¿Cómo hallar buenas lecturas? Dos libros de Verónica Murguía

Laura Sofía Rivero escribe, a modo de reseña, sobre dos libros de la autora Veronica Murguía que ponen en tela de juicio la relevancia de las novedades literarias.

Texto de 09/12/22

Laura Sofía Rivero escribe, a modo de reseña, sobre dos libros de la autora Veronica Murguía que ponen en tela de juicio la relevancia de las novedades literarias.

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Para Alejandro, mediador

Ante la marea de novedades, cada vez resulta más difícil encontrar el libro idóneo, ése que se destacará por dejar una impresión duradera en nuestra ruta lectora. Yo he sido presa del vértigo al merodear los estantes de una librería o los pasillos de una feria del libro: cada vez hay más por leer, la lista se alarga con esos demasiados libros que no dejan de sumarse a los pendientes. “La mejor novela policiaca”, “El mejor poemario íntimo”, “Galardonado con el premio tal”; más que invitarme, las etiquetas y cintillos me disuaden: homologan lo recién impreso y ya nada se distingue entre la multitud. Por eso, porque sé que los rankings de fin de año y los conteos que vendrán en las siguientes semanas me aturdirán como de costumbre, hago mi balance personal. Estas líneas no buscan sino celebrar esos libros que centellean y nos seducen como ningún otro, así como también agradecer a los intermediarios que nos hacen descubrirlos.

De no ser por la animada recomendación de un querido amigo (en cuyo criterio confío casi a ciegas porque suele dar en el blanco), me hubiera tardado más en llegar a Verónica Murguía. Específicamente a sus libros El cuarto jinete y El ángel de Nicolás que devoré y releí como pocas cosas este año. Disfruté tanto de ambas lecturas que me lamenté por no haberlas conocido antes. Si bien El cuarto jinete es un libro reciente (impreso en 2021), El ángel de Nicolás fue editado por primera vez hace casi dos décadas, en 2003 y reeditado en 2014; con él, no tengo excusas.

“Como Eco, Murguía nos hace vivir la Edad Media cual si fuese nuestra cotidianidad; después de sumergirnos en sus páginas, cuesta trabajo recordar que vivimos en este siglo”.

Ambos títulos evidencian que Verónica Murguía tiene un proyecto literario sólido nacido desde la curiosidad lectora: escribe para encontrar los puentes entre la historia, la literatura y los mitos. Esos tres pilares del conocimiento humano y la invención. Al leer El cuarto jinete, una novela polifónica situada en los aciagos días de la peste negra que azota a Francia, no pude sino recordar mi lectura de El nombre de la rosa. Como Eco, Murguía nos hace vivir la Edad Media cual si fuese nuestra cotidianidad; después de sumergirnos en sus páginas, cuesta trabajo recordar que vivimos en este siglo. Las atmósferas son tan nítidas, el lenguaje es tan preciso, el ritmo de la prosa resulta tan impecable que esa realidad parece aún más verdadera que la nuestra.

Detrás de cada palabra elegida, palpita el esmero de una paciente y meticulosa investigación hecha por la autora. Esta erudición, en vez de repeler, reconforta porque nos invita a dejarnos arropar por otro mundo que tiene muchas coincidencias con el nuestro. Mis años dedicados a la docencia me han hecho constatar que la novela histórica tiende a ahuyentar a muchos lectores porque ven en ella una extensión de los mamotretos llenos de polvo, telarañas y sopor. Sin embargo, El cuarto jinete recupera esa mirada vívida de la microhistoria de Carlo Ginzburg: habla de las pequeñas cosas, los objetos que por cotidianos pasan inadvertidos, los afectos y angustias del más pequeño habitante de un poblado. Nos recuerda que la historia mayúscula pasa también por la vida íntima de todo ser humano y que, como la muerte o la enfermedad, tiene un efecto igualador. Escrita con una narración que a veces se confunde con el poema en prosa, ciertos momentos de El cuarto jinete recuerdan a las Vidas imaginarias de Marcel Schwob.

“La autora tiene una sensibilidad capaz de encontrar intersticios atractivos en los libros canónicos, libros que no parecen definitivos tras leer los cuentos con los cuales los reinterpreta. Busca aquellos personajes mudos y se pregunta cómo hablan, qué les preocupa, en qué piensan”.

Verónica Murguía es una orfebre de la prosa: logra conciliar las virtudes de la imaginación y la exactitud. En El ángel de Nicolás se dan cita siete relatos que retoman episodios históricos, bíblicos o míticos. Ya sea el proyecto despiadado que emprende el emperador Federico con el propósito de descubrir el idioma del Paraíso o las pasiones que envuelven a Herodías y a Salomé, el libro es una reescritura tan fresca que hace sentir como nuevos incluso los pasajes más conocidos. La autora tiene una sensibilidad capaz de encontrar intersticios atractivos en los libros canónicos, libros que no parecen definitivos tras leer los cuentos con los cuales los reinterpreta. Busca aquellos personajes mudos y se pregunta cómo hablan, qué les preocupa, en qué piensan. Sirva de ejemplo “La mujer de Lot”, relato que toma como centro a la joven desobediente que se convierte en una estatua de sal. Verónica Murguía no sólo nos hace repasar la historia bíblica, sino que llena los huecos de lo no dicho e imagina los motivos que esta mujer tiene para desacatar la orden divina. Así como sucede con “La casa de Asterión” de Jorge Luis Borges, este cuento trasluce las razones de por qué novelar y ficcionalizar son actos de compasión en tanto nos permiten imaginar cómo es ser otro. Un ejercicio común a la narrativa de la autora, quien ve el mundo con los ojos de sus personajes como cuando en “El idioma del paraíso” trata de describir un animal desconocido que observa en una jaula: “Adentro se paseaban impacientes leones y una bestia de piel terrosa que tenía el tamaño de un campanario de iglesia”.

Temo que estas líneas suban a un pedestal a estas narraciones que brillan por, precisamente, tener la calidez y humildad de andar a pie. Pero al regresar a ambos libros no puedo dejar de experimentar la admiración y el pasmo por sentirme enfrente de una obra capital. De hecho, confesaré que varias personas (entre las que cuento a mi querido intercesor) nos extrañamos de que El cuarto jinete no fuera anunciado como ganador de alguno de los concursos que año tras año otorga el gremio; nos pareció simplemente inconcebible. No obstante, ahora que el año cumple su ciclo, pienso con aún mayor certeza que la literatura tiene su propio ritmo; uno enérgico que vive de voz en voz, en las recomendaciones amigas que nos hacen llegar a los libros que necesitamos leer. Frente a esa gratificación instantánea que nos fatiga y aburre, las narraciones de Verónica Murguía resisten, llenas de inteligencia, ternura y curiosidad. Tiene razón la autora al afirmar que escribe conmovida por el encanto del lenguaje: si llegamos a tomar la pluma es porque queremos que los libros nunca se acaben. EP

DOPSA, S.A. DE C.V