El vínculo entre la justicia social y la ambiental cada vez es más patente y muy visible cuando se trata de las mujeres.
Plana verde | Las guardianas de la naturaleza
El vínculo entre la justicia social y la ambiental cada vez es más patente y muy visible cuando se trata de las mujeres.
Texto de Andrea J. Arratibel 15/08/23
Desde tiempos ancestrales, las mujeres han desarrollado un vínculo muy especial con la naturaleza. Los roles de género asignados las han responsabilizado tradicionalmente de la conservación de la biodiversidad, del almacenamiento de las semillas, de la domesticación de las plantas silvestres, comestibles y medicinales, del cuidado de los animales y de la recogida de agua y leña, entre tantas otras actividades. Son las mujeres quienes contribuyen, sobre todo, al bienestar y el desarrollo sostenible de sus comunidades, así como al mantenimiento de los ecosistemas y los recursos naturales del planeta, con los que interactúan de forma diaria.
Ellas constituyen la columna vertebral de la economía rural, especialmente en los países de menos recursos. En África, cerca del 62% de la población femenina trabaja en el sector. Además, garantizan la seguridad alimentaria de sus poblaciones y ayudan a preparar a sus comunidades frente al cambio climático. Sin embargo, no disponen del mismo acceso a la tierra, los créditos, los materiales agrícolas, los mercados o cadenas de productos cultivados de alto valor, que los hombres. Tampoco tienen la representación que les corresponde en la toma de decisiones.
Las mujeres latinoamericanas también tienen un papel protagónico con la naturaleza y la gestión de sus recursos. En la Sierra Tarahumara, la vertiginosa cadena de montañas y profundas barrancas que atraviesan el estado de Chihuahua y el suroeste de Durango y Sonora, son las mujeres rarámuri, aisladas en las alturas de una geografía salvaje, quienes ejercen el rol de cuidadoras de los animales y del campo, caminan hasta cuatro horas cada día para recolectar el agua.
Las mujeres también son precursoras de las acciones e iniciativas realizadas desde las comunidades para conocer y conservar los ecosistemas y las especies. En la Península de Yucatán, en el puerto de Chelem a 50 km del norte Mérida, un grupo de mujeres se ha dado a la tarea de conservar y restaurar durante más de una década los manglares de la zona, amenazados por el turismo y la expansión urbanística. Las chelemeras han contribuido a la reforestación de aproximadamente 50 hectáreas de manglar, lo que representa el 50% de la cobertura forestal de la región.
En el mismo estado mexicano, una colectiva de mujeres mayas son las mayores productoras del mundo de la miel melipona, producto muy codiciado por sus propiedades únicas. A través de una red cooperativa, no sólo cuidan de la preservación de estas abejas nativas, sino de la conservación de su hábitat.
Como evidencian los tantos ejemplos, además de liderar la lucha por la protección de los ecosistemas y su biodiversidad, las mujeres son referentes de la conservación de culturas indígenas, acción fundamental para la preservación de la naturaleza y recursos. Y tienen un papel clave en la defensa del territorio. En Chiapas, una camarilla liderada por Francisca González Gutiñerrez lucha de forma incansable contra el extractivismo minero en la zona. Desde 2009, esta activista batalla para proteger las tierras contra una empresa canadiense.
De acuerdo con el último informe de Global Witness, América Latina, una de las regiones más afectadas por los delitos ambientales, registra una cantidad superior de personas defensoras que fueron atacadas por promover el desarrollo sustentable y luchar contra iniciativas que ponen en peligro a sus comunidades. En el contexto de los conflictos ecológicos, las mujeres representan los perfiles más vulnerables, en múltiples aspectos. Son las primeras en sentir los efectos del cambio climático cuando tienen que recorrer distancias cada vez más largas para encontrar lo que necesitan para alimentar a su familia, las primeras en resentir las consecuencias de la pérdida o degradación de un ecosistema, de la contaminación del agua o de la transformación de un paisaje por las acciones de las industrias extractivas.
Según la ONU, las mujeres tienen 14 veces más posibilidades de perecer en un desastre natural, mostrándose más vulnerables ante la violencia, el desplazamiento y la explotación. Y, como apuntan diversos datos de investigación e informes sobre violencia y territorio, el despojo forzado de tierras ancestrales puede derivar en violencia contra las mujeres y niñas indígenas en particular, incluida la violencia sexual, asesinatos y desapariciones. El desplazamiento como resultado del cambio climático y desastres medioambientales también puede desencadenar consecuencias violentas de carácter machista.
El vínculo entre la justicia social y la ambiental cada vez es más patente y muy visible cuando se trata de las mujeres. No hay ejemplo más revelador y condenable que las experiencias de las guardianas de la naturaleza. EP
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