De la adivinación a la esperanza: cinco verbos de futuro

Ante las posibilidades e ilusiones que trae consigo el año nuevo, Eduardo Garza Cuéllar nos ofrece una reflexión sobre cinco posturas que, consciente o inconscientemente, suelen definir nuestra aproximación y entendimiento del futuro.

Texto de 03/01/24

Futuro

Ante las posibilidades e ilusiones que trae consigo el año nuevo, Eduardo Garza Cuéllar nos ofrece una reflexión sobre cinco posturas que, consciente o inconscientemente, suelen definir nuestra aproximación y entendimiento del futuro.

Tiempo de lectura: 7 minutos
 
No soy optimista porque no estoy seguro de que todo saldrá bien. Tampoco soy pesimista porque no estoy seguro de que todo saldrá mal. Simplemente, conservo la esperanza en mi corazón (...) 
Y esa esperanza la tenemos o no la tenemos, cualquiera que sea el estado del mundo que nos rodea.

Václav Havel  

EL EJERCICIO NO ES MÍO, sino una de esas genialidades pedagógicas de las que están llenas las conferencias y las clases de Luis Vergara, filósofo de la historia: ¿Qué harías con una carta sellada en cuyo interior está escrita la fecha de tu muerte? ¿La destruirías? ¿La leerías? ¿Cómo manejarías su contenido? ¿Se lo mostrarías a alguien? ¿La guardarías sin abrirla? ¿Confiarías el sobre a alguien?

No se trata, si lo pensamos, de un ejercicio inocente; revela nuestra filosofía de futuro, parte esencial de nuestro temperamento filosófico.

Estirando esta fantasía, podemos pensar que, mientras fueran más los datos y detalles de nuestro futuro contenidos en el sobre, disminuiría el interés por abrirlo y leerlo. Terminamos casi siempre reconociendo que cierta ignorancia sobre el futuro es una bendición. Más aún, que el futuro se hace necesariamente de una dosis de impredecibilidad, que quizás no sea más que eso.

“Terminamos casi siempre reconociendo que cierta ignorancia sobre el futuro es una bendición. Más aún, que el futuro se hace necesariamente de una dosis de impredecibilidad, que quizás no sea más que eso.”

A nivel histórico —nos lo hizo ver Mircea Eliade— lo impredecible nos asaltó cuando descubrimos el carácter irrecuperable del pasado, en el momento justo en que dejamos de dibujar la historia circularmente; cuando concebimos lo que sería a un tiempo liberador, desolador y temible: el calendario lineal.

La impredecibilidad exige de nosotros, tanto a nivel cultural como individual, una actitud vital básica. De entre las muchas posibles, destaco cinco posturas frente al futuro, cinco verbos.

Adivinar 

El futuro multiplica sus escenarios frente a nuestra imaginación y, dado que no todos ellos son deseables, se nos presenta primeramente como enigma a resolver. Soñamos con adivinarlo.

La adivinación es una actitud primaria, elemental (quizás podemos decir infantil) frente al futuro; algunos —con todo y sus seguros de vida, sus encuestas electorales, su waze, el pronóstico del clima y su asesor financiero— la juzgan premoderna y la creen históricamente superada.

Lo cierto es que al augurar, predecir, profetizar, pronosticar o vaticinar todos ejercemos de alguna manera el juego de la adivinación; uno que, al igual que las escondidillas, solo admite victorias parciales.

Desnudar totalmente el futuro de su impredecibilidad, adivinarlo por completo, lejos de descafeinar el emprendedurismo y desquiciar la industria del riesgo así como el sistema financiero, trastocaría nuestra relación con la vida al grado de hacerla irreconocible. 

Invitamos a politólogos, economistas y sociólogos a nuestros congresos gremiales en la medida en que sentimos que su lupa enfoca estratégicamente nuestro quehacer y nuestra visión de futuro; nunca cuando nos hacen sentir a merced de este.

Necesitamos —aún acotada y aunque fuera ilusoria— de nuestra libertad. Jugamos con un destino al que no necesariamente tomamos en serio; retamos continuamente el alcance y la elasticidad de nuestro albedrío. Danzamos con el sino, jugamos con su fuego y luego nos ponemos a salvo de él; en la medida en que queremos escapar de sus caprichos, caemos en sus trampas. Compartimos inopinadamente la fe de los griegos.

