En Jalisco, el río Santiago enfrenta una grave contaminación por desechos industriales, poniendo en riesgo la salud de las comunidades. Conoce cómo el proyecto Medusa, utilizando cabello humano, busca una solución innovadora.
Medusas en el río: cabello para rescatar ecosistemas
En Jalisco, el río Santiago enfrenta una grave contaminación por desechos industriales, poniendo en riesgo la salud de las comunidades. Conoce cómo el proyecto Medusa, utilizando cabello humano, busca una solución innovadora.
Texto de Mariana Mastache-Maldonado 13/02/24
Cuando pensamos en contaminación de ríos, podríamos evocar la situación de Bangladesh: cuerpos de agua cercanos a depuradoras, donde periódicamente aparece una densa espuma blanca y líquidos que van desde tonos carmesí hasta azules. O, peor aún, vestigios de lo que alguna vez fueron, ahora convertidos en inmensos vertederos al aire libre, repletos de plástico y desechos de toda índole.
Estos ríos representan un claro ejemplo de lo que no se debería permitir para mantener un entorno saludable. Sin embargo, –y muy a mi pesar– no es necesario ir tan lejos para encontrar ejemplos preocupantes. Al menos no en nuestro país.
En Jalisco, la escena que se esboza a lo largo del río Santiago es desoladora: cerca de 250 industrias y empresas a lo largo de su curso descargan desechos tóxicos directamente en sus aguas. Un estudio realizado por el Instituto Mexicano de Tecnología del Agua reveló la presencia de alrededor de 1090 sustancias tóxicas, productos químicos y metales en este río. La mayoría, residuos industriales.
Al igual que en Bangladesh, la falta de tratamiento adecuado de las aguas residuales y la escasa regulación y supervisión por parte de las autoridades agravan el panorama. Esta problemática no solo afecta al ecosistema del río Santiago y a la biodiversidad que depende de él, sino que también ha puesto en peligro la salud de las comunidades que viven cerca.
La población de El Salto y Juanacatlán, municipios del Área Metropolitana de Guadalajara, es la más expuesta a la contaminación del río. Reiteradamente, los habitantes de estas comunidades han denunciado la falta de acción por parte de las autoridades estatales y federales para limpiar el río y abordar los casos de padecimientos vinculados a su contaminación, como enfermedades renales y cáncer.
Entre 2020 y 2021, investigadores del Centro Universitario de Tonalá de la Universidad de Guadalajara realizaron un estudio donde se detectó –para sorpresa de nadie– la presencia de cadmio, bacterias gastrointestinales y hasta un millón de microorganismos patógenos cuyo límite máximo permisible en aguas es de mil unidades.
¿Medusas que rescatan ríos?
La cascada del Salto de Juanacatlán, situada en el curso del río Santiago y conocida durante décadas como “el Niágara mexicano”, se suma ahora a la lista de catástrofes ambientales. Cuando las aguas descienden y fluyen, transforman su caída en una densa y blanquecina espuma que puede llegar a interactuar con el cuerpo, incluyendo, desde luego, los pulmones de cualquier persona cercana. La inhalación se convierte en un encuentro con el puro veneno que flota en el aire. Un diálogo indeseado con el cuerpo humano.
Y los programas públicos se concentran mucho en la remediación (plantas de tratamiento de aguas contaminadas y puntos de monitoreo, principalmente), pero muy poco en la prevención de la contaminación y menos en la atención sanitaria de los afectados.
Ann Barba, artista jalisciense, es una de las muchas habitantes de Juanacatlán que no están conformes con la gestión del río. Durante más de tres años, se ha encargado de recolectar cabello. No está sola. Entre las distintas formas de manifestación que han adoptado los residentes, está incluida la donación de cabello humano, para ayudar a contener la contaminación. Así nació la idea de Medusa, cuyo nombre alude al conocido animal marino con sus largos tentáculos urticantes, representados en este caso por medias rellenas de cabello.
En la operación de este proyecto participan numerosas mujeres e infancias. Además del armado de la medusa, se ha incluido a niños y niñas de Juanacatlán en el desarrollo de proyectos como limpiar bosques o espacios públicos. Ann señala que las mujeres, por su parte, se han sumado desde diversas perspectivas y con diferentes habilidades, como trabajo de escritorio, difusión y promoción del proyecto.
Además, comenta: “Se ha consolidado a lo largo del tiempo una comunidad significativa. Tengo amigas aquí y una hija de nueve años en la escuela primaria, lo que me ha permitido establecer un contacto cercano con las mamás de las compañeras de mi hija a lo largo de estos años”.
