Pensamos que el agua todo se lo lleva que es, como dicen los científicos, “el solvente universal”. Este texto de Agustín Ávila Casanueva replantea el dicho y avanza por la dolorosa intoxicación del agua en nuestro país. El agua no “desaparece” la basura, los químicos, los venenos. Es por eso que tenemos que aprender a leerla: es indispensable en nuestras vidas, y más nos vale hacernos cargo.
El lenguaje del agua
Pensamos que el agua todo se lo lleva que es, como dicen los científicos, “el solvente universal”. Este texto de Agustín Ávila Casanueva replantea el dicho y avanza por la dolorosa intoxicación del agua en nuestro país. El agua no “desaparece” la basura, los químicos, los venenos. Es por eso que tenemos que aprender a leerla: es indispensable en nuestras vidas, y más nos vale hacernos cargo.
Texto de Agustín B. Ávila Casanueva 19/04/21
Nunca he conocido un mar que pueda abarcar. Ni siquiera con la mirada. Siempre parece haber más del otro lado del horizonte. El mar se antoja inacabable. E invencible. Enfrentándolo desde una orilla tranquila he salido revolcado, arañado y luchando por recuperar el aliento. Y sin embargo, salgo más feliz, despreocupado, y con un apetito voraz. Como si el mar me hubiera limpiado algo.
De regreso en mi hogar, mi contacto con el agua, si bien es diario, no surte los mismos efectos. Sí me limpio en la regadera, pero no salgo con la misma sonrisa que el mar regala. Lavo los trastes, uso el excusado, y aunque toda esta agua va camino al mar, mi mente está muy alejada de los océanos.
Esta agua domesticada, después de su uso, es simplemente considerada un desecho. Aunque el concepto no es simple. Algo que hay que desechar, que trasladar a otro lado. Pero la acción de desecharlo no cambia su condición. No por haberla desechado, se vuelve a convertir en agua al final de su trayecto, su condición no cambia, sigue siendo un desecho, pero ya no está en mi casa. En nuestras casas.
Cada drenaje junta millones de desperdicios y desechos en las ciudades y las lleva hacia el mar. “Nunca había visto tanta caca junta”, dice Juan Carlos Bodoque en un video-reportaje para 31 minutos, mientras observa la descarga de un drenaje. Con esa misma agua hasta las orejas, escuchamos la voz de Bodoque diciendo: “descubrí que en el agua hay sangre, aceite, grasas, detergente, champú, basura de las industrias, pichí, y por supuesto, mucha caca”. Otro de los grandes desechos encontrados en el agua es el plástico. Ahora el plástico —junto con el resto de los desechos— parecen ser nuestros heraldos, y descubrimos su presencia en zonas y organismos que antes desconocíamos. El océano inmenso cuenta con islas de desechos que triplican en tamaño a Francia.
Desechos de industrias químicas, mineras, rastros, restaurantes, hogares, y de cualquier actividad humana —porque todas necesitan agua—, terminan en el drenaje, que termina en el mar. El mar inacabable, infinito, excepto porque no lo es. No es invencible, ni capaz de limpiar nuestros desechos.
Químicamente hablando, el agua es incolora, inolora, e insabora. Pero es un agua que no existe naturalmente en ningún lado; porque el agua también es —según los mismos químicos— el solvente universal. Es decir, es capaz de disolver e interactuar con millones de compuestos. Compuestos que transporta por el drenaje, en ríos, lagos, mares, y lluvias a diversos ecosistemas. Donde interactúa con todos los organismos, porque también todos necesitan el agua.
Hay, entonces, definiciones más prácticas, tenemos agua dura, potable, de riego, tratada, negra, purificada, ultrapurificada. Todas definiciones basadas en la utilidad que tiene para nosotros como sociedad. Si le pudiéramos preguntar al agua cómo se define, ¿qué nos podría decir? “El río tiene su propia voz”, dice la socióloga y activista colombiana Isabel Zuleta, en un conversatorio como parte de su trabajo en el Movimiento Ríos Vivos y, replicando la voz de otras de sus compañeras, continúa: “pero el río ya no nos habla, algo le pasa”.
El río y el agua no hablan en más de un sentido. No hay un conocimiento nacional de qué tan contaminados están nuestros cuerpos de agua. O al menos, ese conocimiento está esparcido por distintas comunidades, no se había juntado. “Fue uno de los logros del Toxitour 2019, tejer redes, tener comunicación, estábamos muy desarticulados” cuenta para Este País el doctor Omar Arellano, investigador de la Facultad de Ciencias de la UNAM, y experto en contaminación ambiental.
El Toxitour fue una caravana integrada por científicos, periodistas, fotógrafos y académicos nacionales e internacionales —así como algunos parlamentarios europeos y una estadounidense— cuyo fin era conocer y diagnosticar las zonas más contaminadas de México. Saliendo el 2 de diciembre del 2019 de la comunidad de El Salto, a las orillas del Río Santiago, cerca de Guadalajara, recorrieron en ocho días 2,637 km que terminaron en en Coatzacoalcos, Veracruz.
