Jorge Solís Arenazas de Vano Sonoro, plataforma dedicada al sonido y las experiencias de escucha, nos comparte su experiencia auditiva durante la pandemia.
Los sonidos que la pandemia nos dejó
Jorge Solís Arenazas de Vano Sonoro, plataforma dedicada al sonido y las experiencias de escucha, nos comparte su experiencia auditiva durante la pandemia.
Texto de Jorge Solís Arenazas 10/12/20
Para quienes me conocen no es un secreto que mi vida transcurre, sobre todo, en las noches. Amo el barullo y los colores de la ciudad —al menos de la ciudad que solíamos tener hasta hace unos meses—: sus aglomeraciones pornográficas, sus excesos ensordecedores, sus infinitas molestias, sus fascinantes fealdades. Pero, en el fondo, durante el día a menudo me siento como un visitante. Alguien que está descubriendo un lugar cada vez, alguien a quien le resulta imposible recorrer las calles como si estuviera cumpliendo una rutina largamente domeñada por el tiempo, en la que ya ni siquiera es necesario detenerse. En cambio, cuando casi todos están descansando y las calles quedan desiertas experimento la sensación de estar llegando a un lugar propio.
Durante estos largos meses, ese «lugar propio» se ha vuelto un sitio extraño, al menos en parte. El primer signo de todo el enrarecimiento consistió en un conjunto de ausencias difícil de precisar. ¿A dónde se habían ido, de golpe, todos los ruidos nocturnos que formaban un ritmo irregular, pero de una exactitud innegable? Los motores de los autos que por momentos se vuelven más difusos, como si pretendieran hacerse pasar por un oleaje distante. Los aviones que, a falta de sus competidores estruendosos, ahora parecen multiplicar su escándalo, clavándose en los huesos de quienes duermen. Los pasos de los extraviados, en especial de esos jóvenes que hasta hace un tiempo solían pasar en patineta bajo mi ventana hacia la una de la mañana; o las mujeres que terminaban de madrugada su jornada laboral como meseras en una taquería que está a unas cuantas cuadras y se iban caminando juntas, escuchando reguetón desde su celular. Las cortinas metálicas de quienes abren la recaudería, siempre antes de las seis. O el ritmo de las escobas que acarician con terquedad las banquetas, creando un gran canon.
Los meses más recrudecidos del encierro dediqué horas enteras a tratar de percibir los sonidos discretos que siempre quedan sepultados o pasan a segundo plano, pero que en estas circunstancias se vuelven más presentes. También pasé muchas horas explorando música recién salida del horno. No sólo disfruto en sí de la audición de los discos; también me parece hipnótico el silencio que sobreviene cuando estos terminan. De manera elocuente, ese silencio manifiesta su propia magia: funciona para amplificar los sonidos minúsculos que se nos escapan, como si al acabarse la música quedáramos con los oídos más abiertos que de costumbre.
Con más frecuencia de la deseable, durante estas sesiones las sirenas de ambulancia cobraban protagonismo, obligándome a recordar las razones de este peculiar contexto de escucha. Y no tenía más remedio que volver a pensar en lo que había escuchado, pero a la luz de ese ulular inquietante.
Ahora que vamos frisando la otra orilla de este año parece buen momento para compartir algunos pocos hallazgos de estas madrugadas. La enumeración que sigue no tiene ningún afán de establecer una lista del tipo «Los mejores discos del 2020» (ni me interesan ni me atrevería a proponer una). Tampoco se presenta en ningún orden jerárquico. Sólo se trata de proponer una breve muestra dispersa, caprichosa, parcial y deliberadamente sesgada. Pero quizá no del todo gratuita, pues entre estos sonidos puede cifrarse una dimensión esencial de este momento que todos atravesamos, con mejor o peor fortuna.
Algunos álbumes que fuimos conociendo estos meses refieren expresamente a la experiencia del encierro, ya sea en sus títulos, ya sea en sus procesos y materiales. Pero incluso aquellos discos que parecen surgir bajo otra lógica responden al mismo contexto. No es tan extraño, a decir verdad. En cierto sentido, la pandemia no es el fin de un mundo, sino la confirmación exacerbada de las tendencias que estaban instaladas ya aquí, entre nosotros, desde mucho antes: la desaparición de los espacios públicos, el recelo ante el cuerpo de los otros, la intromisión del trabajo en las esferas domésticas y privadas, las relaciones interpersonales cada vez más abstractas, mediadas por pantallas, cámaras y algoritmos, con la perpetua monetización a cargo de las corporaciones…
Se van los días, se esfuman las supuestas certidumbres de lo que vendrá, se nos ha escapado la más básica cercanía física con los otros y, por desgracia, muchos se han ido definitivamente. Pero, como dice alguna línea en una canción de Leonard Cohen, aún nos queda la música.
