El silencio

Este ensayo de Maurice Maeterlinck forma parte de El tesoro de los humildes, un libro que se caracteriza por las reflexiones místicas del autor simbolista, quien fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura en 1911. La versión al español de Jorge García González.

Texto de & 17/04/20

Este ensayo de Maurice Maeterlinck forma parte de El tesoro de los humildes, un libro que se caracteriza por las reflexiones místicas del autor simbolista, quien fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura en 1911. La versión al español de Jorge García González.

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«Silence and Secrecy!» escribe Carlyle, deberíamos elevarle altares de universal adoración. (Si estos días fueran de esos en los que aún levantábamos altares.) El silencio es el elemento en el cual se forman las grandes cosas, para que al fin, puedan emerger, perfectas y majestuosas, a la luz de una vida que han de dominar. No es solamente Guillermo el Taciturno, son todos los hombres considerables que he conocido, y los menos diplomáticos y los menos estrategas de éstos, que se abstenían de charlar de lo que proyectaban y de lo que creaban. Y tú mismo, en tus pobres pequeñas perplejidades, intenta pues retener tu lengua durante un día; ¡cómo tus propósitos y tus proyectos serán claros! Cuántas ruinas y cuánta basura esos obreros mudos han barrido en ti mismo, mientras que los ruidos inútiles del exterior ya no existían. La palabra es frecuentemente, no como lo decía el francés, el arte de esconder el pensamiento, sino el arte de asfixiar y de suspender el pensamiento, de modo que no quede nada que esconder. La palabra es grande, también, pero no es lo más grande que hay. Como lo afirma la inscripción suiza: Sprechen its Silbern, Schweigen its Golden, la palabra es de plata, y el silencio es de oro, o como valdría mejor decirlo: La palabra es del tiempo, el silencio de la eternidad.

  « Las abejas sólo trabajan en la oscuridad, el pensamiento sólo trabaja en el silencio, y la virtud en el secreto… »

Jamás hay que creer que la palabra sirve a las comunicaciones verdaderas entre los seres. Los labios o la lengua pueden representar al alma de la misma manera que una cifra o un número de orden representa a una pintura de Memlinck, por ejemplo; pero desde el momento en que tenemos verdaderamente algo que decirnos, estamos obligados a callarnos; y si en estos momentos, resistimos a las órdenes invisibles y apremiantes del silencio, habremos sufrido una pérdida eterna, que los más grandes tesoros de la sabiduría humana no podrán reparar, porque habremos perdido la ocasión de escuchar a otra alma, y de dar un instante de existencia a la nuestra; y hay muchas vidas, en las que tales ocasiones no se presentan dos veces…

No hablamos más que en las horas en las que no vivimos, en los momentos en los cuales nosotros no queremos reparar en nuestros hermanos, y en los cuales nos sentimos a una gran distancia de la realidad. Y a partir del momento en que hablamos, algo nos previene que puertas divinas se cierran en alguna parte. También somos muy avaros con el silencio, y los más imprudentes de nosotros no se callan con el primero que aparece. El instinto de las verdades sobrehumanas que poseemos todos nos advierte que es peligroso callarse con alguien al que uno no desea conocer o al que no amamos en absoluto; porque las palabras pasan entre los hombres, pero el silencio, si tuvo un momento la ocasión de ser activo, no se borra jamás, y la vida verdadera, y la única que deja alguna huella, está hecha de silencio. Recuerden aquí, ese silencio al cual necesitamos recurrir todavía, con el fin de que él mismo se explique por sí mismo; y si les es dado descender un instante en sus almas hasta las profundidades habitadas por los ángeles, lo que ante todo ustedes recordaran de un ser amado profundamente, no son las palabras que dijo o los gestos que hizo, sino los silencios que ustedes vivieron juntos; porque es la calidad de esos silencios quien sola ha revelado la calidad de su amor y de sus almas.

