Andrea Sánchez Grobet a.k.a. Salvajota escribe un texto sobre “Bestiario”, una propuesta escénica del Teatro Lúcido
Unas bestias muy lúcidas o, ¿una lucidez muy bestial?
Andrea Sánchez Grobet a.k.a. Salvajota escribe un texto sobre “Bestiario”, una propuesta escénica del Teatro Lúcido
Texto de Andrea Sánchez Grobet 17/07/24
“Las bestias son las que curan sus propias heridas”
Siempre quise ser una bestia. Una bestia salvaje. Una bestia cuyo lenguaje estuviera demarcado sólo por un roce, un aullido, una mordida o una mirada. Siempre quise quitarme todas las caras de humana que me he inventado para revolcarme sin vergüenza en los buenos modales que me encierran. Sacudirme como perra mojada todos los nombres que cargo o, tal vez, enterrarlos con las garras bajo la tierra. Anhelo alzar el pecho como un gallo, envolver de seda a un amante como lo hacen las arañas, defender a colmillo lo que es mío como un tigre o deslizarme por el espacio y el tiempo como lo hacen los ajolotes. ¿Cómo, pues, ser una bestia así de lúcida? O, ¿es que tendríamos que sumergirnos, más bien, en una lucidez más bestial?
En busca de otros contactos más salvajes conocí el proyecto de Wendy Moira. Dice la leyenda que esta viajera, politóloga y dramaturga, directora del Teatro Lúcido –ubicado en un hogar-anfiteatro-espacio cultural en Santa María la Rivera– es creadora de experiencias bestiales. Mejor dicho, Wendy es creadora de juegos, de encuentros carnales, de sonidos guturales y de contactos fantásticos. Lo suyo es, pues, hacer de la poesía una feroz puesta en escena que tenga como eje la literatura latinoamericana. “Nunca verán aquí una obra de Shakespeare”, repite con una risa majestuosa muy parecida a la de un zorro. En vez de eso, escuchamos entre cuernos, pezuñas y hocicos –casi como un suspiro ronroneante– la melancolía de Alejandra Pizarnik, el eco de Macondo, o el llanto de Olivero Girondo. La poesía en este espacio funge, así, como un lazo con el cual crear intimidades relinchantes.
Para sumergir los pies al pantano de la lucidez hay que encontrar tu bestia interior, dice el mensaje de bienvenida. De alguna manera, la invitación es “devorar al humano y acabar con su forma” para sacar de la jaula, aunque sea un instante, aquella locura que es propia del mismo deseo que nos constituye como humanxs. (Qué paradoja tan implacable, pensé). Fue justamente en la Sesión Lúcida –“un espacio hecho para la interacción onírica/poética entre todxs lxs desconocidxs”– que pude darme cuenta de lo anterior. Vi criaturas con plumas enormes que buscaban un huevo. Sentí el aliento alcohólico de un pájaro que estaba en busca de una frase perdida. Y canté junto con una cacatúa que me enseñó cómo buscar la resonancia y el eco de mi propia voz. Aquella que sigo buscando, como las aves a sus nidos.
Cada unx tenía una misión. Y la pregunta con la cual ésta “conejita periodista” aconteció en aquel espacio fue: “¿qué es lo más salvaje que has hecho por amor?”. Sin darme cuenta, las respuestas fueron tan extraordinarias como aquel espacio: “descubrí que puedo matar”; “perdí mis ojos dos veces”; “robé sin pensarlo”; “soltarme por completo”; “cambié literalmente de piel”; “revolcarme en mi propia mierda”. Aunque más cercano a la imagen de un animal, estas han sido experiencias que, me atrevería a decir, casi todas hemos experimentado. En definitiva, sentires que efectivamente devoran a lo humano y acaban con su forma. O, ¿es que son estas experiencias tan salvajes el momento exacto en el que percibimos todo lo que, de hecho, nos hace humanxs?
