Veo un par de sillas en una habitación. Descansan juntas en una esquina. No sé si están vacías (¿una silla en la que no se sienta nadie es una silla vacía?). A una de ellas, la de la derecha, la ilumina un rayo de luz que entra por una ventana. 

Me acerco, tanto, que puedo ver que Robert Rauschenberg tomó la foto a pulso, a una velocidad lo suficientemente lenta como para revelar el movimiento natural de su respiración al sostener la cámara. Para algunos, un descuido primerizo, para otros, el único detalle capaz de dotar de humanidad a un fotograma.

Me alejo un poco para entender su composición vermeeriana y pienso que el verdadero fin de esa imagen no es la silla bañada por una diagonal de sol, sino la que está a su izquierda, a oscuras, ignorada por la luz. 

Estoy en el segundo piso del 79 de Essex Street, en el Lower East Side de Manhattan, en el museo del International Center of Photography, y esta imagen, Quiet House, Black Mountain de 1952, tomada por Rauschenberg,  es una de las más de 150 fotografías que forman la exhibición cronológica ICP: at 50, curada por Elisabeth Sherman y que celebra 50 años de existencia de una de las instituciones dedicadas plenamente a la fotografía más importantes del mundo.

Fundado en Nueva York por Cornell Capa en 1974 para ser el bastión de la ‘fotografía comprometida’ o ‘concerned photography’, el ICP ha ofrecido más de 500 exhibiciones fotográficas a lo largo de 50 años, ha tenido 4 sedes y sus paredes han visto pasar a fotógrafos, maestros, curadores y estudiantes de todas partes del mundo, muchos de ellos mexicanos, entre los que pueden nombrarse Yvonne Venegas, Graciela Iturbide, Pablo Ortiz Monasterio y Nacho López.

Con sólo recorrer la muestra, curada desde su colección permanente conformada por más de 200 mil archivos, impresiones y negativos, uno puede entender la influencia que el ICP ha tenido en el mundo fotográfico: de alguna forma, todos los autores han estado involucrados con el centro.

Desde la foto La de las Bellas Artes del mexicano Manuel Álvarez Bravo, que cuelga a centímetros de una impresión en plata gelatina de Tina Modotti, o la famosa miliciana de Gerda Taro, que está a sólo metros de una de las pocas fotos de Robert Capa que sobrevivieron al desembarco en Normandía, o la colaboración de Gordon Parks y el escritor Ralph Ellison, un antes y un después en la relación de la literatura y la imagen, hasta los íconos de la cultura popular como Kris Kristofferson y Barbra Streisand fotografiados por Francesco Scavullo. 

La exhibición también revisa algunos momentos clave de la historia americana, como John F. Kennedy visto por Cornell Capa, Martin Luther King visto por Dan Weiner y un fotograma rescatado de las ruinas del World Trade Center después del 11 de septiembre de 2001, tomada por Bill Biggart, quien no sobrevivió al derrumbe de las torres.

Y ahí, entre todas, la foto de Rauschenberg: sólo un par de sillas en una habitación. Esa fotografía guarda en sí misma el principio de toda ironía: un rayo de luz que ha viajado kilómetros, y esa silla, una simple silla de madera que Rauschenberg decidió mirar un buen día, se salva por milímetros (o una eternidad) de ser iluminada.

Quizás en esa ínfima distancia de posibilidad, entre la luz y la sombra, habite el verdadero momento decisivo de la invención fotográfica. EP

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