Breves notas sobre las manos

En estas notas, la escritora Karina Sosa esboza algunas ideas sobre la utilidad manos y su representación en distintas artes.

Texto de 19/10/22

En estas notas, la escritora Karina Sosa esboza algunas ideas sobre la utilidad manos y su representación en distintas artes.

Tiempo de lectura: 6 minutos

Las manos están en nuestras vidas de manera silenciosa y parece que pocas veces nos detenemos largamente a contemplar nuestras manos, o las de los otros… pero es falso. A veces nos enamoramos a través de las manos: las manos acarician, empujan, incitan. 

Quizás mi fascinación por las manos tiene que ver con que de niña era torpísima usando las manos, dejaba caer casi todo lo que mis manos sostenían. Mis dedos eran poco hábiles y muchas veces lloré porque pensaba que no podía hacer nada con las manos, desde colorear hasta moldear barro, escribir bien o simplemente separar claras de yemas para un postre. 

Recuerdo con bastante tristeza que me daba miedo prender cerillos y que mis dedos terminaron ampollados a los quince años mientras me terminaba una caja de cerillos que no prendían porque yo los soltaba asustada de quemarme las manos. 

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Las manos son un mapa.

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En 1474, Leonardo Da Vinci pintó un “Estudio de manos y brazos”. Es un dibujo que insinúa el gesto de acomodarse el vestido, la capa o la blusa. También podría ser el boceto de alguien que, pudorosamente, se cubre con las ropas el pecho. Oculto, casi en una esquina superior: el rostro enojado de un viejo. 

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La quiromancia podría decirnos todo, o casi todo, sobre el destino de nuestros seres amados, o de nuestros más acérrimos rivales usando las manos. La grafología (en internet dice pseudociencia) se apoya de los trazos hechos por manos: eso es la escritura también. 

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Aquí debería insertar un recuerdo sobre las manos de un muerto. Pero prefiero hurgar en el probable origen de la palabra falange. 

Me equivoco y me arrepiento. No hay poesía en pensar a las falanges como flechas, como huesos que lo traspasan todo. 

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Aprendemos a escribir, no con el cerebro. Ni con el pensamiento. Escribimos con los dedos. Los lápices hacen huecos, marcas… Las teclas de la computadora suenan, mientras como arañas, nuestros dedos se entierran y se mueven. 

El grafito, es decir el carbón, deja una marca en los dedos.

A veces lloraba con ámpulas en los dedos. Mis dedos gordos e inflamados por la punta del lápiz y la mano de la profesora Ernestina apoyándose en mis dedos, empujándolos para crear líneas perfectas… 

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Este ensayo sobre las manos intenta atrapar a través de la escritura (que siempre será un acto de las manos) atrapar las imágenes de todas las manos que he visto durante mi vida. Estas notas remiten a Hellen Keller, la gran ensayista de las manos: una mujer que vivió su existencia a través de las manos. Remiten a Franz Kafka, a quien he soñado frente a mí, en una mesa, con las manos cubriéndole el rostro. Remiten a George Steiner quien ha contado del empeño de su madre por mostrarle que el mundo no era distinto para un niño que tenía un brazo más corto y lo enseño a usar las dos manos para todo. 

Este ensayo también surgió de una obsesión infantil por un monstruo que Guillermo del Toro utilizó en su Laberinto del fauno, que como Kafka en mis sueños, tiene el rostro cubierto con sus huesudas manos: tener los ojos en las manos. 

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¿Y qué harías si te quedas ciega? Tendrías las manos para ver el mundo. Las manos lo tantean todo. Lo sienten y lo adivinan. Santa Lucía, de los ojitos, como la llaman en un pueblo chatino de Oaxaca, sostiene una charola con sus ojos. En sus manos están los ojos del mundo, pienso. 

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Estoy en un hospital, por primera vez. No veo. Estoy ciega. Es noviembre del 2019. Y dos médicos jóvenes conversan con mi mamá. Yo escucho todo y quiero gritar. En la cama de junto alguien agoniza. Estamos, mi hermana F. y yo, internadas en urgencias del Hospital General Eduardo Liceaga. Es la vía lagrimal. No es grave. Pero también estuve grave y mi cerebro respondió. Mi cerebro al que imagino tan frágil como un pastel hecho con ligeras capas de mantequilla o de arena… 

Mi madre me trae una estampa de Santa Lucía. Lucía de Siracusa… 

Mamá le reza. Me dice que le pida. Que ella, Santa Lucía, me va a sanar los ojos. Me describe la imagen y solamente escucho las últimas palabras: tiene en sus manos una charola con dos ojos

Mi madre permanece junto a nosotras todo el tiempo, se parte en dos. Va de una sala a otra. También está el compañero de mi hermana. Estamos vivas. 