Apparition Paintings
David Toop
Room40
El pasado 11 de septiembre la disquera lanzó esta producción con una docena de tracks a cargo del artista sonoro, grabador de campo, músico, productor y escritor inglés David Toop. La pinturas del título se refieren a esas tintas sobre papel de arroz que florecieron en el arte chino de los siglos XII y XIII. Breves imágenes que son capaces de encerrar todo un mundo. Esto es justo lo que pretende Toop, pero mediante sonidos sumamente eclécticos (field recordings, percusiones programadas con software, archivos con la voz de Ornette Coleman, sonidos de flautas, campanas y sintetizadores, entre otros) y guiños a creadores literarios y cinematográficos como Djuna Barnes, Peter Sloterdjik, Fritz Lang, William Faulkner, Antonio di Benedetto y Gloria Graham.
El resultado cristaliza la obsesión de Toop por aquello que desde mediados de los noventa ha dado en nombrar «palabras en el éter» (palabras, según su propia concepción, que a veces desbordan el lenguaje y aparecen como fragmentos musicales, archivos o imágenes). Su obsesión está en las pequeñas cosas flotantes e interconectadas que, a partir del sonido, abren nuevas rutas ante un panorama sombrío, que es definido de forma lapidaria en las notas del disco: «La mitad del mundo se está ahogando; la otra mitad está en llamas».
No era sólida
Lucrecia Dalt
RVNG
En su tercer álbum, la percusionista colombiana logra tal vez su sonido más complejo y sorprendente. Se trata de una búsqueda apasionante por disolver su identidad social —carente de toda solidez, como sugiere el título— y reaparecer desde la pura intensidad sónica. Para ello crea un personaje (Lia), que no es necesariamente un alter ego, sino justo lo contrario: un conjunto de moléculas en continua transformación que se resisten a quedar atrapadas en una forma definitiva, y que sólo existen en función de instantes perceptivos irrepetibles («Ser boca», «Espesa», etcétera).
Respecto de trabajos anteriores, como Anticlines (2018), aquí Dalt radicaliza su apuesta. Las percusiones no son un acompañamiento rítmico confinado al plano profundo. Al contrario, se transforman en la voz principal. Gracias a esto se vuelven sumamente plásticas y dúctiles, transitando desde los tiempos y patrones regulares a las acentuaciones discontinuas, los juegos de texturas y la irregularidad, acompañada por sampleos, procesamientos electrónicos, puntillismo, espacialización y un trabajo vocal que por momentos parece un coro de ambient sin contornos precisos, y en otros momentos se convierte sin ambages en un ejercicio de spoken word.
Lamentations
William Basinki
Temporary Residence Ltd.
Que los trabajos de William Basinki sean una referencia en apariencia obvia sólo se debe a que, entre los vaivenes de las producciones discográficas, sus exploraciones no dejan de ser de las más relevantes. Para muestra tenemos esta larga meditación, lanzada apenas el pasado noviembre, pero que recoge materiales del archivo personal del autor desde 1979.
Se trata quizá de su trabajo más ambicioso desde The Disintegration Loops y Selva Oscura (grabado en dúo con Lawrence English). No hay demasiadas sorpresas, sino una muestra de madurez de alguien que no se aviene a las novedades. Por el contrario, Basinki sabe recalcar su apuesta personal sin agotarla ni repetirse de forma burda. El lenguaje del disco es el habitual en este músico: bucles con modificaciones electrónicas que dejan en claro que cualquier material se vuelve sumamente maleable; loops que no están ahí para marcar un ritmo, sino para disolverlo entre corrientes difusas de sonidos; un diseño espacial sumamente reverberante y pequeños residuos melódicos.
Más allá de su título, el álbum es un ejercicio disciplinado en el que Basinki vuelve a trabajar con sus obsesiones sobre la fragilidad y la desaparición.
Multi Natural
Christina Vantzou
Ediçoes CN
En julio pasado la compositora y cineasta Christina Vantzou lanzó esta producción discográfica. Menos de dos meses atrás había estrenado el disco Landscape Architecture (en colaboración con John Also Bennett, un disco que, dadas las circunstancias, fue mezclado de forma casera). En ambos trabajos el discurso sonoro parte de una exploración de las posibilidades espaciales, a tal grado que los tracks de Multi Natural pasan como música de cámara.