Yo no me aproximo aquí que al silencio activo, porque existe un silencio pasivo, que nos es más que el reflejo del sueño, de la muerte o de la inexistencia. El silencio que duerme; y mientras dormita es menos temible aún que la palabra; pero una circunstancia inesperada puede despertarlo repentinamente, y entonces es su hermano, el gran silencio activo, quien se entroniza. Estén en guardia. Dos almas se van a alcanzar, las paredes van a ceder, los diques se van a romper, y la vida ordinaria va a hacerle lugar a una vida donde todo se vuelve grave, donde todo está sin defensa, donde ya nada se atreve a reír, donde ya nada obedece, donde ya nada se olvida…

Y es debido a que ninguno de nosotros ignora este sombrío poder y sus juegos peligrosos que tenemos un miedo tan profundo al silencio. Soportamos, si es necesario, el silencio aislado, nuestro propio silencio: pero el silencio de muchos, el silencio multiplicado, y sobre todo el silencio de una multitud es un fardo sobrenatural del cual las almas más fuertes temen el peso inexplicable. Usamos una gran parte de nuestra vida en la búsqueda de lugares donde el silencio no reina. En el momento en que dos o tres hombres se encuentran, no sueñan más que en desterrar al invisible enemigo, porque ¿cuántas amistades ordinarias no tienen otros fundamentos que el odio al silencio? Y si, a pesar de todos los esfuerzos, consigue deslizarse entre los seres reunidos, esos seres voltearán la cara con inquietud, del lado solemne de las cosas que percibimos y luego se irán repentinamente, cediendo el lugar a lo desconocido, y se evitarán en lo sucesivo, porque temen que la lucha secular sea vana, una vez más, y que uno de ellos, sea quizá, el que abra la puerta al adversario…

La mayor parte de nosotros no comprende ni admite el silencio más allá de dos o tres veces en su vida. No se atreve a recibir a este huésped impenetrable más que en circunstancias solemnes, pero entonces, casi todos lo reciben dignamente, porque incluso los miserables tienen en su existencia momentos en los que saben actuar como si ya supieran lo que saben los dioses. Recuerden el día en el que encontraron, sin terror, su primer silencio. La hora espantosa había sonado: y él estaba frente a sus almas. Lo habían visto subir de los abismos de la vida de los que no se habla, y de las profundidades del mar interior de belleza o de horror, y no huyeron… Estaba de vuelta, en el umbral de una partida, en el curso de una gran felicidad, al lado de una muerte o al borde de una desgracia. Recuerden esos minutos en los que todas las piedras preciosas secretas se revelan y en los que las verdades dormidas se despiertan con un sobresalto; y entonces, diganme ¿si el silencio no era bueno y necesario, si las caricias del enemigo perseguido no eran caricias divinas? 

Los besos del silencio infeliz —porque es sobre todo en la desgracia donde el Silencio nos besa—no pueden olvidarse jamás; es por esto que quien los ha conocido más que otros, vale más que éstos. Sólo ellos saben, quizá, sobre qué aguas mudas y profundas reposa la delgada certeza de la vida cotidiana, ellos han estado más cerca de Dios, y los pasos que han dado al lado de las luces, son pasos que no se pierden nunca; porque el alma es una cosa que no puede subir, pero que jamás desciende.

«Silencio, el gran Imperio del silencio» escribe otra vez Carlyle —que conoce tan bien este imperio de la vida que nos lleva— « ¡más alto que las estrellas, más profundo que el reino de la Muerte!… ¡El silencio y los nobles hombres silenciosos! Están esparcidos por aquí y por allá, cada uno en su provincia, pensando en silencio, trabajando en silencio, y los periódicos de la mañana no lo mencionan en absoluto… Ellos son la misma sal de la tierra, y el país que no tiene hombres semejantes o que tiene muy pocos, no va por buen camino… Es un bosque que no tiene raíces, que se ha convertido, entero, en hojas y en ramas y que muy pronto se marchita y deja de ser un bosque… »

Pero el silencio verdadero, que es aún más grande, y al cual es aún más difícil aproximarse que al silencio material del que nos habla Carlyle, no es uno de esos dioses que puedan abandonar a los hombres. Nos rodea por todos lados, es el fondo de nuestra vida que no escuchamos bien, y a partir del momento en el que uno de nosotros toca, temblando, a una de las puertas del abismo, siempre es el mismo silencio, atento, quien abre esa puerta. 

