Georges Perec nos dice que es imposible concebir el espacio como
una totalidad, sólo podemos tomar pequeños fragmentos y, gracias a un
ordenamiento mental imaginario, es como podemos formarnos una idea del mundo.
La exposición Tierra Firme de Jan
Hendrix, es una muestra clarísima de ello. Hendrix reconstruye bosques, mares, llanos
y desiertos con pedacitos de múltiples objetos, ya sea dibujados, grabados, o recolectados
de la naturaleza, sin orden aparente, pero perfectamente clasificados.
En este mundo de ‘lo contemporáneo’ es ya casi una rareza
encontrar una exposición en donde el objetivo está al margen de lo político, de
la denuncia o la transgresión; donde solamente se procura alcanzar un estado de
contemplación de lo bello, de la forma, el color y las texturas en una
cartografía gráfica del mundo natural. Desde su políptico titulado Script, compuesto por más medio millar
de pequeños grabados y serigrafías, sus esculturas móviles flotantes o sus
inmensos tapices, hay en todas sus piezas una narrativa que parece surgir de
las entrañas de la tierra, de los árboles y el viento. Obsesivamente
clasificados, retocados o intervenidos, Hendrix ha ido atesorando fragmentos de
la naturaleza y los colecciona para crear un universo gráfico imaginario que
nos absorbe en la profundidad de una idea fundamental: recuperar la capacidad
de asimilar la belleza.
Hendrix tiene la extraordinaria habilidad de romper con la
paradoja actual de que ya no hay belleza en el arte. Su obras, contienen esa
marca contemporánea de autonomía, libre de ataduras históricas y contenidas en
un universo teórico y simbólico (vid. A. Danto), sin embargo, al mismo tiempo,
nos remiten a ciertas ideas tradicionales de la Estética kantiana. Kant, en su Crítica del Juicio, planteaba que el
sentimiento de placer que señala a lo bello es un deleite puro, independiente
de todo interés, sustentado en la simple contemplación del objeto, con
independencia de su uso o cualquier otro propósito. No se trata de un juicio de
conocimiento, sino estético, y puramente subjetivo. Y ahí está el milagro, es
una muestra de un artista de esencia conceptual, que nos permite recorrer paisajes
imaginarios puramente estéticos.
Este artista, tan holandés como mexicano, crea mapas de la
memoria a través de un laberinto de formas de la naturaleza. Jugando con las
escalas y tamaños, nos convierte en una especie de Alicia en el bosque que se
adentra en las gigantezcas enervaduras de una hoja seca dentro de un entramado
arquitectónico majestuoso, o nos sentimos como gigantes frente a las diminutas polaroids, intervenidas con acrílico, de
las hojas de una higuera. Con gran maestría en el manejo de las técnicas
gráficas, sus trabajos son de impecable factura, no hay un trazo fuera de
lugar, ni una línea que se salga de donde debe estar. Con la imperiosidad de la
perfección aúrea, en sus obras sobresale un lenguaje poéticamente gráfico y
sensual.
Pero no sólo es la técnica, otro elemento que parece acompañar
todo el recorrido es la profunda pasión que el artista siente por los
materiales; los soportes en los que imprime, dibuja o traslada su imaginario, tienen
en sí un lenguaje propio. Así sea un papiro egipcio, delicados pliegos de papel
de arroz chino o nepalés, hojas de plata o un amate mexicano; o bien, materiales
fríos, como el bronce cromado o la escultura fabricada en Corian, un material
desarrollado por la firma Dupont, compuesto de resina acrílica e hidróxido de
aluminio y que se usa, mayormente, para la decoración de baños y cocinas; así
pues, no importa el origen, Hendrix convierte a la materia en una parte del
corazón sensible de sus piezas.