Aquí, Vantzou muestra un entorno sonoro volátil, vulnerable incluso, que explora con sobriedad mediante field recordings, arpas electrónicas, sintetizadores, violines y otras voces midi, con las que crea una experiencia contemplativa. Con frecuencia las voces, los sampleos y demás elementos recuerdan a lo que uno escucha desde una habitación lejana y que llega hasta nosotros de forma vaporosa. Los tratamientos electrónicos parecen haber madurado mucho más sus referentes de escucha, que a veces unen opuestos en apariencia irreconciliables como la música new age y el industrial, una mezcla que aquí adquiere todo el sentido.
Double Bind
Geneva Skeen
Room40
Al igual que Vantzou, esta artista multidisciplinaria logra una síntesis conceptual mediante su propuesta sónica, que se alimenta lo mismo de tradiciones de música religiosa que de techno. Geneva Skeen forma parte de quienes están revisando la lógica del sonido no únicamente frente a los géneros convencionales, sino ante los numerosos tics, facilismos y lugares comunes de la música experimental.
El sonido que consigue no oculta sus deudas frente a otras compositoras, como Marina Rosenfeld u Olivia Block, al igual que su inspiración en la obra de otras creadoras a extramuros de la música, como Clarice Lispector y Gloria Anzaldúa. Me parece significativo que, cuanto más acusa la huella de estas influencias, su lenguaje se vuelva más personal. Exploración tímbrica, capas de sonido, procesamiento de ondas sinusoidales, pulsos repetitivos y amplificación de armónicos son las constantes de este trabajo que termina por ser un correlato lúcido de un mundo que, como la misma Skeen lo describe, ha perdido su orden evidente.
Brood IX
Stephen Vitiello
Room40
En junio de este año, luego de los meses más duros del confinamiento, Stephen Vitiello cargó en su pequeño maletín con sus micrófonos DPA, Sennheisser y Soundfield junto con su grabadora de campo, para escaparse a la zona montañosa de Monroe, en West Virginia. Parecía tener motivos suficientes, pese a los riesgos que implica salir en estos tiempos. Desde finales de mayo, en los bosques al pie del monte Peters empezaron a brotar las cigarras (Brood IX), tras veinte años de estar bajo tierra. Los insectos crearon un concierto sobrecogedor usando los troncos de los árboles como cajas de resonancia.
El espectáculo sonoro es tan hermoso como efímero, pues al llegar el mes de julio las cigarras desaparecen, llevándose su magnífico canto que sólo se vuelve a escuchar hasta que emerge la siguiente generación de cigarras Brood IX, después de diecisiete años. Vitiello simplemente (¿simplemente?) realizó grabaciones de este fenómeno, junto con vientos, ambientes y cantos de aves. A partir de estos elementos realizó sus composiciones, que cuentan con una mezcla y unos procesamientos de sonido notables. El disco se vuelve entrañable al proponer como escucha musical algo que viene de otros sitios más allá de la música.
Sand Storm
Ikue Mory y Kaze
Circum-Disc
A inicios de este año, Kaze —el cuarteto avant gard comandado por la pianista Satoko Fuji y el trompetista Natsuki Tamura— se planteó una colaboración con la percusionista, improvisadora, diseñadora y compositora electrónica Ikue Mori. La idea era realizar una serie de conciertos por algunos países de Europa. Como preparación tuvieron únicamente un ensayo, circunstancia que a veces resulta favorable en la improvisación libre, porque acentúa la sensación de riesgo entre los músicos involucrados. De dicho encuentro surgió este disco, que se mueve entre los pliegues de un jazz «desestructurado» y los lenguajes electrónicos más abstractos.
Desde las notas iniciales, queda claro que debemos despojarnos de la falsa expectativa dualista, en la que por un lado estaría el trabajo de los instrumentistas y, por otro, la música de software a cargo de Ikue Mori. Por el contrario, las técnicas extendidas y el uso de síntesis granular conviven a la perfección. Juntos, logran una riqueza tímbrica singular y profundizan las variaciones dinámicas a lo largo de siete cortes. Cada uno de los cuales partió de una base compositiva mínima, pero que es fruto sobre todo de los aportes sorpresivos de los instrumentistas, en un ejercicio lírico de «composición espontánea no idiomática», como llamó Derek Bailey a esta práctica musical.
Between The Dream And The Waking… / There is Hope
Susan Matthews
Sirenwire
Las composiciones de estos dos discos —independientes, pero que partieron de un mismo núcleo— se realizaron durante 2018, aunque aparecieron apenas el pasado noviembre. A decir verdad, este desfase resultó en cierta forma oportuno, porque la experiencia dolorosa que está en la raíz del trabajo de Matthews se vuelve mucho más relevante en esta coyuntura, donde la sombra de la enfermedad ha cubierto prácticamente todos los aspectos de la vida cotidiana.
