“Respiró hondo e intentó volar. No era muy difícil, su pectoral menor elevaba las alas mientras que el mayor las bajaba, uno descansaba mientras el otro estaba activo, uno se llenaba de oxígeno mientras el otro lo transformaba en movimiento. “Coordinación perfecta, otra ventaja”, pensó. Durante su aterrizaje tiró unas cuantas hojas de los árboles cercanos a su oficina, pero, tomando en cuenta que era la primera vez que volaba, se podría decir que había sido un éxito.”
Columba toma su primer bocado
“Respiró hondo e intentó volar. No era muy difícil, su pectoral menor elevaba las alas mientras que el mayor las bajaba, uno descansaba mientras el otro estaba activo, uno se llenaba de oxígeno mientras el otro lo transformaba en movimiento. “Coordinación perfecta, otra ventaja”, pensó. Durante su aterrizaje tiró unas cuantas hojas de los árboles cercanos a su oficina, pero, tomando en cuenta que era la primera vez que volaba, se podría decir que había sido un éxito.”
Texto de Diana del Ángel 22/05/20
Lo último que recordaba era a Rosaura explicándole los beneficios del yoga nidra: domesticar el sistema nervioso, pacificar la mente, mejorar la digestión, reducir los dolores de espalda, el estrés e, incluso, disminuir los dolores premenstruales. Rosi, siempre confiada en el poder de cualquier terapia ecofriendly-pachamama, además de ponerla en práctica, se volvía su promotora más ferviente durante las primeras dos semanas o hasta que encontrara una nueva, pero ancestral, ciencia de la vida. Desde que eran roomies, Katia había sido la primera y principal receptora de las buenas nuevas sobre el cuidado holísticochamánico. Accedía porque estaba convencida de que una buena amiga debe apoyar a la otra en sus proyectos. No por ello dejaba de pensar que era una tontería. En los últimos tiempos, Rodrigo, su novio, se veía arrastrado, no sin cierto entusiasmo, a esta clase de remedios New age.
El día anterior Rosaura había puesto la grabación y Katia había seguido, sin tomarse muy en serio, las instrucciones. Cerrar los ojos. Respirar profundo. Recorrer mentalmente su cuerpo. Imaginar un valle. En algún punto se quedó dormida. Despertó sintiéndose bastante extraña. Lo primero que notó fue que no estaba tendida sobre la cama, sino encaramada sobre uno de los barrotes. Ciertamente, esa superficie era ideal para sus nuevos pies anisodáctilos. Brincó al suelo y notó cierta dificultad para caminar. Como pudo llegó hasta el espejo y confirmó lo que había sentido al abrir los ojos: se había convertido en una paloma. “De todos los pájaros tenía que ser justo una insulsa rata del cielo”, pensó.
Entonces recordó que la voz de la grabación le había indicado imaginarse como un águila posada sobre la cima de una montaña desde donde dominaba el paisaje. “Quizá esto es porque me burlé de la estúpida yoga nidra”, se dijo mientras miraba cómo sus nalgas, antes parcas, ahora ocupaban una gran porción del espacio, si bien en forma de grises plumas timoneras. Su pecho, antes poseedor de dos copiosas glándulas mamarias, se había convertido en un robusto pectoral mayor. Abrió sus alas y los perfumes, cremas y lociones cayeron cristalinamente al piso del baño. La distracción sonora le impidió apreciar que sus dos pares de plumas primarias tenían la misma longitud y que su forma ovoide la hacía poseedora de un cuerpo perfecto, codiciado por el más exigente columbófilo.
“Es hora de ir al trabajo”, se dijo volviendo al mundo real donde su cuerpo de paloma era un incordio. Katia era ante todo una mujer práctica, de modo que en cada situación encontraba ventajas y desventajas. Pro: no tendría que vestirse, llegaría más rápido y temprano; no tenía hambre. Contra: su cara de paloma era poco expresiva. Nada mal. Saltarse el desayuno era la mejor manera de seguir la dieta, que siempre infringía con una deliciosa e irritante orden de chilaquiles con bistec. Con pasitos torpes llegó al cuarto de Rosi que tenía la puerta abierta, señal de que había salido. La cama destendida llamó su atención, porque ella no solía dejarla así, además parecía que otra persona había dormido allí. Por la noche le preguntaría qué pasó. “Por fin sus rituales atraealamorverdadero funcionaron”, pensó, no sin cierto alivio de que a partir de entonces el novio de Rosi fuera el destinatario de las hippiterapias.
