Exclusivo en líneaPenínsula, península: viaje a la obra de Hernán Lara Zavala
A más de una década de la publicación de Península, península es difícil decir algo que no se haya escrito de la obra y trayectoria de Lara Zavala. Carlos Fuentes, Emmanuel Carballo, Seymour Menton, entre otros reconocidos literatos, han elogiado la novela también distinguida con el Premio Iberoamericano Elena Poniatowska en 2009.
A más de una década de la publicación de Península, península es difícil decir algo que no se haya escrito de la obra y trayectoria de Lara Zavala. Carlos Fuentes, Emmanuel Carballo, Seymour Menton, entre otros reconocidos literatos, han elogiado la novela también distinguida con el Premio Iberoamericano Elena Poniatowska en 2009.
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Sin entrar en alineaciones mágicas o correspondencias misteriosas, el pasado
viernes 13 de diciembre tuve nuevamente entre las manos Península, península del escritor Hernán Lara Zavala, el mismo día
del 171 aniversario luctuoso de Cecilio Chí, uno de los protagonistas de la
premiada novela reimpresa una docena de veces. Digo nuevamente porque la
primera vez que comencé a leerla, hace seis años, se me extravió en mi última mudanza. Esta vez la
leí en cuatro días y no por temor a perderla, sino porque la escritura acendrada
me fue adentrando en la trama al punto de no poder abandonarla.
Península, península es la última de la tetralogía que aborda la
temática peninsular, su proyecto más ambicioso, en palabras del autor. Novela
que le ha proporcionado grandes satisfacciones al ser seleccionada por la
Academia Mexicana de la Lengua para representar a México y obteniendo el Premio
Real Academia Española (RAE) en 2010. De
Zitilchén, el primer libro de este conjunto de cuatro obras, fue publicado
en 1981; le siguieron, en 1990, Charras
y Viaje al corazón de la península en
1998. Entre estos, publicó otros títulos de narrativa como El mismo cielo de 1987 por el cual fue galardonado con el Premio
Bellas Artes de Narrativa Colima para obra publicada.
A más de una década de la publicación de Península, península es difícil decir algo que no se haya escrito de la obra y trayectoria de Lara Zavala. Carlos Fuentes, Emmanuel Carballo, Seymour Menton, entre otros reconocidos literatos, han elogiado la novela también distinguida con el Premio Iberoamericano Elena Poniatowska en 2009. Me centraré en la estructura y la psicología de algunos de los personajes nacidos de la imaginación de su creador. Ambientada en el siglo XIX, veinte años después de que concluyera la Independencia de México, narra la cruenta guerra de clases entre los indígenas, criollos y mestizos de de Yucatán, batalla que duró más de medio siglo, entre 1847 y 1901, donde se perdieron cerca de 250 mil vidas, cuyo final ya conocemos porque somos resultado del mismo. Considerada de perfil histórico, esta novela da cuenta del arte literario del autor. Si bien los protagonistas son reales, existen otros de la entelequia de Lara Zavala, quienes proporcionan un sólido soporte a la historia, personajes que, como en un tablero de ajedrez, están perfectamente acomodados en lugares estratégicos para dotarla de verosimilitud y continuidad.
La novela inicia con “El baile verde”. Antes de entrar a la fiesta, Lara
Zavala despliega su veta poética y hace una sublime descripción de la
península: “Corre el agua bajo la piedra
caracol, esponja y anémona, bajo la piedra flor, la piedra serpiente, la piedra
escrita”…, “Pero bajo la loza pétrea, ahora cubierta de maleza, corre también
un río de palabras, de voces y de historia”…, “De haber nacido en otros tiempos
tal vez este sería el momento de la invocación. Diría Canta musa celeste,
canta, inspira mi atribulado corazón”… Este capítulo es crucial, debido a
que se presenta a la mayoría de los personajes a la vez que plantea la
problemática de la inconformidad de la población por la esclavitud impuesta por
los “Celestes”. El color verde en vestidos y corbatas, metáfora de la esperanza,
se ve mezclado con los atuendos rojos del bando contrario, quienes sin aviso
arriban al recinto, en una suerte de presagio que avizora el escritor.
