Oda al camino

Leandro Arellano nos ofrece un expresivo ensayo sobre la carretera Panamericana y sobre el valor de los caminos y las vías en la cultura humana.

Texto de 23/08/24

carretera

Leandro Arellano nos ofrece un expresivo ensayo sobre la carretera Panamericana y sobre el valor de los caminos y las vías en la cultura humana.

Tiempo de lectura: 7 minutos
I

En ocasiones la vida es generosa y nos consiente con viajar y ver el mundo. Aunque el olvido y la memoria sean inventivos, hay en nuestro sentido del paisaje, del camino y de la ciudad un elemento enteramente subjetivo. La hazaña que aquí celebramos comenzó hace cosa de un siglo: el nacimiento de la carretera Panamericana.

“[…] la determinación de construir la carretera Panamericana habría sido resultado de una decisión de la V Conferencia Internacional de los Estados Americanos de 1923.”

El hombre crea en su andar aquello que necesita, y construir, hacer caminos, es una exigencia de la naturaleza. Impulsada por Estados Unidos, la determinación de construir la carretera Panamericana habría sido resultado de una decisión de la V Conferencia Internacional de los Estados Americanos de 1923. Cumplió así, el pasado año, un siglo de haber sido aprobada su construcción. Comenzaba entonces el periodo de entreguerras y la vida resplandecía en todas partes. El automóvil ingresaba en el horizonte de la existencia humana.

‘Carretera’, establece el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, es un ‘Camino público, ancho y espacioso, pavimentado y dispuesto para el tránsito de vehículos’. Alumbrar el concepto de camino se torna obligado. Las varias acepciones que engloba el vocablo están encaminadas a iluminar el sentido general de movilidad, ruta, vía, jornada, dirección, tránsito: la esencia o bulto mayor de la actividad humana.

La Panamericana no consiste en una sola línea recta, sino en un sistema de carreteras que vincula a los países del continente mediante tramos conectados entre sí, los cuales en la actualidad se siguen construyendo y vinculando. La perspectiva de los pueblos fundadores —en aquellos momentos de reacomodo y regeneración— se mostraba confiada. Los anhelos de las naciones, escaldadas por la Primera Guerra Mundial, se proponían edificar, construir, levantar.

El asombro es obra de la Providencia y no de los hombres. A pesar de que los especialistas sostienen cifras un tanto diferentes, de punta a cabo la Panamericana alcanza alrededor de 30 mil kilómetros de longitud, lo que la convierte, seguramente, en la carretera más larga del mundo. El sentido de lo colosal se impone a la medida humana.

En su vasto trayecto, expuesta a diferentes climas, a los vaivenes de la topografía y a otros designios de la naturaleza, esa carretera fluye a través de una treintena de naciones. Quien la transite hollará una cadena de paisajes, colores, climas y contornos, así como una variedad curiosa de ciudades.

El nombre “Panamericana” anunciaba ya el propósito de fomentar el entendimiento, la amistad y los lazos en el hemisferio occidental, en especial el acercamiento de Estados Unidos a los países hispanoamericanos y viceversa. A ‘totalidad’ equivale el significado del prefijo griego pan. Yerra el que crea que dar es cosa fácil.

El de América lo enunció por vez primera, en 1507, el geógrafo alemán Martin Waldseemüller, cuando publicó un mapa titulado “Cosmografía Universal”, en el que aparecía el nuevo continente. El geógrafo germano pretendía honrar a Américo Vespucio, el explorador y cosmógrafo florentino que participó en al menos dos viajes de navegación al nuevo mundo. Las referencias son antiguas, abundantes y autorizadas.      

La movilidad y el transporte se remontan desde el despertar de la historia humana hasta que aparece el hombre conduciendo una carreta. La rueda ha sido una de las mayores invenciones humanas. Egipto, Mesopotamia, Persia, Siria y otros pueblos en Occidente contribuyeron al gran salto al montarse en un medio ágil de transporte.  

