Becarios de la Fundación para las Letras Mexicanas: Un viajero solitario a bordo de una diligencia fantasma. Las historias de fantasmas de Amelia Edwards

Esteban Sánchez Beristáin —becario del Curso de Creación Literaria para Jóvenes promovido por la Fundación para las Letras Mexicanas y la Universidad Veracruzana— nos ofrece un ensayo sobre la literatura de fantasmas de la escritora Amelia Edwards.

Texto de 02/08/24

Esteban Sánchez Beristáin —becario del Curso de Creación Literaria para Jóvenes promovido por la Fundación para las Letras Mexicanas y la Universidad Veracruzana— nos ofrece un ensayo sobre la literatura de fantasmas de la escritora Amelia Edwards.

Tiempo de lectura: 9 minutos
¿Qué es un espíritu? Es algo de lo cual no tenemos la menor idea. 
¡Científicos! Estudien la naturaleza y sus leyes, no recurran a 
causas sobrenaturales que, lejos de aclarar el asunto, no harán más que 
confundirlos hasta que ustedes mismos sean incapaces de comprenderlo.
Barón D’Holbach

La soledad es el motor de la imaginación. Cuando escribo, casi siempre me viene bien estar sentado y contemplar la pantalla con la hoja en blanco. De manera recurrente pongo una melodía acorde con mis emociones del momento. Por ejemplo, si me siento alegre, escucho la Sinfonía italiana de Mendelssohn, si me siento triste, escucho el Estudio N°3 de Chopin y si, por otro lado, tengo miedo, escucho la Toccata y fuga de Bach. Como se puede apreciar, cada una de las piezas musicales tiene como objetivo intensificar la emoción que tenía previamente para así poder llenar esa hoja en blanco. Casi siempre puedo llenarla en soledad y de noche porque es cuando puedo estar conmigo mismo y escuchar lo que mi mente tiene que decir y escribir. Que la inspiración llegue de noche trae consigo ciertas características inherentes a ella, como la oscuridad y el silencio, el cual combato con la música, pero también me encuentro con emociones como el miedo, el cual afronto con cuentos de esta naturaleza.

“La soledad es el motor de la imaginación.”

Es en la soledad cuando se lee mejor, pues es también cuando nuestra mente puede dar rienda suelta a todo aquello que se imagina. Soy de la opinión de que el cerebro es más receptivo cuando está solo porque no está concentrado en ejercer habilidades sociales, sino que centra todo su potencial en lo que hace, además de mantener vivo nuestro cuerpo con nuestro corazón palpitando. El panorama es el siguiente: abro un libro y echo un vistazo al índice; selecciono un cuento al azar y me dispongo a leerlo. A veces leo con mi gato, el cual solo se dedica a dormir a un costado de mí.

La noche es misteriosa, al igual que los cuentos de los que hablaré. Esta vez abrí un libro de Amelia Edwards titulado El carruaje fantasma y otras historias sobrenaturales, editado por la gran Biblioteca de Carfax, la cual recomiendo ampliamente. Cuando uno se aproxima a este libro, se acerca a la historia de fantasmas clásica, es decir, la conocida ghost story que inició con Le Fanu y que llegó a su máximo esplendor con M. R. James. Al día de hoy estos cuentos se han vuelto un poco predecibles, como lo anticipa Alberto Chessa, traductor y prologuista del volumen, pero aun así tienen su encanto fantasmal de ambientación gótica que sigue fascinando a las mentes abiertas a una estética antigua. Sin duda, los lectores de Clive Barker y de Poppy Z Brite se sentirán decepcionados con Edwards, pero tal vez el hecho de que no se salpiquen con sangre proveniente de las páginas sea un cambio que les siente bien.

La egiptóloga Amelia Edwards (1831-1892) fue una de las voces más destacadas de la disciplina enfocada en el antiguo Egipto, el cual fascinaba de sobremanera a los británicos, pero también fue una escritora de historias de fantasmas muy cercana a Dickens. La autora publicaba sus historias en All the year round, revista coordinada por el autor de Oliver Twist, y tuvo gran éxito entre sus lectores. Esta autora no es muy conocida en México, lo cual no es sorprendente, pues su obra no se encuentra con facilidad. Sólo he podido encontrar un libro de la dudosa editorial Tomo titulado Novelas de fantasmas, el cual incluye el cuento corto “Monsieur Maurice”. Fuera de eso, solo editoriales españolas como Alba y la Biblioteca de Carfax han publicado su obra en español.

Relativo a la soledad fantasmal, Edwards escribió en 1864 el cuento que da título a la antología, “El carruaje fantasma”. Esta historia está configurada a manera de un testimonio, en el cual un señor inglés pierde el rumbo en “un gran páramo inhóspito en el extremo septentrional de Inglaterra”. El hombre, cazador experto, promete a su esposa regresar antes del anochecer, lo cual no puede cumplir debido a una tormenta de nieve que lo obliga a buscar asilo en un lugar cercano. El personaje se ve obligado a caminar hasta que irrumpe en una casa en la que habita un hombre muy particular. El dueño de la casa es un ermitaño excéntrico, pero también es algo más allá de eso. Se trata de un personaje que adquiere sus conocimientos en la soledad y el aislamiento. La casa está llena de instrumentos científicos y alquímicos, además de libros. El hombre perdido entabla una conversación metafísica con el dueño de la casa y hablan de un fenómeno muy particular: los fantasmas.

