Agustín Ávila cuenta sobre los viajes que experimentaron los ajolotes en el siglo antepasado y explica cómo ha sido una especie exitosa en laboratorio. Sin embargo, actualmente enfrentan problemas en su hábitat natural.
De cómo los franceses se llevaron al ajolote y lo convirtieron en objeto de laboratorio
Agustín Ávila cuenta sobre los viajes que experimentaron los ajolotes en el siglo antepasado y explica cómo ha sido una especie exitosa en laboratorio. Sin embargo, actualmente enfrentan problemas en su hábitat natural.
Texto de Agustín B. Ávila Casanueva 02/02/22
La pregunta “¿No debemos hacer por México lo que nuestros padres hicieron por Egipto, y traer de vuelta a la luz una civilización indígena que los españoles borraron?”, se encuentra en una carta que el geógrafo francés Victor-Adolphe Malte-Brun escribió a la Sociedad Geográfica de París en diciembre de 1862, pidiendo que la intervención militar francesa sobre México —la segunda— incluyera una misión científica. Poco sospechaba Victor que su carta traería como consecuencia un nuevo organismo modelo para la biología, el ajolote; y una nueva tecnología para el laboratorio, el acuario.
Numa Broc, un especialista en la historia y la epistemología de la geografía, usaba la siguiente frase para describir las expediciones militares de los franceses en el siglo XIX: la brújula siempre sigue a la bandera. Lo cual es otra manera de decir que allá donde fuera el ejército francés —Egipto, Algeria, Grecia, Indo-China o México— vendrían detrás batallones de cartógrafos, científicos y antropólogos. Aunque ninguna de estas expediciones científicas fue tan fructífera para los franceses como la egipcia, ellos siguieron intentando repetir su fórmula: realizar una conquista no sólo militar, sino también una apropiación de tesoros y conocimiento propios de la región.
La carta de Malte-Brun surtió el efecto deseado, y en 1864 Victor Duruy, quien fuera ministro de educación francesa, fundó la Commission Scientifique du Mexique (CSM). Duruy le pidió al emperador Napoleón III doscientos mil francos para solventar los gastos de la CSM y se le concedieron expeditamente. Esta misma suma se le volvería a otorgar a la CSM de manera anual durante otros dos años, junto con otros diez mil francos de parte del Ministerio de Guerra. La CSM contó con una sede en París y otra en la capital mexicana, que rápidamente buscó aliarse con geógrafos y otros científicos nacionales e incluso con asociaciones como la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística.
La CSM terminó tan abruptamente como la intervención francesa en nuestro país. Sin embargo, dejó su huella en futuras empresas científicas mexicanas como la Sociedad Mexicana de Historia Natural —fundada en 1868— y la Academia Nacional de Medicina. Esta última un descendiente directo de la CSM, junto con su publicación Gaceta Médica, que se lleva haciendo de manera ininterrumpida desde 1864. Y, para el gusto de todos los geógrafos involucrados, también se logró obtener el mejor mapa de México hasta esa época en una escala de 1/3 000 0000.
Dentro de los primeros logros de la CSM fue enviar a Francia una colección de artefactos tanto naturales como culturales. Esta colección llegó a Francia en 1864 y contenía, además de tres cervatillos y tres perros, a 34 ajolotes vivos. La colección se presentó en su totalidad al público parisino en el Jardin Zoologique d’Acclimatation, considerado el primer zoológico moderno, y que apenas en 1861 había acondicionado acuarios dentro de sus instalaciones. Aunque una de las funciones del Jardin era mejorar especies tanto agrícolas como animales para su cultivo y crianza en Francia y sus colonias, los ajolotes se mantuvieron ahí como exposición permanente, como una curiosidad exótica.
Al poco tiempo de la llegada de los ajolotes al Jardin, seis de los 34 especímenes —cinco machos y una hembra— fueron entregados a Auguste Duméril, profesor del Muséum d’Histoire Naturelle de París. Sin una agenda de investigación como la del Jardin, Duméril, desde el museo, se dispuso a hacer estudios sobre estos animales y demarcar de mejor manera si eran reptiles o anfibios.
Si bien los 34 ajolotes de la colección de la CSM eran los primeros en llegar vivos a Europa, no fueron los primeros en cruzar el charco. Cincuenta años antes, Alexander von Humboldt ya había enviado dos ejemplares conservados en alcohol a ese mismo museo en París para que George Cuvier, fundador de anatomía comparada, los estudiara. Cuvier estaba interesado en saber si los anfibios y los reptiles eran clases diferentes —como Lineo lo había propuesto— o si los anfibios eran una subclase de los reptiles. Cuvier, con ayuda de Constant Duméril —el padre de Auguste y su predecesor como profesor en el museo (como si a esta historia de colonialismo y extractivismo científico no le hiciera falta algo de nepotismo en la asignación de plazas)—, clasificó los ajolotes como individuos larvarios de una especie de reptil aún no identificada.
