Una conversación con Janil Uc y Sayuri Navarro sobre las posibilidades del teatro para reparar el tejido social desde el encuentro y la ternura.
La cascarita: reflexiones sobre el teatro como espejo social
Una conversación con Janil Uc y Sayuri Navarro sobre las posibilidades del teatro para reparar el tejido social desde el encuentro y la ternura.
Texto de Mariana Montero López 13/12/23
Un ejercicio recurrente en una clase de teatro es el siguiente: una persona se coloca frente a otra, una de las dos comienza a hacer un movimiento lento con el cuerpo y la otra, a modo de espejo, le sigue. Es un ejercicio para prepararse a la confianza y la apertura, que invita a lxs participantes a inventar un nuevo espacio y tiempo común.
La cascarita es una obra de teatro que funciona como un salón de espejos, de esos que encuentras en las ferias. Luego de haberla visto en el Foro La Gruta del Centro Cultural Helénico en noviembre pasado, platiqué con el dramaturgo de la obra, Janil Uc —quien ganó con esta obra el Premio Nacional de Dramaturgia Joven Gerardo Mancebo del Castillo en 2022— y con Sayuri Navarro, su directora. Dos jóvenes creadores que ofrecen una propuesta escénica sensible, refrescante y esperanzadora.
La anécdota
La historia que cuenta La cascarita es la siguiente: cuando comenzó la llamada guerra contra el narcotráfico, desapareció por completo un pequeño pueblo, Santiago Mataindios. Con el pueblo, desapareció también su equipo mixto de fútbol infantil y junto con ellos, la amistad entre lxs niñxs y su entrenador. La premisa de la dramaturgia es clara: las historias que viven las infancias importan. Son como piedritas que caen al agua porque alguien las lanzó: hacen ondas en lo colectivo, que no atañe exclusivamente al mundo adulto, como solemos pensar. Janil me dice que escribe “obras que usan a las infancias como un colador de la sociedad. Sí sobre las infancias, pero no sólo para las infancias. Obras donde las acciones que realizan los niños tienen un impacto en ellos y en los demás.”
El elenco está compuesto por algunas de las actrices y actores del actual elenco estable de la Compañía Nacional de Teatro (CNT), y por niñas y niños del Semillero Creativo de Teatro y Danza de Ecatepec. Este camino de espejos que propone la obra o este “conjuro para salvaguardar a las infancias”, como le gusta llamarlo a Sayuri, empieza con un juego entre la niña y la actriz o el niño y el actor que interpretan al mismo personaje y realizan el ejercicio de movimiento y de ser espejo del otrx que describía al principio. El público percibe de inmediato la complicidad que se teje entre ellxs y que continúa con cada personaje que se suma a la obra de manera lúdica.
El teatro viene siendo así desde hace algunos años (aunque la historia de la literatura dramática nos demuestra que siempre ha existido el metateatro): expone sus propios mecanismos para crear eso que entendemos como dispositivos. Gran parte del teatro que busca politizar se vale de la performatividad, tan cercana a las artes visuales, la filosofía y la tecnología, y que hace uso de estas para cuestionar nuestra condición humana.
Los personajes, las infancias como sujetxs políticos
“No hay que romantizar a lxs niñxs, sabemos que llevan relaciones en las que demuestran las violencias, clasismos y exclusión que han aprendido”, me comenta Janil. También a esto me refiero con lo del salón de espejos: si algo podemos ver en un niñx, es el reflejo de las personas adultas con quienes crece, en crianza o en ausencia de ella. Y más tarde, al crecer, en el adulto que somos, seguimos descubriendo el reflejo del niñx que fuimos. Así la obra revela ese juego de espejos, que narra la historia también desde el futuro de sus personajes que hablan sobre su pasado con mayor o menor resistencia.
La historia que inspiró a Janil puede que sea verdadera. Algunas historias no se olvidan, se sedimentan por un tiempo y cuando las agitamos en la memoria algunos fragmentos vuelven para darle al presente otro significado. “El teatro sirve para remover lo que damos por sentado. Para mostrar y hacer reflexionar, para desplazar, crear movimiento y hacer lugar a nuevas perspectivas en el espectador”.
