El cuerpo del texto: los ensayos de Margo Glantz

La escritora y editora Ana Negri explora la relevancia del cuerpo y su relación indisociable con la escritura en la obra ensayística de Margo Glantz.

Texto de 08/05/20

La escritora y editora Ana Negri explora la relevancia del cuerpo y su relación indisociable con la escritura en la obra ensayística de Margo Glantz.

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Este texto fue leído en el homenaje a Margo Glantz del 31 de enero de 2020 en el Centro de Estudios de Historia de México.

El año pasado la editorial Sexto Piso me ofreció llevar a cabo una propuesta editorial para un libro de ensayos de Margo Glantz. Acepté honrada la posibilidad de trabajar con una autora a cuyos ensayos había recurrido tantas veces durante mis estudios para encontrar vías de acceso a la obra de Sor Juana, y cuya novela Las genealogías me había hecho repensar mi propia situación como hija de exiliados. Con miras al futuro libro, me sumergí en la lectura de distintos volúmenes preexistentes de ensayos, así como de textos sueltos publicados en revistas y otros tantos pronunciados por Margo en presentaciones o premios.

Acompañada día y noche por la escritura de Margo, sus textos adquirieron el espesor de una compleja urdimbre de lecturas y reflexiones sutilmente entramadas. Marguerite Duras era vinculada, por el trazo de la pluma glantziana, a la Malinche a través de un acto común de cesión de la voz propia: en el caso de Duras, la cesión priorizaba la voz de sus personajes; la Malinche, por su parte, había cedido el espacio de resonancia de su propia voz, es decir su cuerpo, para emitir las voces nahuas, mayas y españolas que participaron en la Conquista de México. A su vez, Margo enlaza a la Malinche con Elena Garro, Rosario Castellanos y Elena Poniatowska en su ensayo “Las hijas de la Malinche”, donde también problematiza la exclusiva descendencia masculina planteada por Octavio Paz en “Los hijos de la Malinche”. Ese mismo tema de culpas, responsabilidades y descendencias le permite establecer otro puente, esta vez hacia Juan Rulfo, en su ensayo “Los hijos de Pedro Páramo”. En ese texto, nuestra homenajeada desentrama las paternidades colectivas, confusas y anónimas representadas en la novela, así como las maternidades fallidas o universales, de madres que son también padres. Señala Margo: “Es evidente que Pedro Páramo tuvo hijos, quizá mucho más que la Malinche. Y sin embargo nadie nos ha otorgado esa paternidad, nadie nos conoce como los hijos de Pedro Páramo, aunque lo mereceríamos, y mucho menos se conoce a quienes pudiéramos ser sus hijas. ¿Pero tuvo hijas Pedro Páramo?”

El denso tejido que conforman los ensayos de Margo Glantz hacía imposible realizar cortes para las secciones del libro sin incurrir en una violencia innecesaria en contra de ese corpus textual tan amorosamente ensamblado. Se trataba, más bien, de buscar no ya el lugar del corte, sino los pliegues de la obra ensayística de Margo. De ese modo podría sugerir una lectura de sus ensayos y evocar, en la separación de las secciones, las zonas de transición entre un grupo y otro de textos. 

Así, comencé a rastrear las inquietudes, alusiones frecuentes, figuras e imágenes recurrentes. En una primera aproximación, consideré tres posibles secciones: una dedicada a ensayos sobre escritores y escritoras rebeldes o marginales —hay una variedad riquísima de personas y personajes que cumplen con ese perfil: desde la Malinche, Segismundo o la mismísima monja jerónima, hasta Casanova, Madame Bovary o Grotowski—; otra podía ser de ensayos acerca de textos escritos por mujeres. Ahí el problema era establecer un criterio para considerar un ensayo en esta sección y no en la primera. Por dar un ejemplo: ¿valdría la pena colocar en este segundo grupo a “Vigencia de Nellie Campobello”? Ese texto en el que Margo da cuenta de la particularidad de la mirada de Campobello, de la forma en que la escritora y coreógrafa reelaboró la figura de un Héroe de la Revolución como Pancho Villa, al que el oficialismo quería rígido e inflexible para presentarlo como compasivo y de lágrima fácil y, por si fuera poco, un ensayo en el que Glantz pone énfasis en la posible censura, por parte de Martín Luis Guzmán, a uno de los escritos de Campobello por su erotismo explícito. Cito a Margo:

“La figura de una jovencita abriendo las piernas, montada literalmente sobre el cadáver de un joven alguna vez muy atractivo, es demasiado atrevida, violenta los estereotipos de un código social de comportamiento donde la división estricta entre lo femenino y lo masculino —la idea misma de la virilidad— pretende someterse a una legislación estricta que borre de raíz la profunda alteración sufrida a causa de la Revolución.”

Consideré que no había por qué crear esa división que volvía a imponer una separación artificial en la obra ensayística que, así como se nutre de lecturas y experiencias nuevas, también se retroalimenta del trabajo sobre un mismo tema desde distintas perspectivas y registros. En otras palabras, los ensayos de Margo Glantz han abierto cauces por donde autores, obras y tradiciones se intersecan y dialogan; ensayos que, a modo de venas y arterias, trazan el intrincado recorrido de una escritura siempre dispuesta a nuevas reflexiones, borrones y desvíos. Para no herir ese organismo que por sí misma y a través de los años había ido articulando la autora, decidí concentrarme en la tercera sección que tenía prevista: ensayos que giran alrededor del tema del cuerpo.

