Lucía Pi Cholula reseña Derecho de piso (2023) de Julia Piastro, publicado por Los Libros del Perro.
No soy de aquí ni soy de allá: la crónica urbana en Derecho de piso de Julia Piastro
Lucía Pi Cholula reseña Derecho de piso (2023) de Julia Piastro, publicado por Los Libros del Perro.
Texto de Lucía Pi Cholula 17/10/23
Derecho de piso de Julia Piastro se publicó en junio de 2023 en la editorial Los Libros del Perro que dirige Zel Cabrera. La publicación de este libro viene a cumplir una ambición muy particular de la editora, que desde hace mucho tiempo ha querido publicar crónicas escritas por mujeres. Yo misma en algún momento me vi ante la pregunta de Zel sobre qué género estaba escribiendo. Ahora, después de mucho buscar, aparece en el sello este libro que es más bien una compilación de crónicas que Julia Piastro publicó en diversos medios.
Compuesto de quince crónicas, Derecho de piso nos abre la puerta a los deambulares urbanos nacionales e internacionales de una poeta devenida en cronista. Hecho que debe destacarse, pues Julia postula que el oficio de la crónica no solo da cuenta del mundo que nos rodea, sino busca generar cierto goce estético de sus lectoras y lectores. De ahí que el trabajo con el lenguaje sea de suma importancia para su hechura. Pero no me malinterpreten, no estoy hablando de un lenguaje elevado o pulcro, al que comúnmente se relaciona la poesía, aunque todos aquí sabemos que la poesía se esconde en otros resquicios que no tienen relación alguna con la Real Academia Española. A lo que me refiero es a una sensibilidad singular ante la palabra, que lleva a Julia Piastro tanto a configurar una escritura donde la voz de la cronista tiene un peso importante, como a lograr documentar cómo suenan las palabras en otras bocas, en otros cuerpos. Ahí están la peluquera, el señor que arregla bicicletas, Babou —el griot senegalés—, una militante de los años setenta, etc.; personas que Julia se encuentra y transforma en personajes de sus narraciones. Incluso, aunque esto lo mencionaré más adelante, aparece el universo del “otro idioma”, al que la cronista, como estudiante en los Estados Unidos, se acerca —y nos acerca— incluso a pesar de “venir de fuera”. Ahí la palabra produce otros sonidos, otras cadencias, que ella busca, igual que buscó la Sociedad del Blues en Cincinnati, que resultó no tener oficinas, aunque esto no impidió que la contactaran por teléfono y que la autora se animara a asistir a un round de conciertos de blues.
Hay algunos aspectos que quisiera destacar del libro que me parecen importantes. En primer lugar, como este es un libro que reúne crónicas escritas en distintos momentos, es posible hallar en él dos escenarios principales: la Ciudad de México y algunas ciudades en Estados Unidos. En más de la mitad del libro, hasta por ahí de la página 76, los escenarios relatados son escenarios locales. Entre sus letras se cuelan la colonia Portales, la Unidad Habitacional Tlatelolco, los canales de Xochimilco, la Torre Latinoamericana —que en algún momento fue el edificio más alto de América después del Empire State—, Candelaria de Los Patos, donde antes tenías que ir por un acta de nacimiento y donde, nos cuenta Julia Piastro, se encuentra la oficina de objetos perdidos del Metro. Cabe destacar que estos no son lo que podríamos llamar los lugares de moda de la ciudad. Las crónicas de Derecho de piso se escapan del centro y del circuito Roma-Condesa, que hoy en día parece dominar la escena literaria en México, y nos llevan a otros lugares.
