El teatro es una de las formas artísticas con más permanencia y penetración en el mundo cultural, ¿pero qué hacer cuando el mundo cultural obliga a la distancia?, ¿qué hacer en tiempos de pandemia? Ana Francis Mor —artista, cabaretera, teatrera de corazón— ensaya respuestas.
Cambio radical
El teatro es una de las formas artísticas con más permanencia y penetración en el mundo cultural, ¿pero qué hacer cuando el mundo cultural obliga a la distancia?, ¿qué hacer en tiempos de pandemia? Ana Francis Mor —artista, cabaretera, teatrera de corazón— ensaya respuestas.
Texto de Ana Francis Mor 09/08/21
¿Alguna vez se imaginó un cambio radical en el mundo? Usted sabe, viendo una de esas películas de QuiénSabeQuéPasóPeroYaValióGorroTodoYNomásEstamosSobreviviendoUnosVeinteNeoyorkinos, ¿a poco no se imaginó a usted misma siendo parte de esos 20 neoyorkinos que pelean por llegar al guolmart y agarrar latas pa’ poder comer?
Para los fines de mundo, o cambios como los pinta Hollywood, una ya está preparada tanto mental como físicamente. Ante una amenaza zombie, por ejemplo, yo ya tengo botas, le sé manejar el palo de escoba a manera de bastón de pelea, tengo una mochila a la mano para salir corriendo al súper y llenarla de latas, en fin. Todas las cosas que se tienen que hacer para sobrevivir en una hecatombe zombie. Para una glaciación posible tengo chamarra y botas, y en dado caso de que Godzilla fuera la amenaza, he trabajado mucho en mi relación con los animales y si eso no funciona, es cosa de salir corriendo a Yucatán.
El punto es que una nunca está preparada para los cambios de mundo, aunque los desee, aunque los sueñe, aunque grite con todas sus fuerzas: ¡meteorito, ya ven y llévate todas las grabaciones de Arjona y a los consejeros del INE contigo!
¿Cómo se sentiría usted si yo le dijera que estamos viviendo un cambio radical de mundo?, ¿cómo se sentiría usted si yo le dijera que no tenemos alfabeto para descifrarlo? No todavía. Todas nuestras fantasías futuristas como 1984, Un mundo feliz, Soylent Green, Blade Runner o Mad Max, no proyectaron lo que está siendo ni lo que será. No proyectaron que probablemente ya la vida será con cubrebocas, que ir a una fiesta es arriesgar la vida y que el salto digital está siendo poco glamoroso, porque como toda crisis y cambio violento, desvela el mundo desigual que tenemos. Y la digitalidad donde no hay agua, o no les va a llegar nunca una vacuna, es una falacia.
Este cambio de mundo se siente como cuando se cruza por un puente colgante tambaleante y largo que genera otra división más amplia: los que se pueden conectar y los que no, los que trabajan con dignidad en casa y para quienes quedarse en casa es un infierno. Los que tendrán un pasaporte biológico y los que no. Quienes vivirán en un entorno desinfectado y quienes no. En el recorrido constante y necrófilo de las cifras, los muertos, las vacunas. Con el miedo real a no saber cómo se sobrevive del otro lado del puente.
Por otra parte, la vieja normalidad sigue incluyendo pagar la renta, ir a comprar una lámpara nueva, ocuparse de pagar la luz y esperar a que baje el precio del gas.
O sea, lo que le quiero decir es que probablemente usted y yo estemos viviendo un cambio tan radical como la glaciación que se cargó a los dinosaurios, pero como es un proceso lento que no podemos ver en su totalidad como si lo estuvieramos leyendo en un libro de historia, pues nos agarra en la pendeja del protagonismo y salimos a comprar el pollo como si fuera un año cualquiera.
No lo es. No lo son. No son años cualquiera. Está cambiando el mundo.
¿Vamos a vivir en la paranoia, el susto y el salvajismo? Pues ojalá lo podamos evitar. Sobre todo porque en las películas futuristas y de fin de mundo, esos personajes son los primeros que se mueren —y se mueren feo—.
Entonces, si el futuro no va a ser onda con Tina Turner en Mad Max, a lo mejor lo que nos está diciendo el momento histórico es que el futuro será el resultado de lo que estamos pensando que es el futuro; es decir, que podemos imaginar otras cosas.
Y para que se sacuda la cabeza, póngase a imaginar conmigo qué va a pasar con el teatro.
¡No, no, no! —dirá usted—. ¡No, Ana Francis! ¡Estamos viendo el fin de una era, un méndigo virus que ya hasta tiene variante Lambda y seguro llegaremos a la Omega! ¡Un mundo que seguirá siendo atacado por virus cochinos, porque ya hicimos un cagadero con el medio ambiente! Tres millonarios que se quieren ir a vivir a Marte con las ganancias resultantes de estar exprimiendo al mundo, ¿y tú sales con tu mamarrachada de que te preocupa el teatro? ¿El teatro qué?