Voy a entrar a una cirugía. Mientras la anestesia empieza a hacer efecto, hablo con los médicos. Veo difusamente sus rostros. Uno de ellos me dice que todo saldrá bien. 

Es noviembre, nada puede salir mal. No hay luna llena. 

¿Por qué digo esto? ¿A quién le hablo? Mi mamá está ahí, en la salita de espera, o en un pasillo, en una región indeterminada del mundo. Seguimos haciéndonos compañía, como lo hizo desde el día uno. También está mi hermana. Estamos ahí en el abismo entre la salud y la muerte. Pero por ahora vivimos. 

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Estas notas son un símbolo: como los milagros que se cuelgan en los vestidos de los santos católicos. 

Milagritos de latón en los que los desesperados encomiendan sus dolores para así sanarse. También son como esos ojos de vidrio que reposan en las manos de una santa. 

Lucía de Siracusa fue perseguida y martirizada. Le sacaron los ojos… 

Encuentro en internet que venden un amuleto llamado ojo de Venus o también conocido como Ojo de Santa Lucía, que puedes comprar para encomendar tus ojos a la protección de la mártir. 

Estas piedras son de color rojo, púrpura, marrón y blanco. 

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Estas notas remiten a las manos de los transeúntes que a veces en el metro de la Ciudad de México, se empujan unos contra otros. A las manos de las mujeres que guisan y mueven el mole, con cucharas gigantes de madera. 

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Entre gitanos no nos leemos las manos

¿Qué significa? ¿Cuánto sabemos de los otros, de nuestros semejantes? Abro un libro sobre quiromancia:

“Aquiles Cassarao dice que en 1914 se vio por primera vez en Hamburgo a cincuenta gitanos errantes, comandados por dos jefes… se decía que habían sido desterrados de Egipto Menor; por eso vivían vagando sin rumbo”. 

No explica nada. Quizás las manos tengan que ver con la errancia. Al caminar movemos las manos. A veces las usamos para sostener un bastón, una piedra, o simplemente para equilibrar nuestro andar. 

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Pienso si la palanca no es, a su manera, una adaptación de una mano mecánica. La palanca y la rueda, la polea, son casi tan arcaicas como las manos: como una imitación rudimentaria del cuerpo.

Mano, manual, máquina. 

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Polaroids compradas en un mercado de pulgas: todas son, de alguna manera, fotos de manos. Manos de desconocidos.

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Una mano es una extremidad… con veintisiete huesos. Una mano está segmentada en tres: muñeca, palma y dedos.

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Un pie de arcilla, esculpido por Bernini. Un pie, una testa (de Santa Teresa) y un fragmento de un caballo. 

No veo en el museo en el que estoy, ningún ensayo de mano hecho por Bernini.

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En “La última cena”, de Da Vinci, las manos de Jesucristo están extendidas y abiertas como dos paréntesis. Se apoyan en la mesa. 

Las manos de los apóstoles hablan, conversan. 

Ninguna mano toca directamente a Jesús. 

Pero todas las manos de ese cuadro parecen importantes, parecen contarnos una historia secreta. 

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Veo el guante anaranjado, de plástico, hueco. 

¿Está suspendido? No. Cuelga, de un clavo. Un guante que no es un adorno. Es más bien un instrumento de trabajo: para un obrero, para una mujer que limpia o pule o lava… El cuadro se llama Canción de amor. Es de Giorgio de Chirico y fue pintado en 1914. 

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¿Qué son las manos? Le pregunto a la gente que me interesa:

Son una extensión, son un instrumento, son parte del cuerpo, son como pulpos adaptados, son robots, son mecanismos perfectos, son otros ojos, son huesos cubiertos de piel. Son un mapa. Son como hilos. Son pedazos de carne que se mueven. Son lo más perfecto. Son el principio de los sentidos…

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Frida Kahlo sí pintó manos. 

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No recuerdo con claridad las manos pintadas por Remedios Varo, mi pintora mexicana favorita. 

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Hay una fotografía (la insertaré por aquí) en la que Lilia Carrillo fuma. Y no vemos el cigarro en su boca. Está, más bien, entre los dedos de su mano. 

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No quiero citar a Benedetti ni a Neruda para hablar de las manos. 

Mejor pondré por aquí unas líneas, de un poema de Pedro Salinas:

“Hoy son las manos la memoria.

El alma no se acuerda, está dolida

de tanto recordar. Pero en las manos

queda el recuerdo de lo que han tenido”.

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Las manos de Sor Juana Inés de la Cruz, escribiendo. Me pregunto si la tinta de su pluma se regaba por los dedos y la dejaba manchada de azul o negro. EP

DOPSA, S.A. DE C.V