“Los pelitos de su cuerpo se mueven en sincronía con la intención de su alma.”
Universo perrito
“Los pelitos de su cuerpo se mueven en sincronía con la intención de su alma.”
Texto de Rosario Loperena 17/08/20
Las palabras sirven para saber
qué es un objeto
y cómo diferenciarlo.
¿Es algo vivo?
Los pelitos de mi perro,
como pastos azabache,
¿son una cosa?,
¿aparte de otras cosas?
Es muy arbitraria la naturaleza
de las cosas.
No todo es como un queso,
por ejemplo,
que es concreto:
formas, colores, geometrías,
delimitadas al contacto con la lengua
(mutiladas por el nombre).
Hay algunos
infinitos intermedios
entre aquello que puedo–mirar–decir–errar.
Pensemos, otro ejemplo,
un extraterrestre, un alien,
o un dinosaurio,
que de tan antiguo que es,
nadie puede dibujarlo.
No es un error de la mano,
la que no puede describir
con sus falanges las siluetas,
no,
no es que haya una mala lectura
—como todo—
de la fisonomía de los huesos,
que luego hay que representar,
sí, para el presente,
la figura,
y luego acaban los pobres dinosaurios imponentes
siendo Teletubis deformados
por el lápiz de alguien
que interpreta las garras
como manitas cortas,
así pues,
yo viendo la maravilla del animal
que duerme conmigo,
cuyo cuerpo es 90% pelaje,
así lo veo,
con la mala proporción
de dimensiones,
que intento calcular
con la mirada
(como si el ojo fuera una cuchara),
como si existiera algo calculable,
luego digo con los dedos,
cuando escribo,
la dimensión tan inestable,
la causa de que cada palabra
se convierta en un mal cálculo.
Los pelitos de la criatura que me ama,
a veces pelirrojos como alas,
o brillantes
como los cuadrúpedos más ágiles.
¿Puedo contemplar con el olfato?
No ha llegado a tanto
la traducción mecánica
de la contemplación,
para que yo pueda decirte
no sólo con exactitud,
sino con gozo,
a lo que huele,
o lo que es
que me huela un pequeño ser
peludo,
al despertar,
que verifique si estoy viva,
y si soñé,
con su pequeña nariz
que parece una goma de borrar ennegrecida.
Cuando hablo sé que me equivoco.
Cuando hablo de lo que amo y luego lo contemplo, callo. Luego, me equivoco más.
Pero ahí está como si fuera un pastito portátil,
una Polly Pocket que se sacude,
un universo chiquitito para los dedos.
¿Puedo contemplar con los ojos cerrados?
Es la forma en que olisquea:
hay un ritmo cuando explora todo
lo que le parece nuevo, sí,
el ahínco
con el que repasa el olor
el antiguo,
el aroma conocido: la confianza.
¿Puede ser una casa la repetición de un gesto?
Aquí estoy, le digo
pero no necesitaría que lo dijera,
lo sabe,
por cómo suena aquello
que no soy capaz de escuchar de mí,
por todo aquello que desprendo
y no sé percibir de los vapores,
lo propio de mi piel.
Igualmente apasionantes
le resultan las bolsas de plástico
y la basura orgánica,
el grito del camión del gas,
y la campana del pan por las tardes.
Los pelitos de su cuerpo
se mueven en sincronía,
con la intención de su alma,
en la velocidad perfecta,
cuando gruñe
a la chihuahua del vecino,
y al plomero,
cuando huele albóndigas
o palomitas en el horno.
Y mis ojos y mis dedos,
y mis dos fosas nasales,
esforzándose, alargándose,
y luego el pensamiento,
como jirafita hambrienta
por alcanzar un adjetivo,
un conjunto de letras
que pueda dar una idea
más o menos legible
una aproximación
de la inmensidad
de todo lo que es mi perro. EP
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