Entre Montaigne y Scherezada: el viaje de Irene Vallejo por la historia de los libros

Que un libro de ensayos se convierta en best seller es todo un acontecimiento (éste lleva ya dieciocho ediciones en España desde que se publicó por primera vez en septiembre de 2019). Que su tema (y subtítulo) sea el origen de los libros en el mundo antiguo, es todavía mayor. Hay que admitir que no […]

Texto de 23/10/20

Que un libro de ensayos se convierta en best seller es todo un acontecimiento (éste lleva ya dieciocho ediciones en España desde que se publicó por primera vez en septiembre de 2019). Que su tema (y subtítulo) sea el origen de los libros en el mundo antiguo, es todavía mayor. Hay que admitir que no […]

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Que un libro de ensayos se convierta en best seller es todo un acontecimiento (éste lleva ya dieciocho ediciones en España desde que se publicó por primera vez en septiembre de 2019). Que su tema (y subtítulo) sea el origen de los libros en el mundo antiguo, es todavía mayor. Hay que admitir que no son ni el género ni la temática que suelen vender muchos ejemplares, pero El infinito en un junco de Irene Vallejo Moreau (Siruela, 2019) parece que fue escrito para romper con todos los mitos con respecto a qué se lee y sobre todo a qué se vende, incluso en época de pandemia. 

Hasta ahora, este ensayo ha ganado premios como el Ojo Crítico de Narrativa 2019, Premio Búho al Mejor Libro de 2019 y Las Librerías Recomiendan de No Ficción 2020, y quizá uno de los secretos de ese éxito es que no está escrito como una argumentación académica, llena de notas al pie y referencias entrecomilladas, sino como una historia de aventuras.

Doctora en Filología, periodista y narradora, Irene Vallejo Moreau (Zaragoza, 1979), se propuso escribir un libro que tuviera, según sus propias palabras, “esa misma pasión en la relación con los clásicos que tiene Montaigne, pero como si Montaigne pasara por el filtro de Scherezada en Las mil y una noches: con los cuentos, las ambientaciones, los viajes; ese concepto de cuento, de narración-río donde todo va haciendo meandros, donde todo confluye: los mismos personajes van y vienen, aparecen y reaparecen; se pasa el tiempo, se viaja a distintas ciudades. Mi desafío era ver hasta qué punto podía reconstruir esta historia milenaria con las técnicas de la narrativa y de la ambientación de la novela y del cuento”, dice la autora en entrevista.

Esto es justamente lo que una se encuentra cuando lee El infinito en un junco: una historia que no permite poner el separador y cerrar el libro, que se quiere seguir leyendo aunque sea ya de madrugada, el frío arrecie y los grillos canten; los perros ladren a lo lejos y los ojos se empeñen en cerrarse.

Una estructura circular como en el mundo antiguo

La historia de cómo los libros, tan frágiles en un inicio, han sobrevivido hasta nuestros días —a veces contra todo pronóstico—, según la narra El infinito en un junco, comienza con un grupo de jinetes que cabalgan en la noche sorteando toda clase de peligros: son los enviados del rey Ptolomeo para adquirir el mayor número posible de ejemplares para la Biblioteca de Alejandría. Y termina con unas mujeres, también jinetes, cuya cabalgata las lleva por las escarpadas laderas de Los Apalaches en Kentucky, con mulas cargadas de libros para llevar a los rincones más lejanos de ese Estados Unidos durante la Gran Depresión. 

“Es una composición circular en el mismo sentido que lo hacían los antiguos. Está todo muy pensado porque la estructura era un gran desafío del ensayo. Me hice una escaleta con todos los temas, personajes, episodios que iba a narrar, perfectamente organizados para que haya ecos, estribillos, temas que van fluyendo y desapareciendo, y luego que este principio y este final estén en comunicación”. 

Para Irene Vallejo el comienzo del libro, como de “novela de suspense”, es un aviso para que el lector se dé cuenta de que no es el tipo de ensayo que está acostumbrado a leer. 

“Además”, dice, “es una imagen reveladora de un mundo en el que los libros eran tan escasos que había que lanzar jinetes, espías a perseguirlos. Y el rey, el hombre más poderoso en aquel momento, tiene que lanzar a sus secuaces a la búsqueda de libros casi puerta a puerta y ciudad por ciudad”. 

“Pero en ese momento”, continúa explicando Irene Vallejo en entrevista vía Zoom desde su casa en Zaragoza, “todo tiene también un cariz de saqueo, de un rey rapaz que quiere acomodarlo todo. Y para mí, la belleza de esta historia es que acaba en clave femenina, al final de tantos siglos, y lo que hacen esas mujeres es llevar los libros hasta los rincones ocultos y más inalcanzables de esas montañas”. 

Este final es una especie de western femenino, explica la colaboradora del diario El País, “con las amazonas que mejoran la vida de esas gentes. Las hechizan con la magia de los libros, porque siendo una de las zonas más pobres y deprimidas de Estados Unidos en aquel momento, la llegada de los libros les ayuda a mejorar sus condiciones de higiene, a librarse de algunas supersticiones. Aunque habitualmente se suele pensar que el arte y la literatura son solo un lujo para épocas de bonanza, en esa historia podemos contemplar el espectáculo de quienes mejoran su vida gracias al contacto con los libros, con la literatura, con las ficciones, con los símbolos, con el sentido y también con el conocimiento”.

Los libros salvan

Entre los muchos pasajes de la historia de los libros que narra el El infinito en un junco —Homero y La Ilíada y La Odisea, los géneros como la comedia y la tragedia, los esclavos y los profesionales que copiaban a mano rollos y rollos de papiro para producir ejemplares de los libros, los primeros bibliotecarios, los primeros libreros, las primeras mujeres que escribieron, etc.—, hay también los episodios infames en los que se ha intentado acabar con el libro, en los que se le ha visto como un instrumento peligroso: Auschwitz, el gulag, las cárceles castristas, la destrucción de la Biblioteca de Sarajevo.

