La pandemia no sólo cambió nuestra forma de relacionarnos aun con las personas más cercanas, también modificó nuestra percepción de sucesos tan naturales y cotidianos como la llegada de un bebé. Estefanía Arista ensaya en torno al embarazo de su hermana en tiempos de coronavirus.
Un útero es un océano que se bifurca
La pandemia no sólo cambió nuestra forma de relacionarnos aun con las personas más cercanas, también modificó nuestra percepción de sucesos tan naturales y cotidianos como la llegada de un bebé. Estefanía Arista ensaya en torno al embarazo de su hermana en tiempos de coronavirus.
Texto de Estefanía Arista 11/10/21
El dolor no es íntimo.
Es un calambre público que se refleja
en el modo en que los otros,
los que más quieres, tienen de mirarte.
Marta Sanz
1. Lo que puedo decirles con certeza es esto: mi hermana mayor está embarazada y la pandemia no ha terminado. Lo primero no hay manera de negarlo. El embarazo, por definición, es el periodo que transcurre entre la fecundación de un óvulo hasta el momento del parto. El óvulo fecundado crece en el útero, en el mejor y sano de los casos, y desencadena una serie de fenómenos en el cuerpo de la mujer. Los más obvios: una panza que crece y crece, que puede o no tener una línea negra, que puede o no desarrollar estrías, que puede o no ser más peluda de lo que era antes. Y sobre lo segundo, muchas personas dirían que esto terminó. Son las mismas a quienes se les ve trotando de un restaurante a otro, de un avión a un hotel, de un bar a un gimnasio, todo mientras se acomodan la mascarilla por debajo de la nariz.
2. Durante los últimos siete meses no he visto a Valeria lo suficiente para comprender que está embarazada. O para registrarlo en mi memoria y no sorprenderme cada vez que baja del carro. Me repito una y otra vez: vas a ser tía, vas a ser tía, vas a ser tía. Así como lo dijeron un 4 de agosto por videollamada, con la prueba de embarazo como un solo píxel ante la cámara. La realidad es un constante flujo de ventanas abiertas en la computadora.
3. André Gide escribió en su diario: “A pesar de cualquier resolución de optimismo, la tristeza, a veces, prevalece: el hombre, decididamente, ha saboteado por mucho el planeta”. Pasan las semanas y mantener una buena cara ante un embarazo en pandemia se complica. La COVID-19 todavía no toca a nadie de nuestro núcleo familiar, pero nos llena de preguntas sobre el futuro: ¿cómo ayudaremos al recién nacido? ¿Podremos verlo? ¿Qué tan grande será la panza de mi hermana la próxima vez que podamos encontrarnos en un espacio abierto? ¿Si hemos destrozado el planeta, qué mundo quedará para el bebé?
4. Quien empieza una guerra piensa en sus objetivos. Se arma de recursos, aumenta su fuerza, recluta a más personas que se aproximen a sus convicciones. Se cohesionan en torno a un elemento en común que defender: una ideología, un territorio, una religión. Así es la llegada de un bebé. Ideología: lo más new-age posible (la hora dorada es de suma importancia; los bebés no deben irse jamás al cunero; el parto humanizado de tus sueños se realiza en casa). Un territorio: el útero. Una religión: como hijo de padres violinistas, se entrena musicalmente su oído desde la gestación.
5. ¿Acaso hay algo más ridículo que comparar cualquier evento no bélico con una guerra? Recuerdo debatir con María Rosa sobre lo mismo: El confinamiento de sofá y series de Netflix difiere mucho de la incertidumbre de si será ese avión que sobrevuela nuestra casa el que dejará caer su bomba o no.
6. Un embarazo no es una guerra. Una crisis sanitaria no es una guerra. Ver las similitudes, sin embargo, parece ser más fácil que ver las diferencias. Desde la zona de confort de mi cuarentena privilegiada puedo escribir. Escribir y comparar el parto con la guerra, comparar las muertes con las de un conflicto social en las trincheras. Pero los hospitales no son trincheras y los médicos no son soldados. No merecen morir, ni merecen la glorificación de sus muertes, ni mi historia merece dicha vileza de analogías.
