Becarios de la Fundación para las Letras Mexicanas: Un proyecto de felicidad

Este ensayo de Rebeca Leal Singer forma parte de una lectura en voz alta sobre su escritura, su ruta lectora, sus intereses y sus poéticas.

Texto de 06/12/21

Este ensayo de Rebeca Leal Singer forma parte de una lectura en voz alta sobre su escritura, su ruta lectora, sus intereses y sus poéticas.

Tiempo de lectura: 8 minutos

El otro día, mi amiga y compañera María Gómez de León me habló acerca de una poeta de la cual yo nunca había escuchado nada. Su nombre es Cecilia Pavón y es argentina. Me puse a leer un poco y encontré una entrevista en la que dice que para ella la poesía es y debe ser un proyecto de felicidad. Nunca había encontrado una frase que condensara tan bien mis pensamientos. El párrafo leía así:

Ahora quiero escribir desde la felicidad. (…) Creo en el fondo que el arte tiene que ser un proyecto de felicidad. Hace poco leí esa frase y me encantó. Creo que la política es un proyecto de felicidad, tiene que serlo. Si la política no es un proyecto de felicidad, no me interesa. El arte es igual.

Me encanta pensar que esa frase que tanto me gustó ni siquiera es de Cecilia Pavón. Cecilia Pavón la encontró leyendo y luego yo la encontré leyéndola a ella y todo por mi amiga María. Supongo que así es como se dan algunas de las mejores cosas de la vida. Precisamente por cosas así es que yo siempre había anhelado tener amigas que también escribieran: para acceder a lo que está más allá de lo que generalmente se aloja en mi cerebro o a la mano de éste; para que alguien me contara algo que me causara curiosidad, que eso me hiciera buscar en internet y que a su vez, ese hallazgo me volara la cabeza de esta forma y resonara con lo más profundo que hay en mí. Me imagino que eso es a lo que algunas personas le llaman comunidad… Qué importante es, ¿no? Cada vez me queda más claro.

Ahora, podría pasar un rato muy largo hablando acerca de mis amigas y amigos y de mis mentoras y mentores y mis papás y mi abuelita y todo eso y probablemente al rato lo haga porque para mi es muy difícil no hacerlo, pero antes quiero hablar un poco acerca de esta misma idea, sin embargo, esta vez desde otra palabra que me parece super importante llamada tradición.

La verdad es que hasta hace poco siempre me había costado pensarme a mí misma en términos de tradición, claro, a excepción de la tradición judía a la cual pertenezco (a veces muy a mi pesar, porque hay muchas cosas implicadas en ello con las que no estoy de acuerdo o que simplemente no puedo entender, pero ese es otro tema). ¿En qué estaba? Ah sí, lo que pasa es que últimamente me han preguntado y yo me he preguntado mucho por mi tradición en términos de literatura. Finalmente, creo que estoy logrando acomodar algunas de estas ideas en mi cabeza. Aquí va un intento:

Aunque a la fecha me cuesta nombrarme escritora y todavía más nombrarme poeta, cuando leo mis textos a la luz de la pregunta por la tradición, me doy cuenta de que indudablemente estoy influenciada por todo aquello que he leído y amado entre lo cual puedo destacar a Wislawa Szymborska, Wislawa Szymborska y Wislawa Szymborska. No es cierto. La verdad es que hay muchas otras cosas más que me han afectado e impactado hasta la médula y en breve nombraré algunas de ellas. Pero sí quiero contar la anécdota de una vez, cuando era más joven, cuando un amigo de mis papás me preguntó qué estaba leyendo y yo le dije que a Szymborska, él puso una cara triste y me dijo que era una lástima, que a ella había que leerla un poco después en la vida porque era lo mejor del mundo, en sus palabras, “la Mozart de la poesía” y que al leer lo mejor del mundo, ya me había arruinado la poesía para siempre. Su hipérbole me hace sonreír aún.

“Nuestro vínculo consistía y consiste en que cada vez que leo un poema suyo siento que entiendo algo nuevo o que puedo entender de forma más clara algo que ya entendía y en que simple y sencillamente leerla me hace feliz.”