Controlar

Al igual que las personas, los tiempos se marcan por una relación predominante con el futuro; la modernidad, específicamente, se define por las muchas maneras como ha intentado controlarlo. Sus siglos transformaron silenciosamente la curiosidad científica en positivismo e hicieron de la racionalidad pura, racionalidad estratégica. Al mismo tiempo —lo aprendimos de Iván Illich, quizás el más agudo crítico de la modernidad— convirtieron las instituciones originalmente creadas para administrar la hospitalidad (salud, educación…) en enemigas de la misma. La corrupción de lo mejor es lo peor, solía citar Illich.  

“[…] la pandemia recordó a las generaciones posteriores a la segunda guerra mundial, incluida la de los hijos de la cultura del bienestar, que ‘improbable’ no es sinónimo de ‘imposible’, que domamos menos cosas de las que creemos domar, que es importante desarrollar la resiliencia y antifragilidad…”

Ciencia y tecnología, pero sobre todo administración, política y planeación estratégica, se amalgamaron y fortalecieron en la ilusión de domar el devenir histórico; hicieron de controlar el más moderno de los verbos. Dirigir, asegurar, verificar, revisar, comprobar, gobernar, dominar, mandar y hasta medir, verbos que conjugamos tanto, pertenecen a la estirpe del control. 

Tuvo que ser la contundencia de la historia —guerras mundiales, armas atómicas, desgracia, genocidio— la que junto con la imaginación literaria, pusiera fin a la ilusión del control y marcara sus límites.

No fueron las ideas, sino las tragedias del siglo XX criaturas que se levantaron desesperanzada e iracundamente en contra del doctor Frankenstein, su creador.

Luego, la pandemia recordó a las generaciones posteriores a la segunda guerra mundial, incluida la de los hijos de la cultura del bienestar, que ‘improbable’ no es sinónimo de ‘imposible’, que domamos menos cosas de las que creemos domar, que es importante desarrollar la resiliencia y antifragilidad, que la improvisación gozosa de los jazzistas contará cada vez más entre nuestras competencias, que existen los cisnes negros…

También a nivel individual y comunitario la intención de control es tan persistente como frustrantes los golpes que nos la arrebatan. Y también en dichos ámbitos disponemos de numerosas herramientas e ingeniosos mecanismos para ejercer el control (y pocas ganas de soltarlo).

Crear

La tercera actitud existencial frente al futuro, la creatividad, se activa con resortes psicológicos, neurológicos y acaso vitales diferentes, incluso contrarios, a los de la adivinación y el control. La persona creativa sueña, sufre, goza, piensa, opera, diverge y converge diferentemente. Se para de otra manera —empoderada, autónoma— frente al toro de la impredecibilidad. Lo impredecible es para ella, con todo y sus adversidades, un ámbito lúdico sembrado de posibilidades.

Siente atracción por lo inexistente y no rehúye el proceso, fascinante y arduo, de concretarlo. Su naturaleza rebelde se canaliza (quizás podemos decir también que se sublima) en el hábito creativo. Inventar, innovar, engendrar, imaginar, concebir, fundar y establecer son verbos que le son afines y lo definen.

A los creativos de ayer debemos este mundo transformado; de los de hoy dependen los escenarios futuros. Los de su raza lo intuyen; por eso, quizás con derecho, transitan de ese modo, digno y hasta arrogante, la existencia.

Prometer

En asombrosa coincidencia con Gabriel Marcel, Hannah Arendt intuye la forma en que las personas podemos vengarnos de la impredecibilidad del futuro: prometiendo; más aún, compartiendo promesas, comprometiéndonos. Cada vez que nos aventuramos a negociar, jurar, proponer, ofrecer, convenir, asegurar o consagrarnos, plantamos cara al futuro y retamos su impredecibilidad.

Yo no comprendí esta intuición en ningún libro o aula, sino en una visita a la cárcel. Uno de los internos, al que conocía, me preguntó cuando regresaría. Se lo dije y ese día, el de la siguiente visita, me estaba esperando con una figura bordada con paciencia y esmero para mí. Su gesto me conmovió hondamente… especialmente cuando supe que nadie lo había ido a visitar en años. 

Así entendí que todos somos el zorro de El Principito, que buscamos, como Joaquín Sabina, un encuentro que ilumine nuestro día, que en el fondo lo que requerimos, como seres humanos, es alguien que sueñe con nosotros. Comprendí, pues, a Arendt y a Marcel, su filosofía.

