Los indicios del destino

Pável Granados se pregunta: si La conjura de los necios es una novela tan divertida, ¿por qué su autor se suicidó?, ¿qué indicios de la muerte puede haber en la escritura de un autor? Las enseñanzas que la pluma dejan en los personajes, no siempre están en la mano de quien la tomó para escribirlas e indicárselas, aunque el aprendizaje pudiera ser otro autor u otro documento.

Texto de 21/05/21

Pável Granados se pregunta: si La conjura de los necios es una novela tan divertida, ¿por qué su autor se suicidó?, ¿qué indicios de la muerte puede haber en la escritura de un autor? Las enseñanzas que la pluma dejan en los personajes, no siempre están en la mano de quien la tomó para escribirlas e indicárselas, aunque el aprendizaje pudiera ser otro autor u otro documento.

Tiempo de lectura: 3 minutos

La conjura de los necios, la más divertida de las novelas… Pero, si es tan divertida, ¿cómo te explicas el suicidio de su autor, el joven John Kennedy Toole (1937-1969), envenenado por los humos de su propio automóvil? No sé qué ideas tengas en torno a los suicidas, pero tal vez en su novela haya indicios de ese destino. Habría que saber las condiciones en que la escribió, a lo largo de un año en Puerto Rico, donde daba clases de inglés a jóvenes soldados. Es que se trata del caso paradigmático del autor que no resistió la negativa de un editor que rechazó manuscrito. Sin duda, era una obra de amor a su natal Nueva Orleans, representado en un personaje no tan adorable: Ignatius Reilly, el joven que sufre el duro destino de abandonar sus apacibles estudios caseros sobre la Edad Media con el fin de buscar trabajo. Ignatius es egoísta, inmaduro y petulante, pero precisamente la certeza de que no habremos de cruzarnos nunca con él lo vuelve tan simpático. De pronto, debe de comenzar a trabajar para ayudar a su madre en lugar de seguir llenando el piso de la habitación con papelitos llenos de reflexiones en torno al mundo medieval —fragmentos de una obra que nunca habrá de fructificar—. Los sucesivos trabajos que logra encontrar son: responsable del archivo en la fábrica de ropa Levy Pants y encargado de un carrito de hotdogs, en Vendedores Paraíso. Aunque lo despidan del primero de estos empleos, lo importante es tener conciencia de que uno viaja en una rueda girada por la Fortuna, como bien dice Boecio; rueda que a veces nos asciende y otras, nos sumerge en la desgracia.

Ojalá todos leyeran a Boecio y su Consolación de la filosofía. De hecho, en la novela lo leen, desde el policía hasta la bailarina del bar de mala muerte del Barrio Francés. Desafortunadamente, no todos en este mundo son capaces de extraer buenas lecciones de sus enseñanzas. Bien, pero ¿has encontrado ya en esta novela los presagios funestos? Tal vez; es posible que se encuentren en ese grueso muro que separa a los personajes. Todos están solos, todos tienen un monólogo obsesivo que los aísla de los demás. En esta pieza trágica (Ignatius no le encuentra lo chistoso a su situación), nadie mira los problemas de la persona de junto. Todo es hablar de uno mismo, es el naufragio en la propia circunstancia. Aunque es justo decir que Irene, la madre de Ignatius, logra salvarse. Primero consigue amigos y luego, un novio algo obsesionado con los comunistas, pero a fin de cuentas hay más cosas en la vida que estar pensando en eso. Si van al cine, si salen a pasear —¡ya verás, Irene!—, se irá olvidando de los comunistas. E Ignatius, bueno, él también se salva: cuando está a punto de alcanzarlo el destino en la forma de una estancia en el hospital psiquiátrico, su antigua novia aparece para darle una segunda oportunidad, cambiando el rumbo descendente de la rueda de la Fortuna.

Se ha comparado esta novela con Don Quijote y con Gargantúa, pero yo miro un momento digno de Dostoyevski (si es que Dostoyevski hubiera conocido Nueva Orleans). En algún pasaje del libro aparece, entra por una puertita, la señorita Trixie —una octogenaria que trabaja en Levy Pants y que sólo quiere jubilarse—. A veces, despierta de entre las brumas de la decrepitud para preguntar: “¿Ya estoy jubilada?” No, todavía no, señorita Trixie, usted es una mujer que debe de sentirse útil. Cuando habla con Ignatius, lo llama: “Gloria”, porque nunca se entera de que su anterior compañera de trabajo ha sido sustituida. ¿Quién diría que en ella, precisamente, aparece el deseo de la venganza? Su espíritu se asoma al umbral de la conciencia para gozar de que tiene el poder de desquitarse de aquellos que han impedido su jubilación. Al final, el mundo se le ha rendido a esta novela que se reedita y se lee en todos los idiomas. Me temo, John Kennedy Toole, que aquí, fue otro el que no entendió las útiles enseñanzas de Boecio, padre de los escolásticos. EP


John Kennedy Toole. La conjura de los necios / A Confederacy of Dunces (1980), tr. J.M. Álvarez Flórez y Ángela Pérez, 1ª ed en “Compactos 50”. Barcelona, Anagrama, 2019. (Col. Compactos 50, 7)

DOPSA, S.A. DE C.V