A lo largo de estos recorridos, la autora va ensayando la escritura cronística: desde la típica crónica urbana que nos remite a los paseos sin rumbos del flâneur de Baudelaire, hasta crónicas de la vida cultural en México, como la de “Anthropocene blues: un viaje hacia la incertidumbre”, o las crónicas de personaje como las que les dedica a Rita Guerrero o a Babou Diébaté. Además, se codea con el ensayo —algo característico del género—, principalmente cuando escribe sobre música. En estas “narraciones locales”, por llamarlas de alguna manera, Piastro nos transporta a distintos espacios de la ciudad —y del país, porque en algún momento viajamos hasta Oaxaca— para dar cuenta de esas pequeñas pinceladas de la vida contenida, por milagro desconocido, en este monstruo urbano. Esa es para mí una de las cualidades de la labor de la cronista: pintar el detalle, el acontecimiento, el suceso, el personaje. Mirar y escuchar lo que sucede en un espacio y un tiempo específicos, y aprehender en sus palabras los gestos, los movimientos, las sensaciones, que en la escritura de Derecho de piso están ligadas con habitar en cuerpo de mujer la Ciudad de México. Todes sabemos que, en un país como éste, la experiencia de la urbe es distinta para los cuerpos condicionados por alguna de las tres variables principales, aunque no son las únicas: la raza, la clase y el género. Por ello, me parece tan importante que la cronista escriba desde su condición de mujer y reflexione sobre los obstáculos y posibilidades de habitar la ciudad. Algo que se contrapone con nuestra tradición de cronistas, principalmente masculina, a la que Julia se adscribe, pero de la que también se distancia. Ahí están Carlos Monsiváis, Armando Ramírez y Salvador Novo, por ejemplo, que aparecen mencionados en estos textos. Aunque creo que Julia también tiene otra genealogía desde la cual escribe, compuesta principalmente de músicos y poetas, basta mirar los epígrafes de las crónicas o leer el texto Rita Guerrero, para vislumbrar de qué estoy hablando.
Después de estos relatos locales hay un corte, que es un corte común para todas nuestras vidas: la pandemia. ¿Cómo se hace una crónica desde el interior de un departamento? ¿Cómo se pasea una por internet? ¿Cómo es el flâneur de la Deep web y los estados de Facebook? ¿Qué se puede contar desde el encierro? La escritura de Julia Piastro va respondiendo estas preguntas, mientras ella misma indaga en el papel del arte y de la creación en tal situación de emergencia.
Las últimas crónicas son las que ya escribe estando fuera. Bueno, no, “El hombre del clavel” sigue teniendo como escenario la Ciudad de México —Bellas Artes, el Sanborns de los Azulejos—, pero no creo equivocarme al decir que este texto la cronista lo escribió ya con una mirada externa, una mirada propiciada por su condición de migrante, en cierta forma similar a la de su bisabuelo, aunque, por supuesto en condiciones muy distintas. Me parece que estos textos de Piastro están habitados por una pregunta que la atraviesa y que guía sus exploraciones literarias, la pregunta por la identidad. Una identidad de mujer urbana, de persona queer, de estudiante extranjera, etc., que la cronista va interrogando en sus relatos.
En esta segunda parte del libro también explora los distintos tipos de crónica, por ejemplo, la crónica de acontecimiento en la marcha/desfile LGBT o la crónica de viaje que tiene esa característica de la exploración novedosa. Además, hay algo que me gusta mucho de lo que ha escrito Julia y que responde a algo que podría ser la pulsión de la crónica: “Soy cronista porque soy queer”, escribe ella y ahí están la identidad, el deseo, el cuerpo, las pulsiones humanas.
Este libro es un viaje por los universos de Julia Piastro no sólo dentro de la ciudad o hacia otras ciudades, sino también a través de la memoria y los relatos del pasado que componen las capas del presente. Creo que, en este sentido, Derecho de piso se relaciona con la amplia literatura sobre la memoria que se está escribiendo actualmente en Latinoamérica en múltiples géneros: pienso en la narrativa de Nona Fernández y Pedro Mairal que está anclada a la memoria urbana, pero también en la poesía de Maricela Guerrero, además de la larga tradición poética que existe sobre la Ciudad de México y que fue compilada por la Universidad Autónoma Metropolitana. Y no podemos olvidar la literatura de viajes de Diego Olavarría y Federico Guzmán.
Derecho de piso nos permite —a quiénes vivimos en esta ciudad invivible— volver a mirarnos, recordar de dónde venimos —particularmente pienso en la crónica sobre el 71—, quiénes somos y hacia dónde vamos. Por ejemplo, la crónica “La memoria del agua” me parece que logra colocar en el centro de la discusión el gran tema de nuestro apocalipsis: el agua potable está por terminarse mientras que estamos a punto de inundarnos en aguas residuales. Finalmente, quisiera recalcar la importancia de la existencia de una crónica hecha desde el habitar la ciudad en cuerpo de mujer, que logra aprehender una serie de experiencias que no han sido narradas de manera tan basta como lo han sido las vivencias del mundo masculino. EP
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