Conjuros musicales: Oda a John Williams

En este texto, Adrián Díaz Hilton celebra la labor artística y musical de John Williams, y su inconmensurable legado en el mundo del cine.

Texto de 15/03/24

Williams

En este texto, Adrián Díaz Hilton celebra la labor artística y musical de John Williams, y su inconmensurable legado en el mundo del cine.

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El 25 de mayo de 1983 se estrenó Return of the Jedi de George Lucas, obra culmen —a mi parecer— de su saga Star Wars. Una película puede ser entretenida o aburrida por sí misma, pero una historia así de compleja no puede resumirse en un par de horas de filme; más bien, con el afán de desarrollar una “curva dramática” con múltiples conflictos entrelazados, la obra se divide en curvas más pequeñas dispuestas de manera gradual para golpear al espectador en sus instintos bajos, sobre todo en el clímax de la última parte, y provocar una catarsis inolvidable. Sin embargo, Lucas era incapaz de llevar al cine esa experiencia estética por sí solo; tal vez su mejor aliado en el aspecto artístico fue John Williams.

“Cabe mencionar que Williams no solo compone música para cine; incluso podría no ser la más importante de su producción.”

Desde “la primera” parte de la saga, Star Wars: Episode IV − A new hope, aparecen temas musicales que invitan a la avidez y la euforia de la aventura, comenzando, en el arranque de la película, con la fanfarria y melodía que hoy en día el mundo reconoce más que la 9ª Sinfonía de Beethoven. Williams estudio composición con Mario Castelnuovo-Tedesco, pero en sus composiciones ha sido muy noble con los metales y deja ver la influencia tan marcada que ha tenido de Händel, Bach, Chaikovski, Wagner y Holst (entre muchos otros). Basta con escuchar la Suite del Lago de los cisnes para encontrar filológicamente el origen del tema de la apertura de Harry Potter o, si se tiene la paciencia, El anillo de los nibelungos y Parsifal para encontrar los temas de la princesa Leia y Luke, o los temas de Jurassic Park.

Las fanfarrias barrocas para anunciar a los reyes, cosa que hoy en día podría parecer algo ridículo, dieron pie a las que conforman las suites Water Music y Music for the royal Fireworks de George Friedrich Händel, cuyos movimientos interválicos resultaron, un par de siglos después, en los mismos con los que abre la música de Star Wars, Superman e Indiana Jones, y con el mismo instrumento líder: la trompeta.

Cabe mencionar que Williams no solo compone música para cine; incluso podría no ser la más importante de su producción. En el 2012, el jazzista cubano Arturo Sandoval grabó su Concierto para trompeta, donde el compositor se cita a sí mismo en su soundtrack de Superman; Yo-Yo Ma grabó su Concierto para chelo, y tiene 18 conciertos para distintos instrumentos, algunos muy dignos de mencionar como el Concierto para tuba y el Concierto para fagot.

No cabe duda de que toma algunos motivos y giros de sus compositores favoritos, incluso de él mismo, pero ese es exactamente el camino de acumulación del conocimiento en la cultura: así como no hay filosofía sacada de la manga, tampoco música totalmente nueva. De las entrañas bélicas del “Marte” de Holst surgió una figura rítmica, grave y poderosa, de la cual nació la “Marcha imperial” de Star Wars: Episode V – The empire strikes back, misma que anuncia, cual emperador romano, a Darth Vader. Durante este episodio se da, de forma tanto diegética como musicalmente, al símbolo del mal, y al ethos y pathos del héroe; ambos deben exponer cuál es su agonía “sintiendo el conflicto” en el adversario y retroalimentándose entre sí hacia la anagnórisis sorpresiva de pertenecer a la estirpe del mal. Todo esto se logra a través de música pasional y trágica, a veces levemente melancólica.