“Me gusta platicar con cualquier persona en cualquier lugar”, me dice Janil. Le digo que tenemos eso en común y agrega “Tzikbal es, en uno de sus significados en maya, ‘platicar’, y para mí es como un género literario. Hago conversaciones imaginarias en mi mente constantemente; conversaciones que después pueden volverse escenas”. Como en La Cascarita, donde podemos ver a lxs niñxs conversando sobre su cotidiano, sus inquietudes y sus miedos, pero también sobre sus complicidades.
Si pensamos en nuestras pláticas del día a día, ¿en cuántas de ellas participan niñxs? E incluso cuándo están ahí, ¿qué lugar les damos dentro de la conversación? ¿Cuántas veces escuchamos con atención sus opiniones y sus sentires? ¿En qué medida les integramos en nuestras concepciones de realidad social?
Una de las propuestas más contundentes de este montaje consiste en pensar a las infancias como sujetxs políticos y aún con el poco tiempo que tuvieron para montar con lxs niñxs, la propuesta fue lograda con mucha coherencia. En La cascarita, lxs niñxs del Semillero participan del relato de historias que confrontan y conmueven.
Disponer espacios creativos con ternura y cuidado
“¿Quiénes suelen tener derecho a estar en escena y a representar?” Sayuri Navarro, directora de la obra, me dice que lleva tiempo preguntándose al respecto. Me cuenta que antes estuvo haciendo teatro con comunidades específicas, como las mujeres del Centro de Asistencia Social Rosario Castellanos en San Luis Potosí.
“Si las infancias están en escena, también deben ser cuidadas en el proceso… cuándo y cómo quieren interactuar. Preguntarles si quieren ser tocadxs, por ejemplo”. Esa atención y ternura pueden sentirse todo el tiempo al ver la obra, accionado así por cada una de las actrices y actores de la CNT, vemos en el escenario a niñxs acompañdxs, jugando alegres, atentxs y conmovidxs: niñxs creando.
¿Cómo fue para ti trabajar un texto que cuenta una historia difícil junto con lxs niñxs?, le pregunto a Sayuri. “Implicó leer la obra con ellxs y preguntarles cómo se sentían, qué de eso tocaba sus vidas, si conocían historias así y por supuesto que sí las conocen en sus entornos cercanos, te sorprendes con las que te cuentan.”
“Cuando platicaba con ellxs en el trabajo de mesa sobre qué pensaban de esta historia, sobre la violencia en sus contextos y qué deseaban, me dijeron que desean más espacios como los semilleros creativos. Eso es significativo, es una muestra de lo importante que es crear espacios felices donde imaginar desde el respeto y la alegría. Espacios para poder moverse y actuar, espacios donde conectar con la vida.”
Encuentro para conjurar nuevos imaginarios
“El teatro es importante porque puede crear nuevos imaginarios para reapropiarnos de lo simbólico frente a los discursos que se imponen desde la cultura de la violencia, como los del crimen organizado. ‘Hacer justicia poética’, como diría Rubén Ortíz”, reflexiona Sayuri.
Su comentario me hizo recordar algo que hace tiempo mencionaba Rubén sobre la diferencia entre la política y lo político. Él decía que acostumbramos hablar más de la política, esa política que ejercen, aparentemente tan distantes, los grupos en el poder; pero que el teatro puede devolvernos a la dimensión y la esfera de lo político, es decir,de lo que nos es común. Puede, además, detenernos para volver a mirar y sentir (y con suerte organizar), para atravesar distinto lo que ya hemos atravesado juntxs.
¿Qué historias elegimos contar, cómo y para qué?, me he preguntado después de ver alguna puesta en escena. “¿Por qué decidimos replicar ciertos discursos y renunciar a otros?” se cuestiona Sayuri “Yo soy afín a la idea de volver a lo común, a reencantar el mundo, a los orígenes, a la organización de la vida como lo plantea Silvia Federici”.
Se ha dicho que el teatro es un reflejo de su tiempo. Ojalá que lo sea y no que sólo se dedique a mirar el ombligo de sus creadores. Porque incluso cuando estos se apropian de los discursos, usan técnicas del Teatro del oprimido o tocan problemáticas sociales, la sinceridad puede casi que olerse. Sin ese aroma de sinceridad se nos desconecta la empatía.
