Alejandra Vergara escribe sobre la historia de la ilustración científica en México, su uso y desuso, y la fuerza que aún tiene.
Pasado y presente. ¿Qué vemos en las ilustraciones científicas?
Alejandra Vergara escribe sobre la historia de la ilustración científica en México, su uso y desuso, y la fuerza que aún tiene.
Texto de Alejandra Vergara 25/01/23
1.
¿Por dónde se podría empezar a hablar de la tradición de la ilustración naturalista en México? Quizá haya quien quiera comenzar la historia en los códices, en los registros indígenas que consignaban hasta las particularidades del olor de las flores. Obras como el Códice Badiano, escrito en náhuatl, traducido al latín e ilustrado con enorme delicadeza por tlacuilos del Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco son un ejemplo muy claro de que la tradición existe en México incluso desde antes de que exista tal cosa como “México”. También están los registros de españoles, como los que hizo Oviedo en el Sumario de la natural historia de las Indias o en su famosísima Historia general y natural de las Indias obra en la que, por cierto, describe a la piña con un entusiasmo y sorpresa tales que solo dejan claro que aquel botánico conquistador jamás había probado un mango:
Y si, por falta de colores y del debujo, yo no bastare a dar a entender lo que querría saber decir, dese la culpa a mi juicio, en el cual, a mis ojos, es la más hermosa fructa de todas las fructas que he visto, y la que mejor huele y mejor sabor tiene.
Oviedo era lo que podríamos llamar un “hombre de ciencia”, pero la curiosidad y entusiasmo por la diversidad de la flora y fauna americana no era exclusiva de los científicos. En ese extraño género que es la crónica de Indias, es común encontrarnos descripciones que, si bien la mayoría de las veces no van acompañadas de ilustraciones1, pintan muy bien sí, la biodiversidad, pero sobre todo, el asombro ante la exuberancia de la naturaleza que, para ojos peninsulares, era desconocida. Descripciones de follaje que es tan verde que negrea, un estupor casi infantil por las luciérnagas, historias maravillosas de manatíes que salen del agua para ir a sentarse a comer con sus amigos humanos: las páginas de estas crónicas están salpicadas de relatos que son una especie de eslabón perdido entre el bestiario medieval y el texto naturalista. Sí, la intención es describir la flora y la fauna, pero también y en especial, es la de transmitir la sorpresa, la incredulidad, el arrebato casi místico que siente todo aquel que contempla por primera vez en su vida un inverosímil colibrí o una magnífica iguana.
“En su obra ya no vemos las licencias que a la hipérbole y la ficción le dieron aquellos cronistas de Indias: Echeverría y Godoy ya no estaba en el territorio del bestiario, sino con los pies bien puestos en el acercamiento objetivo y científico”.
Otra posibilidad, quizá más precisa, para marcar el banderazo de salida de la ilustración naturalista en México es la de brincar algunos siglos y comenzar la historia con el ilustrador Atanasio Echeverría y Godoy, “padre” de la ilustración científica mexicana, quien formó parte de la Real Expedición Botánica a Nueva España de finales del XVIII hasta inicios del XIX y cuya obra se corresponde de mejor manera con la idea que tenemos en la actualidad de la ilustración naturalista (tan es así, que el Congreso Mexicano de Botánica otorga, hoy en día, un premio al mérito artístico con su nombre). Aves, cactus, mariposas, suculentas, flores. Una enorme variedad de la flora y fauna mexicanas fueron retratadas por Echeverría con cuidado, precisión y belleza. En su obra ya no vemos las licencias que a la hipérbole y la ficción le dieron aquellos cronistas de Indias: Echeverría y Godoy ya no estaba en el territorio del bestiario, sino con los pies bien puestos en el acercamiento objetivo y científico.
2.
Permítaseme una retahíla de lugares comunes: qué le vamos a hacer, uno siempre es hijo de su tiempo.
El mundo creó Internet e Internet creció y ahora contiene al mundo. La tecnología ha echado raíces como la más querida de nuestras plantas de ornato y ahora tiene un lugar preponderante en todos lados. Llevamos décadas teniendo una y otra vez las mismas discusiones sobre si el origen de una versión digital, inteligente, virtual (el adjetivo cambia con el tiempo, vaya) implica la muerte del tradicional, analógico, físico. Los libros, el cine, los discos: a todos ellos los he visto ser condenados y a todos ellos los he visto resurgir. Sin embargo, vale mencionarlo, no todos los artefactos se han salvado. Si bien los libros han demostrado que existe un ejército de fetichistas y una industria hambrienta que está dispuesta a complacerlos, algunas bajas se han registrado en ese frente. ¿Cuándo fue la última vez que, al subir a un carro, alcancé a ver, dominando el asiento trasero, una Guía Roji comida por el sol?, ¿cuándo la última vez que abrí una Sección Amarilla2? Una suerte similar ha alcanzado a los diccionarios y las enciclopedias. Esos libros de consulta sí que han ido perdiendo lugar contra sus pares tecnológicos: es lógico, el formato digital se puede consultar desde el celular y se actualiza constantemente.