Pensé por primera vez en el fenómeno sobrenatural a raíz de un evento de mi propia vida. Cuando era niño, mi abuela tenía unas ranas musicales que mi tío había traído consigo de su estancia en Alemania. Ella las guardaba celosamente, y una noche antes de que falleciera, la soñé señalándome el lugar en el cual se encontraban. Fue mucha mi sorpresa al descubrir que, en efecto, estaban ahí. Se trató de una experiencia interesante de mi vida, y el cuento de Edwards me hace cuestionarla, pues su personaje sabio se expresa respecto a los científicos del mundo moderno y dice que “tildan de falso lo que no pueden llevar al laboratorio o a la sala de disección”. Eso me lleva a preguntarme: ¿Hasta qué punto la ciencia puede indagar acerca de los espíritus y descubrir algo determinante? Es un cuestionamiento que a veces me hago antes de dormir, cuando, en teoría, esos espíritus están sueltos.

Continuando con la historia de Edwards, el personaje sabio se cuestiona el fenómeno sobrenatural acompañado de una soledad que solo es rota por su mayordomo. Este aislamiento es un medio impulsor de la creatividad, además de un recoveco en el cual la mente del hombre puede trabajar en silencio y diseñar las más elaboradas teorías sobre cualquier tema. Después de una larga y curiosa conversación, el personaje principal abandona la casa del excéntrico señor con el objetivo de cumplir la promesa de regresar a donde estaba su esposa. Se dirige a tomar la diligencia del correo que pasa por el pueblo más cercano. Se narra que este carruaje tuvo algunos años atrás un accidente que dejó seis víctimas fatales. La diligencia de correos pasa cuando él llega; sin embargo, al subir, el inglés la siente fría y húmeda, además de que la ve en un pésimo estado. El hombre dirige una mirada a los pasajeros y nota que están muertos. “Una pálida luz fosforescente iluminaba su rostro, su pelo, húmedo por el rocío de la tumba, su ropa, manchada de tierra y en plena descomposición, y sus manos, que eran las manos de cadáveres enterrados hacía mucho tiempo”. La diligencia se accidenta y el caballero sobrevive, solo para contar su historia a bordo del carruaje.

Hay algo interesante respecto a esta aparición. Recrea el accidente sufrido por la diligencia cuando esta viajaba de noche en el momento que sufrió el fatal y aparatoso accidente. El carruaje es, en efecto, un vehículo fantasma que se desplaza por las noches. La pregunta es, ¿Por qué el carruaje paró para dejar subir al forastero perdido? Seguro por una cuestión instintiva. Los conductores del carruaje, cuando vivían, debían recoger personas perdidas a menudo, así que sus espectros lo hacen también. El fantasma, a lo largo de la literatura de miedo, muestra casi siempre comportamientos asiduos y constantes al igual que muchos de nosotros que estamos con vida. ¿Qué nos diferencia de ellos? No mucho, solo el impulso de despertar cada mañana para ir a la escuela u oficina y saber que, aunque estemos muertos, regresaremos a esos lugares en forma de espíritu. ¡Qué deprimente!

“El fantasma, a lo largo de la literatura de miedo, muestra casi siempre comportamientos asiduos y constantes al igual que muchos de nosotros que estamos con vida.”

Edwards configura a su personaje principal como un hombre que se encuentra perdido y solo. Lo rodean los bosques y los paisajes ingleses propios de la campiña y es ahí que encuentra, en medio de esos parajes, una casa en la cual habita un hombre cuya falta de compañía es muy acentuada. La aparición del carruaje fantasma es el momento de clímax, pero es también un momento solitario. Esta experiencia solo la vive el cazador, pues nadie más estuvo ahí para atestiguar la aparición de la diligencia fantasma, lo cual encasilla al fenómeno sobrenatural en una esfera individual.

Me dirijo al lector, ¿Alguna vez has visto un fantasma? Y si es así, ¿ha sido en soledad o en compañía? Yo no soy muy dado a creer en los espectros, pues mi propia experiencia de vida me ha negado experimentar un evento de esta naturaleza. No obstante, retomo a Marie du Deffand cuando afirma: “No creo en los fantasmas, pero me dan miedo”.  No es que uno sea miedoso, es más bien que ese atisbo de curiosidad enfermiza a veces se vuelve una realidad. Amelia Edwards lo sabía y explotaba al máximo las bondades de este género tan increíble.

¿Qué narra Amelia Edwards? Gran parte de la producción victoriana de fantasmas centra su narrativa en experiencias o testimonios de personas que están ahí para contar lo que les sucedió tiempo atrás. De esta manera lo hacen los personajes de los cuentos de Edwards, que casi siempre son viajeros: viven una experiencia fantasmal que les cambia la vida y se disponen a relatarla. Lo sobrenatural es un terreno desconocido. Muchos han querido desentrañar los misterios que este reino esconde, pero está más allá de la comprensión humana. Nuestra parte racional nos invita a llegar a conclusiones lógicas ante un evento inesperado, pero no siempre es posible. No imagino al pasajero del carruaje fantasma negando los hechos que vivió. Si yo subiera a un vehículo y notara que hay fantasmas en él, seguro me volvería creyente a la mala.

