Paloma Pasajera | Pléyades, pitayas y polinizadores

¿Pueden las pitayas atravesar el mar que separa a Baja California de Sonora y Sinaloa? Agustín B. Ávila Casanueva nos cuenta sobre las redes ecológicas que se establecen entre pitayas, murciélagos, humanos y estrellas.

Texto de 27/08/24

¿Pueden las pitayas atravesar el mar que separa a Baja California de Sonora y Sinaloa? Agustín B. Ávila Casanueva nos cuenta sobre las redes ecológicas que se establecen entre pitayas, murciélagos, humanos y estrellas.

Tiempo de lectura: 6 minutos
Pitayas amarillas
Moradas rojas
No hay ninguna que iguale
Niña tu boca, niña tu boca

—Ricardo Yáñez, “Las Pitayas”

Concluye la primera semana de junio y sobre el cielo del mar de Cortés, reaparecen las Pléyades, que llevaban un mes ocultándose detrás del Sol. Para el pueblo seri (konkaak / comca’ac) —quienes viven en la costa desértica de Sonora y algunas de sus islas—, esta aparición celestial marca el inicio de la temporada de pitayas. Esta señal llama a abandonar las costas y subir a la serranía, donde alrededor de las pitayas se encontrarán los grupos familiares para celebrar distintas tradiciones.

Los frutos de la pitaya dulce (Stenocereus thurberi) son una buena fuente de líquidos y otros nutrientes en el desierto sonorense. La cosecha de estos frutos rojos y jugosos recae principalmente en las mujeres del grupo, y el primer fruto se suele guardar para las ancianas de las familias. Se trata de un rito que ayuda a fortalecer las jerarquías y que las prepara para las distintas celebraciones y acuerdos que se llevarán a cabo en los siguientes días. Celebraciones que estarán ungidas también en el dulce fermento de las pitayas granates, y por los cantos y por los bailes.

La recolección de los frutos no era tarea sencilla. Las pitayas son cactus columnares que pueden alzarse hasta los quince metros de altura, por lo  que se requiere cierta destreza para blandir el tallo seco y sin espinas de un saguaro al que en la punta se le ató un hueso afilado, para con él poder cortar los frutos. Este, además, es un trabajo en equipo, ya que debe de haber una o más mujeres listas con una canasta para cachar las pitayas voladoras antes de que estallen contra el suelo.

La pitaya no sólo es sustento, sino que, al igual que el saguaro, también es medicina. Los seris utilizan estas plantas para tratar los reumas en una preparación sencilla: se corta una rebanada de la planta, se quitan las espinas, se calienta entre las brasas, se envuelve en un trapo y se aplica sobre la parte dolorida.

Pero las pitayas también habitan del otro lado del mar de Cortés. En la península de Baja California, los cochimí —quienes viven en la parte sur— voltean al cielo en busca de las mismas estrellas para saber cuándo hay que reunirse alrededor de las pitayas y celebrar casamientos, alianzas y demás festejos. Los frutos rojos también son recolectados por mujeres y las plantas también les sirven para aliviar los males que los aquejan. Pero ¿son acaso las mismas plantas? ¿Quiénes más se congregan alrededor de estas plantas?

Si bien la península de Baja California está conectada con el resto del país en la parte más norteña de nuestro territorio, a veces parece comportarse como una isla. Incluso en el primer mapa de la península, el padre Kino la dibujó como una isla y la nombró isla de California. Era fácil de asumir la condición de isla, a fin de cuentas la península es bastante angosta, si bien su parte más ancha tiene 180 km, la más estrecha cuenta con apenas 40 km de longitud. También es bastante larga —1,200 km de cabo a rabo— y parece estar rodeada por mar en casi todas sus orillas. Hacia el oeste, el horizonte se antoja infinito, pero en su costa contraria, los litorales de Sonora y Sinaloa se antojan a tiro de piedra. Bueno, dependiendo a quién le preguntes. Para una planta como las pitayas, el mar de Cortés se muestra infranqueable. 

Mapa de California coloreado a mano por el cartógrafo Nicolás de Fer; creado originalmente por Eusebio Kino en 1696. Wikimedia Commons

Pero este mar no ha sido siempre el mismo. Con la rabiosa paciencia de las placas tectónicas, en los últimos doce millones de años la actual península de Baja California se ha ido separando del México continental poco a poco, y el mar de Cortés partió plaza hace entre cuatro y cinco millones de años. La creación de esta barrera geológica hizo que varias especies que compartían un territorio común se separaran y sufrieran no solamente la deriva continental, sino también la genética. Cada especie empezó a acumular distintas mutaciones en cada costa del mar de Cortés y, con este aislamiento, nuevas características se fueron mostrando en cada especie dividida. En casos extremos la población de una especie se encuentra solamente de un lado del golfo de California. Por ejemplo, el cochal —una cactácea de entre uno y tres metros— sólo habita las tierras de la península y se encuentra ausente de Sonora y Sinaloa.

