En este escrito, Raúl Motta pone en discusión algunas ideas sumamente difundidas sobre la lectura como un camino para la superación personal, y se cuestiona cuál es la función y el papel de los libros de autoayuda en la sociedad moderna.
Leer te hace mejor persona
En este escrito, Raúl Motta pone en discusión algunas ideas sumamente difundidas sobre la lectura como un camino para la superación personal, y se cuestiona cuál es la función y el papel de los libros de autoayuda en la sociedad moderna.
Texto de Raúl Motta 13/10/23
“Es necesario cierto grado de ceguera para poder ver ciertas cosas.” Clarice Lispector
Muchas veces he escuchado la frase: “Leer te hace mejor persona”. Eso me ha hecho preguntarme cuál es la función social de la literatura, si acaso tiene alguna. ¿Cuáles son las estructuras y formas literarias que caben en esa declaración? El objeto de estudio de la literatura es la verdad. O como escribió Todorov: “La literatura es un medio para tomar posición frente a los valores de la sociedad”. Esos valores esconden las fuerzas determinantes de la realidad, o dicho de otra manera, la literatura puede servir para conocer el mundo que nos rodea por medio del lenguaje.
La única expresión literaria que de forma abierta promete cumplir con el adagio de “convertirte en mejor persona” es la literatura de superación personal. El primer contacto que tuve con este tipo de textos fue en la secundaria. En una de las clases nos dejaron leer Juan Salvador Gaviota de Richard Bach y en otra clase leímos El caballero de la armadura oxidada del autor Robert Fisher. En ambos libros se incluyen fábulas y analogías sencillas que son un intento de identificarse y vincularse con el lector a través de situaciones muy generales. Se ha tomado por verdadero, en la sociedad, que la intención final del acto de leer es ser mejor persona.
Sin embargo, lo que habita al interior de la idea de que la lectura tiene la capacidad de transformar la personalidad es una fantasía moral. ¿Qué significa ser mejor persona? Creo que esta estructura de valores se vincula con la idea de lo salvaje y lo civilizado. Una idea que es una continuidad del colonialismo. La mayor parte de las autoras y autores de este tipo de literatura son norteamericanos o europeos. En latinoamérica tendríamos además que agregarle los componentes de la moral católica a la idea de la educación, hecho que está ligado al carácter pedagógico de la superación personal. Los principales preceptos pedagógicos de la educación actual tienen una intención focalizada: el estudio se entiende como una de las pocas maneras de movilidad social, pero también como una forma de obtener una civilidad que se presupone que solo tienen las clases privilegiadas. Los índices de movilidad social en la actualidad revelan que esa creencia dejó de tener un sustento material hace tiempo. Estudiar es, entonces, un medio y no un fin. El conocimiento no es por tanto un propósito en sí mismo, sino un objeto de valor para quien lo consigue. Incluso se torna en algo que es presumible ante los demás, pues se convierte en una suerte de superioridad intelectual.
Equivocadamente se piensa que la educación en sus diferentes niveles es sinónimo de inteligencia o de sensibilidad. Esa es otra fantasía moral. La educación es un sistema de conocimientos que se vinculan de muchas maneras y con fines muy específicos; incluso podemos decir que la educación tiene intenciones utilitarias, forma parte de una servidumbre ideológica. Ese sistema de ideas es funcionalista y proviene de la necesidad de movilidad social. Todo lo que hacemos debe tener una función útil y práctica para poder ser apreciado como un valor intrínseco. Si algo no tiene un propósito material, entonces no tiene valor. Somos una sociedad tan profundamente sumergida en la idea del bien como el fin último y en la culpa generada por no actuar en consecuencia de ese deber ser que las normativas morales y las normativas intelectuales se han mezclado de forma tan homogénea que ya no se pueden distinguir una de la otra. Hay una exigencia social por el bien pensar, el bien hablar, el bien escribir, el bienestar, y todos terminan siendo preceptos antiestéticos. La idea de la educación como medio sostiene esa falsa sensación de superioridad moral y por lo tanto intelectual, a través de mecanismos de control, como la corrección, que sirven para perpetuar el estatus social. Estos mecanismos ya están insertos en la cultura, e inclusive la academia los difunde y los usa. También generan la idea errónea de que existe el gran arte entre los objetos culturales. Una idea segregadora en la que se distinguen brechas que no tienen nada que ver con la complejidad de dichos objetos culturales, sino que se asocian a la presuposición de lo que debe ser la estética dominante.
