los zenzontles,
la tonada campestre que rumian los becerros.
Yo amé la trenza plateada que caía sobre sus hombros,
su voz de agua serenada, aquellas manos
que siempre traían a la casa una canasta de pan y lluvia.
Raíces
Ese árbol de olivo que crece al borde del desierto era la abuela,
sus manos dieron de beber a las aves y al viajero cansado,
manos sonrientes que acarrearon sin prisa a los pueblos huérfanos
canastas de tunas o los murmullos que sopla el monte.
En cada primavera fugaz brotaba en sus ojos la flor de la aceituna,
pero el lente cristalino de su mirada se llenó de nubes
y en el mundo sólo quedaron sombras y torpes figuras anochecidas.
La abuela fue la última semilla de una tribu de mujeres nómadas,
sus pisadas imitaban las campanadas de lluvia,
el ruido de los animales silvestres que pisan la yerba muerta,
y el viento entre sus cabellos cenizos hacía sonar
el eco de los ancestros que labraron la sal de este suelo enfermizo.
Una mañana de diciembre, la abuela secó sus raíces al sol del invierno,
pero jamás desprendió su corazón de la tierra.
Sueño de una noche de estío
Anoche la abuela visitó mis sueños,
apareció en forma de pinacate
y dijo que venía a traerme un recuerdo henchido de palomas.
Me entregó un cofre de carrizos
que contenía conjuros cochimíes y epifanías del desierto.
Pude ver en ella los árboles del monte, la damiana tapizada de rocío,
la churea que va bordando brechas
y el escondite de los cerdos salvajes que huyen de los hombres;
también palpé la sequía
quemando con saña la sangre de los berrendos,
la sed de los gorriones, la bala enterrada en las costillas del venado,
el perdigón hundido en el camino de la liebre.
[La abuela convertida en viento
me regaló un manojo de canarios, un molino de agua,
y junto a la almohada me dejó
un trozo de su memoria envuelta en arcilla fresca
luego se marchó a otro estío,
a donde se van los sueños que se escapan de la aurora.] EP