Zambombazoooo de Luis Reséndiz. En esta ocasión, escribe sobre uno de los más grandes comentaristas que ha tenido el futbol mexicano.
Los poderes de El Perro
Zambombazoooo de Luis Reséndiz. En esta ocasión, escribe sobre uno de los más grandes comentaristas que ha tenido el futbol mexicano.
Texto de Luis Reséndiz 24/01/23
El aficionado mexicano al futbol lo tiene bien claro: la liga nacional no es una adicción sino una disciplina. No hay aficionado mexicano que no sea estoico. De entrada, es un pasatiempo que se ha encarecido de forma constante en los últimos años. Para ver futbol mexicano, el aficionado necesita contratar un sistema de cable, tener internet y una televisión compatible; el costo mensual para tener disponibles todos los canales oscila entre los 600 pesos y los 1300 pesos mexicanos mensuales, según el servicio que se contrate.
Para empeorar el asunto, la liga mexicana es francamente mala. Los millones que todos los fines de semana nos apoltronamos frente a una pantalla para ver los partidos de la Liga MX sabemos que no estamos ahí para ver futbol de altísima calidad. Esa entelequia hay que dejársela a la afición inglesa, a la española, a la italiana, a la alemana, a la argentina, a la brasileña, a la holandesa incluso, pero no a la afición mexicana. En estas semanas de enero, las primeras tras la alucinante final de Argentina-Francia, ver un partido de la Liga MX se siente como llegar a un restaurante pidiendo una coquita de vidrio bien fría y recibir en cambio un vaso templado de Big Cola sin gas.
Así, a medio camino entre el desgano y la corruptela, van transcurriendo los partidos, donde equipos mal armados intentan hacer lo posible por mantener el mínimo de puntos necesario para pasar al repechaje, que los llevará a la infame liguilla, donde otra vez tendrán oportunidad de ganar el título y donde empieza de verdad a ponerse bueno el campeonato. Vaya: no creo estar diciendo ninguna locura al afirmar que tenemos un futbol mayormente aburrido. Así, la Liga MX, con la flojera de su torneo regular, la conchudez de su repechaje, la haraganería de su liguilla o la apatía de sus finales, necesita una dosis extra de picante que aderece lo que vemos semana con semana. Y ese aderezo viene en forma de comentarista.
Porque México podrá no tener buen futbol, pero tiene buenos comentaristas. Acaso sea por el irrenunciable espíritu dicharachero que parece permear en las gentes que habitamos entre el Bravo y el Suchiate, pero los narradores mexicanos tienden a la solvencia, cuando no a la excelencia. Ahí está el mítico Ángel Fernández, considerado casi unánimemente como el mejor narrador de futbol que ha tenido México y autor de frases como “Dios permitió que el equipo mexicano volara como un águila ansiosa”, en Francia ‘98, o “¡Brasil reinventa la trigonometría!”, al mirar a Pelé, Tostao y Gerson triangular la pelota; más recientemente, ahí anda la dupla tan amada como odiada de Christian Martinoli y Luis García, aunque en realidad el bueno ahí es Martinoli, que alcanza niveles de paroxismo verdaderamente geniales, como cuando Gio le anotó a Holanda en Brasil 2014 y el comentarista se descocía de la emoción, vociferante: “¡Tantas veces te he pedido una, desgraciado! ¡Tantas veces he vomitado bilis por ti! ¡Se me ha caído el pelo por ti! ¡Voy al psiquiatra por ti! ¡Y hoy por fin apareces, maldita sea, por fin aparece Giovanni! ¡Perdóname, você!”. No son los únicos, claro; ahí estuvo también el pionero don Fernando Marcos, autor de la increíble frase “El último minuto también tiene 60 segundos”; ahí también están Emilio Fernando Alonso, que firmaba el maravilloso “¡Adentro, que están cenando!” cuando caía el gol y que sufrió un trágico derrame cerebral tras el cual nunca volvió a narrar de la misma forma.
