Compartir la tradición

El Colegio Nacional lanzó en 2019 una nueva versión adaptada de Jardín de niños, un libro publicado originalmente por Vicente Rojo y José Emilio Pacheco en 1978. A partir de este ejemplo, Edith Sebastián reflexiona sobre cómo han evolucionado las formas de producción de libros en los últimos años.

Texto de 19/06/20

El Colegio Nacional lanzó en 2019 una nueva versión adaptada de Jardín de niños, un libro publicado originalmente por Vicente Rojo y José Emilio Pacheco en 1978. A partir de este ejemplo, Edith Sebastián reflexiona sobre cómo han evolucionado las formas de producción de libros en los últimos años.

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En 1978 José Emilio Pacheco y Vicente Rojo publicaron Jardín de niños, un libro de artista dedicado a la infancia. Realizado con el serigrafista Enrique Cattaneo en los Talleres Multiarte, el tiraje del libro constó de 120 ejemplares. En 2019, El Colegio Nacional lanzó una nueva versión adaptada del original con la que celebró los ochenta años del nacimiento de Pacheco y la octava década de la llegada del exilio republicano español a México.

La versión original surgió por iniciativa de Vicente Rojo, quien le propuso a José Emilio hacer un libro-objeto sobre su niñez. Cuando Rojo recibió el poema de Pacheco, cuyo contenido no correspondía al de una infancia idílica sino a un permanente conflicto existencial y doloroso, éste decidió evocar su niñez en Barcelona, territorio de muerte y devastación por la guerra civil. El resultado fue un libro cargado de poemas y creaciones gráficas con referencias personales; una obra impactante que despierta un profundo desasosiego y, a la vez, le entrega al lector un hilo de esperanza que se desvanece en las manos. 

“El resultado fue un libro cargado de poemas y creaciones gráficas con referencias personales; una obra impactante que despierta un profundo desasosiego”

“Niño que sin saberlo

quiere rehacer el mundo y, cansado de exterminar las cosas del viejo orden,

se pone

a esculpir su utopía inconsciente: dibujos

en un cuaderno, trazos geométricos,

ciudad justa, visiones

de alguna tierra inalcanzable

O si no puede con el dibujo, trata

de inventar las historias que ajusten los fragmentos

del gran rompecabezas: la realidad. Y queda al margen

de los actos. Su hacer

añade al mundo pero no lo transforma.”  

La obra es un constante diálogo entre poesía e imagen: metáforas que surgen de los dibujos del pintor y figuras que se desprenden de los versos del escritor. Un flujo de ideas y emociones sobre un pasado aterrador y cándido; y un presente incierto y melancólico. Si la infancia fue difícil, la adultez carece de posibilidades en un mundo de miseria, violencia y egoísmos. Pero la inocencia del niño es el futuro prometedor: con las palabras y el arte construye un mundo nuevo y mejor. Sus herramientas son el lápiz y el pincel; libreta y lienzo; ingenuidad e intuición. El lenguaje de ambos autores tanto en la infancia como en su edad madura es el arte. 

“Pero el niño reinventa las palabras 

y todo adquiere un nombre. Verbos actuantes,

muchedumbre de sustantivos. Poder

de doble filo: sirve lo mismo 

a la revelación y al encubrimiento.

Cuando el objeto ya no está,

cuando los actos mueren 

queda aún la palabra que los nombra, fantasma 

de presencias que se disuelven.

Envuelto en presencias en esta herencia nos llega el tiempo

caleidoscopio 

de figuras compuestas al infinito.

Los mismos vidrios 

para un millón de imágenes distintas,

siempre distintas.

Ningún día vuelve, cada minuto es diferente.

En la sucesión,

en su insondable vértigo nos queda, 

como hilo en nuestro camino o migaja 

para volver a nuestros pasos, el habla.