Un ejemplo notable de estos mecanismos son las personas que corrigen a otras por la manera en que escriben o hablan. Las reglas prescriptivas se enmarcan dentro del estudio de la lingüística tradicional; de este modo, el prescriptivismo propone reglas sobre cómo usar una lengua de manera “correcta”, y esto implicaría que solo existe un modo de utilizarla, lo cual es un prejucio normativo. Este tipo de prejuicios están muy arraigados en la sociedad y emanan de una necesidad introyectada de obedecer las reglas, de una obediencia ciega a las estructuras de poder que se nos ha inculcado desde la infancia. Ambas cosas son remanentes del pensamiento colonial y católico, pero también de las reglas de “lo civilizado”. Los fiscales de la ortografía y de la corrección intelectual tienen una gran necesidad de sentirse superiores y todo esto está fuertemente vinculado con la clase social. Sin embargo, no hay una manera única, ni tampoco correcta de habitar la lengua. La lengua es una cosa viva y todo lo que está vivo es un misterio. No hay arte sin desobediencia. Desde la normatividad no se puede generar diálogo y por lo tanto tampoco conocimiento. El arte y la inteligencia se contraponen a la profesionalidad y a la normatividad. Ser profesional es resignarse a una especie de mediocre eficacia. Eduardo Galeano en una entrevista para el canal de televisión de la Universidad Nacional de Tres de Febrero dijo: “Yo conozco una cantidad de personas con doctorados que son de una incultura tenebrosa. En cambio conozco gente profundamente culta que no sabe leer ni escribir, o que escribe y lee de mala manera, porque culto es aquél que es capaz de escuchar al otro, capaz de escuchar las voces de la naturaleza de la que forma parte. Ese es el culto para mí. No el que acumula conocimientos, más conocimientos acumula la computadora.” El estudio, pues, se ha convertido en el camino para conseguir el ideal de éxito en esta cultura de la aspiración.
Dentro del campo semántico del estudio se encuentra el acto de la lectura. Leer y estudiar forman entonces parte de un supuesto aparato civilizador que otorga un estatus cultural a quien lo practica. Las frases tan conocidas y muchas veces escuchadas por todos lados: “Te hace falta leer”, “Ve a leer un libro”, “Se nota que no te gusta leer”, etc., son la evidencia de un apego a una ideología que nos dice que las clases educadas son más civilizadas que las no educadas. El acceso a la lectura y a la cultura es un privilegio de clase que se confunde con un esfuerzo meramente individual. Lo salvaje se vuelve todo aquello que queda fuera de un ideal de vida establecido por un sistema de realidad infundido en nosotros por los grandes relatos de la modernidad y el capitalismo. La doctora Clarissa Pinkola, en el prefacio de su libro Mujeres que corren con los lobos, escribió: “Todos sentimos anhelo por lo salvaje. Y este anhelo tiene muy pocos antídotos culturalmente aceptados. Nos han enseñado a avergonzarnos de este deseo. Nos hemos dejado el cabello largo y con él ocultamos nuestros sentimientos. Pero la sombra de la Mujer Salvaje acecha todavía a nuestra espalda de día y de noche. Dondequiera que estemos, la sombra que trota detrás de nosotros tiene sin duda cuatro patas.”
Ya desde la Antigüedad se empezó a concebir el rechazo sistemático por lo salvaje, que se estableció por completo en la Edad Media y terminó con el debate renacentista: “¿qué es mejor, la naturaleza o la cultura?”; debate que la modernidad resuelve al decantarse por la cultura. Lo salvaje es lo instintivo, y el instinto es el contacto directo con la naturaleza. El instinto es el poema que la naturaleza escribe en la piel sin que la razón se entere. En la Antigüedad clásica, el único dios que murió fue el dios Pan, el dios de la pasión y el instinto. La Edad Media asoció la maldad con el mundo de lo corpóreo y la Modernidad condenó a la sinrazón al terreno de lo falso. La etimología de la palabra “bárbaro” viene del latín barbarus, y esta a su vez del griego barbaros (βάρβαρος), y se refería inicialmente a los pueblos extranjeros en general; parte del mismo origen que ‘barbotar’ y ‘balbucir’ por imitación del hablar incomprensible de los extranjeros. Bárbaro era aquel que no hablaba la lengua dominante, y lengua es cultura. El bárbaro era y es la persona que no puede ver la realidad de la misma manera que la civilización hegemónica.
Entonces, el ser buena persona y la superación personal terminan siendo conceptos relacionados en dos vías: la moralidad civilizadora y la cultura de la aspiración. Dos ejes determinantes en la construcción de la identidad del sujeto occidental moderno. Estas nociones de la realidad se encuentran representadas en la forma literaria de autoayuda, la cual no solo promueve, sino que intenta perpetuar dichas narrativas.
