Adrián Díaz Hilton reflexiona sobre las bellas pasiones que despiertan los villancicos navideños.
Conjuros musicales: Cantares navideños
Adrián Díaz Hilton reflexiona sobre las bellas pasiones que despiertan los villancicos navideños.
Texto de Adrián Díaz Hilton 22/12/23
La música nos lleva de la mano—si no es que nos arrastra— hacia la explosión pasional. Curioso es que no se estudien todas las pasiones con tanto detenimiento, en especial hoy en día, como se hace con las negativas: ira, tristeza o miedo. No obstante, lo bello y lo sublime sigue siendo asunto de la estética y de la crítica y, en estas fechas de celebración religiosa y familiar, es común que tratemos de darnos un baño de belleza.
La Navidad es una época de música bella con la que se fijan en nuestra memoria recuerdos lindos. En las tiendas departamentales se escuchan villancicos alegres sobre regalos y la felicidad del mundo; en las iglesias, sobre el nacimiento de Cristo; en las salas de concierto, El Mesías de Händel y el Oratorio de navidad de Bach. En general, los cantares navideños apelan a nuestros instintos más humanos y filántropos. En estas fechas todos en el mundo cristiano somos hermanos.
Pero ¿qué hay de los villancicos que tienen ya algunos siglos en boca de todo cantante? Nosotros, en México, cantamos “Noche de paz, noche de amor…”, pero resulta que Joseph Mohr escribió la poesía en alemán y Franz Xavier Gruber compuso la melodía que todos conocemos. En 1818 debía ser una noche increíblemente silenciosa en Oberndorf, un pueblo pequeño, en ese tiempo a unos kilómetros de Salzburg, Austria. La única música en el aire era la de la naturaleza, tal vez de los copos cayendo sobre el suelo ya cubierto de blanco, de una brisa helada cuyo tono poético era aquel de una felicidad calma en las casas donde cenaría una familia pequeña. De la nada se podía escuchar que emanaba un poemita cantado de la parroquia de San Nicolas de Mira:
Noche sosiega, noche santa,
todo duerme, apenas sola
bendice la santísima pareja.
Niño divino de cabello rizado,
¡duerme en la paz más celestial!
¡Duerme en la paz más celestial!
Noche sosiega, noche santa,
les da a los pastores la noticia
con el Aleluya de los ángeles.
Resuena en todos lados el grito:
“¡Cristo, el salvador, está aquí!
¡Cristo, el salvador, está aquí!
Noche sosiega, noche santa,
el Hijo de Dios, ¡oh, como sonríe!
Amor de tu boca divina,
la hora de la salvación ha llegado.
¡Cristo, en tu nacimiento!
¡Cristo, en tu nacimiento!
Todo ritual requiere de la música para acercarse a la experiencia divina. Sin embargo, los villancicos se consideran poesía y música profana, es decir, aunque su tema sea religioso no caben dentro del ritual en la iglesia, por lo que solían presentarse en el atrio de las iglesias durante las fiestas en los siglos XVIII y XIX, cuando Sor Juana compuso sus famosos villancicos. “Déjenle velar, que no hay pena, en quien ama, como no penar. Déjenle dormir, que quien duerme, en el sueño se ensaya a morir”, recita el Villancico V. Aunque desgraciadamente no quedó registro de la música que acompañaba a estas obras, de la poesía que sobrevivió al paso del tiempo, Ramón Noble (1920-1999) tomó el texto para componer la siguiente obra:
No son tantos los villancicos artísticos —realmente son más los arreglados para el entretenimiento—, pero los que existen tienen ciertas características que los hacen sobresalir de entre el montón. Sobre todo son sencillos y apelan a la belleza desde lo sutil. Cualquier fuerza poética ostentosa y música ornamentada rompería por completo la idea de sencillez y quietud con la cual preferimos imaginar el nacimiento de Cristo. Ejemplos de esto son Adeste fideles de John Wade, Es ist ein Ros’ entsprungen (tradicional alemán), The first nowell (tradicional inglés), O, nuit brillante de Joseph Bovet y See, amid the winter’s snow de Sir John Goss. Su estructura musical es estrófica, es decir, de una sola melodía, a veces con estribillo, la cual se repite unas cuantas veces para acompañar a varias estrofas de la poesía. ¿Qué podría representar mejor a la belleza que algo pequeño y llano como una efímera cancioncita?
Otra representación de la sencillez —llena de aparente ironía— es la pobreza; no pensando en la imagen de una familia tan carente de riqueza que deba de dar a luz a su primer hijo en un pesebre, sino en la idea de una persona cuya humildad supera su miedo a la miseria. “¿Qué puedo darle, [siendo] tan pobre como soy?”, dice el villancico In the bleak midwinter, de Christina Rossetti, musicalizado por Gustav Holst, con lo que expresa la sencillez de la vida sin opulencia, un poco imitando el evangelio de Mateo (21:19): “Díjole Jesús: Si quieres ser perfecto, ve, vende cuanto tienes, dalo a los pobres y tendrás un tesoro en los cielos, y ven y sígueme.” Así invita el texto bíblico a la idea de vivir sin opulencia ni carencia en la cual se concentra toda la existencia en el amor familiar.
La ternura es otra emoción que acerca a cualquiera a la experiencia estética de lo bello. “…¿cómo se mide el amor de una madre?, ¿y cómo se escribe [poéticamente] el primer llanto de un bebé?”, versa Candlelight Carol de John Rutter. Sus versos infligen visiones de cariño y amor en la imaginación del escucha, mientras la música apacigua la mente con una hermosa melodía. El acompañamiento con orquesta le da el ambiente perfecto de calma y el coro parece ser cantado por ángeles. Por más que el mundo haya sufrido los estragos de la guerra por tantos siglos, este villancico disuelve por completo los pensamientos destructivos del mundo y renueva la esperanza en lo humano.
En esta Navidad, espero que la música bella se apodere de los oídos de todos y provoque humildad, sencillez y ternura. Con suficiente suerte, tendremos tranquilidad y las emociones estridentes huirán para dar pie a que un cantar navideño nos arrastre hacia la belleza y ocupe todo ese espacio pasional. A pesar de todos los sentimientos negativos de los escuchas, también podemos conjurar musicalmente con la estética de lo bello y los grandes sentimientos de alegría y felicidad. ¡Felices fiestas! EP