¿Qué máquinas han permeado y moldeado nuestra existencia en el día a día? Se viene a la mente un sinnúmero de ellas, tanto reales como ficticias, a tal grado que es difícil imaginar una vida completamente independiente de su ayuda. Es la ciencia la que, sin lugar a dudas, ha sentado las bases para estas […]
AGUJEROS BLANCOS: Máquinas monstruosamente humanas
¿Qué máquinas han permeado y moldeado nuestra existencia en el día a día? Se viene a la mente un sinnúmero de ellas, tanto reales como ficticias, a tal grado que es difícil imaginar una vida completamente independiente de su ayuda. Es la ciencia la que, sin lugar a dudas, ha sentado las bases para estas […]
Texto de Carlo Altamirano Allende 25/04/19
¿Qué máquinas han permeado y moldeado nuestra existencia en el día a día? Se viene a la mente un sinnúmero de ellas, tanto reales como ficticias, a tal grado que es difícil imaginar una vida completamente independiente de su ayuda. Es la ciencia la que, sin lugar a dudas, ha sentado las bases para estas invenciones que han transformado radicalmente la vida de sociedades enteras, para bien o para mal.
Para poder comprender el entramado ético y moral del ser humano, del científico y de las máquinas modernas de hoy, vale la pena revisar un gran clásico de la literatura: Frankenstein, publicado en 1818. Podríamos decir que es entonces cuando nace el mito de la modernidad reflejado en la capacidad creadora del científico, en la responsabilidad de su obra (el monstruo, la máquina, lo sublime) y en las consecuencias que ésta desencadena. Doscientos años después, las máquinas siguen rompiendo las fronteras de lo posible. Tomemos el caso de la Inteligencia Artificial (ia).
En la novela de Mary Shelley, el Dr. Frankenstein crea una máquina inteligente a partir de materia inanimada. El monstruo, de apariencia temible, es en realidad sensible y emotivo, y trata sin éxito de encajar en la sociedad.
En la actualidad, la forma en que se desarrolla la ia presenta conflictos éticos, legales, de gobernanza y de comunicación que trascienden una conversación puramente técnica y científica.
Muchos expertos, incluyendo a los directivos de Google,[1] han advertido que la ia, oculta en consolas de computadora y bajo la sombra del internet, se vuelve cada vez más fuerte, rápida e inteligente que sus programadores. Como argumenta François Chollet, ingeniero de Google, en su artículo “The Impossibility of Intelligence Explosion”, toda inteligencia, ya sea natural o construida, es fundamentalmente adaptativa.
En el terreno de la especulación se espera que las máquinas igualen en inteligencia a los humanos en un futuro cercano, pero las consecuencias de ello se ignoran. El célebre cosmólogo Stephen Hawking dijo en 2017 que la ia “podría ser el peor acontecimiento en la historia de la civilización. […] Simplemente no conocemos las consecuencias”.[2]
¿Y qué piensa la gente al respecto? En una encuesta sobre percepciones del mundo cada vez más automatizado en el que vivimos, publicada en 2017 por la consultora pa, una aplastante mayoría dijo sentirse cómoda con el uso de robots inteligentes en trabajos manuales, y el 90% señaló estar de acuerdo con que un robot lleve a sus hijos a la escuela. Sin embargo, la mayoría también declaró sentirse incómoda con la capacidad de la ia para medir emociones, valores e intuiciones, cosas que nos parecen únicas de la naturaleza humana.
Se predice que para el año 2025 más del 50% de la fuerza laboral habrá sido reemplazada por sistemas autónomos.[3] En varias ciudades de Estados Unidos ya están a prueba vehículos que no necesitan a un conductor humano al volante. El año pasado, en Arizona, una mujer murió al ser atropellada por uno de esos coches-robot.
Gracias a la electricidad, el Dr. Frankenstein pudo activar los órganos vitales de su criatura, la cual fue capaz de reconocer rostros, de controlar sus prótesis o extremidades y de aprender a hablar, a leer y a jugar juegos estratégicos. Éstos son los mismos principios de aprendizaje profundo de la ia moderna.
Nuestra interacción casi permanente con la tecnología nos vuelve, de cierta manera, seres híbridos, entre organismos vivos y máquinas, lo que la académica Donna Haraway llama cyborgs.[4] Así pues, las preguntas sobre la ética de nuestro desarrollo científico y tecnológico son en realidad preguntas acerca de la ética de las personas, industrias, gobiernos y diversas entidades que financian estas innovaciones.[5] Sin duda, el mito de Frankenstein abre la puerta a la reflexión en torno a nuestro porvenir al lado de las máquinas del presente y del futuro cercano.
[1] https://blog.google/technology/ai/ai-principles/
[2] https://www.youtube.com/watch?v=E3efC-IpBo0
[3] https://www.quora.com/It-is-predicted-that-by-2025-robots-autonomous-systems-might-replace-up-to-50-of-the-workforce-What-will-the-workers-who-are-replaced-do-to-earn-a-living
[4]https://warwick.ac.uk/fac/arts/english/currentstudents/undergraduate/modules/fictionnownarrativemediaandtheoryinthe21stcentury/manifestly_haraway_—-_a_cyborg_manifesto_science_technology_and_socialist-feminism_in_the_….pdf
[5] Un dato curioso: las máquinas más pequeñas del mundo son mil veces más chicas que un cabello humano en la escala de los nanómetros. Gracias a los avances en el campo de la química de enlaces moleculares mecánicos, estos nano-robots son capaces de detectar enfermedades o de realizar cirugías en el cuerpo humano. Se trata de una revolución en la medicina comparable a la que se dio con el invento de los procesadores computacionales. Fue por ello que se otorgó el Premio Nobel de Química 2016 a los precursores de la ciencia detrás de estas máquinas. EP