Pero, ¿qué es la literatura de autoayuda? Este tipo de textos es innegable que ha adquirido una relevancia muy singular en la forma en que edificamos nuestra percepción subjetiva del mundo actual. En el estudio “Literatura de autoayuda: una subjetividad del Sí-Mismo enajenado”, la investigadora Vanina Papalini define a la literatura de autoayuda como una “técnica”, “un mecanismo de adaptación” a las exigencias de la época. “Los libros de autoayuda tienen una función clara en relación a la subjetividad. Poseen una orientación bien instrumental, ya que deben ofrecer solución a un problema. En general, terminan ofreciéndola con una especie de prescripción o un conjunto de recetas o pasos, que son la forma sintética en la que se alcanza el objetivo. Nos ofrecen un procedimiento regulado, repetible, generalizable”, resume Papalini. Esa “generalización” es aquello que diferencia a otras formas de la literatura de la literatura de autoayuda: una busca la singularidad y la otra, la generalidad. Una cuestiona la realidad y la otra afirma una versión única de la realidad. Papalini continúa con la definición del género diciendo que ofrece soluciones a problemas personales de la vida cotidiana, pues el tema de la resolución de problemas es común a todos estos textos, ya se traten sobre psicología, filosofía, relaciones interpersonales, actividades empresariales, espiritualidad, programación neurolingüística o inteligencia emocional. La literatura de autoayuda es un género de la cultura masiva, el cual comparte rasgos esenciales como la producción serial, la estereotipación de contenidos y la orientación hacia el consumo.
Además, los textos de este tipo se pueden ubicar en el denominado “espacio biográfico”; es decir, parten de una tipificación de los problemas en forma de testimonios o ejemplos. Son relatos de la experiencia, entendida como acontecimientos revolucionarios que pueden modificar el modo de vida del lector. Cuando no se usa el testimonio de los autores y autoras, se apela a la experiencia biográfica de otros. Papalini asegura que la riqueza vivencial de la experiencia es reducida; es expurgada de lo singular que pudiera tener para sintetizarse en forma de recetas. Esto solo puede indicar que la experiencia testimonial en esta visión del mundo es más valiosa que la colectividad y sus acuerdos. Es más importante la percepción individual que el contexto histórico y social, y es incluso más importante que la historia del pensamiento. En caso de que el texto se adhiera a formas del pensamiento científico o filosófico del presente o del pasado, casi siempre es una romantización y reducción de los conceptos en beneficio de una percepción individual y tergiversada. La exacerbación del individuo como el ente fundamental de la realidad, como parte central de la naturaleza, no es solamente un concepto equivocado, sino un concepto del capitalismo tardío. Es antropocentrismo y humanismo en sus versiones más rebajadas, pero más exuberantes. Los tres golpes para el narcisismo humano son “el giro copernicano”, que nos mostró que no éramos el centro del universo, después “el giro darwiniano”, que nos mostró que no somos el centro de la naturaleza y por último “el giro freudiano”, que nos hizo comprender que ni siquiera somos el centro de nosotros mismos. Para resumir lo anterior, en la literatura de superación se resalta una intencionalidad terapéutica y una finalidad pedagógica. Los consejos y direcciones sugeridos apuntan a un sistema de verdades evidentes, fácilmente comprensibles y sobre todo absolutas, basadas en vivencias e idealización.
Lo que se le puede conceder a estos textos es la sensación de empoderamiento que provocan en sus lectores. Una certeza de solvencia personal que es necesaria frente a la incertidumbre provocada por la idea de un futuro mejor que nos prometió la cultura moderna y que se desmorona desde hace décadas. Sin embargo, Papalini piensa que la mayor parte de los libros de autoayuda están dirigidos a disolver los síntomas del malestar cotidiano, pero sin preocuparse por la modificación de sus causas. Se presentan como soluciones rápidas a problemas cuyo origen se identifica en el individuo y cuya salida depende igualmente y en su totalidad de acciones personales, dejando fuera de la consideración los condicionamientos socioculturales y económicos en las que estas situaciones pudieran inscribirse. El género completo es hijo de un sistema de realidad que se quiere ocultar detrás del tótem que representa la individualidad. Estos textos pretenden ofrecer soluciones inmediatas e individuales a problemas históricos y estructurales. Son ensalmos que no curan, sino señalan las verdaderas causas de la incomodidad y la angustia del sujeto en una sociedad que lo limita y lo oprime. La literatura de superación personal es la biografía de las carencias de una estructura social en decadencia. Es un mapa de todo aquello que una sociedad promete, pero que no puede ofrecer a las personas que participan de ella.