También desde el celular y en constante actualización se encuentran sitios como Naturalista, en donde los usuarios pueden registrar avistamientos de flora y fauna, indicar en un mapa el lugar preciso dónde observaron a los especímenes y, por supuesto, subir una fotografía. Así, si, por ejemplo, quiero saber a qué especie pertenece la araña que cuelga frente a mi ventana, lo único que tengo que hacer es entrar al sitio y revisar por zona entre las arañas de jardín para que, al compararla con cientos de fotografías desde diferentes ángulos, distancias y con diferentes iluminaciones, pueda identificarla sin equívocos como una Neoscona oaxacensis. Aunque claro, también podría fotografiarla y pasar la imagen por Google Lens o correr a Twitter a preguntarle a Arachno_Cosas y muy probablemente también obtendría una respuesta.
Si busco las ilustraciones de la Neoscona oaxacensis, en cambio, lo que encuentro es algo muy diferente: más fotografías, algunos dibujos en blanco y negro, ninguna ilustración que me ayude a identificarla con la presteza de aquellas otras herramientas. Pienso también en las veces que, ante el avistamiento de un ave desconocida, he hojeado una y otra vez sin éxito mi guía de campo sin poder identificar nada entre las ilustraciones. Eso sí, si saco mi teléfono y hago una búsqueda: ave + azul + “pecho gris”+ Cholula + corvidae, de inmediato puedo ver que estoy ante una Aphelocoma ultramarina. Pareciera que las guías de campo junto con sus bellas y cuidadas ilustraciones científicas pertenecen al olvido, como los diccionarios de sinónimos y las enciclopedias de Time Life.
“Quizá para la identificación aficionada como la que yo hago con las arañas de mi ventana o las aves que revolotean en las áreas verdes de mi trabajo, la ilustración naturalista esté perdiendo lugar frente a las opciones tecnológicas, pero reducir la función de estas ilustraciones a eso sería ser como esos necios que pregonaban el fin del cine con la llegada de las videocaseteras”.
Sin embargo, no es así. Quizá para la identificación aficionada como la que yo hago con las arañas de mi ventana o las aves que revolotean en las áreas verdes de mi trabajo, la ilustración naturalista esté perdiendo lugar frente a las opciones tecnológicas, pero reducir la función de estas ilustraciones a eso sería ser como esos necios que pregonaban el fin del cine con la llegada de las videocaseteras. La ilustración científica tiene un alcance mucho más amplio.
La ilustración naturalista sigue siendo útil para investigadores y expertos que quieren ya no identificar, sino destacar aspectos particulares de las especies. Detalles pequeños que quizá no se puedan observar en una fotografía encuentran espacio en estos dibujos. Hay rasgos que se pueden exagerar o desvanecer para poner o quitar énfasis en características y facilitar el estudio. Esta ilustración sigue siendo tan importante que basta un rápido googleo para constatar que en varias universidades del país se imparten cursos y diplomados al respecto.
3.
Pero quizá, más que hablar lo útil que resultan estas ilustraciones a los investigadores, convendría regresar la vista al pasado. Las descripciones y dibujos que aparecían en las crónicas de Indias tenían una doble función: por un lado, querían dejar un registro de las plantas y los animales que los autores estaban observando por primera vez en la vida; la segunda función y la que hace que esas lecturas sigan siendo contenedores de asombro, es la de transmitir eso que todo Homo sapiens siente frente a la excentricidad, la dureza, la magnitud, la ternura, la crueldad, la belleza, el horror de la naturaleza. Esos textos, ficcionalizados y todo, querían que quienes los leyeran, allá, del otro lado del mar, pudieran asomarse al barroco exceso de las selvas americanas, al ensordecedor trino de sus pájaros. Esos textos eran, pues, ventanas.
“Esos textos, ficcionalizados y todo, querían que quienes los leyeran, allá, del otro lado del mar, pudieran asomarse al barroco exceso de las selvas americanas, al ensordecedor trino de sus pájaros. Esos textos eran, pues, ventanas”.
Las ilustraciones naturalistas ya no son tan amigas de la ficción como estos relatos, pero siguen teniendo la habilidad de encapsular esa fuerza avasalladora de la naturaleza y siguen siendo ventanas por las que nosotros, changos citadinos, con la espalda contracturada por pasar ocho horas al día viendo una pantalla y picando botones, podemos asomarnos y observar, con los mismos ojos atentos de los tlacuilos, asombrados de los cronistas, detallistas de los primeros ilustradores, ese asombroso milagro que es la vida no humana en el planeta. EP
- Esto se debe a que la gran mayoría de estos cronistas, a diferencia de Oviedo que sí garabateó piñas e iguanas, no llevaba entre sus prioridades el documentar a detalle la naturaleza. Estos pasajes que hablan de animales y plantas en los testimonios de los cronistas, florecen ahí porque es imposible para ellos no hablar de esa naturaleza nueva, desconocida y barroca que distrae su atención de los otros temas que deberían consignar. [↩]
- Esta sí la recuerdo. Perdón, seré esa persona que responde sus propias preguntas retóricas. La última vez que abrí una Sección Amarilla fue hace un par de años: encontré, en un mercado de pulgas, una Hermes Baby preciosa. Naranja, con la caja intacta. Había que darle mantenimiento y no se me ocurrió mejor lugar para buscar a alguien que arreglara máquinas de escribir que la Sección Amarilla. Había un anuncio. Marqué: no contestó nadie. [↩]
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