Ernesto Reséndiz Oikión nos ofrece una seductora reseña sobre Sabor Mortal (Alios ventos y Aquelarre Ediciones, 2024), poemario del laureado poeta y traductor Mario Murgia.
El deseo, ese veneno adictivo
Ernesto Reséndiz Oikión nos ofrece una seductora reseña sobre Sabor Mortal (Alios ventos y Aquelarre Ediciones, 2024), poemario del laureado poeta y traductor Mario Murgia.
Texto de Ernesto Reséndiz Oikión 12/09/24
Mario Murgia ofrece al paladar de los lectores su Sabor mortal, y quién podría resistirse a caer en esta tentación preparada en Xalapa, Veracruz, en una co-edición de Alios Ventos y Aquelarre Ediciones, en abril de 2024, con un prólogo del poeta estadounidense Alfred Corn. El prólogo de Corn sitúa la poesía de Murgia como parte de la mejor tradición española y mexicana: san Juan de la Cruz, Francisco de Quevedo, sor Juana Inés de la Cruz, Ramón López Velarde, Federico García Lorca, Xavier Villaurrutia y Octavio Paz tienen resonancias en la poesía de Murgia. Alfred Corn también explica con elocuencia el sentido del título del libro a partir de los versos de El Paraíso perdido, de John Milton, una de las querencias más entrañables de Murgia, quien es uno de los estudiosos de Milton y su traductor laureado en México. En 2023 Mario Murgia mereció el Premio Bellas Artes de Traducción Literaria Margarita Michelena por Sonetos y una canción, de Milton, publicado por Aquelarre Ediciones en su colección “Infames”.
Con la co-edición de Sabor mortal, Alios Ventos reincide en publicar otro poemario de Murgia, pues en 2018 ya nos había entregado El mundo perdone, un libro donde la presencia de Borges, mostraba la expresión de la agudeza risueña y el humor cáustico de Murgia. Esta vez Sabor mortal mantiene el humor erudito y despiadado del primer libro, aunque el giro es absolutamente homoerótico y seductor. A la manera del poemario de Paul Verlaine titulado Hombres (1891), Mario nos regala un muestrario de sus muchachos: hombres en todas sus presentaciones, efebos primorosos, ángeles encantadores, diablos provocadores y rufianes desalmados. Este fruto prohibido se antoja un manjar irrenunciable para los lectores más exigentes.
En el poema “Armando” hay una suerte de declaración de principios de la poesía como asunto de jotería y joyería; cito la estrofa final: “Volaste en aire denso, / dudando ser avión o el ave / que pudiera perforar mi sol austral con nota grave, / barítono graznido, gemido anunciador de que poesía / es de putos el asunto, pues rima muy feliz con sodomía” (2024: 50).
El grueso de este catálogo sodomita está registrado con nombres que singularizan el anonimato de los encuentros furtivos con estos hombres, así se llaman: Fernando, Luis, Juan José, Tátsuro, Emilio o Théo. Aunque también están presentes hombres llamados como figuras de renombre como Marx o el conde Piers Gaveston, el favorito del rey Eduardo II. Así nos enteramos que Marx y Mao son dos hermanos poco agraciados; ambos me recordaron a Mao y Lenin, la singular pareja de chicas lesbianas punks de la novelita La prueba, del argentino César Aira.
Lo que no se nombra no existe, por eso el poeta bautiza a cada varón para aquilatar su intensidad, excitarse y excitarnos con sus atributos y dar testimonio del regusto en el recuerdo poético. Esta nómina homoerótica me recordó aquellos célebres versos del “Nocturno de los ángeles” de Xavier Villaurrutia: “Tienen nombres supuestos, divinamente sencillos. / Se llaman Dick o John, o Marvin o Louis. / En nada sino en la belleza se distinguen de los mortales”.
Los ángeles que transitan por las páginas de Sabor mortal son un memento mori de nuestra condición humana: eros y thánatos son dos fuerzas creativas que echan a andar el tiempo vital y el tiempo de la poesía. En este libro se escuchan gemidos y se palpan sudores, sabores y saberes antiguos que se renuevan por el ars homoerótica magistral de Mario Murgia, aunque también hay un tono de melancolía por la pérdida que conmueve.
Al inicio, el autor advierte que los primeros tres poemas los perdió tal vez en “una cafetería de Estrasburgo, / [o en] la sudorosa oscuridad / de una pieza en Zúrich, / o [en] el polvo perfumado de la Ciudad / más gris, más monstruosa / y más altamente traicionada” (2024: 17). Esta declaración es un manifiesto que subraya uno de los temas centrales del libro: la pérdida. Por supuesto, en el poema “Perder poemas” la referencia es clara al poema “One Art”, de la estadounidense Elizabeth Bishop. Me interesa este arte de la pérdida de Murgia como una afirmación de la imperfección como parte inexorable de la creación poética. Perder poemas, perderse con los chicos de estos poemas, y, por supuesto, honrar la pérdida de los hombres amados.