Algunas cosas que quiero decir sobre Wislawa Szymborska antes de aburrir a todo el mundo son las siguientes: en primer lugar, que la amo porque se dedicó a escribir poemas acerca de los temas más pequeñitos y aparentemente insignificantes, pero que en realidad no son insignificantes para nada y que eso me conmueve muchísimo y me inspira todos los santos días. En segundo lugar, que cuando la descubrí sentí que tenía una conexión especial con ella al ser polaca igual que mi familia, supongo que todas las personas hacemos esto de buscar vínculos particulares con nuestros héroes y heroínas. Por eso, me quedé bastante triste cuando le platiqué esto a mi abuelita (ya ven, les dije que llegaríamos a mi abuelita eventualmente) y me dijo que ella y la poeta no eran “el mismo tipo de polacas”: “Yo soy judía. Mi familia vivía en un ghetto en un pueblito. Mi lengua materna es el yiddish. Pásame el control de la tele”, o algo así es lo que respondió. Me acuerdo que agregó algo como: “¿sabes quién sí es polaca como yo? Rosa Luxemburgo. Ella si es de las nuestras.” En fin, no voy a sentarme aquí y fingir que la respuesta absolutamente indiferente y cruel de mi abuelita no me afectó hasta este momento en el cual estoy escribiendo esto (soy piscis), pero sí se me hace importante decir que en el fondo no me importó. En el fondo no me importó porque ese vínculo especial que yo estaba buscando con Wislawa Szymborska ya existía independientemente de cualquier frivolidad, llámese la casualidad de que su pasaporte fuera el mismo que el de mi abuela o que su apellido paterno empezara con S y mi apellido materno también. Nuestro vínculo consistía y consiste en que cada vez que leo un poema suyo siento que entiendo algo nuevo o que puedo entender de forma más clara algo que ya entendía y en que simple y sencillamente leerla me hace feliz. Sé que los gustos cambian con los años, pero sinceramente dudo que éste cambie algún día.

Volviendo a las amigas: ¿es demasiado decir que Wislawa Szymborksa es como una amiga para mi? Tal vez, pero de todas formas a veces así se siente. Otras amigas: Gloria Fuertes, Idea Vilariño, Rosario Castellanos, Chantal Ackerman, Maya Angelou, Lydia Davis, Eunice Odio, Maggie Nelson, Sylvia Plath… Algunos amigos: César Vallejo, Wallace Stevens, Charles Baudelaire, Julio Cortázar, Gutierre de Cetina, Czeslaw Milosz, Adam Zagajewski, José Emilio Pacheco, Carlos Drummond de Andrade… cuando las leo a todas ellas y a ellos no siento que leo, siento que dialogo.

No se si la tradición y la felicidad estén vinculadas, me parece algo bastante discutible. Pero si sé que la felicidad y la comunidad pueden estarlo y que no se puede estar en comunidad sin reconocer que venimos de una tradición porque eso implicaría asumirse a una misma como una entidad ex nihilo que surge del humo y, ¿cómo se va a hacer una comunidad con alguien que piensa así? ¿Cómo se puede confiar en que alguien que no cree en la tradición, por lo tanto, tampoco cree en la comunidad traiga las servilletas para el picnic, por ejemplo? Entonces regreso a mi tema original.

“Me resulta difícil escribir si no tengo una rutina y si no estoy completamente concentrada en lo que estoy haciendo y sé que no estoy sola en esto.”

Como decía, a mí lo que más me interesa es la poesía de las cosas sencillas, bueno eso y el humor y los golden retrievers, hacer ejercicio, meditar, ser feliz, estar tranquila. Tal vez este sea el momento de marcar esta importante puntualización: para mí, estar feliz es estar tranquila y por alguna razón o varias, escribir me da bastante paz y por lo tanto, me hace bastante feliz. Lo que sea de cada quien. Me gusta escribir sobre servilletas, shampoo y pellejitos, sobre los arcoiris que se forman en los charcos de gasolina, sobre la vez que fuimos a bailar y sentí que mis amigos estaban cuidando mi chamarra y por lo tanto, me estaban cuidando a mi.  Me gusta poner atención y sentir que los objetos me hablan y que yo les contesto y me da risa darme cuenta de que la vida es extremadamente juguetona, por más que parezca seria y de que todas las cosas, por más chiquitas que sean, pueden ser sumamente fascinantes y por lo general, chistosas. 