El trabajo realizado no fue únicamente de registro y medición: “Platicamos con las personas de las comunidades, con científicos locales, con profesores de primaria”, explicó el doctor Arellano. Esto con el fin de tener un diagnóstico más comprensivo, que entendiera cuál era la situación previa de los lugares visitados, sus interacciones con los ríos, lagos, y montañas, y conocer los esfuerzos que ya se estaban llevando a cabo.
La caravana diagnosticó seis “Infiernos ambientales”, donde los desechos se siguen acumulando, donde el agua se nota derrotada, y claramente, incapaz de limpiar lo que vertemos en ella. Los resultados de la caravana fueron presentados ante el doctor Víctor Toledo Manzur, por entonces al frente de la SEMARNAT, a quien pidieron declarar estos infiernos como “Zonas de Emergencia Ambiental”. Si bien en la legislación nacional no existe la figura de Emergencia Ambiental, los miembros del Toxitour han seguido trabajando con la nueva secretaria de la SEMARNAT, María Luisa Albores, para cambiar la ley mexicana, y en este momento esperan un nuevo dictamen de parte de la cámara de diputados sobre la Ley General de Aguas Nacionales.
Los lugares que visitó la caravana internacional fueron elegidos analizando el trabajo y las denuncias que se han interpuesto frente a distintas autoridades en los últimos quince años. En cada una de las comunidades hay actores que han sabido juntarse con aliados tanto políticos como científicos, y responder creativamente a los retos que se les han presentado para defender su territorio y medio ambiente.
Pero en un país donde ser un defensor ambiental es una sentencia de muerte muy efectiva, “no podemos seguirle pidiendo a la gente que defienda el medio ambiente” dice Arellano. La labor que se plantean los miembros de la caravana del Toxitour es interpelar directamente con el gobierno para tener resultados efectivos.
Aún así, Zuleta, desde el Movimiento Ríos Vivos —quien ya ha recibido más de una amenaza de muerte— comenta que parte del problema es que no se pueden representar a sí mismos, necesitan un abogado, necesitan de científicos y de cierta validación: “Sentimos que necesitamos un traductor” explica en el mismo conversatorio, “y es una traducción compleja porque sentimos que siempre se pierde algo. Es una traducción jurídica en un lenguaje tan lejano al nuestro que tenemos una lucha intestina con los abogados para que quede ahí algo de lo que somos, porque sentimos que nos perdemos […] queremos que quede el sentimiento, porque el sentimiento es el que mueve al mundo”.
¿Cuánto se pierde en esa traducción? De lo que los ríos y el agua le puedan decir a las comunidades, a lo que se dialoga con científicos y abogados, a lo que entienden y discuten los diputados. ¿Se hablará siempre de la misma agua? ¿Se les escuchará de la misma manera en la que se escucha a una industria o a una empresa, que tienen derechos ante la ley?
“La evolución natural de las leyes es contemplar los derechos humanos hacia los no humanos”, explica Arellano, “pensar en ríos y lagos como sujetos de derecho, y que las comunidades con las que conviven sean los garantes de esos derechos”.
En el 2017, el río Whanganui, en Nueva Zelanda, fue el primer río del mundo en convertirse legalmente en una persona, y con ello, obtener los derechos legales dignos de un ciudadano. Fue un logro que las tribus Whanganui obtuvieron después de más de 160 años de protestas. Uno de los dichos de la tribu es: “Yo soy el río, el río soy yo”. Habiéndose convertido en persona legal, lastimar al río implica lastimar a la tribu, y, además, el río puede demandar. El río, a su vez, también puede ser demandado y ser partícipe en contratos.
Entregarle derechos y permitirle a un cuerpo de agua participar en la economía. Parece que es la traducción que se busca, del conocimiento y saberes de las comunidades, a las leyes y al sistema capitalista. Y de manera muy general, decir lo mismo, que el río, el lago o el mar, están tan vivos como cualquier persona. Esta traducción, y estas leyes seguirán cambiando y evolucionando. Esperemos que los lenguajes se vayan acercando cada vez más, y se proteja y regeneren mejor nuestras aguas. En una de esas, nos vuelven a hablar, y esta vez, todos podremos escucharlas. EP
Fuentes:
Andrés Barreda. Toxitour México: Un registro geográfico de la devastación socioambiental. Portal de SEMARNAT. https://www.gob.mx/semarnat/dialogosambientales/articulos/toxitour-mexico-un-registro-geografico-de-la-devastacion-socioambiental
Boaventura de Sousa Santos, María Paula Meneses. Epistemologías del sur, Ediciones Akal, 2014.
Movimiento Ríos Vivos Colombia. https://riosvivoscolombia.org/
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