El mensaje y la belleza

Reseña

Texto de 08/11/19

Reseña

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Era un día nublado. La feria del libro de Morelos 2019 se celebraba en la Plaza de Armas de Cuernavaca y, a las cinco de la tarde, la poeta Kenia Cano y yo presentaríamos La memoria donde ardía (Páginas de espuma, 2019), junto con la autora, Socorro Venegas. Llegado el momento, lo primero que dije al micrófono fue que tal vez la lluvia aparecería durante la charla; que así era Cuernavaca: un poco impredecible. Luego conté algunas cosas sobre el libro y el género del cuento; Kenia hizo lo propio de manera magistral, iluminando la tarde con el color de su voz. Finalmente, Socorro leyó un fragmento de uno de sus relatos. Hubo espacio para  intervenciones del público. Un hombre levantó la mano y se puso de pie. 

Es una pregunta para la autora, dijo, ¿quiere usted dar un mensaje o sólo es la belleza? 

Mientras yo pensaba qué podría decir a tal cuestionamiento, pues no alcanzaba a dilucidar el tipo de respuesta que buscaba ese señor, que además había estado muy atento durante la presentación, Socorro, especialista en hallar subterfugios que parece haberse pensado para cada ocasión, se refirió a una anécdota con la que supo librarse de manera inteligente. 

Unos cuantos más hicieron comentarios. Nos dieron un diploma a los tres presentadores. Quienes compraron el libro ya esperaban formados bajo el estrado para recibir un autógrafo. No sé qué pasó. No sé qué decisiones habrán tomado las nubes, pero la lluvia nunca llegó. 

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La pregunta de aquel hombre estalló en mi cabeza durante las siguientes semanas y, como si hubiera desatado una serie de impulsos eléctricos cuyo fin era torturarme hasta responder, comencé a darle vueltas y vueltas. Se ha dicho que los relatos de Socorro Venegas atienden a estructuras narrativas de formas breves, como la estampa y la viñeta. Es cierto que tienen la virtud de la condensación; incluso hay párrafos dignos de un poema. Pero, antes de afirmar cualquier cosa, habría que ser realistas: el paradigma del género cuentístico ha cambiado. 

Algunos lectores tenemos la necesidad de identificarlo todo y juzgarlo desde esa categoría que le otorgamos, exigirle al texto que sea lo que es, o lo que queremos que sea –quizá porque de antemano lo dice la colección, la editorial, tal crítico–, aunque no lo sea. Cuando nos topamos con obras atípicas, enseguida se pone en cuestión que es eso que tenemos entre las manos. 

¿Qué es en realidad Ciudades invisibles de Italo Calvino? ¿Una novela, una colección de relatos, un poema en prosa? ¿Importa? La memoria donde ardía podía entrar en ese mismo universo donde las fronteras de los géneros literarios son difusas. Socorro Venegas es consciente de aquello que dice Fabio Morábito: “La mayor diferencia entre la prosa y la poesía no radica en una cuestión de ritmo, de música o de mayor o menor presencia del elemento racional. En estos rubros, en contra de la opinión corriente, prosa y poesía son iguales. La verdadera diferencia, diría la única, es que sólo hay una forma de escribir un poema, y es verso a verso, mientras no se escriben un cuento o una novela línea por línea”. 

¿Entonces qué busca: el mensaje o la belleza? 

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A lo largo de su trayectoria, Socorro Venegas se ha encargado de hacer coincidir en un mismo universo a sus personajes; comparten motivaciones, frustraciones, deseos. Tanto en la novela como en el cuento, la autora va y vuelve a conflictos que atraviesan sus tramas. La protagonista de “Pertenencias”, el primer relato de este nuevo libro, quien tras enviudar decide intercambiar los muebles y enseres de su casa con un desconocido, podría ser la misma de la novela Vestido de novia (Tusquets, 2017). O la niña de “El coloso y la luna”, logra cierta familiaridad con la periodista que transita en La noche será blanca y negra (Ediciones Era, 2008) en busca de las coordenadas de su padre. Si la autora, al escribir, estuviera construyendo un mapa de ausencias de los personajes, tomando un poco de distancia veríamos nítidamente cómo las líneas terminan por entrecruzarse. 