Aquí, una vez más, somos todos iguales frente a la cosa sin medida; y el silencio del rey o del esclavo, frente a la muerte, al dolor o al amor, tiene la misma cara, y esconde bajo su manto impenetrable tesoros idénticos. El secreto de este silencio, que es el silencio esencial y el refugio inviolable de nuestras almas, no se perderá jamás, y si el primer hombre nacido se encontrara al último habitante de la tierra, se callarían de la misma manera en los besos, los terrores o las lágrimas, y se callarían de la misma manera en todo lo que debe ser entendido sin mentiras, y a pesar de tantos siglos, comprenderían al mismo tiempo, eso que los labios no aprenderán a decir antes del fin del mundo.

En el momento que los labios duermen, las almas despiertan y viven; porque el silencio es el elemento pleno de sorpresas, de peligros y de felicidad, en el que las almas se poseen libremente.  Si en verdad ustedes quieren entregarse a alguien, callen: y si tienen miedo de callar con ese alguien, —a menos que este temor sea el temor o la avaricia augusta del amor que espera prodigios— huyan porque sus almas ya saben a qué atenerse. El silencio es un ser con el cual el más grande de los héroes no se atrevería a callar, y sin embargo, las almas que no tienen nada que esconder temen que otras almas las descubran. También existen otras, que no tienen silencio y que matan el silencio a su alrededor; y son los únicos seres que pasan verdaderamente desapercibidos. Estos no logran atravesar la zona reveladora, la gran zona de luz firme y fiel. No podemos hacernos una idea exacta de ése que jamás se ha callado. Podríamos decir que su alma no ha tenido cara. « Aún no nos conocemos, me escribía alguien al que yo amaba de entre todos, aún no nos hemos atrevido a callarnos estando juntos ». Y era verdad; ya nos amabámos tan profundamente que habíamos tenido miedo de la prueba sobrehumana. Y cada vez que el silencio, ángel de las verdades supremas y mensajero de lo desconocido especial de cada amor, descendía entre nosotros, nuestras almas, de rodillas, parecían solicitar la gracia e implorar todavía algunas horas de mentiras inocentes, algunas horas de ignorancia o algunas horas de infancia… Y sin embargo, es necesario que su hora llegue. El silencio es el sol del amor y madura los frutos del alma, como el otro sol los otros frutos de nuestra tierra. Pero no es sin razón que los hombres le temen; porque no se sabe nunca cuál  será la calidad del silencio que va a nacer. Si todas las palabras se parecen, todos los silencios difieren, y la mayor parte del tiempo todo un destino depende de la calidad de ese primer silencio que dos almas van a formar. Tienen lugar mezclas, no se sabe dónde, porque los depósitos del silencio están situados más alto que los depósitos del pensamiento; y el brebaje imprevisto se vuelve siniestramente amargo o profundamente dulce. Dos almas admirables y de igual poder pueden dar nacimiento a un silencio hostil, y en las tinieblas, se harán una guerra sin piedad, en lugar de que el alma de un presidiario venga a callarse con el alma de una virgen. No sabemos nada a priori, y todo esto sucede en un cielo que no previene nunca; y es por esto, que los amantes más tiernos retardan con mucha frecuencia hasta las últimas horas la solemne entrada del gran revelador de las profundidades del ser…

Los amantes saben también —porque el amor verdadero conduce a las más frívolos al centro de la vida— saben también que todo lo demás eran juegos de niños alrededor del recinto y que es ahora que las murallas caen y que la existencia se abre. Su silencio valdrá lo que valen los dioses que ellos encerraban y si no se comprenden en este primer silencio, sus almas no podrán amarse, porque el silencio no se transforma en absoluto. Puede subir o descender entre dos almas pero su naturaleza no cambia jamás; y hasta la muerte de los amantes tendrá la actitud, la forma y el poder que tenía en el momento en que, por primera vez, entró en la habitación.