El proceso de estos dos discos comenzó al mismo tiempo que la compositora experimentó serios problemas de salud y, hacia el final, le comunicaron que padecía de cáncer. Su modo de enfrentarse a esto dio pie a estas piezas de gran carga emotiva, donde se reflejan las ansiedades y las incertidumbres frente a su diagnóstico clínico, pero a la vez hay una inspirada vitalidad (no en vano el segundo disco es una afirmación esperanzada). La materia musical parte de grabaciones en el estudio, pero las somete a procesos electrónicos, creando un sonido realmente complejo a partir de algunos elementos relativamente simples, como el piano, los filtros y los reverbs, con los que alcanza una considerable fuerza evocativa.
The Black Iron Prison
Massimo Pupillo
Subsounds Records
En este disco, el antiguo bajista italiano de la banda Zu ensaya un viaje distópico por aquello que Deleuze llamó las «sociedades de control». Un contexto recrudecido durante estos meses (sin ir más lejos, mientras escribo llega la noticia de que el agua empezó a cotizar en los mercados de futuros de la bolsa de valores). No se trata de una mueca de pesimismo ilustrado de parte de Pupillo ni de uno de esos ingenuos y genéricos staments de artista. Más bien funciona como el imaginario que le brinda el marco preciso para su trabajo, alimentado de referencias extramusicales, en especial la etnografía futurista de los horrores que narró magistralmente Philip K. Dick, entre otras tantas menciones a la tradición alquímica (mucho menos convincentes en realidad).
Massimo Pupillo aprovechó el encierro para grabarse solo en el estudio. Estableció las bases con un bajo procesado, mientras que fue sumando las otras voces, con sintetizadores y samplers mediante la técnica de los overdubs, es decir, grabando capa por capa.
30 Bag
Nappy Nina
Lucid House
La emcee de Oakland entrega su cuarto álbum, producido íntegramente por Unjust (además de hacer un dueto con Stas The Boss). A diferencia de sus trabajos anteriores, aquí las bases percusivas buscan menos ese efecto de head nod tan familiar en el hip hop, pero no por ello son menos profundas y energéticas. Simplemente el sonido en el estudio de grabación se fue tornando más complejo, utilizando bucles de flautas y pianos, platos frotados rítmicamente por baquetas y escobetillas (con técnicas que actualizan el legado del jazz de Nueva Orleans), voces dobladas, algunas grabaciones a las que se les baja el pitch y la velocidad (en la mejor tradición de Dj Screw), etcétera.
En este disco sus rimas son menos políticas que en los anteriores. Me corrijo: su forma de asumir el compromiso político persiste, pero se ha vuelto menos directa. En 30 Bag Nappy Nina se permite un trabajo mucho más libre y lírico en las rimas, pero sin perder su flow, el manejo vocal tan cálido que la ha caracterizado ni sus estupendas intuiciones rítmicas.
[bonus track]
Al sentarme a escribir estas recomendaciones, fui discriminando entre decenas de discos. Mi primer criterio fue descartar todas las reediciones, por más valiosas que me parecieran. Pero no tengo más que retractarme con las menciones que vienen a continuación, simplemente porque parecen auténticos acontecimientos discográficos que no podemos ignorar. Vienen de la mano de dos veteranos compositores electroacústicos que han trabajado en el ámbito de la música concreta: la argentina Beatriz Ferreyra y el español Francisco López.
La primera publicó en marzo el album Echos +, que recoge tres piezas mixtas para cinta compuestas en 1978, 1987 y 2007, respectivamente. La obra que da título al volumen está dedicada en memoria de Mercedes Cornu, de quien se emplean grabaciones de algunas canciones folclóricas argentinas y brasileñas. Ferreyra manipuló estos materiales uniendo algunos fragmentos y cortando otros, para enfatizar las respiraciones, los silabeos y demás rasgos sonoros.
Por su parte, Francisco López (a quien no dudaría de calificar como el artista sonoro más relevante de las décadas más recientes) publicó VirtuAural Electro-Mechanics. Recoge más de siete horas de grabaciones con algunas de sus piezas realizadas entre 1995 y 2018, empleando fuentes industriales, arfectatos mecánicos, sistemas electrodomésticos y grabaciones de campo, con las que construye sus singulares experiencias de escucha inmersiva, de gran riqueza «hauntológica». E
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