En la columna Registro, Pablo Íñigo Argüelles escribe sobre el mundo que observa, pero sobre todo de fotografía y todo lo que implica.
Registro | Bushwick, 11 p.m.: sobre Poison
En la columna Registro, Pablo Íñigo Argüelles escribe sobre el mundo que observa, pero sobre todo de fotografía y todo lo que implica.
Texto de Pablo Íñigo Argüelles 14/12/23
Poison, escrita por Lot Vekemans y dirigida por la mexicana Katina Medina Mora, terminó presentaciones el pasado 1 de diciembre en el foro Unit J, en Brooklyn, NY.
Caminamos al metro L a través de un Brooklyn desierto. Acabamos de ver Poison y ahora vamos de regreso a casa. No hay alma en Moffat Street más que la nuestra y la de un zorrillo que agita los arbustos.
Cuando llegamos a la estación, nos encontramos con un andén vacío y pienso que, tal vez, la humanidad se extinguió durante los noventa minutos que duró la obra y nosotros no nos dimos cuenta: nos perdimos el fin del mundo (o nos salvamos de él).
Y entonces caemos en cuenta de que junto a las vías siempre hubo un cementerio. Cuando llegamos hace unas horas no lo vimos, y si sí, lo ignoramos. Ahora toma otro sentido: Poison tiene lugar en la oficina de un cementerio en Francia, donde una pareja se encuentra por primera vez después de diez años, convocados por el administrador para que decidan el futuro de la tumba de su hijo, una de tantas que se ha visto comprometida después de que una fábrica vertiera químicos venenosos en la tierra. Pero el administrador nunca llega y entonces la pareja queda confinada en esa oficina decadente debido a la lluvia, enfrentándose a sus fantasmas, al silencio incómodo de la muerte y, sobre todo, a la condición irrebatible del tiempo.
Interpretada por Matthew M. Carrillo y Emma Ramos, quien magistralmente da vida a una mujer que ha pasado diez años intentando dejar ir, entender la muerte, comprender la pérdida de su hijo y de su matrimonio, la pareja encarna de una forma totalmente humana la universalidad del duelo, esa narrativa que nos ha contado desde que las historias existen que, después de una muerte, inevitablemente, siempre queda un vencedor y un vencido.
En todo esto, Katina Medina Mora es capaz de crear un mundo diminuto y universal con dos actores, hacernos sentir que nosotros también estamos ahí, en aquella sala de espera, viéndolos a ellos, viéndonos a nosotros mismos en un espejo observando diferentes momentos de nuestra vida, desafiando las muertes, las idas y al dolor de habernos ido o llegado (según se vea), que es también otra forma de morir y de haber perdido.
Y el teatro, al igual que la fotografía, es un lugar al que se acude para entender algo o simplemente contemplar para entender después: el cinematógrafo y director mexicano Gonzalo Amat diseñó la iluminación. Si ya Unit J era un foro ideal para esta obra, Amat le dio el toque esencial para que los espectadores nos olvidáramos por un momento que estábamos en Nueva York, a un paso de las vías, a unos pasos de otro cementerio.
Ya en el metro me llena esa sensación de haber visto algo crucial: Poison es aventarse a una alberca de agua fría y hacerse preguntas. ¿Quién sería yo en una situación como la de ellos? ¿Quién he sido yo en una situación como la de ellos?
Foto: Gonzalo Amat Foto: Gonzalo Amat Foto: Gonzalo Amat Foto: Gonzalo Amat Foto: Gonzalo Amat Foto: Gonzalo Amat
El teatro de Katina Medina Mora —quien ha participado en producciones internacionales como Emily in Paris para Netflix y que recientemente presentó Latido, su película más reciente en el Festival Internacional de Cine de Morelia 2023— traspasa esa la línea imaginaria que nos separa como espectadores del escenario y nos sigue cimbrando, aún después de haber salido de nuevo a esto que entendemos como realidad. EP
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