En este texto, Genoveva Castro cuenta sobre el poblado de New Haven, en Estados Unidos, y sobre la estatua de Cristobal Colón del parque Wooster.
Los gritos de las estatuas
En este texto, Genoveva Castro cuenta sobre el poblado de New Haven, en Estados Unidos, y sobre la estatua de Cristobal Colón del parque Wooster.
Texto de Genoveva Castro 16/08/22
y el grito de la estatua desdoblando la esquina.
Correr hacia la estatua y encontrar sólo el grito,
querer tocar el grito y sólo hallar el eco,
querer asir el eco y encontrar sólo el muro
y correr hacia el muro y tocar un espejo.
Hallar en el espejo la estatua asesinada.
Xavier Villaurrutia
Una mañana de junio de 2020 escuché por la ventana gritos, porras, canciones y consignas amplificadas por un altavoz. El paisaje sonoro era inusual en New Haven de solamente 130 mil habitantes. Como nativa de Ciudad de México, que alberga a millones, este poblado estadounidense pareciera casi una aldea. El ruido prototípico en los meses cálidos viene de las carreras de motocicletas, de las peligrosísimas suertes que hacen los adolescentes despegando en ocasiones una llanta del suelo y registrando en video sus hazañas. Esa mañana algo diferente pasaba en el barrio.
A una cuadra de mi edificio hay un parque con altos y viejos árboles, para muchos de nosotros es el jardín que nos llena de calma y nos quita la ansiedad. Ese día, el parque era el escenario de un drama, con actores que venían de múltiples frentes. En esas fechas, el asesinato de George Floyd había desatado protestas en todas partes, denunciando la discriminación racial y la brutalidad policiaca. Los ánimos estaban exaltados, sin duda, por la crueldad de un crimen horrendo. Pero lo que suscitaba el conflicto en el barrio esa mañana era una estatua. Las personas anti-estatua peleaban con los pro-estatua.
Llegué a New Haven en 2017 y he vivido al lado del parque Wooster, que le da nombre también al barrio. New Haven está en el estado de Connecticut en la costa este de los Estados Unidos. Mi marido, científico de la India, fue contratado por la Universidad de Yale; es una de las instituciones de educación superior más antiguas de Estados Unidos, fundada en 1701, que cuenta con innumerables recursos que atraen a gente del mundo entero. En contraste, la población local está afectada económicamente de manera muy seria por un proceso de desindustrialización. La economía industrial decayó de manera sustancial en los ochenta y dejó una alta tasa de desempleo. Adentro de la universidad trabajan galardonados con el Premio Nobel; afuera el índice de criminalidad es noventa por ciento más alto que en otras ciudades estadounidenses. Dos realidades diametralmente distintas.
La historia de New Haven es antigua y se remonta a los indígenas de la tribu de los quinnipiac que precedieron la llegada europea. El legado de los pobladores originarios no es evidente en ninguna parte más que en la nomenclatura, el nombre de Connecticut o el río Quinnipiac. Ingleses, irlandeses, holandeses, escoceses y alemanes desfilaron por el pasado colonial del estado y la ciudad. Ese pasado incluye una dolorosa historia en la que personas de origen africano fueron esclavizadas hasta 1848. En la actualidad, los afroamericanos constituyen el mayor de los grupos minoritarios y su índice de pobreza es tres veces mayor que el de la población blanca.
A finales del siglo XIX y principios del XX un gran número de inmigrantes llegaron a la costa este de los Estados Unidos provenientes del sur de Italia, particularmente de Nápoles y Sicilia, donde la pobreza hacía la vida imposible. Muchos de ellos se establecieron en el estado de Connecticut, siendo New Haven la ciudad con la mayor colonia italiana. Numerosos inmigrantes trabajaban en las fábricas que procesaban las fibras de algodón con una tecnología inventada por un egresado de Yale. Otros productos que se fabricaban eran armas de fuego y artefactos de goma. El barrio de Wooster se conoce como “la pequeña Italia” de New Haven, porque fue el hogar de muchos de estos migrantes.