Correspondencias y contradicciones no son coincidencia, responden a ese vínculo entre texto e imagen. El poeta traduce en palabras las formas del arte; el artista representa aquello que no puede expresar con lo verbal. En la historia de la cultura son comunes los escritores que reflexionan sobre el arte. En México, por ejemplo, Juan García Ponce y Octavio Paz dedicaron innumerables páginas a la obra de pintores contemporáneos; Fernando del Paso y Salvador Elizondo intentaron mostrarnos con dibujos otras formas de concebir el mundo. Vicente Rojo, el más aventurero, escribió un diario en donde compartió su pasión por la poesía.  

Tras la lectura de Jardín de niños se puede advertir cierta continuidad en la obra de los autores, en el caso de Vicente Rojo, las ilustraciones del libro remiten a su más reciente exposición “Vicente Rojo. 80 años después. Cuaderno de viaje de Francisco Rojo Lluch en el vapor Ipanema. Burdeos-Veracruz, junio-julio de 1939″, en la que el artista presentó obras de un imaginario cuaderno de viaje que pudo haber escrito su padre en su recorrido a bordo del vapor Ipanema con destino a la nueva patria que los acogería a él y a su familia; también a la serie Recuerdos y a las obras Paseo de San Juan y Alteraciones por los trazos geométricos, los colores, las cuadrículas y la simbología de sus elementos que de manera inevitable el espectador trata de interpretar. En José Emilio Pacheco, la continuidad se visualiza en su narrativa, la cual aborda temáticas como la infancia, la guerra, la muerte, desarrolladas en sus relatos, donde los niños son los protagonistas y víctimas de los conflictos ocasionados por los adultos, por ejemplo, en el cuento “Teruel” —compilado en La sangre de Medusa y otros cuentos marginales—, Néstor, un niño de 7 años, llega a Veracruz, junto con su padre, exiliado por la guerra civil española y, ante los obsesivos recuerdos de los adultos sobre la guerra y el honor, el protagonista trata de demostrar su valentía para ser un héroe como los caídos en Teruel. Néstor entiende que la muerte es el único camino para ser digno del cariño de su padre.  

Ésta no fue la única vez que ambos creadores trabajaron juntos: libros, revistas y personajes de la generación de medio siglo hicieron coincidir a José Emilio y Vicente en múltiples ocasiones. En la ceremonia de ingreso a El Colegio Nacional, Pacheco pronunció estas palabras en las que aludió a las colaboraciones en las que participaron y a la amistad que surgió entre ellos: 

En 1994 se cumplen 45 años desde que [Vicente Rojo] llegó a México,

eligió ser mexicano y empezó un trabajo constante en varios campos. Esta

labor ha hecho de él una de las figuras centrales en nuestra cultura. Sin

Vicente Rojo no se podrá escribir la historia de las artes plásticas

mexicanas, tampoco la historia de la literatura y el periodismo en esta

segunda mitad del siglo que termina.

[…]

Soy desde 1959 uno más entre sus colaboradores. No puedo calcular los

números de suplementos y revistas ni las docenas o quizá cientos de libros

que he hecho con él. Rojo me enseñó que todo, hasta lo más personal, es

un trabajo de equipo. Estamos aquí porque hubo otros que abrieron el

camino y para que otros más lo prosigan y lo transformen.

La versión de 1978 fue hecha en formato amplio, con una espiral metálica y está contenida en una caja sin portada. En el interior del libro aparecen los versos de José Emilio —posteriormente reescritos y compilados en Tarde o temprano del Fondo de Cultura Económica— y las ilustraciones de Rojo que muestran casas incendiadas por bombardeos, niños muertos en la guerra, la sangre, la bandera republicana, el juego, los cuadernos escolares, la lluvia, la poesía, el mar. En tanto libro de artista, Jardín de niños posee cualidades únicas: lápices de madera, postales de paisajes y recuerdos de la niñez, tintas metálicas y de colores intensos, un acetato, una tela que representa un lienzo y una fina y cuidada técnica de estampación. 