Volví a la lectura con esa idea en mente y así comprendí que, de una u otra manera, ése era el asunto alrededor del cual orbitaba la mayoría de los ensayos de Margo. Incluso la rebeldía o la marginalidad que me habían atraído tanto implicaban, en algún punto, el cuerpo del autor, su representación o la de sus personajes. La relevancia del cuerpo en la obra de Glantz no es ninguna novedad y en cuanto a los ensayos, de hecho, varias compilaciones reconocen esa importancia. Sin embargo, dadas las múltiples aproximaciones que el tema permite y considerando que “una obra se potencia o se descarga según las que están a su lado” —como señala uno de los personajes creados por Sergio Pitol, entrañable amigo de Margo—, decidí usar el tema del cuerpo para el volumen completo. Pronto entendí que se trataba de una iniciativa afortunada pues los textos mismos iban colocándose más cerca de unos que de otros hasta configurar no ya secciones, sino sistemas que daban cuenta, por un lado, del modo en que cada una de esas entidades abiertas funcionaba y, por otro, del cuerpo que resultaba de la interacción de todas ellas.

Al final, se establecieron cuatro sistemas. El primero, titulado “El cuerpo en palabras”, reúne algunos ensayos en los que Margo ha fijado la mirada en el cuerpo —o en partes específicas del cuerpo— como detonador de conflictos o relaciones particulares. Este sistema —y con él, el libro entero— se inicia con “El jeroglífico del sentimiento”, un texto tan erudito como delicado en el cual Glantz, a través de la poesía de Sor Juana, resalta la posibilidad del corazón de ser a un tiempo órgano sensible y escritura. En ese mismo sistema aparece el ensayo “Vigencia de Nellie Campobello”, del que antes hablé, y algunos otros menos conocidos como “Grotowski y Stanislavski”, donde la autora explora las semejanzas entre dos métodos teatrales aparentemente opuestos y que, sin embargo, comparten la idea del actor como centro del teatro.

El segundo sistema, con título tentativo de “El cuerpo como cuerpo”, está formado por ensayos en los que Margo expone las distintas formas en que es posible (in)vestir un cuerpo. Aquí aparecen textos como “De pie sobre la literatura mexicana”, donde la autora traza un recorrido por la literatura de México, destacando el calzado como detonador de deseos, elemento para la estratificación social y reflejo de ideologías. También se encuentran en este grupo los dos ensayos mencionados anteriormente: “Los hijos de Pedro Páramo” y “Las hijas de la Malinche”, pues en ambos se plantean discursos que invisten y determinan a los cuerpos que los sostienen.

El tercer sistema presenta un conjunto de reconocidos ensayos glantzianos como “Secretos: Kawabata, Las bellas durmientes” o “Mirando a través del ojo de Bataille”, que indaga en distintas formas del erotismo en la literatura. Se encuentra también aquí un texto sobre La guaracha del Macho Camacho, del escritor boricua Luis Rafael Sánchez, que no ha sido recopilado en libros anteriormente y en donde la lectura de Margo destaca la abundancia carnavalesca que prevalece en la novela: “Parecería que en esa celebración y detracción del bajo vientre la isla, Puerto Rico, se convirtiera en una inmensa máquina movilizada por las conductas copulativas y la producción de detritus, apuntalada para redimirse, sin embargo, en una feroz e incontenible vitalidad”.

Al final, el sistema que cierra el libro, titulado “Heridas y fracturas”, reúne aquellos textos en los que la autora revisa episodios terribles o crueles de la literatura o de la vida de escritores. Desde ahí plantea lo que sucede cuando un cuerpo es despojado de su propio texto, como lo hace en “Loado sea nadie” al hablar de Celan y del anonimato en que vivió durante prácticamente toda su vida, y en el ensayo sobre Los sonámbulos de Hermann Broch. También a este sistema pertenece el texto que dará nombre al libro: “Cuerpo contra cuerpo”. En este ensayo sobre Don Quijote, Margo Glantz explicita, como en ningún otro —si bien en todos puede intuirse en mayor o menor medida—, la relación indisociable que existe entre cuerpo y escritura a través del rastreo de los múltiples escarnios y golpizas que padecen los personajes de la novela.

Muchos otros ensayos que no mencioné aquí forman parte de este volumen. Textos recuperados de sus primeras publicaciones, otros que no habían sido publicados antes en libro y escritos conocidos que, en su nuevo ordenamiento, adquieren distintas lecturas.

Por último, me gustaría terminar con una cita de Glantz tomada de “Cuerpo contra cuerpo”. Al hablar de los libros que lee don Quijote y del lugar que éstos tienen en la novela, Margo señala: “Los libros tienen pues cuerpo, reitero, tanto como el de los seres humanos […] Los libros incorporan en sus páginas la densidad de lo real o de lo que se pretende que es la realidad; una realidad que, trasladada del cuerpo de los libros a los cuerpos de los personajes que los han leído, se volverá cuerpo de su cuerpo”. EP


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