Quiero que la poesía sea un espacio para divertirme. Como diría Cecilia Pavón, un proyecto de felicidad. No necesariamente que todo sea feliz y como se dice coloquialmente, “tapar el sol con un dedo” y jamás hablar de las cosas feas, malas o negativas que existen. No. Yo me refiero a que quiero divertirme mientras escribo, a que incluso, si voy a hablar de cosas que son feas, malas o negativas (si es que esas categorías verdaderamente significan algo), entonces hacerlo y pasarla bien antes, después y durante el proceso. Ahora mismo me estoy divirtiendo mientras escribo esto y pienso en qué va a decir María de que empecé mi texto con ella y en todos las increíbles lecturas que me van a recomendar mis amigas y amigos, maestros y maestras. 

Quiero divertirme pero también quiero tener rigor, porque sé que solo así voy a lograr divertirme, porque fui al Kumon de chiquita y no puedo ni quiero sacarme de la cabeza que la poesía requiere disciplina. María Baranda, otra gran María, nos aconsejó escribir todos los días, aunque sea un verso, y leer todas las noches, aunque sea un poema. Planeo seguir su consejo. Todo esto de la disciplina y el rigor podría sonar contradictorio pero no lo es. Me resulta difícil escribir si no tengo una rutina y si no estoy completamente concentrada en lo que estoy haciendo y sé que no estoy sola en esto. Una vez, una amiga llamada Andrea que se fue a vivir con un monje a la India me dijo que el objetivo de una pasión es fundirse completamente en ella y que eso requiere disciplina. No se diga más, pensé en ese momento y ahora, otra vez.

“…lo que quiero decir verdaderamente es que en mi mundo ideal, todas las personas escriben poemas.”

Entonces, mi prioridad en la vida es pasármela bien y para eso, tengo que escribir. Pero además, quiero facilitar que otras personas también se la pasen bien, porque como dije al principio, no pensar en términos de comunidad es chafa y es de aquellos que no llevan las servilletas a los picnics. Y bueno, aquí va lo que quiero decir verdaderamente: lo que quiero decir verdaderamente es que en mi mundo ideal, todas las personas escriben poemas. En mi mundo ideal, corrijo, todas las personas que quieren escribir poemas escriben poemas y quienes no escriben poemas, escriben otras cosas o pintan en un lienzo o bailan reggaeton o danza contemporánea o componen canciones con un theremin, pero lo hacen y eso les da tranquilidad. Política e ideológicamente estoy convencida de que las cosas serían mejores de esta manera: si no solo se le diera permiso de hacer arte a quienes “hacen arte”, sino a todos los seres humanos. Mi deseo más profundo es que algún día todos los seres tengamos más tiempo para hacer este tipo de cosas, para hacer lo que nos gusta, para estar más tranquilos y por lo tanto más felices.

Así, me interesa un proyecto de felicidad integral, concreto, una combinación inteligente de cuestiones que se asomen por la ventana de la curiosidad, el alféizar del asombro y se extiendan hasta el infinito. Confío en que algún día llegaremos. Un proyecto de felicidad que no sea autoritario en el sentido de que obligue a todo el mundo a estar feliz y menosprecie las otras emociones que son igualmente válidas y maravillosas, que son guías en este camino que no va a ningún lado y a todos. Yo quiero un proyecto de felicidad que tenga sentido para mí pero que también acontezca como un aporte a la comunidad y que jamás reniegue de su tradición, en mi caso, a partir de la poesía, que lo acepte todo: a la poesía concreta brasileña, a la moda de los dosmiles, a Maluma, a Dua Lipa, a Sapho, a Rilke y a Celan.

Siempre me acuerdo de Frank O’hara, ese poema en el que habla acerca de su infancia, cómo cuando era niño jugaba en un rincón del patio, completamente solo, no tenía con quien hablar y de adulto, termina por decir: “Y aquí estoy / ¡En el centro de toda belleza! / ¡Escribiendo estos poemas! / ¡Imagínate!”.EP

DOPSA, S.A. DE C.V