¿Una explicación racional? Retomando el caso del sueño que tuve, podría reducirlo a un recuerdo almacenado en mi mente durante algún tiempo. Seguramente de niño vi a mi abuela guardar sus ranas y recordé en sueños en dónde estaban. Esta conclusión no es nada descabellada, puesto que es sabido que el cerebro reelabora y trabaja la información que tiene. De acuerdo con la neurociencia, es en la fase REM del sueño cuando, valga la redundancia, soñamos. Las imágenes son producto del cerebro y estas son aleatorias. No hay nada más en ello. El pseudocientífico psicoanálisis ve en el sueño un reflejo del inconsciente que seguro denota un complejo de Edipo escondido. Dejemos a Freud morir con dignidad de una vez por todas. Imaginemos al doctor Freud frente al espectro de Sófocles. Espero que no le dé mucha vergüenza; después de todo, la cocaína produce alucinaciones, ¿cierto?

¿La soledad y el sueño invocan fantasmas? El sueño es un acto individual y solitario, al igual que las apariciones. Hay algunas historias en las que los fantasmas se aparecen en sueños a una persona determinada. En “Una noche en los confines de la Selva negra”, dos amigos se refugian en una posada que resulta ser administrada por dos asesinos. Uno de los amigos sueña con espíritus que les advierten de esa situación y se logran poner a salvo antes de que los ataquen. Es así que los espíritus también protegen a los vivos y retrasan su destino final inevitable.

Los fantasmas son propios de la cultura humana. En cualquier tradición del mundo se cuenta con la presencia de espíritus. A veces son buenos, a veces son malos, a veces solo están ahí. Como quiera que sea, existen en la literatura. Puede ser que en la actualidad ya no den miedo; de hecho, no deberían darlo o ¿qué dices Marie du Deffand?

Los fantasmas de Amelia Edwards no son específicamente terroríficos, pero generan un goce estético por su ambientación escalofriante, la cual nos recuerda que estamos seguros leyendo la historia y no a bordo del carruaje fantasma. Sigo a Rafael Llopis en su definición del cuento de fantasmas, es decir, “aquel que tiene como objetivo causar miedo como placer estético”. La ambientación de una buena historia de fantasmas es en la soledad, en un paraje deshabitado y una noche tormentosa.

¿Cómo es estar frente a un fantasma? Es algo que me pregunto muy a menudo, pues leo muchas historias de esa naturaleza, y casi siempre sucede una aparición en esas historias. Sostengo que la obra de Amelia Edwards es el epítome del gótico victoriano, pues conjuga todo aquello que la gente quería leer. En esa época, este tipo de cuentos eran de consumo popular. El género de fantasmas era visto como uno propio de las masas y fue en ese sector que revistas como la de Dickens tuvieron éxito. Se esperaba una historia que fuera apta para leer en la comodidad del hogar familiar, en el fuego navideño que se caracterizaba por la compañía. En solitario suceden los eventos sobrenaturales, por eso es deseable estar acompañados en el frío de la noche. Estar frente a un fantasma puede generar emociones muy particulares. En “La historia de Salomé”, el fantasma de una joven vaga por un oscuro cementerio en Venecia en espera de un entierro cristiano. Un chico siente lástima por ella y la ayuda. Ella solo agradece el gesto dejando de ir al panteón. Suena a ingratitud, pero es reposo, tranquilidad y armonía, A veces tenemos que ser como los espectros, más callados y reflexivos.

“Los fantasmas son propios de la cultura humana. En cualquier tradición del mundo se cuenta con la presencia de espíritus.”

¿Qué evocan los cuentos de Edwards? Me remonto a mi presente, veo el cielo oscuro y pienso en la cantidad de espíritus que pueden estar vagando por las calles a esta hora. Son las doce de la noche. Allá afuera debe estar el espíritu de un joven que vaga por las calles, el cual no es feliz porque murió en un accidente de tránsito. Se percibe también el frío andar de una dama que se lamenta por sus hijos. Están mis familiares fallecidos haciendo fiesta en el cementerio municipal de Iztapalapa. Estoy acompañado por la soledad y me envuelve el frío de la noche. Es una experiencia que ya he vivido. Sin duda oigo el carruaje. A lo lejos se escuchan cascos de caballos, unas ruedas chocan contra las piedras del camino. Se detienen. Se escucha un compartimento abrirse, al mismo tiempo que mi habitación comienza a enfriarse y un escalofrío recorre mi columna vertebral. Me levanto y miro por la ventana. Del carruaje sale una figura negra y avanza hacia mi puerta. Toca tres veces y no le abro. Toca otras tres y se vuelve más insistente. Oigo chirriar las bisagras de mi puerta. Es momento de soltar el libro. EP

DOPSA, S.A. DE C.V