El poema “Ninguno, nadie” es una elegía marítima que canta al náufrago: “Desde esta cumbre terregosa que te juzga, / clamo en desbordadas soledades: / devuélveme ese cuerpo, mar, / devuélveme la inexistencia que lubrica / con tu espuma maliciosa la ansias de este ser / que no es ninguno, que navega solitario / en la inconciencia, en las vastas mareas de la nada” (2024: 48). Luego de leer estos versos recordé al poeta Manuel Ulacia que se ahogó el 12 agosto de 2001 en Zihuatanejo.
Este libro también es una bitácora de viajes y un mapa homoerótico que nos lleva a Acapulco, Baja California Sur o a la esquina urbana de Adviento y Fray Servando donde yace un muchacho asesinado por el odio. Otros lugares y otros hombres, que la poesía va descubriendo en una avasalladora orografía masculina.
Mario Murgia domina las formas clásicas de la tradición poética hispánica y de otras tradiciones extranjeras, como, por ejemplo, la villanela. Hay erudición en su poesía pero no se piense que por ello está exenta de humor. La ironía y el sarcasmo juegan al cortejo en sus versos, y la oralidad nos muestra un autor que se divierte con desparpajo, como en el poema “Arturo”, donde la voz poética del marchante enumera las propiedades fabulosas de la manteca de armadillo: “pal labio con fuegos le ayuda / pal cáncer de bazo y pulmón / pal frío y el miedo del pecho / y ya entrados en gastos / pal chancro de olvido y de amor” (2024: 59).
Esta ironía divertida también se palpa en el calambur del poema “Mauro”: “Amas mustio a quien te teme / y al que en tu calor abreve. / Por el verde de tu vientre / negra fluye la simiente. / Verde quiero que te verde, / verde te quiero qué verde, / verde que quiérote verde” (2024: 51). Aquí el uso del calambur hace que los memorables versos lorquianos tengan un nuevo eco en los también célebres versos de Villaurrutia: “y mi voz que madura / y mi voz quemadura / y mi bosque madura / y mi voz quema dura”.
La erudición, la sensualidad exquisita, el humor despiadado, la melancolía e incluso el registro escatológico palpitan en la boca oscura de esta obra. La mierda y la escatología a la mejor manera de Salvador Novo se untan con el fulgor de la belleza masculina. En Sabor mortal hay poemas implacables e impecables, lo divino y lo profano se funden para el deleite de lectores sensibles que al probar este veneno adictivo desean saber y saborear su propia muerte pequeña y eterna.
De Sabor mortal
Mario Murgia
Heriberto (morir sin que se note) Hoy caminaré sin doblar el cuerpo de la hierba y sin interrumpir las voces del canario, el de mi abuela. Será tu vecindad mi Erebo y mi Terror por la Antártida fundida de las calles. Y este fleco, estos anteojos, este pecho hundido y el velludo plinto que desde arriba miro, serán el monumento al dicho recurrente de mi madre: lo único que importa en este mundo es, escucha, lo que de uno dicen los demás sin ser ninguno.
Mauro (ni de Lorca) Quiero que té verde quiero, quiero verde que te quiero, quiérote verde que quiero. No das signos de relevo ni das carne al cancerbero. Ya no viene a verte el viento ni tu trino atrapa el tiempo. Amas mustio a quien te teme y al que en tu calor abreve. Por el verde de tu vientre negra fluye la simiente. Verde quiero que te verde, verde te quiero qué verde, verde que quiérote verde.
Thèo (el francés distante) Vive el gozo en la selva de tus gritos al probar mi boca la más grande maravilla: la rotunda pequeñez de tus espacios infinitos. El día me encuentra, solitario, en los distritos de tu carne cuando el sol, acunado ya en su orilla, vive el gozo en la selva de tus gritos. Hago un sacrificio por la rabia de tus ritos; creo en él —por él— a partir de una costilla la rotunda pequeñez de tus espacios infinitos. ¿He de imaginarme cuántos dioses, cuántos mitos, para hacer un culto tuyo de esta máxima sencilla: vive el gozo en la selva de tus gritos? Serán mis pies de barro el altar de tus delitos al sentir mis plantas en el frío de la arcilla la rotunda pequeñez de tus espacios infinitos. Seré el coloso que, vencido, se arrodilla en la rotunda pequeñez de tus espacios infinitos y vive el gozo en la selva de tus gritos.
Friné En la esquina de Adviento y Fray Servando mataron a un muchacho enardecido por las noches feroces y el sonido que un filo lujurioso fue entonando. Su cuerpo renunció a dominio y mando cansado de los lastres del sentido, deseoso de encontrase sometido al puño que el olvido iba apretando. Recibe una andanada entre las piernas de tórridas corrientes masculinas y coces que propina la justicia. Ofrendas y mercedes no hay más tiernas: los tajos de palabras asesinas para el hombre que arrienda su caricia. EP
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