7. A pesar de mi reticencia a las comparativas, sí aumentamos nuestras fuerzas y nos armamos de recursos. Nos reunimos por Zoom en un baby shower virtual. Hacemos un registro de Amazon que permita comprar objetos que no sabía que existían. “No hay manera alguna en la que, dentro de un año, vayas a sentirte igual que como te sientes ahora”, me dice la terapeuta. Finjo que aprendí a cambiar conforme cumplo años, conforme me corto el pelo, conforme pago mis terapias con mi escaso salario. Pero lo cierto es que no he cambiado mucho. Lo único que la cuarentena me provoca es sentir que el mundo me olvida, o viceversa.
8. Leo el diario de Mariana Enríquez sobre la pandemia: “es como si me estuviese despidiendo del mundo, éste es un estado de duelo, pero no sé bien qué ha muerto”. Al segundo trimestre lo reconozco: han muerto los planes que teníamos para un embarazo normal.
9. Mi hermana pasa por todas las etapas del duelo. No la veo seguido ni en persona, pero los mensajes de texto, su combinación entre párrafos enteros de un soliloquio obsesivo-compulsivo combinado con las frases cortas de quien escribe un poema, dejan entrever lo cansado del encierro con una panza que pesa ya más de lo que su columna puede soportar. El duelo es inseparable de la creación.
10. El embarazo es un expandirse y dejar de ser uno, la otredad de un océano que se bifurca es un útero reconociéndose en el otro, en el feto.
11. ¿Quién soy yo para decir lo que es el embarazo? ¿Sirve de algo la escritura de lo que no vivimos en primera persona? Cuando Carmen Laforet ganó el Premio Nadal con Nada, publicada en 1945, la crítica insistía en minimizar los logros de la novela porque la autora sólo había escrito de su propia experiencia. Lo autobiográfico y confesional vale para hacer menos la obra de muchas otras mujeres (pensemos en Sylvia Plath o Anne Sexton). Pero decir en este ensayo la verdad de mi vida, de cómo soy parte de la vida de Valeria y de los que más amo, requiere de más coraje que inventar cómo sería el ser humano en otro planeta.
12. El embarazo en tiempos de coronavirus reitera la noción de que el cuerpo de la mujer está hecho para crear. Valeria y yo nos miramos al espejo, con las blusas levantadas hasta los hombros, y nos da risa sexualizar un seno que está diseñado para amamantar a nuestros hijos. Sólo puede ocurrírsele al macho. La ternura, la nuestra, está a flor de piel, está en el oscurecimiento automático de los pezones, diseñado para que el bebé –que no alcanzará la madurez de la retina hasta el primer año– pueda identificar su alimento. La inteligencia también está a flor de piel, pero la ignorancia (esa misoginia ineludible) se lleva hasta el fondo de los huesos de cualquier hombre.
13. Escribir una historia familiar es peligroso. Más para quien la escribe que para la familia misma. El embarazo es un proceso íntimo. Pero poco me importa lo que se escriba de mí o mi intimidad, siempre y cuando sea mentira.
14. No puedo decirlo con certeza, pero lo diré ahora: los embarazos en tiempos de coronavirus no son resultado de coger por entretenimiento. Si bien sí puedo decir que el sexo por diversión es la mejor clase de sexo, no me atrevería jamás a acercarme a una mujer embarazada y decirle en broma: “se nota que no había más que hacer durante el encierro, ¿verdad?” Qué fácil es ser estúpido frente a las personas que amas.
15. Cuando me entero de la posible preeclampsia y sus consecuencias en Valeria, entiendo que soy tía aunque el bebé no haya nacido aún. La preocupación comienza a rasgar la tela mi realidad, de mi rol en esta tribu llamada mujeres. Sentados frente al mar, mi novio y yo discutimos lo que haríamos frente a un embarazo. Por primera vez temo enunciar la palabra “aborto” en voz alta.
16. Mi mamá insiste en comparar cada etapa de los sentimientos de Valeria con su propio embarazo. Cada que reitera sus ganas de un parto natural, mi mamá le recuerda que mis dos hermanas y yo nacimos por cesárea. Comemos helado y habla y habla de la importancia de prevenir estrías desde el primer trimestre. Hay que humectarse diario, usar crema de coco, aceite de almendras, lo que se tenga a la mano veinticuatro-siete. No quieres el horror de una estría cruzando toda tu barriga, ni la piel colgando después de “aliviarte”. Anne Carson lo dijo mucho mejor: Girls are cruelest to themselves.
