La obra de Eduardo Sangarcía se ha depurado con el tiempo y cada uno de sus textos demuestra una confección cuidadosa, hecha con una calma y un rigor que no dejan ver las costuras. Claudia Cabrera Espinosa hace un repaso del más reciente ganador del premio Mauricio Achar.
Las narraciones de Eduardo Sangarcía, un ajuste de cuentas con la Historia
La obra de Eduardo Sangarcía se ha depurado con el tiempo y cada uno de sus textos demuestra una confección cuidadosa, hecha con una calma y un rigor que no dejan ver las costuras. Claudia Cabrera Espinosa hace un repaso del más reciente ganador del premio Mauricio Achar.
Texto de Claudia Cabrera Espinosa 23/04/21
En diciembre del año pasado se anunció al nuevo ganador del premio Mauricio Achar 2020, impulsado por el grupo editorial Penguin Random House. La novela galardonada fue Anna Thalberg, del jalisciense Eduardo Sangarcía (Guadalajara, 1985). De acuerdo con el jurado, integrado por Cristina Rivera Garza, Julián Herbert, Fernanda Melchor, Andrés Ramírez y el recientemente fallecido Jorge Lebedev, se trata de una obra arriesgada “que nos mantiene emocionados con un complejo y virtuoso manejo del punto de vista, además de una estructura narrativa en la que destaca la construcción coral de la realidad que quiere contar”. Sin embargo, lo que más llama la atención de los comunicados de prensa es la temática que aborda: los juicios de brujas que tuvieron lugar en el Sacro Imperio Romano Germánico durante el siglo XVII.
La obra de Sangarcía se ha depurado con el tiempo y cada uno de sus textos demuestra una confección cuidadosa, hecha con una calma y un rigor que no dejan ver las costuras. En 2005, cuando contaba apenas con veinte años, recibió el premio Julio Verne de Ciencia ficción por “Ecce Homo”. Este “cuento de juventud” —en sus palabras—, es una pequeña joya en la que Adam, un androide de última generación capacitado para la lectura y el aprendizaje, devora las sagradas escrituras que halla en casa de su amo, el monseñor Llopis, y elabora una interpretación propia de los textos bíblicos. La historia alcanza su clímax cuando Adam manifiesta su deseo de ser bautizado para que su alma no se pierda en los abismos y se defiende con uñas y dientes de quienes osan interponerse entre él y su fe. Se trata de una narración apasionante y original que deja vislumbrar a un escritor que se alejará de la literatura mimética y labrará tanto sus propios derroteros estilísticos como sus propios universos narrativos.
En 2011, el cuento “El elefante” tampoco pasó desapercibido y le valió a Sangarcía el premio Edmundo Valadés. Este aborda la historia de un amor juvenil desgraciado que perdura hasta la vejez, la cual lleva al protagonista a cruzar las ruinas de Berlín en busca de Anaïs, la mujer que décadas atrás lo dejó plantado en el zoológico del Tiergarten tras elegir a Jürgen, su otro pretendiente. Con el ascenso al poder de Adolf Hitler, Jürgen se vuelve un nazi convencido a quien la derrota final, en 1945, le resulta inasumible y escoge el suicidio antes que la humillación. Esta decisión pone en marcha al narrador, quien busca acompañar a la mujer en el duelo a pesar de la entrada de las tropas rusas a la ciudad. La narración concluye en el zoológico, frente a los restos de la casa de los elefantes, en donde el único paquidermo sobreviviente de un bombardeo será testigo del favor que Anaïs le pedirá a su enamorado.
Tras la buena recepción de este relato, Sangarcía escribió un libro de cuentos en torno a ciertos episodios de la Segunda Guerra Mundial con apoyo del Fonca, en donde fue becario entre 2013 y 2014. El desconocido del Meno vio la luz en 2017, como parte del Fondo Editorial Tierra Adentro, y se trata de una colección de diez cuentos cuya calidad también fue reconocida, esta vez por el Premio Nacional de Cuento Joven Comala. Algunos de los ambientes de los relatos son la matanza de Katyn, perpetrada por los soviéticos poco después de la caída de Polonia en los albores del conflicto, los bombardeos masivos que destruyeron Dresde en el 44, el sitio de Leningrado, el Blitz sobre Londres o el atentado contra el líder nazi Reinhard Heydrich en Praga. En ellos, los personajes son gente común, hombres y mujeres intentando sobrevivir frente a los feroces embates de la Historia.
El primero de los relatos da título al libro y combina brutalidad con una sospechosa empatía. Está situado en la posguerra, concretamente en 1974, año en que el mundial de futbol se disputó en la República Federal de Alemania. Un sobreviviente del campo de concentración de Monowitz reconoce a uno de sus verdugos por las calles de Francfórt y lo sigue hasta su casa. Vuelve más tarde armado, decidido a vengarse, pero cuando toca a la puerta aquel monstruo que aún lo acosa en sus sueños lo recibe afable y lo invita a pasar a ver el legendario juego entre Alemania Federal y Suecia. Mientras el partido se desarrolla, el hombre no cesa de interrogar a su adversario acerca de los hechos ocurridos treinta años atrás y comprende que este no siente culpa ni remordimiento por sus acciones, las cuales justifica por la situación propiciada por el nazismo. Tras una conversación aparentemente inocua, aunque cargada de ira e impotencia contenidas, la displicencia y pasividad del monstruo llevarán al hombre a aceptar la futilidad de su venganza e incluso la amistad que se le ofrece, y queda en asistir con él al siguiente partido en el Waldstadion de Francfórt. El final del relato tiene lugar junto a las aguas del Meno, lo que le da sentido al título y convierte al protagonista en la contraparte masculina de L’Inconnue de la Seine, la hermosa mujer aparecida en las aguas del río parisino que tanto obsesionara a los artistas franceses a principios del siglo XX.