Para saber más sobre la edición original del libro, platiqué con Enrique Cattaneo, reconocido editor de gráfica en México, pintor, profesor e investigador de la Facultad de Artes de la UAEM. Su figura como impresor marcó la generación de la ruptura. Bajo su dirección en los Talleres Multiarte, una sección de la Imprenta Madero especializada en serigrafía, se editaron libros de artista como El único argumento (1980) de Sergio Pitol y Juan Soriano; Templo Mayor (1982) de Eduardo Matos Moctezuma y Carmen Parra; Lluvias de noviembre (1984) de David Huerta y Vicente Rojo; Lluvias de papel (1989) de Álvaro Mutis. Como grabador de arte ha trabajado con Rufino Tamayo, Manuel Felguérez, Alberto Gironella, Magali Lara, Carlos Mérida, José Luis Cuevas y Francisco Toledo, por mencionar sólo a algunos artistas. 

Jardín de niños se imprimió de enero a mayo de 1978. Para su elaboración, como lo narró Cattaneo, se realizó un trabajo paralelo, es decir, a partir del tema de la infancia, cada creador hizo su propia colaboración: no se trataba de que Vicente Rojo ilustrara los textos de José Emilio ni de que éste escribiera sobre las ilustraciones del primero, sino que se amalgamaran simultáneamente. Cualquier cuestión sobre la calidad técnica del proyecto la resolvían en conjunto los dos artistas, quienes constantemente revisaban pruebas. Las técnicas esenciales, como Enrique las llama (serigrafía, litografía, xilografía y el huecograbado), precisan dedicación y paciencia, en comparación con las empleadas en la actualidad (la risografía y el offset digital), por ello, Jardín de niños requirió un tiempo considerable. En sus clases en la universidad, el maestro Cattaneo continúa transmitiendo su conocimiento y experiencia de estas técnicas a sus alumnos, así como su preocupación por conservarlas ante la inmediatez del presente y la invasión de la tecnología.

La nueva versión de El Colegio Nacional surgió por idea de Laura Emilia Pacheco y de Alejandro Cruz Atienza, director de Publicaciones de esta institución. Los retos que implicó esta nueva edición del libro fueron enormes, ante la imposibilidad de hacer un facsimilar —debido a las características físicas y a los materiales del original—, se hizo una adaptación a formato más pequeño para offset y se creó una nueva portada; tanto las imágenes de Vicente Rojo como el poema de José Emilio Pacheco fueron fotografiados por un especialista en reprografía, quien cuidó la iluminación y la nitidez originales; como se respetó el poema inicial, fue añadido un cuadernillo con la versión más actual del texto de Pacheco. Las postales y el acetato fueron replicados y, en lugar de estar sostenidos por clips, aparecen en unas cangureras en la guarda posterior; las imágenes y los tonos fueron trabajados por una experta en retoque digital y preprensa. El nuevo jardín es un reencuentro a escala con el original, pero con propuestas creativas para conservar la primera edición. Un homenaje realizado con admiración y profundo respeto a los tres creadores iniciales.

Es prácticamente imposible no pensar en cómo han evolucionado las formas de producción de los libros de autor a través del tiempo. Hoy se pueden imprimir en semanas y hasta en días obras que en décadas anteriores tomaban meses o años. Frente a estas posibilidades, ¿contravenimos su presunta esencia de libros de culto dirigidos a un público selectivo? O bien, ¿nos estamos resistiendo a democratizar la cultura y seguir generando diálogos posibles con nuevos lectores?

Nos encontramos frente a dos distintas ediciones, las cuales, según su época, han tenido razones particulares de existencia. El objetivo de la versión original fue llegar a un público reducido, el de la alta cultura del México de los setenta, que en términos de Walter Benjamin corresponde al valor ritual del arte, aquel que exige que la obra sea mantenida oculta y sólo sea vista por espectadores exclusivos. La edición de 2019 tiene la finalidad democratizar la cultura, al ser más accesible en precio, tamaño y distribución (el tiraje fue de 1500 ejemplares) estará al alcance de más lectores, quienes conocerán la historia del libro original y los esfuerzos de las nuevas generaciones por valorar, celebrar y compartir la tradición. 
En Los narradores ante el público, José Emilio Pacheco dijo que no entendía la tradición como un estatismo o rigidez museográfica, la veía en su sentido de cambio constante, de enriquecimiento, puntos de vista siempre variables, diversificación, en una palabra: continuidad. EP


 

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