La misión de un comentarista de futbol va más allá de anotar datos y platicar jugadas. El trabajo del comentarista es dotar de narrativa a un encuentro que de otra forma sería solo veintidós cuates corriendo y pateando un balón a diestra y siniestra. Para el espectador televisivo, que no está rodeado de la atmósfera casi eléctrica del estadio, y aún más para el espectador que por una o por otra no tiene las imágenes a la mano, el comentarista es imprescindible: como el astrólogo que mira las constelaciones y descifra en ellas un significado profundo, el comentarista contempla la nebulosa del juego y extrae un relato significativo que deposita en las orejas de su audiencia. Están los datos, claro, y están las jugadas, por supuesto, pero por encima de eso, está el relato. Y pocos artesanos del relato futbolístico han logrado lo que lograba Enrique “El Perro” Bermúdez.
Maestro de la hipérbole, titán de la elocuencia, genio del arrebato, “El Perro” es una de las presencias más constantes y entrañables de la televisión mexicana. Su historia empieza como la de tantas otras figuras: un día se enfermó un narrador, el jefe pidió un suplente, Bermúdez se ofreció como voluntario. La cosa pegó y al año ya estaba narrando su primera Copa del Mundo; delante lo esperaban once copas más.
Pupilo del máximo narrador del deporte mexicano, Ángel Fernández (Juan Villoro lo recuerda llorando frente al féretro de don Ángel); hijo de un locutor y sindicalista, Enrique Bermúdez Olvera, cuyo busto está colocado en la rotonda de los locutores, ahí en la Plaza de San Juan, El Perro creció criado por la locución. Joven jipi —“¿Quién a esa edad de 18, 19, 20 años, no fue marxista-leninista y buscaba la justicia social?”, ha dicho en entrevista—, El Perro pasó por presentador de radio —“Presentaba a los Beatles: George, John, Paul y Ringo, Los Beatles, ¡para que le saquen ahí brillo al huarache, mis bróders!”— antes de llegar a la narración deportiva.
Una vez ahí, El Perro ha elevado el comentarismo a décimo arte. Un jugador adquiere tintes épicos cuando la voz de megáfono de El Perro lo bautiza: El gatillero, El matador, El capitán Furia, El príncipe guaraní, El zorro del desierto, El grandote de Cerro Azul1. Un partido mediocre mejora enormidades cuando El Perro está ahí para enumerar los tirititos, los zambombazos, los golazos, azos, azos. Y un partido o una jugada extraordinarias rozan lo sublime cuando El Perro les acompaña: pienso en aquel instante etéreo en que Gio da uno, dos, tres pasos laterales, se quita al portero gringo y continúa, entre retrocediendo y acomodándose, quitándose al defensa mientras El Perro lo acompaña suplicante: “Fírmala, Gio, fírmala, fírmala, fírmala, fírmala, fírmala” y el balón se eleva ingrávido mientras describe una parábola improbable y se acomoda en la recóndita esquina de la portería mientras El Perro continúa alargando la última “a” de la palabra. Bermúdez se desgañita gritando “golazo, azo, azo”. Gio celebra. México es campeón de la Copa Oro 2011.
El Perro Bermúdez se retiró de la narración de futbol tras la final del Mundial de Qatar. Tiene 72 años. En últimas fechas, El Perro, medio en broma, medio en serio, ha adoptado el título de “El creador del lenguaje incluyente”, debido a la vieja frase “¡Vames, muchaches!” con la que apoyaba a la Selección Mexicana. Es hiperbólico, pero tiene su trasfondo. El legado de El Perro se deja sentir en un rosario de oraciones populares: ¿Qué aficionado no ha vivido la intensidad del futbol? ¿Quién no ha experimentado lo versallesco? ¿Quién no la ha tenido, ha sido suya y la ha dejado ir? ¿Quién no la ha querido hacer de sexto año y la ha terminado de kindergarten? El español mexicano está salpicado de luces perrunas que aparecen para alumbrar caminos que no tienen nada que ver con el futbol, sino con la vida misma. Si eso no es la trascendencia, entonces yo no sé lo que será. EP
- La práctica tiene sus claroscuros. La costumbre de apodar a diestra y siniestra es una herencia de Ángel Fernández, quien bautizó a las Chivas como El rebaño sagrado y a Cruz Azul como La máquina cementera. Como cualquier otro maestro de su arte, El Perro sabe que la genialidad es 99% transpiración y 1% inspiración, y por lo mismo, está hecha fundamentalmente de fallos, como los apodos El telefonista a Emilio Hassan, sobrino de Carlos Slim; El periodista, a Guillermo Ochoa, y El científico del gol a… Darwin Quintero. Luces y sombras. [↩]
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