Este cuento y los siguientes son una muestra de una fina exploración del alma humana. La guerra y la posguerra como telón de fondo le sirven al autor jalisciense para llevar a sus personajes a situaciones dramáticas y absurdas en las que ellos se desarrollan bajo una voluntad diezmada por la crueldad y la deshumanización de las que fueron víctimas. En sus acciones se percibe el dolor y la pérdida de sentido de la existencia, algunas veces traducidos en una abulia que conmueve al lector sin caer en sentimentalismos. Destaca en todas las narraciones un conocimiento profundo de la Historia y del contexto de los relatos, sin que las descripciones sean exhaustivas, pues algunas veces no hacen falta más que ciertas alusiones para situar al lector en uno de los momentos históricos más aterradores de la humanidad. Sangarcía ha sabido elegir la circunstancia de sus protagonistas y aprovechar sucesos de distintas décadas y latitudes para trazar con maestría una extraordinaria radiografía de los oprimidos.
“El día de la ira”, otro de los cuentos destacados del volumen y el único con un planteamiento fantástico, sigue las peripecias de Ricardo Klement en Argentina para poner alivio a un dolor de muelas provocado por un hecho imposible, el crecimiento descontrolado de una serie de molares en la boca del paciente ante la atónita mirada del dentista. Klement es en realidad el criminal de guerra Adolf Eichmann, quien se encargó de organizar la logística del transporte que condujo a los judíos de toda Europa a los campos de concentración y exterminio construidos por los alemanes en Polonia. El relato transcurre en los días previos al secuestro de Eichmann por agentes del Mossad, quienes no tendrán oportunidad de actuar, pues el Dios del Antiguo Testamento se encargará de ajustar cuentas con él y con los otros criminales fugados a Sudamérica tras la derrota del Tercer Reich. El hecho sobrenatural, si bien rompe con el realismo del resto de las narraciones, ofrece un magnífico cierre, un acto de justicia literario frente a la persistente injusticia de la Historia.
En un momento en que en la literatura nacional abundan temas como el narcotráfico, la violencia, la migración y la exaltación de la precariedad y la crudeza que se viven en buena parte del país —aproximación que ha sido llamada “pornomiseria” cuando tiene a la exhibición como fin último—, la literatura de Sangarcía explora territorios lejanos desde perspectivas originales y actuales. Muestra una realidad histórica desde una mirada distinta y ángulos poco explorados. Su escritura destaca por su honestidad, una novedosa propuesta discursiva y la elección de atmósferas que, si bien alejadas en tiempo y en espacio, permiten apreciar las eternas pasiones y flaquezas del género humano.
Finalmente, la premiada Anna Thalberg cuenta la historia de una pelirroja de ojos amielados que es sacada a la fuerza de su casa y llevada a la ciudad de Würzburg para ser juzgada por brujería, acusación sostenida por sus vecinos —en particular por una mujer celosa y llena de odio— a causa de su origen extranjero y sus características físicas. La novela da cuenta de los intentos de Anna por probar su inocencia frente a la inercia de la implacable máquina inquisitorial y de la vileza de Melchior Vogel, el encargado de la causa en su contra, quien utiliza la paranoia creciente en torno a la brujería para sus propios fines. Klaus, el marido de Anna, un campesino apocado y analfabeta, recurrirá al padre Friedrich en pos de ayuda y consejo, y este buscará por todos los medios librar a la joven del tormento y de la hoguera. Mientras tanto, Klaus, desesperado, sufrirá una extraña transformación que otorga un toque fantástico a la historia.
En la novela, como en los cuentos, la escritura de Sangarcía es impecable, ágil, con personajes bien definidos y una adecuada profundidad psicológica. Las descripciones de los escenarios, desde el bosque y el pueblo hasta la celda y las herramientas de tortura, son cautivadoras e impactantes y sumergen al lector en el contexto de la caza de brujas en el Sacro Imperio. Una de las características sobresalientes de Anna Thalberg es la disposición tipográfica utilizada para distinguir los diálogos o monólogos interiores de los distintos personajes. Este rasgo experimental, que llega incluso a emplear la doble columna, resulta pertinente, además de propositivo, y en ningún momento interrumpe la claridad expositiva de la obra ni entorpece la lectura, lo cual siempre es una virtud. El resultado es una historia bien equilibrada en cuanto a lo formal y lo narrativo cuyo final logra cimbrar nuestro presente.
Si bien los merecidos galardones recibidos por los cuentos de Eduardo Sangarcía lo convirtieron en una joven promesa de las letras mexicanas, la novela Anna Thalberg lo consolida como uno de los autores destacados de la década que comienza. Un escritor a quien no hay que perder de vista y que, sin duda, seguirá realizando valiosas aportaciones a la literatura nacional. EP