El Imperio romano se empeñó —en un ejercicio iniciado durante la Época republicana— en la construcción de una red de caminos y vías pavimentadas con las que conectó a las más de cien provincias que lo formaban. Eventualmente cubrían Europa en pleno y marcaron buena parte de las rutas principales que sobreviven hasta nuestros días. Durante el gobierno de Augusto se construyó la Vía Apia, la primera gran vía pavimentada en el mundo, que va de Roma a Capua.

La senda de la carretera Panamericana la componen varios ramales en cada país. Todo indica que en el norte y centro de México consiste sobre todo en la Carretera 45, y recorre los estados de Chihuahua, Durango, Zacatecas, Aguascalientes, Jalisco, Guanajuato, Querétaro, Hidalgo, México y CDMX.  Está considerada como la más importante del país. Por su naturaleza, la Panamericana sigue en construcción, pues cada etapa histórica le agrega un nuevo tramo o rehace el que ha envejecido.

En Guanajuato —el centro de la nación mexicana— discurre entre ondulaciones y zigzagueos y forma parte del sistema múltiple de carreteras del país, ocupando un territorio amable, despejado y franco en la movilidad en la región.

Toda mudanza en la oscuridad de la existencia humana produce un goce intenso. Que no haya recuerdo sin presente es uno de los beneficios que aporta la paciencia. Si la historia registra solo los hechos, el repaso de un testimonio extemporáneo avalado por evidencias materiales debe poseer valor equivalente.

II

Luminosas y arrolladoras, aparecieron de pronto las constructoras. Una tarde de primavera la flotilla multitudinaria de camionetas, pipas, carros tanque, camiones de volteo y otros vehículos motorizados invadió de repente las calles de la ciudad. Asentaban allí su base de operaciones y desde allí ejecutaban la hazaña. La mirada infantil registraba con asombro y complacencia aquella irrupción pacífica y novedosa, aquella imborrable transformación.  

“[…] de punta a cabo la Panamericana alcanza alrededor de 30 mil kilómetros de longitud…”

La invasión de las constructoras tuvo lugar cuando mediaba el siglo veinte y mantuvo sitiada la ciudad durante muchos meses. El arribo y asentamiento de aquellas compañías y su personal —varios cientos— incidió profundamente en la vida y el desarrollo de la población y sus habitantes, unas ocho mil personas entonces.

Fue un despertar inesperado y vertiginoso el que tuvo lugar en la ciudad, desencadenado simbólicamente por la instalación, en sendas casonas, de las oficinas de las compañías constructoras: La Industrial y La Morelos. Cada una con su propia estructura y mecanismos, levantaron sus oficinas con rapidez e iniciaron labores de inmediato. Don Alessio y don Rodrigo eran los capitanes de aquellas legiones, cuyas actitudes y ritmo de trabajo mostraban facetas de la vida diaria desconocidas por completo entre la población local.

Ellas levantaron el tramo Querétaro–Irapuato de la autopista México-Guadalajara, sustituyendo los cintillos minúsculos de asfalto que, no sin heroísmo, constituían la antigua carretera.

El volumen de familias y de hombres jóvenes, empleados de las compañías, que se asentaron en la ciudad fue cuantioso. No pocos permanecieron allí para siempre, aunque la mayoría, acabada la obra, prosiguió su marcha civilizadora.

Varias categorías integraban la ancha plantilla de trabajadores, desde el sencillo peón, los confiados operadores de la maquinaria pesada, hasta los graves ingenieros responsables del diseño y construcción finales. Todos hallaron acomodo en la ciudad, algunos incluso se asentaron y se integraron con la población local. La estancia de aquel conglomerado impulsó el crecimiento de la economía local a un ritmo inusual y rompió no pocos hábitos sociales sin otro valor que el acatamiento de ritos inservibles.

Las constructoras llegaron acompañadas de un conjunto de máquinas gigantescas y omnipotentes, así como de herramientas novedosas que dejaron honda huella en la memoria de quien se asomaba a reconocerlas, por su aspecto, su operación y su sonoro nombre: bulldozer, trascabo, caterpillar, moto escrepa, moto conformadora, excavadora, compactadora, rodillo, plancha, pala mecánica y otras.