El primer libro de autoayuda se publicó en 1857 y su título era Self-Help. Su autor, el político Samuel Smiles, siempre tuvo dudas en cuanto al nombre del libro, pues temía que pudiera parecer una apología del egoísmo. Lo que el discurso publicado entre las páginas del libro sostenía era la idea de que las verdaderas revoluciones suceden en el interior del individuo. Al inicio del libro podemos encontrar la frase: “La providencia ayuda a quienes se ayudan a sí mismos”. Es una frase que condensa un fenómeno profundamente extendido en la concepción de la realidad: la negación del sujeto y la exaltación del individuo. Podrían parecer sinónimos el ‘sujeto’ y el ‘individuo’, pero entre un concepto y el otro hay una enorme diferencia. La idea del individuo es una perversión del concepto del sujeto. El sujeto es la persona que está anclada a un fondo histórico-social. La noción del individuo, por el contrario, clausura el hecho de estar determinado por el contexto. La sociedad capitalista nos hace pensar que somos libres de la estructura social, de la realidad material e histórica, de los procesos simbólicos del lenguaje y de la necesidad de comunidad. Se pondera la idea más que aceptada de que el mayor rasgo evolutivo que nos permitió sobrevivir fue la competencia, pero la realidad antropológica es otra: fue la capacidad de hacer comunidad. Por eso estos libros nos hablan de buscar soluciones biográficas a contradicciones sistémicas. Se culpa al individuo de las carencias materiales y existenciales en su vida.
Lo anterior se vuelve más evidente si contraponemos la literatura, en general, con la literatura de autoayuda: por un lado, la literatura intenta ser el contrapeso de la mentira del individuo; es una continuación de la labor de comunidad; busca devolvernos al origen, a una conciencia de lo colectivo. Los textos de superación personal, por el otro, muestran a un tipo de sujeto aislado con la responsabilidad de resolver problemas estructurales que se hacen pasar por mandatos individuales, y entienden la adversidad como algo nocivo para la vida. Se piensa que la vacilación y la duda son elementos que indican una situación de despropósito en la vida, una rendición frente al sinsentido, y por lo tanto una falta de trabajo con la estructura de personalidad. Estamos obligados por la ideología de la solvencia a siempre tener certezas. No todos los que vacilan están perdidos. La psique tiene muchos secretos en reserva. Y no se descubren a menos que sea necesario, como escribió Joseph Campbell. Los textos de superación personal ofrecen al lector una metodología para resolver una serie de problemas complejos por medio de formas simples. En contrapunto, la función de la literatura es complejizar la realidad, no ofrecer respuestas simples a preguntas complejas. La literatura de autoayuda traiciona el propósito del arte al ofrecer de más y entregar de menos. Pero el propósito del arte —escribió James Baldwin— es exponer las preguntas ocultas por las respuestas. La literatura que da respuestas no puede ser literatura.
Para finalizar, vale la pena decir que la complejidad y la duda no provienen en sí mismas del arte, sino de la necesidad humana. La literatura no es la única forma de obtener ciertas herramientas de pensamiento o ciertas experiencias sensibles y transformadoras. No es la única vía para acceder al conocimiento. Leer no es una obligación moral, y no deberíamos ligar los conceptos de superación y superioridad a la lectura. Eso es un acto de pedantería que cada vez siento más insoportable. Escribir tampoco es por sí solo una forma de transformación y mucho menos de sanación si no se acompaña de otros instrumentos del pensamiento. La lectura debería ser una necesidad y no una imposición. Debería ser la promesa de conseguir nada más que un efecto estético que por sí mismo tiene ya la riqueza del lenguaje y sus significados. Hay belleza en las palabras, pero también fuera de ellas. La belleza está en la complejidad, y la complejidad en las imágenes detrás de las palabras. Leer no es un acto de superación personal, en realidad, se parece más a lo que piensa Emiliano González: “Si una persona ha leído con pasión un libro, si ha repetido en voz alta doctas y verdaderas palabras, traduciéndolas a un lenguaje íntimo con su memoria y afirmándolas con el corazón, algo de él pervivirá en el volumen y a su muerte saldrá a relucir, cada vez que otro lo abra. No es necesario, para ello, subrayar esas palabras; ni siquiera dejar una violeta o un asfódelo entre sus páginas: basta con fundir nuestra alma con el alma del autor. Una sola lectura intensa basta para elevar el precio del volumen más que cualquier ilustración honrosa, y un clásico se forma precisamente de sus muchas lecturas y relecturas. Qué importan, después de todo, el formato, la calidad del papel, si lo que un libro pide a gritos es ser leído, no almacenado como duraznos en almíbar.” EP
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