“Con la rabiosa paciencia de las placas tectónicas, en los últimos doce millones de años la actual península de Baja California se ha ido separando del México continental poco a poco…”

¿Qué pasa con las pitayas? ¿Son las mismas pitayas las que reciben a los seris que a los cochimí? ¿Es el mar de Cortés una barrera lo suficientemente grande para separar a estas poblaciones vegetales? Si bien las pitayas, una vez que echan raíz su movilidad se ve muy reducida, no así la de los seres que atraen. Y antes de que los frutos acerquen a las poblaciones humanas, las flores atraen a otro tipo de mamíferos. Meses antes de que reaparezcan las pléyades en el cielo —a inicios de abril y hasta mediados de mayo—, las flores de las pitayas dulces se abren al ocaso y se cierran justo antes del amanecer. Sus polinizadores no son las abejas diurnas, impulsadas por la luz del sol, sino los murciélagos nocturnos. En específico, el murciélago magueyero menor (Leptonycteris yerbabuenae), un murciélago nectarívoro que, como su nombre lo indica, también visita magueyes y agaves durante sus vuelos.

Los murciélagos son, claramente, mucho más grandes que una abeja. A las plantas les conviene contar con un polinizador vertebrado capaz de levantar el vuelo pues es capaz de cargar con mucho más polen y recorrer distancias mucho mayores. Pero, ¿pueden los murciélagos recorrer los 150 km de mar abierto entre las dos poblaciones de pitayas? Un grupo de investigadores del Instituto de Ecología de la UNAM, coordinados por Luis Eguiarte, decidieron estudiar la diversidad genética de estas poblaciones de pitayas para saber si realmente se encontraban aisladas o si lograban migrar en el hocico de los murciélagos, cruzando el mar.

Analizando distintos marcadores genéticos —zonas dentro del genoma que muestran la variación suficiente como para contarnos parte de la historia de las poblaciones—, Eguiarte y sus colaboradores encontraron que, a lo largo de los 1.56 millones de años que estas poblaciones han estado separadas, sí han divergido genéticamente —¿y como no hacerlo si  han pasado por distintas eras y distintos climas?—. Durante la última era de hielo, en el último máximo glacial, parece que las poblaciones ancestrales de pitayas lograron encontrar un refugio en los sitios ahora llamados Nopolo y Zacate Blanco, dos costas que se espejean a través del mar de Cortés, y que se mantienen como zonas con la mayor diversidad genética, lo que apunta a que las variantes ancestrales de pitayas se alojaron ahí para sobrevivir los intensos inviernos glaciales.

Distintos estudios han demostrado que los murciélagos magueyeros son capaces de volar cincuenta, cien y hasta doscientos kilómetros en un solo viaje, siempre y cuando su cena sea tan dulce y energética como la de las flores de la pitaya. Además, en la época de floración, hay fuertes vientos que entran al golfo de California en dirección norte que pueden ayudar a los murciélagos del extremo sur de la península a cruzar hasta las costas de Sinaloa, donde se quedan algunos meses para volver en el otoño —cuando los vientos cambian de dirección— a la península.

Dentro de los análisis y modelos poblacionales que Eguiarte y su grupo de trabajo desarrollaron, encontraron que sí hay una migración entre las poblaciones de pitayas, asistida por los murciélagos, y que aunque las poblaciones son genéticamente diferenciables, siguen intercambiando genes a pesar de tener una mar de distancia.

Otras aves —al igual que los murciélagos— dispersan las semillas de los frutos de las pitayas. Las poblaciones humanas también realizan esta labor en ambas costas, además de utilizarlas en algunas ofrendas y rituales. Así, a pesar de tener una llanura pelágica de distancia, todo forma parte de un mismo ciclo, tan importante para humanos como para murciélagos, y además, marcado por las estrellas. EP

Ligas ligables

A continuación, una serie de recomendaciones de material con el que me he encontrado este mes y, aunque no necesariamente tiene que ver con las pitayas, sí tiene que ver con el medio ambiente. Tengan, para que se entretengan:

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