“Hannah Arendt intuye la forma en que las personas podemos vengarnos de la impredecibilidad del futuro: prometiendo; más aún, compartiendo promesas, comprometiéndonos. Cada vez que nos aventuramos a negociar, jurar, proponer, ofrecer, convenir, asegurar o consagrarnos, plantamos cara al futuro…”

Está de más pensar que esa pedagogía esencial y necesaria (quiero decir necesaria para edificar en nosotros lo humano), la de dar cimientos y andamios a nuestra confianza, lucha todos los días con entornos sociales como el político, aparentemente condenado a la promesa y a la decepción, la idealización y el linchamiento; también que el ámbito familiar y el de la educación pueden, como las muchas narrativas de la comunicación social, favorecerla o lastimarla.

Honrar nuestra palabra, procurar espacios seguros para la educación, cultivar el oficio de escribir, corregir, crear, leer, editar y publicar, confrontar la demagogia y cerrarle las puertas al cinismo, desentrañar los trucos de la manipulación y la retórica, defender el derecho a la opinión, escuchar, redignificar las aulas, cultivar el arte de la conversación… todo ello abona a la edificación de ámbitos adecuados para la construcción de compromisos y para la educación en y de la confianza.   

Esperar

A diferencia de otros idiomas (francés, inglés…) el verbo español ‘esperar’ se refiere indistintamente a la espera y la esperanza. La una vinculada al transcurrir; la otra, al acontecer. La una, pasiva; la segunda, activa. La una, atada al cronos, al calendario; la otra, pariente del kairós, de lo eterno y simultáneo, más allá de la narrativa y del tiempo.   

Voy a referirme aquí a la segunda acepción y a asumir la descripción de Václav Havel, autorizado por su biografía a hablar a este respecto; el dramaturgo y político checo define la esperanza como la sensación de que la vida y el trabajo tienen una razón de ser, expresión que, entre otras virtudes, no prefiere ni excluye ninguna tradición creyente o increyente.

La visión de Havel nos ayuda además a reconocer el carácter irreductible de la esperanza. No se trata, nos advierte, de un estado anímico; se puede estar desesperado y no desesperanzado; la esperanza va y ve más allá que el optimismo y el pesimismo. Tampoco depende de la probabilidad de los escenarios positivos; no es resultado de un ejercicio intelectual de orden estadístico.

La esperanza supone confiar, ilusionarse, desear y creer, pero es más que confiar, ilusionarse, desear y creer. Se trata de un estado de ánima, de una virtud espiritual; por ello, más allá de la necesaria comprensión intelectual de la misma, se nos invita a encontrarla en nuestra experiencia; en ella, tarde o temprano, nos reconocemos hijos —deudores— de la esperanza, de los hombres y mujeres que apostaron por nosotros, de quienes creyeron en nosotros antes que nosotros mismos. En su mirada reconocimos no solo lo que éramos, sino lo que podíamos llegar a ser. Luego, creímos poco a poco en ello. Gracias a ellos (padres, maestros, tíos, vecinos o jefes…) nacimos a la dignidad, ellos provocaron en nosotros una segunda naturaleza, nos engendraron en ella.

Hijos pues de la esperanza estamos también llamados a compartirla, a pasar su estafeta, en un ámbito en el que, como afirma Edgar Morin, no podemos ser neutrales; la vida nos invita en algún momento a definirnos. O abonamos a la esperanza o atentamos contra ella.

“La esperanza supone confiar, ilusionarse, desear y creer, pero es más que confiar, ilusionarse, desear y creer. Se trata de un estado de ánima, de una virtud espiritual…”

Queda claro que, la de este artículo, no es una lista exhaustiva y queda por investigar si estos cinco verbos son complementarios o excluyentes; bien puede ser que, aunque conjuguemos ocasionalmente los cinco, uno solo defina nuestra posición existencial de cara al futuro. En todo caso la manera como nos paramos frente y más allá del calendario revela, como hemos dicho, algo fundamental de nosotros mismos. Si esto es cierto, no viene mal revisar (sirviéndonos o no de este listado) nuestra actitud frente al futuro para ajustarla y contribuir así a la confección de una vida más seria y honda, sujeta a examen. EP

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