Lara Zavala, ingeniosamente le da una doble dimensión al personaje real del
escritor Justo Sierra O´Reilly, cuyo seudónimo era José Turrisa (personaje
ficticio en la novela). Es así que la historia goza de dos narradores, uno que
vivió la beligerancia indígena y otro que lo mira en lontananza durante la época
actual, quien además mantiene un dialogo con el lector a través de reflexiones de
los hechos y la misma novela. El corpus de 449 páginas: XXVI capítulos y el
epílogo, en un lenguaje directo, ausente de ripios, delinea hechos,
motivaciones, traiciones, debilidades de personajes diversos y una sinfonía de
texturas, sabores, olores, sonidos y visiones.
Sabores como los sabrosos y apetecibles merengues de los que gustaba Celestino
Onésimo Arrigunaga, obispo de Yucatán, Cozumel y Tabasco. Regordete, rollizos
brazos, rodillas rosadas y voluminosas, quien parece que se ajustaba a la
máximas: “Eres lo que comes” y “Las cosas se parecen a su dueño” con sus toallas
blancas y felpudas. El joven Celestino en sus años mozos, también tuvo sus
arrebatos carnales cuando la empleada doméstica, menor de edad, le lavaba los
pies como a un apóstol antes de acostarse a dormir. El acto de la seducción y
la cópula está descrito intercalando la Letanía Lauretana a la virginal
Chavelita quien, según lo descrito, quedó preñada en un santiamén pero iluminó
la vocación del joven.
Cecilio Chí, uno de los líderes que encabezaba la batalla, murió de un
machetazo en la cabeza que le propinó su secretario y amante de su también amante
María, en contubernio con esta. Lara Zavala recrea el hecho con diálogos
eróticos y magia propia de la región. María recurre a la hechicería de doña
Mech para efectuar la ceremonia de Kaynicté
y “abrirle el corazón al ingrato”. Invocando al Kizín las dos mujeres se desnudan en torno a una hoguera. En el
ritual María es poseída por la víbora de cola bifurcada Chayilcán: “No temas, no te
va a hacer daño, lo que busca son senos lactantes. Pero le gustan también los
senos de jóvenes hermosas. Huele tu cuerpo de mujer”…, “Te siente con su lengua
y recorre tu cuerpo con sus escamas frías hasta convencerse que de quieres ser
suya…”. A la consigna de “Caerá”
y brebajes: “Con esta agua prepara un
chocolate para tu hombre”, Anastasio termina envuelto en lo que será el
principio del fin del triángulo amoroso y, en consecuencia, la batalla
intestina que, aunada al comienzo de la época de siembra, se ira debilitando
hasta que Benito Juárez divida la península en Yucatán, Campeche y Quintana
Roo, dejando este último territorio a la raza indígena.
Otro extranjero que da soporte a la historia es el médico Patrick O.
Fitzpatrik, proveniente de la Colonia Inglesa, descrito por el autor como
misántropo, misógino, alcohólico y palúdico, quien renunció a los placeres sexuales
con una joven maya que curó y en agradecimiento se quiso entregar a él. No así
adoptó a un perro callejero: Pompeyo.
Respecto a la elección de la temática, el autor reveló que cuando le
informó a su padre, oriundo de Campeche, sus deseos de ser escritor este le
sugirió que escribiera un tema que aún no se había tratado novelísticamente: La
guerra de castas en Yucatán. Ante semejante reto se abocó a investigaciones de
campo y bibliográficas durante diez años. Estando en una estancia sabática en
Cambridge, Inglaterra, entre 1997 y 1998, escribió la primera parte para
después retomarla en 2004 y continuar hasta 2008 cuando se publicó. Siendo su
madre yucateca y pasando las vacaciones con sus abuelos, Lara Zavala, a pesar
de que nació en la capital del país, creció con las costumbres peninsulares, de
ahí el arraigo que siente por la tierra de sus padres.
El postgrado en novela que realizó en la Universidad East Anglia, en Inglaterra, explica, en parte, su prosa culta, pulcra, directa, natural y sencilla. Con las palabras necesarias reconstruye el pasado, deslizando al lector, con una suavidad imperceptible, al momento y al lugar de los hechos, contagiando, conmocionando, encantando sin dejar de imponernos ante una obra que todo peninsular debe leer. EP
Hernán Lara Zavala, fotografía de Mariauxilio Ballinas