Ese día era la reunión para exponer los avances del proyecto en el que había estado trabajando durante los últimos tres meses; por nada del mundo dejaría que su jefe se quedara con el crédito. Con su pico tomó la bolsa y saltó por el quicio de la ventana. Vio a los vecinos alistándose para salir al trabajo o a la escuela. Respiró hondo e intentó volar. No era muy difícil, su pectoral menor elevaba las alas mientras que el mayor las bajaba, uno descansaba mientras el otro estaba activo, uno se llenaba de oxígeno mientras el otro lo transformaba en movimiento. “Coordinación perfecta, otra ventaja”, pensó. Durante su aterrizaje tiró unas cuantas hojas de los árboles cercanos a su oficina, pero, tomando en cuenta que era la primera vez que volaba, se podría decir que había sido un éxito. “Nací para volar”, se dijo mientras cruzaba por la puerta de entrada. El policía, con la cara estupefacta, no quiso acercarse a ella, pero le dio los buenos días.
El jefe llegó pocos minutos después que Katia. Ante la mirada inquisitiva, ella respondió: “Una mala sesión de yoga”. La reunión fue un éxito. Si bien a todos les pareció una extravagancia que Katia expusiera los avances trepada en la silla, quedaron satisfechos al ver que una sólida investigación sustentaba el proyecto. Hacia el mediodía Katia todavía no dominaba sus dimensiones corporales, lo cual produjo algunos contactos incómodos con sus compañeros y varios golpes contra los muebles. El principal contratiempo era su creciente hambre. No había querido comer, pues lo relativo al proceso digestivo suponía una verdadera incógnita; como en otros casos, el problema no era el principio sino la conclusión. “¿Tendré que volar para cagar?”. Decidió que un día de ayuno no le hace mal a nadie.
Sin embargo, su resolución se veía comprometida mientras se acercaba la hora de comer. Sus compañeros ya estaban hablando de ir al restaurante chino, otros optarían por los tradicionales tacos de mixiote y algunos más comentaban lo que habían traído en sus tuppers. Katia se dio cuenta de lo grave de su situación cuando se le antojó una ensalada de espinacas, manzana y atún que una compañera fitness estaba comiendo. Para no azuzar más su apetito optó por dar un paseo. Despegó desde el pequeño patio y en cuestión de segundos perdió de vista a sus compañeros, desdibujados entre calles y aspiraciones de ascenso laboral. Repentinamente pensó que era un buen momento para buscar a Rosi y pedirle una solución. A fin de cuentas, ella no estaría así de no haber seguido la práctica hippie. En otro momento del día también tendría que hablar con Rodrigo, a quien seguramente no le gustaría saber que sus senos habían desaparecido por completo. “¿Si cogemos ahora califica como zoofilia?”, se preguntó al doblar a la derecha para esquivar un poste de luz.
Ciertamente, ella y Rodrigo habían hablado de replantear su relación pues muchas grietas se abrieron a lo largo de cuatro años, pero, que ella se hubiera convertido en paloma, sobrepasaba cualquier expectativa de cambio. Desde su forma columbina le fue mucho más fácil admitir que las cosas con él habían ido decreciendo. Tomando en cuenta que su relación no había comenzado en la cima, como el águila de la grabación, sino más bien en un túmulo de inercia, hartazgo, soledad y necesidad de compartir los gastos en vacaciones, se podía inferir el nivel subterráneo al que habían llegado en los últimos meses. Katia reconoció que nunca antes de estar con él había sentido tanta poquedad hacia sí. Ni muy bonita, ni muy buena cogiendo, ni tan inteligente, ni tan buena cocinera, ni muy creativa. Así la negación se había instalado en su cuerpo de humana como una finísima escama de frustración, de la que ahora se sentía liberada. Era duro reconocerlo, pero, a últimas fechas, las prácticas Pachamama habían funcionado como un bálsamo para su cansado noviazgo. Actividades como fumar la pipa sagrada, hacer la meditación de la luna, tomar baños de rosas o descubrir el zodiaco maya se habían convertido en una especie de territorio donde ella y Rodrigo entraban como turistas del bienestar holístico. En la intimidad ambos coincidían en que todo eso era una ridiculez; esa complicidad racional, frente a las locuras de Rosi, los había hecho sentir de nuevo unidos. “Después de todo, sí sirven para algo”, se dijo mientras aterrizaba en el trabajo de Rosi.