La mayoría de ellos caminan por una misma senda: se resisten al deseo de olvidar. Es un hábito, una manía, un destino que comparten con la autora. El verso de Quevedo del que se desprende el título del libro, venía persiguiéndola como un fantasma desde hace varios años. No es gratuito que en alguna de las páginas de Vestido de novia la narradora se pregunte: “¿en cuánto tiempo arde lo que uno ha amado?” 

De alguna manera, los relatos de Socorro Venegas terminan convirtiéndose en la extensión de sus novelas y viceversa. Sin embargo, a éstos los distingue que se dotan de una especie de mutismo narrativo –como en la poesía– para seguir contando. Lo cual me recuerda una frase de Eloy Tizón que dice más o menos así: para que un relato esté completo, necesita faltarle algo. Es cierto. Venegras apuesta por una fortaleza: el silencio.

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En poética del espacio, Gastón Bachelard menciona que cada cuarto, cada habitación de una casa tiene una representación simbólica para quien la habita. Le da un valor particular al hecho de que nuestros recuerdos encuentren albergues específicos. 

“El espacio conserva tiempo comprimido”, dice el escritor, el espacio sirve para eso. Esta exploración, tanto arquitectónica como filosófica, da pie para entender cómo actúan los símbolos en La memoria donde ardía, pues la memoria a la que nos ancla el título no se limita a la de los personajes, sino también a la de los objetos y los espacios. He aquí la importancia de que en cada historia sean los objetos –muebles, pinturas, discos– los que construyan la profundidad psicológica de los personajes, y que a la vez sea el espacio –una casa, un orfanato, un vientre– el que aporte la tensión para condicionar la vida de los personajes. Tal parece que, en el fondo, la autora nos quiere decir: todo ocurre aquí, pero nada es de este momento. Y uno debe aprender a caminar sobre esas arenas movedizas, porque el pasado lo alberga todo.  

Visto de otra forma, así como en el cuento que abre la protagonista se deshace de las pertenencias, en el último, “La música de mi esfera”, la narradora regresa a ellos, repasa los artefactos del ser amado y los vuelve parte de la casa otra vez, los desenpolva, les quita esa capa de dolor para convertirlos en presente. 

Ya otros han escrito sobre aquellas historias en que se cuestiona la maternidad. Quizá, por el momento en que vivimos, ha resultado uno de los valores más discutidos del libro. Ciertamente, escribir sobre una madre que, en lugar de dicha, siente un vacío ante la llegada de su bebé (“El hueco”), o sobre cómo el parto puede traer, a la par de la luz, la más profunda de las oscuridades, es desvelar una cara poco explorada de la literatura mexicana. Quisiera, sin embargo, resaltar aquellos nuevos registros de la voz de Venegas que se abren hacia otras inquietudes. “Como flores” es un ejemplo de ello y me gusta pensar que da luz a esos huecos poco visitados por su prosa. La primera frase, “Los ciegos llegaron a finales de noviembre”, emerge de golpe con una imagen que me hace pensar, por supuesto, en Sábato, aunque no vaya sobre el mismo sendero que Informe sobre ciegos. Bajo la premisa de un grupo de niños invidentes que llega de pronto a una escuela, narrado desde un mirada ingenua que intentan asimilar ese hecho bajo su propia lógica, el relato termina convirtiéndose en un acercamiento a lo extraño y lo perturbador, algo que advirtió también el escritor Alejandro Badillo. 

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Entonces, bueno, señor del público, me atreveré a contestar aunque no me haya hecho la pregunta a mí: creo que en la obra de Socorro Venegas el mensaje es la belleza. Porque a veces, como dice Leila Guerriero, la estética es una ética. Y ante la música, la música del lenguaje, la intensidad de la palabra, la hondura de la brevedad, pero sobre todo ante el silencio, el relato existe. EP

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