Las tortugas marinas prevén las tormentas, las marejadas más bravas. Es como si supieran que las playas van a quedar destruidas y no podrán anidar y resguardar sus huevos. Las tortugas se adelantan a los fenómenos meteorológicos para preservar su descendencia, me contó una vez una bióloga mexicana que llevaba décadas observándolas y que de ellas aprendió a pronosticar las tempestades, cuando en un breve lapso salen muchas a la vez a desovar.

Tras eclosionar, las crías rompen el cascarón para explorar el mundo y, pasito a pasito sobre la arena, se dirigen al mar orientadas por la luz que reflejan las estrellas y la luna. Junto al campo magnético de la Tierra, estas ejercen brújulas estelares para muchas especies. 

Las tortugas marinas no son los únicos seres a través de los cuales podemos leer el tiempo. Las vacas también se anticipan a las borrascas. Cuando estas rumiantes perciben que caerá un aguacero, se agrupan en el calor del ganado, arropadas unas con otras para protegerse del frío antes de que la primera gota del cielo caiga sobre los pastos.

En México, tenemos a la yuya, una ave endémica de la Península de Yucatán, pequeña habitante de la selva maya, capaz de predecir la cantidad de lluvia que caerá. Según sus cálculos aviares construyen más o menos extensos sus nidos para protegerlos del temporal.

Este pájaro chiquito, de pecho y cabeza anaranjados, aprovecha la temporada seca para ir recolectando ramitas, hilachos y hojarasca con los que construir un nido, uno que cuelga y se mece con los aires. Cuanto más alargado construya su refugio, menos lluvia se esperará,  menos posibilidades de que las trombas de agua lo destruyan. Para evitar que el nido se venga abajo, la yuya dispone los materiales atesorados dejando espacios entreabiertos que permiten el flujo de aire, evitando el impacto que la lluvia y los vientos podrían tener en sus huevos. Si su nido se observa muy deshilachado, el pronóstico más probable serán tormentas fuertes, e incluso la llegada de huracanes… 

En la misma selva maya donde habita la yuya, observé por primera vez, hace no mucho, centenares de diamantes asomados a la noche. ¿Han visto los ojos de una araña de noche? Tintinean como estrellas muy brillantes. Es debido a sus ocelos, fotorreceptores que captan la luz y la reflejan, como pequeños faros. Y cuando se prenden tantos de ellos a la vez, en la absoluta oscuridad de la noche, es como si aconteciera un milagro.

Decía Jacques-Yves Cousteau que cerrar los ojos a la naturaleza solo nos hacía ciegos en un paraíso de tontos. Una ceguera que también nos condena a que un día la perdamos.

La iluminación artificial que extiende sobre las playas el turismo nocturno irresponsable, mucho más intensa que la que refleja la luna, está provocando que las crías de tortugas se desorienten y se desvíen de su destino, que nunca lleguen al mar, me contó también aquella bióloga mexicana al otro lado del teléfono, con un profundo lamento en su voz. Si fuéramos conscientes de que la belleza de este planeta es finita, que podemos quedarnos sin ella, lo cuidaríamos más, me dijo antes de colgar.

Y la advertencia en aquella despedida sonó como un presagio, como un ruego ilusorio, como una vida que florece mientras se tambalea sobre la cuerda floja, como si estuviéramos todavía a tiempo de no cerrar los ojos… EP

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