“La poesía es lo único peligroso en lo humano”
Dice Halberstam1 que lo salvaje es: “que crece o se desarrolla sin restricciones o disciplina”; “dicho de una persona que se resiste al control o a la restricción, rebelde, inquieto, fugaz, irreflexivo, imprudente, descuidado, que no sigue las reglas, irregular, errático, inestable”; “dicho de un animal o planta que vive o crece en el entorno natural, no domesticado o cultivado”; “adj. alegre, apuesto, ardiente, impetuoso, guerrero, audaz, salvaje”; “que no está bajo control, o no está sometido a control o restricción; que toma, o está dispuesto a tomar su propio camino, sin control”; “que actúa o se mueve libremente sin restricciones; que se mueve por su propia voluntad; sin límite, sin restricciones”; “feroz, brutal, fiero, bestia; furioso, violento, destructivo, cruel”; “dicho del mar, de un arroyo, del clima, etc.: violentamente agitado, hostil, tormentoso, tempestuoso, furioso; lleno de turbación o confusión, tumultuoso, turbulento, desordenado”.
Los actos que conformaron esta puesta en escena (titulada “Bestiario”, como el primer libro de Julio Cortázar) no se pueden explicar de otra manera que con las definiciones de lo salvaje que Halberstam nos comparte. De la misma forma, podríamos decir que el elenco que hizo real esta fantasía es tan rebelde como audaz, tan furioso como inestable y tan tempestuoso como imprudente. Así, encontramos a dos amantes que se enredan como serpientes en un abrazo mortal y tóxico mientras se van hechizando entre flores, cantos y danzas; un conejo escritor que se despoja de sus palabras neuróticas hasta convertirse en un hotcake completamente desnudo y sin voz; dos seres acuosos que se ahogan en una poesía desesperada y ardiente; un amor entre dos simios que es violento, ruidoso y carnal; y un poeta que habla de la destrucción del amor como si de una guerra se tratara.
Cada uno de estos personajes bestiales, de estos movimientos feroces y de esas voces ardientes dicen algo de una parte escondida dentro de mí, pensé. Me mostraron algo de esos lugares contradictorios que no hacen sino mostrar el fracaso de un orden imposible que revela que, como la incertidumbre, la improvisación no es sino la posibilidad de imaginar(nos) (en) otras formas gramaticales de enunciación. De convocar nuevas sensaciones que sean como guaridas o refugios sabiendo que siempre podremos volver a lo seguro, aunque esto nunca sea igual. Las aves migratorias nos lo han enseñado desde tiempo inmemoriales.
O, en palabras del Teatro Lúcido: “Más amor que sed. Más amor que idolatría. Soñamos con una colmena solar que no pudiera ser tomada por la feroz modernidad, una casa donde el público pudiera a medianoche tomar el sol con leche de mediodía, echado entre tigres de dulces mareas y la espuma de la escena. Cuando montamos nuestra versión de Casa Tomada del Bestiario de Cortázar soñamos sueños hechos de sangres causticas y belfos florecidos, oímos a un animal totémico con uñas de luz batirse con las aguas de su ensueño para defender los otoños de un pozo partido a la mitad por la gentrificación del antiguo barrio de poetas de Sta. María la Ribera. Soñamos al público lavando sus alas de almizcle y sus desapacibles úlceras de insomnio en ese pozo que llamamos Teatro Lúcido”.
Así, Wendy Moira, Coral de la Vega, Diego Vázquez, Helena Puig, Nicolás Sotnikoff, Luis Alberti, Rodrigo del Río, Romannni Villicaña y Sebastián de Oteyza nos mostraron justamente que los límites conceptuales entre lo humano y lo animal son porosos, inestables y ficticios; que más que alegorías, metáforas o símbolos, lo animal se juega de distintas maneras en la conformación ontológica de lo humano, y viceversa.2 Además, la apuesta no es al retorno melancólico de lo animal, sino fantasear con otros movimientos, con otros sonidos y otros olores tal vez posthumanos. Sin ser contrarios ni (en definitiva) exactamente iguales, lo humano/animal o lo domesticado/salvaje son categorías que, más bien, se van resquebrajando mutuamente como si de un Teatro Lúcido se tratara: como una puesta en escena que reconoce que en la confusión se juega el deseo, el contacto, el nombre, la historia y la imaginación. EP
- Jack Halberstam, Criaturas Salvajes. El desorden del deseo, Barcelona, Egales, 2020. [↩]
- Sofía Falomir, Zoografías. Un estudio filosófico sobre la configuración y mediación de los animales en el relato de ficción, tesis doctoral del programa en Filosofía, UNAM, texto inédito, 2024. Mis más amorosos agradecimientos a esta autora quien, de alguna u otra manera, siempre revuelve bestialmente mis textos. [↩]