“Fui mucho tiempo recogiendo historias dispersas de distintas crónicas de personas que vivieron situaciones traumáticas y terribles; por ejemplo, el de Leonora Carrington en un sanatorio mental en Santander en la posguerra, que tuvo que haber sido terrible y cómo cuenta que leer a Unamuno la sacó de las tinieblas. Tanto en el gulag, como en dictaduras, como en campos de refugiados, como en campos de concentración, es decir, a lo largo de toda la geografía del horror del siglo XX reaparecen una y otra vez testimonios: en la Revolución Cultural china, una y otra vez gente escondiendo libros, guardándolos como tesoros o simplemente recurriendo a lo que recordaban de las historias que habían leído o que les habían contado de niños, repitiéndolas para otros y valiéndose de esa memoria y de esos recuerdos para sobrevivir”.

En este recuento de horrores, Irene Vallejo menciona también a las mujeres sobrevivientes del gulag entrevistadas por la escritora y periodista checo española Monika Zgustova en Vestidas para un baile en la nieve (Galaxia Gutemberg, 2018). 

“Me parecía muy importante insistir que en esos momentos en los que parece que ya solo importa la supervivencia cruda, la gente siga aferrándose a los libros y los cambia por cigarrillos o por zapatos o por cosas que parecen vitales y se aferra a ellos, los guarda como un tesoro, los esconde, se pone en peligro por tenerlos. Es una evidencia fuerte y sólida de que efectivamente los libros son ese salvavidas que muchos hemos sentido en algún momento de nuestra vida que representaban para nosotros”.

Vallejo incluye su propia historia como niña víctima del bullying: “cuando el drama escolar del acoso infantil los libros me sirvieron de asidero, y entonces la presento como una experiencia que es mucho más común y universal de lo que solemos pensar”.

Una botella en el mar con un mensaje de esperanza

Quien crea que El infinito en un junco es solo un recuento de hechos históricos, algunos terribles como los que acabamos de mencionar, se equivoca. La ensayística de Irene Vallejo encierra un mensaje de esperanza con respecto a este artefacto perfecto de la creación humana, como le llamó Borges:

“También cuento la historia de cómo los libros, que fueron tan frágiles al principio de este recorrido histórico, van volviéndose más fuertes. Porque es cada vez más fácil multiplicarlos, porque llegan a más hogares, porque ya no son el privilegio de unos pocos y porque se van ensanchando las filas de los salvadores del libro. Lo quiero presentar así, globalmente, a pesar de los terribles episodios que también están en esta historia. Porque los libros han sido siempre perseguidos con saña. Lo que, por otra parte, es una demostración de que no son superfluos porque no es perseguido con esa determinación algo que no lleve en sí una semilla de memoria, de subversión, de poder. Y realmente la capacidad de leer libros inviste de libertad y de autonomía a todo el que adquiere”.

Tal vez la respuesta de porqué el ensayo de Irene Vallejo se ha vendido tanto, y encima de todo en plena pandemia por el COVID19, un momento particularmente difícil para la industria editorial —abro aquí un paréntesis para recordar que durante la conferencia de prensa en que se dio a conocer que esta edición de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara se hará en formato completamente virtual , el presidente de la Cámara Nacional de la Industria Editorial (CANIEM), Juan Luis Arzoz, informó que las pérdidas para el sector suman ya un 30% en lo que va del año—, está en este mensaje de esperanza para la curiosa cofradía a la que pertenecemos quienes encontramos en los libros un bálsamo, un asidero, un goce estético y hasta físico; esta tribu que formamos quienes todavía no terminamos de leer un libro y ya estamos eligiendo con avidez el siguiente, en la que compramos más de los que podremos leer a lo largo de la vida, la brevísima vida humana.  

Cuando le pregunto a Irene Vallejo a qué atribuye el éxito de El infinito en un junco, descubro que su teoría se acerca mucho a la mía:

“Quizá llevábamos muchos años escuchando discursos muy pesimistas sobre el libro, y además han sido unos años en los que ha habido una fortísima corriente antiintelectualista en toda la sociedad: líderes políticos rechazando a los expertos, rechazando la cultura. Y creo que mucha gente se sentía retraída o atacada por esa realidad, y bueno, lo experimentábamos en soledad, como si realmente fuéramos minoría. Y entonces este libro ha servido para identificar a esa gente. Para hacerles sentir que pertenecen a una aventura milenaria: la gente que ha luchado contra todas esas formas de barbarie, de destrucción de los libros, de ataque a la cultura”, responde Irene, y no puedo más que reparar en la emoción que brilla en sus ojos cuando habla, y que se corresponde con el enorme librero abarrotado que se aprecia detrás de ella a través de la pantalla de la computadora. 

“Y luego, la pandemia nos ha devuelto un poco a esos escenarios de cómo los libros, en momentos de catástrofe, de angustia, de soledad, se convierten en nuestras balsas salvadoras”, concluye.

Mientras cierro la sesión y apago la computadora pienso que es cierto, que durante estos meses extraños leer me ha evitado volverme loca más de una vez.

Y agradezco ese mensaje de esperanza con que termina El infinito en un junco: un grupo de libreras-lectoras-amazonas llevando sus libros a los rincones más inaccesibles de un país en crisis. 

En estos tiempos, creo, es cuestión de volvernos, todes, nuestras propias amazonas. EP

Vallejo, Irene

El infinito en un junco. La invención de los libros en el mundo antiguo

Siruela, 2019

452 páginas.

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