17. Desconocía el uso de la palabra “aliviarse” para hablar del parto. ¿En qué momento el embarazo se convirtió en algo equiparable con la enfermedad? ¿De qué hay que aliviarse, exactamente? Un verso de Miguel Hernández viene a mi mente: “pena es mi paz y pena mi batalla”. Mi hermana duerme sola las siestas recomendadas. Pronto no alcanzará a levantarse para llegar caminando por su cuenta al baño, que le queda a cuatro metros de la cama. Quizá es verdad que los movimientos sembrados en su útero no le dejarán bueno hueso alguno. Pero ya está aquí mi sobrino. Y deseo que su nacimiento no venga teñido de sombra, como el mío, que no resulte tampoco umbrío por la pena. Este feto, el futuro hijo de mi hermana, es ya un rayo de sol.
18. Las contracciones falsas, también conocidas como Braxton Hicks, ocurren desde el inicio del parto, aunque muchas mujeres no puedan sentirlas tan pronto. Se supone que deben ser indoloras y esporádicas, a menos que falten pocas semanas para dar a luz. Entonces, el dolor se vuelve uno con el procedimiento, y el útero se expande y se contrae. Son más comunes en la noche, al estar deshidratada, tener la vejiga llena o durante las relaciones sexuales, me explica Valeria. ¿Cómo diferenciarlas del parto real? No aumentan su intensidad ni duración y tampoco ocurren más cerca una de la otra. Vivo impresionada por lo que aprendo a través de mi hermana, anonadada ante la inteligencia maternal. Miro mi estómago inflamado y pienso: ¿seré capaz de lo mismo?
19. Después del sexto mes se vuelve irreconocible la panza que aloja a mi sobrino. De espaldas, mi hermana se ve más delgada que yo. Cuando pienso en ella, imagino su cuerpo antiguo. Sigo sin acostumbrarme a la idea y, al mismo tiempo, sufro de un duelo parecido al suyo. Yo también había imaginado cómo habría sido su embarazo, los viajes que podríamos haber realizado, las fotos que me habría gustado tomarle en museos de Balboa, restaurantes, parques.
20. Las mujeres somos más crueles con nosotras mismas. Vemos en el espejo todo lo que nos gustaría cambiar. Le decimos a otras mujeres cómo cuidar sus cuerpos para evitar que lleguen a lo que a nosotras nos causa inseguridad. Qué sería de la industria de la belleza, de la moda, de las redes sociales si despertáramos para preguntar: ¿cómo puedo amar mi celulitis mejor?, ¿qué amo más: mis estrías o la piel que me cuelga?, ¿me gusta más mi nariz ancha que mi espalda encorvada?
21. Los periodos de duelo: negación. Nueve meses no son suficientes. No puede nacer en tan poco tiempo. Ira. No puede el sistema de salud negarle la entrada al padre de su hijo. Negociación. Registrarse en Amazon es más barato que rebelarse activamente contra Jeff Bezos. Depresión. Tengo demasiadas preguntas y miedo del virus que se apodera de la calle, de nuestro futuro. Aceptación: así debe sentirse salir del hogar más cálido para llorar por primera vez.
22. En el viaje a Puerto Morelos consigo una copia de The Leavers, de Lisa Ko. Quisiera llevarlo a casa. Leyendo en la playa a Jazmina Barrera consigo acercarme más a la experiencia de la maternidad y de nuevo observo mi cuerpo, me cuestiono. Visito otra vez la librería de viejo junto al puerto y tomo el libro rojo y morado como si de verdad me alcanzara para comprarlo. Li Young-Lee escribe en el epígrafe:
Noisy with telegrams not received quarrelsome with aliases,
intricate with misguided journeys,
by my expulsions have I come to love you.
Escojo una postal de regalo para mi hermana y escribo: Querido Bruno, en tu expulsión I have come to love you. De ahora en adelante, tu nombre es alias de un intrincado camino de exitosas equivocaciones. De ahora en adelante, iluminado incluso por la pena: tu sonrisa y llanto siempre serán un rayo de alegría para Valeria.
23. El parto, ese calambre público suficiente para exhalar vida. A veces con eso basta: habitar esta Tierra. EP
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