Era sabido, por los reportes de Humboldt y de otros naturalistas, que no se conocían las formas adultas de los ajolotes, es decir, su forma en la que pierden las branquias y respiran solamente con pulmones. Ahora que Auguste contaba con seis individuos vivos en el museo, el estudio de los ajolotes, y su clasificación, estaba por cambiar por completo —y más de una vez—. Lo primero que Auguste hizo fue revisar los estudios de Cuvier y de su padre. En su primer reporte, escrito en octubre de 1864, confirmó que los ajolotes que tenía eran larvas y habría que esperar a que se desarrollaran como adultos para continuar su estudio, como con cualquier otra salamandra.
Tan solo seis meses después, Auguste debió presentarse ante la Academia de Ciencias francesa para declarar la situación opuesta: que los ajolotes que tenía ya eran adultos desde que llegaron a Francia. ¿Qué había sucedido? La hembra había depositado huevos y de ellos, nuevos ajolotes se habían desarrollado. ¿Por qué era importante esto? Por definición, el estado larvario de un animal es un estado juvenil en el que aún no alcanza la madurez sexual y por lo tanto es incapaz de reproducirse. Que los ajolotes de Duméril lo hayan logrado era prueba inequívoca de que eran animales adultos, y le permitió a Duméril saldar su deuda de ajolotes con el Jardin.
Para 1866, Duméril contaba con 800 ajolotes en el museo. Esta población de ajolotes se convirtió en la primera población de animales que se logró mantener en un laboratorio, y cuenta ya con más de 150 años de antigüedad. El momento para tener ajolotes en exceso no podía ser mejor: Europa estaba saliendo de una fiebre de peceras que se había originado en Inglaterra en las décadas de 1840 y 1850, y que llegó a Europa continental en las décadas de 1850 y 1860. Con una sociedad burguesa en crecimiento, y un mantenimiento relativamente sencillo, el acuario o la pecera fueron un elemento casi obligado de las casas acomodadas europeas.
Aunque el gusto general por el acuario no duró tanto, ganó muchos adeptos en aquellas personas interesadas por la ciencia y en las corrientes europeas que buscaban domesticar lo salvaje: tener jardines, sí, pero podados, simétricos y controlados; tener animales adiestrados, y, ahora con esta nueva tecnología, domesticar los mares y lagos.
Este contexto aunado a la extensa red de trenes que recorre Europa, le permitió a Duméril compartir ajolotes a cualquier otro museo, jardín o laboratorio que se lo pidiera, y así, el ajolote, junto con el acuario pasaron a convertirse en objetos de la ciencia europea, y después, mundial.
Mapa que muestra los lugares donde se realizaron publicaciones científicas sobre los ajolotes en Europa entre los años 1864 y 1914 (Reiß, 2015)
Los ajolotes de Duméril no habían terminado de sorprenderlo, casi como si quisieran desestimar su fama de científico. Siete meses después de haber presentado su reporte frente la Academia de Ciencias sobre la reproducción de los ajolotes, Duméril volvió a la Academia a decir que algunos de los individuos descendientes del primer evento de reproducción habían sufrido una fuerte metamorfosis y habían cambiado su fisiología de gran manera. ¡Por fin conocía la forma adulta del ajolote!
Como suele suceder, el resultado tan anhelado trajo muchas más preguntas que soluciones. ¿Cómo es que estos animales podían reproducirse sin ser adultos? ¿qué sucedía durante su metamorfosis? Duméril continúo investigando, pero para su mala fortuna murió en 1870 sin llegar a las respuestas que deseaba. Ahora sabemos que los ajolotes tienen un estado de neotenia; es decir, aunque la enorme mayoría de ellos se mantiene en estado de larva toda su vida, son capaces de reproducirse y, además, esta juventud perenne está relacionada con otra de sus características más famosas: el poder regenerar prácticamente cualquier parte de su cuerpo en caso de perderla.
Los ajolotes siguieron siendo un instrumento ampliamente usado por la ciencia. En los siguientes años fueron usados tanto para intentar confirmar la entonces novedosa teoría de evolución de Darwin, como para intentar refutarla, así como para intentar probar la tan controversial teoría pseudocientífica del agrónomo ruso Lysenko.
El ajolote en el laboratorio ha conquistado el mundo de la ciencia; como organismo modelo, podría decir que es el mejor de los tiempos. Pero para el ajolote silvestre es el peor de los tiempos. La contaminación y la reducción de su hábitat lo mantienen en peligro de extinción. Ojalá podamos reaccionar lo suficientemente rápido y de manera eficaz para prevenir su desaparición y que no se convierta en una especie que vive solamente en el laboratorio. EP
Referencias
Reiß, Christian; Olsson, L, Hoßfeld, U. “The history of the oldest self-sustaining laboratory animal: 150 years of axolotl research”. J. Exp. Zool. (Mol. Dev. Evol.) Abril, 2015: 393-404.
Dunbar, Gary S. “‘The Compass Follows the Flag’: The French Scientific Mission to Mexico, 1864-1867.” Annals of the Association of American Geographers. Jun. 1988: 229-240. Reiß, Christian. “Gateway, Instrument, Environment”. NTM Zeitschrift für Geschichte der Wissenschaften, Technik und Medizin. Nov. 2012: 309-336.
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