En la columna Registro, Pablo Íñigo Argüelles escribe sobre el mundo que observa, pero sobre todo de fotografía y todo lo que implica.
Registro | Mirar sin miedo: sobre Nacho López, Wolfgang Tillmans y la actualidad incierta de la fotografía
En la columna Registro, Pablo Íñigo Argüelles escribe sobre el mundo que observa, pero sobre todo de fotografía y todo lo que implica.
Texto de Pablo Íñigo Argüelles 15/11/23
Veo un par de vasedactigrafías de Nacho López por primera vez y no puedo sino pensar en el miedo. Vase, de vaselina; dacti, de los dedos; grafía, de la escritura. A principios de los años ochenta, Nacho López embarraba vaselina a sus amigos y esposa en diferentes partes del cuerpo para luego hacerlos entrar al cuarto oscuro, en donde les pegaba el papel fotosensible contra la parte untada. El resultado eran emulsiones abstractas impregnadas en el papel, fotografías para las que López no utilizaba la cámara en absoluto.
Es curioso pensar que estos experimentos fueron hechos poco después de que, en 1980, escribiera que “la fotografía fundamentalmente es un reflejo de la realidad y no jueguitos de experimentación estética”. Y si bien lo anterior fue una afirmación dentro de un contexto determinado (su decisión de no participar en la Bienal de Fotografía de ese año en Bellas Artes y su crítica para el boom fotográfico de la época), no puedo evitar poner ambos momentos sobre la misma mesa y pensar que el primero fue producto del miedo, y el segundo, su serie de vasedactigrafías, fueron la cura para este.
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Es difícil decir exactamente en qué lugar se encuentra la fotografía hoy. Basta con saber que vivimos regidos por algoritmos, en donde estos (eruditos anónimos y omnipotentes) prefieren todo formato antes que la foto fija y anteponen el contenido (lo que sea que esto sea).
Ante lo anterior hay quienes afirman que sólo el purismo la salvará, que la defensa y permanencia de las viejas prácticas será lo que la mantendrá incólume frente a la tiranía de los algoritmos y la inteligencia artificial, que cada día se nos explica más apocalíptica y más malévola.
Sin embargo, la verdad es que, si para “salvar” a la fotografía de algo, hay que mirar al pasado, yo prefiero volver siempre a momentos como en el que Nacho López se desafió a sí mismo con un frasquito de vaselina.
Pensar en él, experimentando, en contraste con el resto de su totémica obra (de la que se ha escrito hasta el cansancio), me da un nuevo punto de partida para revisar una obra que parece irrebatible.
El año pasado se habló mucho de la exposición To Look Without Fear de Wolfgang Tillmans, en el MoMA, sobre todo su importancia en el mundo pospandémico, pues fue la primera exposición monumental y multitudinaria que marcó el fin de las restricciones drásticas en los museos.
Para ser honesto, lo que yo más recuerdo de esa exposición no son las ampliaciones monumentales de Tillmans, ni su contraste con formatos totalmente opuestos, ni sus inéditos, sino las impresiones adheridas con masking tape, las fotos pegadas a la pared con alfileres, clavos desnudos, una museografía que incluía hasta a las puertas de emergencia para disponer el trabajo de Tillmans. Eso es lo que hasta ahora, un año después, sigue resonando en mi cabeza.
Y es que si el lugar de la fotografía hoy es más incierto que nunca, no es debido a la amenaza infame de la IA, sino a la resistencia que esta nos inspira, basada en el miedo, en el terror hacia lo nuevo, al masking tape en los museos, a los clavos desnudos y a las fotografías sin cámara.
El miedo —ese que nos congela ante lo desconocido— no comprende que el escritor puede también ser fotógrafo, que el pintor pueda también ser poeta, que la fotografía no es el producto final, sino todo lo que pasa antes: la fotografía es una gran conversación que ha dejado de ser vertical y descendente. ¿Y nosotros? Debemos ver qué hacer con el miedo, qué es lo que pasa en los momentos en que, como Nacho López, untamos vaselina en la cara de alguien por curiosidad. No hay inteligencia artificial que supere aquello. EP
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