Como viajero incansable y explorador nato, Hendrix se ha
alimentado de la cultura mexicana y de su tradición gráfica, sin embargo, por
momentos parece que no puede ocultar su origen neerlandés, su pasión por la
sencillez de lo natural, y esa especie de mística no religiosa, son características
que destacaron en el periodo barroco de la escuela holandesa, pero sobre todo,
por esos destellos de luz blanca —que resaltan en sus serigrafías en hoja de
plata. Uno de los recuerdos más vívidos que yo tengo de Holanda es haber
reconocido que en ese país la luz del sol es blanca, muy blanca. Tal vez, es por
eso que nos sorprende tanto esa luz que ilumina a las mujeres retratadas por
Vermeer, es por eso que, quizá, Van Gogh migró al sur en busca del sol amarillo,
o la razón por la que el propio Hendrix hizo de nuestro país, su casa, desde mediados
de los años 70.
Una sección importante de la exposición está dedicada a las
colaboraciones de Hendrix en ediciones especiales de libros de autores como
Seamus Heaney, Hans van de Waarsenburg y Gabriel García Márquez. Uno de los
libros destacados es, sin duda, la edición de La Rama Dorada (1991), donde retoma las traducciones de Heaney del
Libro VI de la Eneida, en el que se
narra el viaje de Eneas para recuperar la rama dorada, escondida en un denso y
oscuro bosque en el inframundo y, que en palabras del propio Seamus, es un
bosque donde “…se manifestaban la vision y el espanto que le esperan al
iniciado ante la travesia”[1] —recordemos
también que, este mismo título, lo utilizó el antropólogo J. G. Frazer para su
intrincado texto sobre mitologías antiguas. Pero en esta versión hay un giro
interesante, Hendrix se propone hacer dialogar a Eneas con un relato oaxaqueño
de la zona arqueologica de Yagul, el mito del árbol de oro o, en su traducción
del zapoteco, “arbol o palo viejo”. De ahí también nacieron sus extraodinarias
piezas, unas en papel y otras tejidas con las técnicas tradicionales del tapiz
y el gobelino, de los paisajes con cactáceas, típicamente oaxaqueños, pero
inmersos en una oscuridad densa, impenetrable, como el bosque descrito por
Eneas en su trayecto heroico.
Finalmente, llegamos a la última pieza, o más bien una instalación,
titulada Materia Prima. Una especie
de gabinete de curiosidades que nos permite adentrarnos en las obsesiones del
Hendrix observador, el coleccionista, el clasificador. Un espacio acogedor, con
libreros, anaqueles y múltiples cajones, cada uno con una serie de objetos
coleccionados, ya sean semillas, hojas y flores secas, conchas y caracolas, o
bien, secuencias de fotografías polaroid,
dibujos, bocetos, libros antiguos, maquetas y planos. Este espacio nos permite
satisfacer esa común manía de curiosear por los cajones ajenos, con ese
maleducado impulso de abrir el gabinete del baño en casa del amigo que
amamblemente nos ha invitado. En este pequeño pero sustancioso recinto, podemos
observar esos fragmentos del mundo que inspiró —o más bien creó él mismo, para
inspirarse— todo en pedacitos, fragmentos de un bosque, vestigios de un mar, o un
mapa rodeado de líneas que parecen haber sido trazadas por un topógrafo, acompañados
de libretas de apuntes y hermosos libros antiguos de botánica con ilustraciones
de plantas y flores; o las estampas y postales que fue coleccionando con el
paso del tiempo; todo tan pulcramente ordenado, que no hay forma de describirlo
sin provocar un poco de caos dentro de su perfecto inventario.
En el mundo imaginario de Hendrix no hay fronteras ni distancias, con un pequeño pedacito recogido de un lugar, crea un mapa completo, un todo, lleno de naturaleza, aglomerada y deliciosa. EP
La exposición Tierra Firme de Jan Hendrix, estará abierta al público en el Museo Universitario de Arte Contemporámeo (MUAC), hasta el 22 de septiembre.
Nota: del 1 al 22 de julio sólo abrirá sábados y domingos.
[1] Medina, Cuauhtémoc, “Jan Hendrix: grafica y
deriva”, en Tierra Firme, catálogo de
exposición, MUAC-UNAM, 2019.