—Kati, lo siento tanto de verdad. Yo…, yo no quería que pasara esto, de verdad. Más bien no sé cómo pasó… es decir, no creas que no me siento responsable, al contrario, toda la mañana me he sentido como cucaracha. No sé si podrás perdonarme. No me pidas que me vaya del apartamento, no pronto al menos, tú sabes que no tengo a dónde ir. Claro, si me lo pides lo entiendo, solo dame un par de días, quizá tres, para llevarme mis cosas. No sabes cuánto me arrepiento, de verdad, es que no sé qué me pasó. Es decir, tú sabes cómo me he sentido desde que llegué a la ciudad, pero claro yo sé que eso no justifica nada, ahora me siento doblemente sola, doblemente vacía.
Con su ojo de paloma, Katia podía ver los primeros planos y las distancias. Nunca había confiado del todo en Rodrigo; en Rosi, sí, aunque se burlaba de sus supersticiones. Un acostón le pasa a cualquiera. El mayor engaño era consigo misma. Por tercera vez en el día se encontró en el aire, sintiendo esa extraña sensación de poder soltarlo todo con solo despegar las patas del suelo. “Nunca fueron las prácticas Pachamama”, se dijo satisfecha de comprobar que ella tenía razón en cuanto a su inutilidad. No podría decir cuánto tiempo planeó incansable, mirando el horizonte sin expectativa alguna. Abajo quedaba la vida de Katia con sus relaciones fallidas; arriba, su nuevo yo, avanzaba rompiendo el aire sin temor alguno, conectada al viento como por un imán en los huesos, segura de llegar a buen puerto. El hambre sin embargo es una fuerza poderosa. Aterrizó en un parque donde furtivamente comió de las migajas que los ancianos y los niños prodigaban a las otras palomas. La bolsa muscular en su esófago rápidamente aprehendió los pedazos de pan duro para ablandarlos antes de la siguiente fase. La comida reactivó sus sentidos y de inmediato se dio cuenta de que estaba muy cerca de la casa de Rodrigo. Por primera vez en su vida, como columba, pero también como Katia, decidió hacer caso al destino. “Si llegué hasta acá, debe ser por algo”, pensó, mientras echaba a volar.
La ventana estaba abierta, así que se ahorró la incomodidad inicial del encuentro. Rodrigo estaba comiendo mientras veía un capítulo de las series policiales que tanto le gustaban. Tenía la fantasía de ser detective; aunque siempre se equivocaba al descifrar las historias, su arrogancia no menguaba. Se levantó del sillón y casi sin aire dijo: “¿Kati?”, como esperando que la visión frente a él se desvaneciera. Pero ella seguía frente a él, sin pronunciar palabra, sin expresar emociones. Lo miraba como un cazador a su presa. Rodrigo intentó recomponerse y casi con aplomo se defendió: “¿Recuerdas que habíamos hablado del poliamor?” Ella avanzó solo para darse el gusto de verlo retroceder. Su mirada siguió atenta y divertida las rodillas de Rodrigo posarse, ridículas y contritas, en el suelo. La cloaca es el orificio final por donde pasan los desechos alimenticios. Lo que no sirve, lo fútil, dispensable, llega ahí y deja de ser parte de la paloma. Finalmente, Columba supo que no hay un criterio para elegir el espacio donde serán depositadas las sobras de la ingesta. Casi siempre la casualidad guía este acontecimiento. A veces, el azar provee prodigios. Rodrigo sintió algo húmedo penetrar su cuero cabelludo. Inútilmente corrió al baño, pero la sensación de mierda se había instalado en su cuerpo. EP