La muestra Meet Melecio Galván: The Secret Artist & His Mexican Contemporaries fue inaugurada el pasado mes de marzo en el Blanton Museum of Art de la Universidad de Texas, en Austin, y busca reinsertar el trabajo de Galván entre el de sus contemporáneos y la generación que les antecede, la de la Ruptura. 

Entre otras obras de artistas como José Baca, Rafael Coronel o José Luis Cuevas, la obra de Melecio Galván resalta por su vigencia y resulta una oportunidad invaluable para que la obra de Galván sea conocida en todo el mundo, y con ella las causas, universos y sentimientos que transmite: desde el realismo mágico hasta la férrea protesta contra la militarización.

La doctora Vanessa K. Davidson, curadora de arte latinoamericano del  museo, me cuenta que su intención no fue solamente presentar a Galván a un nuevo público, sino también configurar, a través de la curaduría, una demostración visual de la reinserción de Galván dentro de la narrativa del arte neofigurativo en México al incluir sus dibujos al lado de obras de sus contemporáneos mexicanos, también provenientes de la colección permanente del Blanton Museum of Art.

Y es que, recientemente, el museo adquirió 41 dibujos de Galván (la colección más extensa fuera de México), con los que se conforman está exhibición que estará abierta hasta finales de agosto.

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Durante años, Amaranta Galván se sintió culpable por la muerte de su padre. En una videollamada a principios de este mes, me cuenta sobre ese viernes de 1982, en que su padre, el dibujante Melecio Galván, salió de su casa en San Rafael, Estado de México, con la intención de cobrar unos pagos pendientes en la capital y así poderle organizar una fiesta para su cumpleaños número 12, que era el lunes siguiente: dormí la última noche con él y, por no haber impedido que saliera ese día, me sentí muy mal; eso fue un trauma de mi infancia que lo tengo muy claro.

El lunes siguiente, el mismo día del cumpleaños de Amaranta, encontraron el cuerpo del dibujante de 37 años a las afueras de Chalco con señas de tortura, un asesinato que hasta la fecha no se ha esclarecido: no quisiera que el peso de su muerte compitiera con la historia de su obra, pero es importante para entenderlo: a él lo asesinaron en 1982 y siempre he dicho que mantener su obra guardada es volverlo a asesinar.

Después de su muerte, sus colegas del grupo MIRA, los artistas Arnulfo Aquino, Eduardo Garduño, Rebeca Hidalgo, Silvia Paz Paredes y Jorge Pérez Vega tomaron custodia de su obra y le organizaron un homenaje en el vestíbulo del Palacio de Bellas Artes, y aunque decidieron que Amaranta tomaría custodia de la obra de Galván cuando cumpliera 18 años, no fue sino hasta 1997 que tomó formalmente las riendas de su archivo, una tarea tanto difícil como terapéutica. Fue gracias a ello que Amaranta conoció al artista detrás del padre: difundir la historia de su obra es desde el amor y en parte, también, para hacer justicia; es ver la ternura como protesta, como el no resignarse a lo trágico. 

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Pellizco la pantalla de mi celular para hacerle zoom a uno de sus dibujos, Paloma o Águila (1980), uno de los tantos dibujos que hacen una crítica frontal a la represión de las autoridades y por lo que Galván es principalmente conocido. Llevo minutos viéndola. Como la mayoría de su obra, está repleta de detalles, como si el dibujo hubiera sido pensado para verse de esa forma: las plumas del collage del ave están hechas de bombas, pero solo son perceptibles si se ven muy de cerca.

Galván eligió el dibujo como su práctica principal desde de que era estudiante de la  Academia de San Carlos, a diferencia de sus contemporáneos y amigos del grupo MIRA (con quienes trabajó en Estados Unidos bajo el nombre de Grupo 65 y con quienes posteriormente fundó la Escuela Popular de Arte en Puebla) que eligieron explorar otras disciplinas.

Galván hizo del dibujo el resultado mismo de su obra, y no solo un esbozo hacia algo mayor: creía en alejarse de los estereotipos y en el compromiso con las causas de su tiempo. 

A primera vista, muchos de sus dibujos parecen inacabados, pero es la infinidad de trazos y los detalles que aparecen al contemplarlo más tiempo que hacen resaltar la originalidad que lo mantiene vigente.

“Melecio dibujaba todo el tiempo: en tapas, en libretas, en servilletas; hay una pulsión por dibujar. Estaba enamorado del dibujo desde niño”, me dice Amaranta, “pero su trabajo también representa la oscuridad de lo humano, como en la serie Militarismo y Represión”.

Ahora su obra está cobrando interés en las nuevas generaciones, que han descubierto en sus trazos un puente entre la tradición del grabado o la obra de Da Vinci o Rembrandt, con el manga y el cómic. A propósito de esto, Amaranta concluye que esa es la razón por la que siempre abre el archivo de su padre a gente interesada en su obra, pues puede arrojar mucha luz a los artistas emergentes. EP

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