Este conmovedor texto, escrito por Miguel Ignacio Rivas y Vania Mendoza, se propone pensar la migración desde otros frentes, desde otras disciplinas, para dejar de considerarla un problema sino parte de nuestro ecosistema.
Cuando nos volvamos a encontrar…
Este conmovedor texto, escrito por Miguel Ignacio Rivas y Vania Mendoza, se propone pensar la migración desde otros frentes, desde otras disciplinas, para dejar de considerarla un problema sino parte de nuestro ecosistema.
Texto de Miguel Ignacio Rivas & Vania Mendoza 04/10/22
Y cómo huir cuando no quedan islas para naufragar
al país donde los sabios se retiran
del agravio de buscar labios que sacan de quicio…
Joaquín Sabina, Peces de Ciudad
Gracias a los moluscos, los humanos modernos pudieron realizar la primera migración exitosa fuera de África, los acompañaron a través de las costas del mundo. Fueron los mariscos los que dieron provisión y energía suficiente para poder explorar el planeta de manera efectiva y global (Silvertown, 2017). En ese entonces el planeta aún no era tan hospitalario con nuestra especie, y para huir del frío, aquellos humanos tuvieron que tomar una decisión: migrar. Moverse para buscar algo menos inhóspito, menos duro; un poco, sólo un poco, más habitable. Ésta fue una decisión que marcó la evolución de la especie, el comienzo de la civilización y su dominio territorial y planetario.
Miles de años después, seguimos tomando decisiones, todos los días, a toda hora, a cada momento. Hay decisiones más importantes que otras y, por supuesto, habrá situaciones en que esas decisiones serán trascendentes para nuestras vidas. Irse a otro lado, cambiarse del pueblo a la ciudad, de colonia, de país, de continente. ¿Qué nos alienta a movernos? ¿Será la necesidad de encontrar paz, alimento, trabajo, seguridad, las ganas de conocer otro lado, otro amor, otros amigos? ¿Será para probar nuestra capacidad de hacerlo?
La migración responde a complejas, diversas y múltiples causas, desde temas laborales, agroalimentarios, ambientales hasta geopolíticos. La necesidad de migrar nos habla de nuestra vulnerabilidad como personas o poblaciones completas, y no es casualidad que una de las dimensiones tenga que ver directamente con nuestra relación con el ecosistema. Se han vinculado los diversos impulsores de la migración con la degradación o falta de servicios ecosistémicos en el lugar de origen. Por ejemplo, la necesidad de migración por la degradación de servicios ecosistémicos de provisión y regulación, como son la falta de alimentos o la incapacidad de mitigar los efectos del cambio climático (Wiederkehr et al., 2019). También hay evidencia que sugiere vínculos entre los servicios ecosistémicos culturales y la migración aspiracional. Por lo tanto, la migración también podría verse como una respuesta ante el riesgo que conlleva costos sociales altos y representa dificultades tanto en los lugares de origen como en los lugares de destino (Adger N. et al, 2020).
Uno de los los destinos comunes de las personas migrantes son las ciudades, este fenómeno moldea el tamaño de las urbes y las dinámicas demográficas de los seres humanos en ellas, por ejemplo: la migración rural a urbana y la migración masiva debido a fenómenos climáticos o geológicos extremos (Seto, Parnell, & Elmqvist, 2013). Es por esto que los procesos migratorios de supervivencia, repercuten cada vez más en ciudades del mismo país, de países vecinos y, con el paso del tiempo, en ciudades más alejadas. Se calcula que a las ciudades destino llega el 60% de los refugiados de conflictos sociales y 80% de los desplazados por algún fenómeno geológico o de cambio climático (Adger et al., 2020). Desgraciadamente los ejemplos de estos desastres abundan en países pobres con poblaciones vulnerables.
