Registro | Ensayo brevísimo sobre la permanencia

En la columna Registro, Pablo Íñigo Argüelles escribe sobre el mundo que observa, pero sobre todo de fotografía y todo lo que implica.

Texto de 14/10/24

En la columna Registro, Pablo Íñigo Argüelles escribe sobre el mundo que observa, pero sobre todo de fotografía y todo lo que implica.

Tiempo de lectura: 4 minutos

El Bosque de Chapultepec flota sobre un cielo de tormenta. En nada, la lluvia comenzará a elevarse hacia ese musgo infinito que es el bosque, visto desde el vigésimo piso de este hotel. 

María Prieto

De niño también hacía esto: acostarme boca arriba por las tardes, dejando caer mi cabeza por el filo de la cama. Me gustaba ver todo al revés: el globo terráqueo colgado del techo de mi cuarto, las torres de libros, el candelabro de la sala y, más al fondo, enmarcado por la ventana, el cráter del Popo y su fumarola eterna.

Luego de un rato en esa posición, mi cuarto parecía otro cuarto; mi casa era otra casa. La sangre presionando mis ojos, mi cerebro dando por buena esa nueva versión invertida del mundo. Era un engaño inducido y placentero, que desaparecía tan pronto me levantaba a seguir haciendo divisiones.

Es la primera vez en muchos días que me doy el lujo de estar en silencio, de acostarme al revés, de no hacer nada. Aprovechando esta cuarentena burocrática que me impide regresar a Nueva York, me obligué a revisar, limpiar, organizar y clasificar todas las fotos que hay en mis tres discos duros, una tarea que llevo años diciendo que haré, pero para la cual siempre busco un pretexto. 

Encontrarse con fotos del pasado es curioso, incluso didáctico. Veo fotos de 2010 con el mismo morbo con la que en 2010 veía fotos de 1995, criticando las modas y peinados, echando en falta amistades, preguntándome quién es quién, qué fue de tal, cuánto ha cambiado todo. Pero creo que las fotos del pasado inmediato pesan más, sobre todo las de antes de la pandemia: sonreímos diferente en esas.

Lo que más me incomoda de las últimas semanas (por decirlo de una forma) es el hecho de saber que mis imágenes son tan vulnerables. Si reflexionamos, la permanencia de nuestra memoria fotográfica de los últimos 20 años, depende de un disco duro diseñado en Estados Unidos, hecho en algún país de Asia y enviado de vuelta, a este lado del mundo, en condiciones totalmente desconocidas. Nada en absoluto, nos promete su buen funcionamiento.

¿Cuál es entonces la solución para los archivos fotográficos personales de las generaciones de la era digital? ¿Confiar ciegamente en la nube? ¿Imprimir todo indiscriminadamente? ¿Renovar discos duros cada cinco años, como el canon lo dicta, hasta tener una torre naranja de Lacies empolvados?

Si hoy, digamos, hubiera una tormenta solar que aniquilara las computadoras, para mí no quedaría nada después de 2002, el año en que mi papá trajo a casa la primera cámara digital. Lo único que me quedaría serían las mil y tantas fotos que viven en un cajón de la sala de mi casa y que, ante esta ansiedad de apagones tecnológicos que me ha invadido, decidí, irónicamente, empezar a escanear.

No hemos visto aún el problema que significará en el futuro el exceso de imágenes que estamos generando. ¿Estaremos destinados a olvidarlo todo?

Me levanto y me quedo un momento sentado al filo de la cama, esperando a que la sangre vuelva a su lugar. El sonido de una aspiradora que viene del pasillo, rompe el silencio. 

Me acerco a ver por la ventana; todo está bien: el bosque está abajo, el cielo está arriba. El cuarto de hotel es otra vez mi cuarto de hotel. 

Más tarde, cuando regrese de tomar las fotos del evento que vine a cubrir, mi disco duro tendrá unas dos mil quinientas fotos más. Las copiaré a mi nube para que estén seguras. EP

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