La premisa de Medusa, denominado como un proyecto ecoartístico, aunque no se ciñe estrictamente a parámetros académicos, encuentra sus cimientos en la ciencia y se respalda en investigaciones. El cabello, compuesto principalmente por queratina —una proteína fibrosa— exhibe una apariencia escamosa bajo el microscopio, lo cual le confiere su capacidad adsorbente, permitiendo que los aceites se adhieran a su superficie. Entonces, no se expande como una esponja, sino que el aceite y otros agentes contaminantes recubren toda la superficie del cabello y, debido a su considerable volumen, se convierte en un material sumamente eficaz. Esos tentáculos de la medusa pueden tener hasta 8 veces su peso en contaminantes.
Ann menciona: “La parte científica también es importante, y el Museo de Ciencias Ambientales de la Universidad de Guadalajara nos la está facilitando. A través de expertos e investigadores, en su mayoría provenientes del CUCSUR y de otros centros universitarios especializados en cuerpos de agua contaminados, llevan a cabo los análisis correspondientes”.
Los casos de éxito que tienen al cabello como protagonista frente a desastres ambientales son variados. Sin embargo, el inicio de todo este salvaguardar cuerpos de agua con cabello parece haber sido en 1989. Phillip McCrory, un peluquero de Alabama, fue testigo de un derrame de petróleo en Prince William Sound, Alaska.
En medio del desastre, la imagen de una nutria rescatada, con su pelaje negruzco y aglutinado por el petróleo, le impactó. También, la idea de que la superficie peluda de los animales pudiera atrapar y retener el petróleo derramado se apoderó de su mente. ¿Por qué no podría hacerlo el cabello humano? La NASA evaluó la estrategia de McCrory. El pronóstico fue alentador.
En 2002, Matter of Trust, una organización sin fines de lucro con sede en San Francisco, utilizó rastas para contener un derrame frente a las costas de las Islas Galápagos. Desde entonces, el proyecto se ha replicado en todo el mundo.
En Venezuela, por ejemplo, la economía petrolera dejó su huella en el lago de Maracaibo, uno de los más extensos y antiguos del planeta. Sus aguas se ven ahora cubiertas por manchas iridiscentes y remolinos de algas verdes neón, visibles desde el espacio. La activista Selene Estrach fundó el Proyecto Sirena en respuesta a esta problemática. Una red nacional de activistas dedicada a preservar el lago mediante el uso de este material poco convencional, pero abundante.
La adopción entusiasta de esta medida (y su popularidad) pueden explicarse fácilmente al considerar las múltiples ventajas del cabello. Su producción no implica costos, es biodegradable y su suministro es prácticamente inagotable (el cabello crece a un ritmo aproximado de 1 cm al mes). Además, puede ser lavado para su reutilización, posibilitando el uso continuo de las “esponjas”.
Trenzar el desastre ambiental
En el caso de Medusa, las estructuras que imitan a este ser marino son flotantes y se construyen a partir de una cámara de llanta de tráiler y una retícula de acero que sostiene redes de medias veladas, estas últimas destinadas a contener cabello humano.
Aunque el Río Santiago carece de los conspicuos parches multicolores de petróleo presentes en el lago Maracaibo, la función de la medusa es absorber residuos jabonosos y algunas sustancias contaminantes que surcan sus aguas. Mismas que han acabado —silenciosa, pero decididamente— con la vida de la gente cercana al cuerpo de agua.
Ann recuerda: “Con los años, me he dado cuenta poco a poco de que más personas se están enfermando. Justamente el año pasado, perdí a un buen amigo y compañero a causa de esta problemática. Estuvo enfermo durante 13 años y pasó todo ese tiempo en lista de espera para un trasplante”.
Hablar de Medusa es como adentrarse en un tejido comunitario, donde no solo se enfrentan derrames o contaminación, sino que se entrelazan vínculos y se teje la salud como un hilo delicado. La labor comunitaria en Juanacatlán abarca más allá de la resistencia y protesta ambiental; busca crear nuevas formas y caminos: una reconciliación con los espacios.
La veracruzana Paola Klug, en uno de sus escritos, sugiere tratar los problemas como se trenza el cabello, atrapándolos. Desde Medusa, existe un esfuerzo por mantener esta perspectiva y expandir, ojalá muy pronto, sus tentáculos a más lugares. EP
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