Las pláticas que tuve con Sayuri y Januc fueron una inyección de esperanza en el teatro de nuestro presente. Me hicieron reflexionar sobre la congruencia de lo que sentipensamos, decimos y hacemos cuando creamos. A final de cuentas, hacer y ver teatro es ejercitar ese espejo contundente e ineludible de lo que somos, y también de todo eso que no queremos ver.
El teatro es un conjuro, sí, porque los imaginarios sociales se tejen también de las palabras e imágenes que compartimos, de lo que decidimos mostrar para dejar de ocultarlo o hacer como que no pasó.
El trabajo teatral es colectivo
Aunque no mencioné aquí todos sus nombres, sirva esta pequeña pausa para reconocer el esfuerzo que involucra no sólo a todxs lxs creativxs o a quienes están en escena, sino también a lxs técnicxs, taquillerxs, trabajadores de limpieza, investigadorxs y en este caso, también a lxs maestrxs y equipo del Semillero.
La dramaturgia, recobrando la memoria improbable
Cuando leí por primera vez el nombre de Janil Uc, me sorprendí de pensar que el dramaturgo fuera del sureste y no del norte, como cualquiera podría pensar, casi en automático, cuando se menciona la historia de un pueblo devastado por el narco. Pero Janil es originario de Ticul y vive en Mérida, en donde tiene un colectivo teatral con su compañera Salomé Ricalde llamado: U Yotoch Yúuyum.
“Casi no se habla de cómo la guerra contra el narco también llegó a Mérida. Por ahí del 2007 colgaron unas cabezas de un puente y en los pueblos cercanos igual pudo sentirse el cambio. La gente salía con más miedo de sus casas y a lxs niñxs sólo se les decía: tú métete y cállate.”
Es un borrado sobre borrado. El primero: la perfecta Mérida blanca que debía seguir pareciendo una ciudad muy segura para la inversión turística (y ahora para la nueva ola colonial de los nómadas digitales y la especulación de vivienda e inmobiliaria). Y el borrado de la adultocracia, que hace como si lxs niñxs no se dieran cuenta de que toda su vida está cambiando. Luego de la tragedia, hay algo compartido que echamos de menos y son los encuentros sin temor en las calles, las cascaritas de lxs niñxs, jóvenes o adultxs que sólo se apuraban a quitarse cuando pasaba algún coche.
Qué bueno que el teatro nos haga recordar lo que añoramos, porque también es político recordar en contra de la inercia del olvido. Qué bueno que el arte nos haga recordar a algún entrenador de fútbol anónimo que, aunque su vida era un desastre, se volvió la esperanza de un grupo de niñxs con hogares disfuncionales. Que actrices y actores tan capaces en su oficio den cuerpo y vida a estas historias.
La cascarita confronta la violencia y la ternura. Se cuestiona con honestidad y se aleja de la perjudicial hipocresía de que las infancias viven en un mundo aparte.
El dispositivo se activa al invitar al público
En la función a la que asistí, la dinámica con la que cierra la obra tuvo una pequeña modificación. Originalmente se colocan en el escenario dos micrófonos. En ellos, el público puede decir en voz alta los sueños y deseos que tiene para sí, para el mundo en general o para las infancias. En esta ocasión, por propuesta de la actriz Oliva Lagunas, se nos invitó a leer los deseos de lxs niñxs de Palestina, sueños y anhelos que fueron escritos realmente por ellxs. Es otra realidad abrumadora de la que decimos poco o nada por distintos y diversos motivos. Y aquí otra vez el teatro, disponiendo el lugar para sentir y escuchar los deseos de lxs niñxs que están siendo masacradxs, con todo lo que estos nos provocan.
Nos hemos preguntado durante siglos cuál es la función del teatro frente a las injusticias y atrocidades. Sabemos que no hay alguna respuesta única, si acaso sólo surgen más y más preguntas.
¿Cómo nos sentimos? ¿Qué parte de estas historias de infancias destruidas toca nuestras vidas? ¿Cuáles de estas historias, donde todo cambia, pero no se habla al respecto, nos han sucedido? ¿Cómo acompañamos mejor a las infancias? ¿Cómo protegemos la ternura y la alegría, y, con ellas, otros posibles futuros?
Quizá el teatro proponga un camino: necear en construir espacios diversos para el reencuentro. Espacios donde el cuerpo se reconozca vivo y alerta. Donde entretenernos no sea siempre sinónimo de evadirnos. EP
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