Sinapsis es la columna de Daniela Tarazona, escritora reconocida como uno de los 25 secretos literarios de América Latina en la FIL 2011. La narradora, en su colaboración de abril, nos cuenta acerca de uno de sus sueños.
Antena
Sinapsis es la columna de Daniela Tarazona, escritora reconocida como uno de los 25 secretos literarios de América Latina en la FIL 2011. La narradora, en su colaboración de abril, nos cuenta acerca de uno de sus sueños.
Texto de Daniela Tarazona 08/04/20
Hace unos días soñé con una antena parabólica colocada frente a una iglesia que bien podría haber sido una catedral. La antena en cuestión era del tamaño del edificio religioso. ¿La antena gigantesca recibía transmisiones de la iglesia? ¿La iglesia le rezaba a la antena? Me quedé pensando en la imagen del sueño. Hice algunas hipótesis: el artefacto descomunal podría haber sido de nueva invención, una suerte de aparato no conocido o representado de esa manera en el sueño, que tenía las facultades de escuchar los rezos más susurrados de los creyentes. La otra hipótesis funcionaba a la inversa: la iglesia recibía de la antena la información precisa para oficiar sus misas. Es que, por la disposición enfrentada de los inmensos objetos, me parecía difícil encontrar otras interpretaciones que no fueran de un elemento al otro y al revés. Cavilé acerca de posibilidades diferentes. Lo que estaba entre la iglesia y la antena era una plaza, un zócalo, podría haberse llamado. En el zócalo no había nadie. Antena e iglesia, nada más. Pasé entonces a poner un poco de ficción en el sueño: aparte de pensar en el mensaje o los múltiples mensajes intercambiados entre ellas era necesario el tercer elemento que formara el triángulo —siempre tan necesario para interpretar—, entonces, ideé a dos personajes con alta probabilidad de participación en el backstage del delirio: un técnico en telecomunicaciones y un cura. Lo que obtuve fue el siguiente diálogo imposible:
—Es demasiado tarde para rezar —dijo el cura.
—No lo considero así, la tecnología suprime el paso del tiempo —dijo el técnico.
Luego, se callaron. El cura fue a dormir y el técnico también. Cuando despertaron, el tiempo era otro y estaba reducido. La iglesia se hallaba alumbrada por el sol y la antena le hacía un poco de sombra en la base. Los días fueron más cortos, desde entonces, en el sueño y en la realidad.
Cuando se hizo de noche otra vez, el cura, que estaba dormido y babeaba, susurró una palabra: algoritmo, y la dijo como si rezara, en realidad. El técnico, por su parte, enroscado entre cables e insomne, habló de los ceros y los unos con el afán de encontrar una manera más expedita de transmitir la información. Después de eso, la iglesia comenzó a desmoronarse por los daños estructurales debidos a un terremoto antiguo. La antena estaba como si nada. No hubo modo de prever qué iba a dañarse primero o después. Existía una gran confusión en el sueño y en el relato. Era tarde. Era temprano para mandar las señales, pero era tarde para rezar.
Ya no se sabe qué es real y qué no lo es. De hecho, no se trata de una novedad. Pero mire usted, querido lector, la palabra algoritmo, que pronunció el cura en su propio sueño, tiene una raíz interesante que se vincula a los números y a los conjuntos ordenados de ellos, es decir, a los sistemas de números. ¿Cómo puede multiplicarse algo con cierto ritmo? Por medio de las antenas, pero también a través de las plegarias. Por eso el cura y el técnico soñaron con lo mismo.
¿Cómo llegamos a las matemáticas después de soñar? Siempre han estado allí, aunque no las comprendamos y las multiplicaciones de imágenes a veces no nos cuadren. Son demasiadas. Pero si usted se fija en las antenas invisibles de los teléfonos inteligentes y en las cúpulas de las iglesias, encontrará cierta semejanza estructural. La cruz que transmite; la antena invisible que replica. No haré más preguntas y tampoco contaré mis sueños a la primera provocación; sólo pensé que valía la pena escribir acerca de la imagen de la antena y la iglesia. Esa extraña postal. Estuve tan atribulada que escuchaba zumbidos cuando cerraba los ojos y reproducía la vista onírica, así que abandoné las indagaciones mentales acerca de mi sueño. Cuando desperté apenas tenía esa imagen en la mente y no recordaba ningún otro asunto, pero, como mencioné antes, no fui capaz de entenderlo hasta hoy. Que se me disculpe por incompetente. La voz del cura y la del técnico ahora no me dejan dormir, es ya casi de noche y temo volver a soñar con antenas. EP