Williams prestó servicio militar en la Fuerza Aérea estadounidense en 1951 como arreglista. Se podría pensar que esta experiencia no produjo efecto alguno en su estilo compositivo, pero sin haber adquirido esa cultura militar no se habría inspirado para componer tantas marchas como las de las películas 1941, Indiana Jones, Midway o la misma “Marcha imperial”. Esto sin contar la belleza de los soundtracks de películas de guerra como Empire of the Sun y Saving Private Ryan, donde el tono poético no es necesariamente aventurero, sino nostálgico por el hogar o doloso por la pérdida. Una de sus composiciones más famosas fue para la película Schindler’s List, cuyo violín solloza para el holocausto.

Otra faceta de Williams ha sido la composición de motivos de vida. Estas son una “figuritas” o motivos en la música de obras de teatro o cine con las cuales se anuncia un personaje escondido o ausente del escenario. Uno de los ejemplos más sencillos son las cinco notitas del motivo de Papageno en La flauta mágica de Mozart; cuando Tamino quiere llamarlo toca la escalita con su flauta y el otro, fuera del escenario, contesta con su zampoña; así el público sabe que por allí anda cerca, aunque no esté a la vista. Tal vez el motivo de vida más famoso de Williams es el del tiburón en la saga Jaws; su arranque lento y creciente en el pulso es increíblemente sencillo, ¡pero genial!, ya que levanta del asiento a cualquiera a sabiendas de que alguien en esa pantalla está a punto de ser devorado por las “mandíbulas” de un monstruoso pez cuyo nombre es más temible de pronunciar: carcharodon carcharias (rítmico, pero seguramente un trabalenguas hastioso).

Además de haber compuesto música para las Olimpiadas y premiaciones como los Oscar, sin dejar de lado sus odas y elegías, Williams incursionó también en el cine familiar con temas bastante conocidos como los de Hook, Home Alone y E.T. The Extra-Terrestial, y en el dramático como Memoirs of a Geisha, The book thief, Amistad, JFK, The Terminal y War of the worlds. Curiosamente la música de cine se termina de componer y se graba una vez que ya ha terminado el rodaje y la edición, es decir, es una parte de la postproducción. Esto significa que los actores no gozan de la dicha inspiracional de la música hasta ver el producto final durante el estreno. Pero ya se ha comentado desde los años 80 cómo es precisamente la música lo que le “da vida a la acción”, con perdón del pleonasmo.

Volviendo al Retorno del Jedi, sus precuelas no pudieron haberle dado a Luke una catarsis realmente satisfactoria: la primera parte presenta al héroe y a su enemigo, pero no desarrolla su metamorfosis a la adultez; aquí su carácter es jovial y aventurero, y durante la segunda parte apenas si se logra esbozar el quiebre de su alma, donde se revela cuál será su conflicto general. Los temas de Luke, ahora, en el tercer acto aristotélico, son melancólicos; muestran la nueva conformación de su espíritu: después de haber peleado contra sí mismo y su ímpetu por ejecutar a su propio padre, encuentra la compasión y la misericordia en el enemigo. En el cierre de la versión de hace treinta años, la cara de Mark Hamill ya se ve agotada del esfuerzo emocional; su mirada se pierde en pensamientos nostálgicos por saber que todo ha terminado. La música habla por él y dicta sus sentimientos al espectador, aquellos de alivio y consuelo.

“Sin esa melodía no sentiríamos ímpetu de aventura, sufrimiento por la guerra y la muerte, y añoranza por un personaje ideal…”

Lo que debemos a John Williams va más allá de unas tonadillas pegadoras y algunos discos de plástico coleccionables. Es toda su energía y esencia la que se transmite a través de la orquesta, misma que inflige emociones en toda la audiencia del cine. Sin esa melodía no sentiríamos ímpetu de aventura, sufrimiento por la guerra y la muerte, y añoranza por un personaje ideal; en fin, la película sería la representación vívida de la apatía. A la música del cine debemos la purificación de nuestra alma. EP

DOPSA, S.A. DE C.V