Esperanza es una joven jefa de familia en un pueblo de Nicaragua, es responsable de dos hijas y un niño; lleva cinco años sin saber nada de su marido Rosendo, quien se fue a buscar fortuna a Estados Unidos. Desde hace años trata de saber cuál ha sido su suerte, quiere saber qué pasa, pero año con año su recuerdo disminuye al mismo ritmo que aumenta su trabajo. El 3 de noviembre del 2020, a las 8 de la noche el huracán “Eta” tocó el sur del Puerto Cabezas, el gobierno centroamericano emitió una alerta de desalojo. Todos en el pueblo, incluyendo a Esperanza y sus hijas, fueron testigos de cómo el hogar que construyeron tras años de trabajo quedó destruido, vieron cómo se devastaron sus negocios, sus siembras, sus ganados, e incluso, cómo el agua se llevaba a miembros de su familia. Tan sólo dos semanas después, el huracán “Iota” arribó en la misma zona y resultó una de las expresiones más crudas del calentamiento global, pues sumergió 60% del país centroamericano (United Nations Office for Disaster Risk Reduction, 2021). Tanto “Eta” como “Iota”, impactaron y dieron lugar a similares historias en Honduras, Guatemala y el sur de México.
Desde hace tiempo los seres humanos tratan de ponerse de acuerdo sobre la manera de atender estas tragedias, desigualdades e injusticias ambientales. Durante el siglo pasado, en la década de 1960, después del terremoto de Buyin-Zara que golpeó a Irán y mató a más de 12 mil personas y de un huracán que azotó los territorios de Cuba, República Dominicana, Haití, Jamaica y Trinidad y Tobago, lo que provocó la pérdida de miles de vidas y daños materiales incalculables, la ONU llamó a una asamblea general para poder atender y apoyar económicamente los programas de reconstrucción de los países afectados. Siguen destinando dinero para este tipo de desastres, pero la realidad supera por mucho estas acciones.
Bajo esta perspectiva, la mayoría de la ayuda internacional es humanitaria, selectiva y se centra en la reconstrucción del sitio y muy poco en atender a los migrantes en sus regiones de origen o brindarles apoyo durante el trayecto y a la llegada. Sin embargo, vale la pena cuestionarnos ¿cómo son las condiciones del lugar que les recibe? Acaso estos lugares, en su mayoría ciudades, ¿están preparadas para acogerlos? La sinergia entre naciones para desarrollar una política pública que los prepare para la llegada de migrantes no es desconocida, por ejemplo, en Norteamérica. México, Estados Unidos y Canadá han tenido casos de éxito al diseñar una política pública funcional; al identificar un problema y proponer legislaciones que conlleven la toma de decisiones fructíferas, como es caso del Programa Bracero.
Hay otro ejemplo que valdría la pena ponerlo a consideración para los humanos, ya que su diseño nació desde el pensamiento sistémico y la complejidad intrínseca de sus elementos: la migración de la mariposa monarca.
La migración de la mariposa monarca es un fenómeno que ocurre a través de Canadá, Estados Unidos y México; en estos países, debido a la pérdida y degradación de los ecosistemas, su viabilidad como especie era amenazada sistemáticamente y si la situación no se atendía de manera urgente, podría causar la extinción de la mariposa. Por ello, en 2007 se propuso el Plan de América del Norte para la conservación de la mariposa monarca para garantizar hábitats en donde pudieran completar su ruta con el respaldo de los humanos en los países involucrados, plan que hasta hace muy poco ha permitido la preservación de esta especie (Ambiental, 2008).
El plan por la preservación de la mariposa monarca inició hace más de 30 años, cuando se identificó que esta especie se reproducía, viajaba e invernaba en diferentes lugares de Norteamérica; en un principio, cada uno de estos hábitats contaba con los recursos necesarios para que la mariposa pudiera completar su ciclo de vida: ecosistemas que daban alimento, refugio y protección para el descanso. La degradación de cualquiera de los ecosistemas involucrados en su historia de vida significaba atentar contra la especie y mermar su población. Al detectar las problemáticas que se desarrollaban en cada uno de estos sitios y al reconocer que tenían características socioeconómicas y culturales diferentes, se pudieron elaborar estrategias centrales que permitieron solucionar cada uno de los problemas que provocaban la degradación de ecosistemas que la mariposa monarca necesitaba para vivir (Ambiental, 2008).
