Creo que lo más interesante de la exposición Paul McCartney Photographs 1963–64: Eyes of the Storm es que, hasta 2020, nadie conocía la existencia de las fotografías que la componen. 

McCartney sólo recordaba vagamente haber documentado su día a día entre 1963 y 1964 —al filo de aquella ola de frenetismo y multitudes que significó la llamada beatlemanía—, pero la tormenta que trajo el éxito de The Beatles en el show de Ed Sullivan (y que duraría hasta su separación en 1970) provocó que esos negativos quedaran enterrados en un alud mnemónico en su cabeza.

A primera vista, cuando empezamos a observar las fotos de la primera parte —una sucesión de retratos y autoretratos en blanco y negro— podemos llegar a pensar que hemos visto esas fotos millones de veces, porque la exhibición —inaugurada en mayo en el tercer museo más grande de Nueva York— relata parte de una de las épocas más documentadas de The Beatles: su llegada a Estados Unidos, sus peripecias en el Hotel Plaza, Central Park, multitudes corriendo detrás de los coches que los llevaban de lado a lado, de show en show, de entrevista en entrevista.

Sin embargo, conforme avanzamos por las diferentes salas, rostros y momentos, nos damos cuenta de que la muestra, en realidad, narra instantes cotidianos, nunca antes vistos; una especie de historia alterna vista desde el centro mismo un fenómeno entonces inédito. 

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Una cámara Asahi Pentax desgastada descansa al interior de una vitrina de acrílico. Es idéntica a la que Paul utilizó para hacer todas las fotos que ahora me rodean —la original es probable que viva en un sótano esperando a ser redescubierta para subastarse por millones—.

Mientras la analizo me es inevitable hacer una analogía: al igual que The Beatles revolucionaron el negocio de la música sin propiamente “inventar” nada, Pentax también revolucionó el mercado de las cámaras SLR a partir del lanzamiento de ese modelo. 

Al igual que el cuarteto, que al inicio de su carrera se valió del Rythm and Blues y versiones del catálogo Motown para cimentar su éxito en Estados Unidos, Pentax tomó lo mejor de sus modelos anteriores y otras cámaras europeas para establecer un canon en el diseño de su ergonomía que hoy seguimos viendo en las cámaras modernas de espejo. 

Ni Pentax ni The Beatles inventaron nada, pero su forma de sumar las partes y acomodarlas a su manera los convirtió, entonces, en el fenómeno de hoja de papel carbón con el que muchas cosas se hacen hasta la fecha. 

Cada una de las fotos demuestra una versatilidad inusitada que no hubiera sido posible con una cámara de formato medio, o incluso con las cámaras instantáneas que existían en el momento. 

McCartney documenta su vida con la facilidad que le permite el artefacto, y explora los alcances del objeto que tiene en sus manos. 

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La exhibición fue primero inaugurada en la National Portrait Gallery de Londres en 2022, el museo que tiene la colección de retratos más grande del mundo. Por eso, quizá las primeras partes se centran en los retratos que hizo Paul McCartney durante esos dos años: George Harrison con cara de niño, John Lennon peinándose antes de un show, Brian Epstein leyendo el periódico.

Desde el punto de vista curatorial, es interesante la labor titánica de reproducir cada una de las fotos, ya que la mayoría fueron reproducidas a partir de hojas de contacto, no de los negativos originales (muchos de ellos perdidos). Y quizá es imperceptible, pero en algunas es evidente el proceso de escaneado, retoque y luego impresión.

El hecho de que la mayoría de las fotos provengan de las hojas de contacto, permite que aún veamos las marcas con lápiz de cera con las que McCartney seleccionó, en su momento, sus fotos favoritas. 

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Si la primera parte de la muestra es interesante desde su calidad de documento, la última parte —que relata el viaje a Miami— es un homenaje al color, a la película positiva, al Kodachrome. 

Después de Nueva York y Washington, McCartney decidió cambiar la película blanco y negro por película a color. Y quizá haya sido una de las decisiones más acertadas de su carrera, pues la combinación de la beatlemanía y el color intenso de Kodak, hacen que Miami parezca otro mundo, otra época de sus carreras.

La fotografía a color no fue considerada una forma de fotografía respetable sino hasta entrados los setenta, quizá por eso en la cabeza de McCartney había una especie de práctica más relajada, más espontánea y, por lo tanto, mucho más rica visualmente. 

Las fotos de George Harrison en la alberca junto a una mujer en bikini amarillo, las fotos de la playa desde su cuarto de hotel y un dítpico de John Lennon sumergiéndose en el mar, son el verdadero ojo de la tormenta: la muestra irrefutable de que la mirada de asombro es y debe ser la primera herramienta de quien se decida a contar su tiempo. EP

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