A diferencia de su arribo multitudinario, ruidoso, su retiro fue paulatino, silente, por etapas, conforme avanzaba el levantamiento de la autopista. Una autopista sólida, imponente, novedosa y preñada de posibilidades. Dos años más o menos fue su estancia en la ciudad. Provenientes de zonas más desarrolladas, superiores, las compañías habían transformado la vida de la región. Comenzando por el paisaje.       

Es el ser humano quien construye los caminos, el hombre que se expresa a sí mismo mediante su dominio de la materia. Aquellas orugas mecánicas transformaban los contornos y daban forma a una de las creaciones más apreciadas por la especie humana: las vías de tránsito, los caminos. En su marcha totalizadora, las constructoras tocaron apenas, respetuosas, las márgenes de dos grandes espacios arbolados del poblado: El nacimiento y Los sabinos, a quienes otras calamidades destruyeron más adelante. 

La partida de ese alud de forasteros —originarios de distintas regiones del país— incluyó también el recordatorio de que allá afuera, más allá de los límites de la ciudad, existía un mundo ancho y receptivo; de que más allá de las bardas nos aguarda un espacio libre y abierto al sueño y la distancia, el cual exhibe, pleno, el cielo en su inmensidad.

III

Camino es destino y su transitar nos provee generoso con sus instrumentos: calles, vías, calzadas, paseos, rutas, pistas, senderos, carretera, vereda, atajo, carril, etcétera. En otro plano: modo, medio, manera, sistema.        

‘Los carreteros’ era el nombre genérico para referirse a esa multitud de forasteros que, organizados en turnos, transitaban noche y día, entraban y salían a su específico lugar de trabajo por la única vía disponible: la “Y” (i griega). Transitar del centro de la ciudad a la Y era cosa de poco menos de dos kilómetros. En la desembocadura de ese tramo, recto y arbolado, se desplegaba sencilla y discreta una auténtica bifurcación ineludible en forma de Y, sobre la Panamericana. Virar al norte conducía a Celaya, doblar a la izquierda terminaba en Querétaro.  

Una ciudad pequeña, clara y silenciosa del Bajío. La luz de las planicies en esa región resalta los contornos. El paraje, plena naturaleza viva, ha sobrellevado los años con ecuanimidad, asido a la tranquilidad y sosiego de sucesivas generaciones. Sobrevive sin esa vejez anticipada que provoca la intemperancia. 

Con todo, su perfil ha sido transformado tanto por el paso del tiempo como por el crecimiento económico y por la violencia desatinada que agobia a la nación. Esa violencia que va acanallando a un creciente número de pueblos en todas partes. Fue despojada de la sencillez y sobriedad que la dotaban de su propia catadura.

La fisonomía de aquella letra soberana tendida en el camino mutó. El espacio llano y abierto de antaño fue transformado —todo organismo que no se transforma muere— en puentes, retornos, acotamientos y dobles vías. Perdió también su referencia clásica para adoptar un nombre acorde con los usos de la actualidad: Distribuidor vial.

Sobrevive como la vía, avalada y expuesta, de entrada y salida de la ciudad. Sobrevive el paisaje, un trazo providencial en el terreno. En los paisajes lo que avizora sobre todo el caminante es el cielo y en el cielo lo que prevalece son las nubes, las nubes maravillosas.

Nadie sabe o recuerda quién así la bautizó, quien pronunció el nombre para aquel trozo ínfimo de territorio: Y. El Diccionario breve de dudas y dificultades —de Manuel Seco y Elena Hernández— establece que la Y es la vigésima sexta letra del alfabeto español, que su nombre es ‘i griega’ y que más raramente se le denomina ‘ye’.

“Es la literatura quien dota de permanencia a la memoria.”

Nos hemos referido a caminos materiales, reales. Los espirituales disponen  —y no es poco— de material y territorio propio y quedan reservados para un tratamiento específico. Otros caminos más estrechos, más precarios, más frágiles han sido construidos. Si la epopeya no alcanza sus anhelos, hemos realizado un saludable ejercicio de nostalgia.

La palabra nombra lo que existe. Refiere aquí el nombre no común de un sitio y a su autor, seguramente una gente ilustrada. Es la literatura quien dota de permanencia a la memoria. EP

DOPSA, S.A. DE C.V