Los objetivos del plan eran atender los lugares de origen, traslado y destino, para que la especie migrara con seguridad a lo largo de su existencia y a través de las generaciones que se reproducían en el camino. Fue un diseño complejo e interdisciplinario en el que participaron expertos y comunidades involucradas en la gestión de cada territorio. Los problemas a los cuales se enfrentan tanto las mariposas como las comunidades no distan mucho de los que las personas migrantes tienen ahora. La degradación de los ecosistemas de donde parten es una constante; se tuvieron que realizar modelos de restauración ecológica participativos para que los servicios ecosistémicos que daban esos sitios contribuyeran de nuevo para que la especie pudiera concluir su historia de vida.
Al reflexionar sobre la elaboración del Plan de Acción en el que se involucró a tres naciones con contextos diferentes, podemos detectar cuatro pasos para alcanzar las metas deseadas: se identificó el problema, hubo propuestas de soluciones de manera local pero que fueran compatibles con las soluciones de los demás sitios, cada uno de los países involucrados se responsabilizó, y finalmente, se diseñaron y ejecutaron leyes y políticas públicas acordadas. Todo ello con el objetivo de obtener resultados positivos y perdurables, que abordaban los grandes problemas socioeconómicos locales con enfoques innovadores a multiescala, para fomentar modos de vida sostenibles en las comunidades (Ambiental, 2008).
Si pensamos que esta estrategia puede aplicarse al fenómeno de la migración humana y cambiamos el enfoque de que esta es un problema per se, podríamos diseñar planes regionales con impactos locales y globales que vieran al ser humano como un contribuyente de servicios ecosistémicos y como un vector de restauración local y regional, igual que con la mariposa monarca.
No sabemos qué ha pasado con Esperanza y sus hijas, mucho menos con Rosendo; sabemos que es un viaje lleno de complicaciones. Reaccionar y tomar decisiones con una gobernanza que debe de tener una visión local y global para poder cuidar de la migración de las especies, incluyendo la humana, y la función de los ecosistemas, aspirar a poder migrar a donde queramos sin restricciones ni cuestionamientos es un esfuerzo que debemos priorizar. Deberíamos tener ecosistemas sanos para seguir disfrutando de los mariscos que algún día nos permitieron surcar continentes. Deberíamos tener la certeza de saber que nos volveremos a encontrar de una u otra manera. Tenemos derecho a migrar, como las mariposas, que se reencuentran con sus mismas rutas que las vieron nacer y que las verán morir, que pudieron dar origen a otra generación más. EP
Bibliografía
Adger, W. N., Crépin, A.-S., Folke, C., Ospina, D., Chapin, F. S., Segerson, K., … Wilen, J. (2020). Urbanization, Migration, and Adaptation to Climate Change. One Earth, 3(4), 396–399. https://doi.org/10.1016/j.oneear.2020.09.016
Ambiental, C. para la C. (2008). Plan de América del Norte Para la Conservación de la Mariposa Monarca. En Biological Conservation (Vol. 85).
Seto, K. C., Parnell, S., & Elmqvist, T. (2013). A global outlook on urbanization. En Urbanization, Biodiversity and Ecosystem Services: Challenges and Opportunities: A Global Assessment (pp. 1–12). https://doi.org/10.1007/978-94-007-7088-1_1
Silvertown, J. (2017). Dinner with Darwin.: Food, Drink, and Evolution (1a ed.). https://doi.org/10.1016/j.tree.2018.03.007
United Nations Office for Disaster Risk Reduction. (2021). El impacto de los huracanes obliga a miles de desplazados a volver a empezar. Recuperado el 15 de mayo de 2022, de https://www.undrr.org/es/news/los-efectos-de-iota-y-eta-aun-reverberan-el-impacto-de-los-huracanes-obliga-miles-de
Wiederkehr, C., Schröter, M., Adams, H., Seppelt, R., & Hermans, K. (2019). How does nature contribute to human mobility? A conceptual framework and qualitative analysis. Ecology and Society, Published online: Dec 04, 2019 | doi:10.5751/ES-11318-240431, 24(4). https://doi.org/10.5751/ES-11318-240431
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