“Paratextos” es la columna de Claudia Cabrera Espinosa. En esta entrega escribe sobre Cristina Fernández Cubas, que revolucionó el mundo de las letras en la Península ibérica cuando la literatura escrita por mujeres era un acto subversivo por sí mismo.
Cristina Fernández Cubas: cuarenta años de ficción
“Paratextos” es la columna de Claudia Cabrera Espinosa. En esta entrega escribe sobre Cristina Fernández Cubas, que revolucionó el mundo de las letras en la Península ibérica cuando la literatura escrita por mujeres era un acto subversivo por sí mismo.
Texto de Claudia Cabrera Espinosa 02/10/20
Este 2020 se cumplen cuarenta años de la publicación del primer libro de relatos de Cristina Fernández Cubas, madre de lo fantástico contemporáneo en la literatura española. La escritora catalana nació en Arenys de Mar —un pueblo a 40 kilómetros de Barcelona—en 1945, en donde vivió hasta los quince años. Hija de padres aragoneses, en su casa se hablaba el castellano y el catalán lo empleaba para jugar. Lo mismo ocurría en su colegio, La Presentación de la Santísima Virgen, en donde las clases se impartían en español, como en el resto de España en aquella época. De este modo, Fernández Cubas se suma a la lista de autores catalanes que emplean el castellano para sus creaciones literarias, junto con el entrañable y recién fallecido Juan Marsé, Eduardo Mendoza y Enrique Vila-Matas, por mencionar algunos.
La autora estudió Derecho en Barcelona y Periodismo en Madrid, y eventualmente logró dedicarse exclusivamente a la literatura. En su época de periodista vivió en El Cairo, Lima, Buenos Aires, París y Berlín. Gracias a sus numerosos viajes y a sus estancias en otros países, algunos de sus relatos se sitúan en lugares remotos, como el misterioso poblado africano de “La fiebre azul”, cuyos personajes europeos se sumergen irremisiblemente en las tradiciones y supersticiones de los nativos. La Ciudad de México, nuestra delirante megalópolis con sus apariciones imposibles, es el escenario de “Los parientes pobres del diablo”, mientras que “Con Agatha en Estambul” se desarrolla entre las brumosas calles invernales de la antigua Constantinopla y el famoso hotel Pera Palace, en donde se cree que Agatha Christie escribió Asesinato en el Orient Express.
Cristina Fernández Cubas ha visitado estos sitios y muchos más, y en sus creaciones literarias no se limita a emplearlos como el fondo de sus ficciones; los disfruta, los observa, interactúa con sus habitantes y termina por encontrar el “ángulo del horror” en cada uno de ellos. La simpática e inteligente septuagenaria recuerda con alegría y nostalgia la embarcación que los llevó a ella y a su hoy difunto marido, el escritor Carlos Trías, a cruzar el Atlántico para llegar a Perú, deteniéndose en México, Argentina y otros países, hace algunas décadas.
“El Cabo San Vicente —gemelo del Cabo San Roque—, que salía de Barcelona, daba la vuelta a la Península, recogía gente en Vigo, enfilaba para Canarias y seguía hacia Brasil, lo que duraba unos cuantos días”, cuenta. Durante aquel viaje por Latinoamérica, que estaba programado para tres meses y duró dos años, residió doce meses en Lima, en la calle Berlín. Narra la autora que años después, al volver a la capital peruana, la casa en donde vivieron había desaparecido, pero extrañamente había una casi idéntica unas calles más adelante, como si esta se hubiera desplazado.
Sus memorias, tituladas Cosas que ya no existen (Lumen, 2001), se ajustan lo más posible a la realidad, que es, en sus palabras, “una guionista excelente”, aunque sin olvidar, por supuesto, que las cosas no son como son, sino como se recuerdan, según decía Valle-Inclán. Fernández Cubas rememora, entre otras cosas, la primera vez que escuchó sobre el jacarandá (nuestra jacaranda), en Perú. Una señora le contó que su florecimiento dura un solo día. Ella se la imaginó como una flor mala con la virtud de conceder los deseos durante el florecimiento, siempre y cuando fuera un deseo inédito. Pero de acuerdo con su leyenda personal, el jacarandá se empeñaba en impedir la realización de sus planes. Esta anécdota está presente en “Lúnula y Violeta”, uno de los relatos de su primer libro, el cual aborda el tema de la duplicidad psicológica.
El impacto de la narrativa de Fernández Cubas ha sido tal que una de las revistas más prestigiosas dedicadas al estudio de lo fantástico lleva el nombre de Brumal, en honor a uno de los cuentos de la autora española que da título al libro homónimo: Los altillos de Brumal (Tusquets, 1983). En la publicación, de la Universidad Autónoma de Barcelona, se lee bajo el título:
“‘Al mediodía, es ya de noche en Brumal’. Con esas inquietantes palabras, que sirven de cierre al relato, la escritora Cristina Fernández Cubas sintetiza la dimensión fantástica del misterioso lugar en el que se ambienta ‘Los altillos de Brumal’: un espacio de dimensiones y límites imprecisos, un territorio liminal (no es extraño que con sus mismas letras se pueda componer la palabra ‘umbral’) que no aparece en los mapas pero forma parte de nuestro mundo. Un ámbito que subvierte nuestros códigos de realidad”.