A mediados del siglo XX muchas personas de Puerto Rico se mudaron a New Haven por la falta de trabajo en la isla. Mi amigo Tony Kosloski, que ha vivido toda su vida en la ciudad, llegó a nuestro barrio a principios de los años setenta y dice que en ese tiempo muchos italianos ya se habían ido a los suburbios y había una mezcla de nacionalidades en la que los puertorriqueños eran una presencia importante. Pero hoy en día no parece que haya caribeños. El propietario de mi edificio es un hombre de origen italiano y los inquilinos vienen de una amplia variedad de países a estudiar o a trabajar en Yale. En el parque al que voy casi todos los días, distingo a los nuevos habitantes que llegan en cada ciclo escolar.
Debió ser un 12 de octubre cuando me percaté de que había una estatua en el parque. Unas guirnaldas de flores rodeaban el pedestal. Al principio, pensé que se trataría de un santo, parecía una ofrenda religiosa. Una patrulla de la policía estaba estacionada adentro del parque, junto a la estatua, cuidándola, de noche y de día para evitar vandalismo. La estatua era ni nada más ni nada menos que Cristóbal Colón. Los italianos se identifican con él porque después de todo era un viajero genovés que se aventuró del Viejo mundo hacia el Nuevo. La discriminación y el linchamiento que sufrieron a su llegada generó una unidad abanderada por el “descubridor” del continente americano. Cada año se celebraba a Colón como a una figura divina.
En mañana de junio de 2020 había gran agitación. El alcalde decidió contratar una grúa para remover la estatua que había sido colocada en el parque en 1892 por la comunidad italiana, en la celebración de los 400 años del descubrimiento de América. Temía que los grupos anti-estatua la tiraran a patadas y quería darle un final digno. Los manifestantes del movimiento Black Lives Matter (Las vidas negras importan) gritaban y festejaban la remoción de la estatua. Un frente más lo constituía un conjunto de individuos que se identificaban como parte de las tribus originarias norteamericanas y hablaban sobre la opresión y el genocidio desatado por Colón. Otra asociación estaba conformada por latinos que apoyaban también el retiro de una figura cuestionable. Por el contrario, los italianos estaban furiosos. Lo que empezó como agresiones verbales terminó con violencia cuerpo a cuerpo. La policía intervino pidiendo la calma; esa policía que había sido señalada como responsable de asesinatos a causa de su profundo racismo en muchas ciudades y, por supuesto, también en New Haven.
La mayoría de los involucrados en el pleito no viven en el barrio, pero era importante para ellos pelear para preservar una memoria que asocian con sus comunidades. No hace falta decir que Colón nunca puso un pie en estas latitudes. Los que sí vivimos en el barrio estábamos metros más atrás, simplemente observando. Mi vecino de China acariciaba al perro de otro transeúnte y con una sonrisa disfrutaba la sensación de tocar el pelaje del animal. La reminiscencia de Colón y la pasión por la estatua no tenía para él relevancia alguna. La estatua circuló por las calles a bordo de la parte trasera de un vehículo y parecía un personaje vivo saludando a su séquito.
El pedestal está vacío ahora y lo que pongan sobre él, terminará por ser problemático. En un sitio que, aunque pequeño es extraordinariamente diverso, no puede ser de otra forma. El consejo vecinal comisionó a un artista de origen italiano para hacer una nueva estatua. Gustará a unos y molestará a otros. El fervor por los artefactos de piedra que representan cosas es tan antiguo como la humanidad misma y las decisiones tomadas en los espacios de memoria serán siempre susceptibles de ser cuestionadas. Increíble pensar que en muchos sitios a las estatuas se les protege más que a las personas, la piedra importa más que la carne y los huesos. Mientras camino por mi parque, me pregunto si no podemos vivir en una sociedad sin estatuas. EP
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