A medida que avanzamos en la vida, nos damos cuenta que todo tiene lugar de acuerdo a quién sabe qué acuerdo previo en el que uno no dice una sola palabra, en el que ni siquiera se piensa, pero que sabemos existe en algún lado, por encima de nuestras cabezas. El más ineficaz de todos los hombres sonríe, con los primeros encuentros, como si fuera el viejo cómplice del destino de sus hermanos. Y en el ámbito donde nosotros estamos, incluso los que saben hablar lo más profundamente, sienten claramente que las palabras no expresan nunca las relaciones reales y especiales que existen entre dos seres. Si yo les hablo en este momento de las cosas más graves, del amor, de la muerte o del destino, no llego a la muerte, al amor o al destino, y a pesar de mis esfuerzos, siempre quedará entre nosotros una verdad no dicha, que ni siquiera tenemos la idea de decir, y sin embargo, esta verdad, que no tuvo voz, habra vivido entre nosotros, y nosotros no habremos podido soñar en otra cosa. Esta verdad, es nuestra verdad acerca de la muerte, el destino o el amor, y no hemos podido más que entreverla en silencio. Y nada, sino el silencio, habrá tenido importancia. « Mis hermanas, dice un niño en un cuento de hadas, ustedes tienen cada una su pensamiento secreto, y yo quiero conocerlo ». Nosotros también tenemos algo que quisiéramos conocer, pero se esconde aún más alto que el pensamiento secreto; es nuestro silencio secreto. Pero las preguntas son inútiles. Toda agitación de un espíritu desconfiado se convierte incluso en un obstáculo para la segunda vida que vive en el secreto; y para saber lo que existe realmente, necesitamos cultivar el silencio entre nosotros, porque no es más que en él que se entreabren un instante las flores inesperadas y eternas, que cambian de forma y de color según el alma al lado de la que nos encontremos. Las almas se pesan en el silencio, como el oro y la plata se pesan en el agua pura, y las palabras que pronunciamos no tienen sentido, más que gracias al silencio en el que se bañan. Si yo le digo a alguien que la amo, no entenderá lo que quizás yo le he dicho a otras miles; pero el silencio que seguirá, si yo la amo de verdad, subirá hasta donde hoy están sumergidas las raíces de esta palabra, y hará nacer, a su vez, una certitud silenciosa, y este silencio y esta certitud no se repetirán en una vida…

¿No es silencio quien determina y fija el sabor del amor? Si el amor estuviera privado de silencio, no habría ni gusto ni perfumes eternos. ¿Quién de nosotros no ha conocido esos minutos que separan los labios para reunir las almas? Hay que buscarlos sin cesar. No hay silencio más dócil que el silencio del amor: es de verdad el único que no es más que para nosotros solos. Los otros grandes silencios, el de la muerte, el del dolor y el del destino, no nos pertenecen. Avanzan hacia nosotros desde el fondo de los eventos, a la hora que ellos han escogido, y los que no los encuentran no tienen reproches que hacerse. Pero nosotros podemos salir al encuentro de los silencios del amor. Ellos nos esperan noche y día en el umbral de nuestra puerta y son tan bellos como sus hermanos. Gracias a ellos, los que no han casi llorado pueden vivir con las almas, tan íntimamente, como aquellos que fueron muy desgraciados; y es por esto que los que aman profundamente saben también los secretos que los otros no saben; porque hay, en lo que callan los labios de la amistad y del amor profundo y verdadero, miles y miles de cosas que otros labios no podrán jamás callar… EP

DOPSA, S.A. DE C.V