Este cuento, llevado a la pantalla grande por Cristina Andreu en 1989, ha merecido una diversidad de elogios y ha sido traducido, al igual que el resto de la obra de Fernández Cubas, a una decena de idiomas. En él, la narradora —cocinera y crítica gastronómica— decide visitar el pueblo de su infancia tras recibir por correo un misterioso tarro con la leyenda, apenas legible: “Mermelada de Brumal”. El contenido es exquisito, de un profundo sabor a fresa, pero era como si en su elaboración no hubiera intervenido fresa alguna. Tiene un gusto delicioso, inquietante, indeterminado, como el relato mismo. Este detonante funciona como la famosa magdalena de Proust, aunque el viaje de la protagonista no se limitará a la memoria y la escritura. Llega con dificultades al pueblo, ya abandonado, salvo por un par de misteriosos personajes, y su breve estancia en él le hace comprender que ha franqueado un umbral que no sólo es físico, y que Brumal se rige por unas leyes distintas a las del resto del mundo.
El libro inaugural de su narrativa, Mi hermana Elba (Tusquets, 1980), fue el trampolín de una escritora que, a sus treinta y cinco años, revolucionaba el mundo de las letras en la Península ibérica por más de un motivo. En primer lugar, en la década de los ochenta la literatura escrita por mujeres era un acto subversivo por sí mismo. Si bien el terreno había sido allanado por autoras como Carmen Laforet, Esther Tusquets o Carmen Martín Gaite y sus predecesoras —muchas de las cuales cayeron en el olvido por el machismo imperante en la época—, crecer y vivir durante el franquismo, bajo una educación católica y conservadora, no facilitaba las cosas a las jóvenes cultas que quisieran romper con ciertas ataduras.
Aunado a ello, Cristina Fernández Cubas no sólo escribía literatura, sino que pronto se decantó por la narrativa breve. Muchas veces le preguntaron si los relatos eran el paso previo a escribir una novela. Y todas ellas contestó que no. Que el cuento es un género en sí mismo, con otras normas. “Seguramente el lector de cuentos es un lector bastante más activo que el que lee únicamente novelas. En el cuento prima la intensidad contra la extensión, no se da nada masticado y digerido, y el lector por tanto no puede despistarse un instante. Es más, sigue pensando más allá del punto final”, afirmó hace unos años en una entrevista realizada por el diario El País. Para rematar, sus creaciones siempre se distanciaron del marco de lo real y dejan abiertas una serie de fisuras por donde se cuela lo sobrenatural, lo que le terminó de forjar un sitio sólido en su papel de creadora de lo fantástico.
Si bien es autora de tres novelas, no ha abandonado la narrativa breve, y su último libro de relatos, La habitación de Nona (Tusquets, 2015), con el cual obtuvo el Premio Nacional de la Crítica 2016, demuestra que su pluma no ha perdido su agudeza y que sigue siendo experta en cruzar umbrales, ya sean geográficos o simbólicos. En el relato que da título al libro reaparece el tema del doble, presente en relatos anteriores como “Helicón”, y su tratamiento es de una maestría avasalladora. Los seis cuentos del volumen están protagonizados por mujeres, lo que no es una constante en sus primeras publicaciones, y en algunos de ellos se vislumbra la mirada de la escritora: mientras su protagonista observa un cuadro en la Fundación Mapfre y camina por el Paseo del Prado, en “Interno con figura”, o en las correrías de una mujer mayor que recobra su juventud y se reencuentra con su marido en el centro de Madrid, en “Vida nueva”. Los desdoblamientos tiñen su quehacer literario de diversas maneras. Son recurrentes de manera física y psicológica en varios de sus relatos, pero también se hacen presentes en cuanto a la relación con su propia obra. Es decir, que Cristina Fernández Cubas también se ha escindido al escribir sus narraciones. Ejemplo de ello es su más reciente novela, La puerta entreabierta (Tusquets, 2016), la cual se publicó bajo el seudónimo de Fernanda Kubbs. Esto se debe, de acuerdo con la autora, a un deseo por avisar al lector que va a encontrarse con algo distinto a lo que había escrito hasta ese momento y por iniciar una línea literaria paralela. En palabras de la escritora, la puerta por la que hasta ahora se había colado lo desconocido, ahora se abre de par en par para zambullirse a otro mundo, el de la magia. Fernanda Kubbs, su “hermana de tinta”, surge de un juego con sus apellidos y ha preparado el terreno para que el lector cruce un nuevo umbral, esta vez sin retorno. EP