Pues el teatro es el alma de una comunidad. Es la manera en la que una comunidad dice: mira, esto somos; así se siente lo que estamos siendo; estos son los posibles finales para esto que estamos siendo; esto hemos sido.
Pero no me preocupa el teatro. Es más viejo que cualquier religión y cualquier idea de civilización. El teatro nació cuando alrededor de una fogata, un ser humano le contó a otros una historia y los entretuvo. El teatro nació incluso, antes que las palabras. ¿Morirá? No lo creo, a menos que lo humano se extinga, que tampoco lo creo.
Lo que me preocupa no es El Teatro. Me preocupan nuestros teatros, nuestra comunidad teatral, nuestra manera hasta hoy conocida de concebir el hermoso encuentro y congregación que nombramos como teatro mexicano, como teatro en el mundo. ¿Cómo vamos a hacer teatro ahora?
Pues a lo mejor en canchas de basquet al aire libre, en jardines y parques, afuera de los edificios mirando por las ventanas con audífonos y binoculares, en patios de unidades habitacionales, adentro de albercas vacías, en medio del bosque, sobre trajineras a la distancia. A la distancia, con sana distancia, al aire libre, libres.
¿Y los teatros? ¿En qué tienen que transformarse los grandes teatros, los teatros de barrio, las cajitas negras, los espacios alternativos en los que te apelmazas para ver a los que se cuelgan en el techo?
¿Y cómo vamos a hacer una escena de golpes o de sexo, con sana distancia? ¿Cómo haces esa escena en la que te reencuentras con tu hija y la abrazas, y lloras y junto contigo 300 espectadores añoran el momento en el que puedan por fin comprender a su madre o a su hija y lloran contigo? ¿Cómo vas a abrazar a esa actriz que no es tu hija, no vive contigo, ni es parte de tu clúster? ¿Cómo vas a actuar sin confiar en el sudor y los humores de esa actriz?
Pues quién sabe, pero como antes, no.
Por lo pronto en nuestro Teatro Bar El Vicio de Coyoacán, estamos actuando de a pocas para otras pocas personas. Resistiendo. Imaginando. Tratando de imaginar.
Sí creo que tenemos que ir a otros escenarios en donde se recupere la idea del teatro como parte de nuestros derechos culturales y por lo tanto parte de lo que es accesible a todas las personas, porque es gratis, porque es una prestación laboral o porque es de precio simbólico, como ocurre en tantos países donde hay cultura gratis, libre y en espacios públicos. No creo que sea posible hacer teatro de otra manera pronto y eso incluye que los artistas estén cobijados por la colectividad, por el estado. Pero esta idea de un teatro futuro sólo es posible en una sociedad por construirse, con más alma, más comunitaria. La que tenemos ahorita no es capaz aún de producir un bien común así de intangible y hermoso. Yo creo que la estamos construyendo, pero aceptemos que soy optimista.
Nos cuenta Guillermo Wiechers, en “Un momento de teatro”, que en Nueva York, por ejemplo, los turistas extranjeros ocupan la tercera parte de las butacas que hoy están vacías. El teatro en Nueva York está en problemas y no saben cómo sumar o restar para que los números sean posibles. No hay parámetros. No sabemos qué va a pasar.
Nos cuenta también que en Londres, los estrenos están aplazados y vacas sagradas como Andrew Lloyd Weber afirman que prefieren ser demandados o arrestados antes que cerrar o estar con aforos limitados ¿Cómo les está yendo?, ¿y las variantes del virus? No creo que valga la pena morir por ir al teatro, pero no imagino una vida vivible sin teatro.
¿Y México? ¿Y la incipiente industria? ¿Y los productores que no pueden ni dar la décima parte de las funciones que acostumbraban? ¿Y todas las personas que son necesarias para que una función se lleve a cabo? ¿Y teatros pequeños como el pequeño cabaret de Coyoacán que me ha dado luz en los momentos más oscuros?
Una vez, terminando una función, una señora muy seria se acercó y me dijo: “Yo sólo vengo con ustedes para reírme, porque yo no me río nunca, ¿verdad, mija?”. Jaló del brazo a una incómoda adolescenta risueña que respondió: “Sí, cierto. Mi mamá no se ríe nunca.” “Por eso vengo con ustedes, para reírme”, repitió la mujer.
Yo a veces voy al teatro a llorar, a revolucionar el pecho entero con todo y pulmones. No, no es lo mismo que el cine ni que la tele. Es distinto. No es lo mismo el sexo en línea que en vivo. Es distinto.
El teatro es teatro.
Y mientras vamos construyendo el cómo será, nos atraviesa o atravesamos un cambio de era. Mientras tanto, las piedras de lo que serán los cimientos del siguiente mundo todavía están enterradas.
Entre que son peras o son manzanas. Entre que le vamos viendo forma a esta fregadera, usted vaya al teatro con su cubrebocas y su sana distancia. Créame, su alma se lo va a agradecer. EP
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